viernes, 23 de noviembre de 2012

Poéticas de lo real


Los ídolos a nado. Una antología global
crónicas de Carlos Monsiváis



“Ficción real” se define en la solapa al género en el que Monsiváis sobresalió y en el que publicó más de cincuenta libros donde se encuentran los textos publicados en esta antología en los que expone todo el barroquismo y la desmesura que atraviesa la cultura mexicana. Desde las marcas dejadas por la revolución, los cantantes románticos, los discursos líricos del subcomandante Marcos, la momumentalidad del muralismo hasta el fervor masivo hacia la poesía modernista y su máximo representante, Amado Nervo, cuyo velatorio duró seis meses. Tamaña desmesura parece haber encontrado al cronista indicado, dueño de una prosa exuberante y apasionada y de una mirada ampliada sobre la realidad que sólo la literatura (y en su caso, la poesía) hace posible.
Comienza la antología con un ensayo sobre la cursilería (para su autor, sinónimo del ser nacional) o lo cursi, aquello que nos acostumbramos a llamar “kitsch” y a entenderlo como un modo de apropiación cultural. Desde una perspectiva autóctona, él lo define como un lenguaje público que atraviesa las clases y recuerda que fueron las vanguardias culturales las que delimitaron el territorio de lo cursi donde ubicaron a la poesía rimada modernista y los valores tradicionales provincianos. Sólo percibiendo el alto valor cultural que tenía la poesía en los comienzos del siglo XX se entiende el impacto que los cantores románticos (como Agustín Lara y José Alfredo Jiménez, a los que le dedica sendos ensayos) tuvieron en todo Latinoamérica. Su hipótesis es que la poesía (con mayúscula) funcionó como una forma de conjurar la barbarie, la vestimenta de la desposesión la llama y la canción romántica, con sus tríos y sus mariachis, la banda de sonido de las masas de este continente durante varias décadas, hasta la aparición del rock.
En un doble gesto, a la vez que incorpora en su textos a los autores analizados, recupera, para su gozo, (“oigan, sus discos todavía se consiguen”) la música que pone en escena las voces desgarradas, el desborde del estilo: los corridos, las rancheras, los boleros, que es su propia banda de sonido. Las letras completas de algunas de ellas despiertan el recuerdo de sus melodías adictivas (“No la lean como literatura, cántenla como poesía popular”). Es que la vida sin el melodrama, que es la puesta en escena del sentimiento desbordado, sería un acta notarial, agrega.
Otro ejemplo de desmesura pero esta vez en el lenguaje es el estilo que inventó Mario Moreno, Cantinflas, ese personaje salido del teatro de variedades, “creador de un habla abierta a todo menos a los significados”. Surgido en un contexto de analfabetismo generalizado, según Monsiváis, es el iletrado que se apropia del habla como puede y desvela el lenguaje burocratizado y demagógico de la izquierda en el poder.
La muerte del muralista Siqueiros le permite hacer un recorrido exhaustivo por el siglo XX mexicano siguiendo la vida acelerada de quien fuera miembro del comité central del PC (del que salió eyectado), fervoroso creyente de la capacidad del arte para subvertir la realidad al que considera un arma de lucha (“El Machete” se llamó la revista que dirigió), combatiente heroico de la Guerra Civil Española y menos heroico participante de un atentado fallido contra Trostky, perteneció a la generación, según Monsiváis, de los grandes constructores de lo nacional, esa mitología.
Pero si hubo un acontecimiento que impactó en la realidad mexicana y al que le dedica el texto más largo es la marcha de los zapatistas hacia el DF en el 2001, el “Zapatour”, un verdadero encuentro entre el colectivo indígena y la sociedad civil, donde asiste, conmovido, al espectáculo impensado del compromiso de cada uno de los grupos heterogéneos (en su mayoría jóvenes) que recibieron a las más de sesenta etnias, de sostener y darle consenso al EZLN. Si un millón de personas colmaron el Zócalo, varios millones más de todos los continentes demostraron, con su presencia, (algo similar a lo que había generado la revolución cubana) que el racismo de las concepciones paternalistas sobre los indígenas ya no tiene espacio. Los discursos (“ese alimento tenaz de las comunidades imaginadas”) escuchados por la multitud en el silencio más compacto devienen programas de acción política y reformulan la tradición de izquierda en un país donde las vanguardias iluminaron su destino, y que exhibe una de las realidades más desiguales y violentas del mundo.
Muchos fueron los intelectuales que pensaron a Latinoamérica como la “patria grande”, tradición en la que se inscribe Monsiváis. Sus crónicas son de lectura obligada para quienes quieran entender qué es lo que se juega en los procesos culturales de este lado del Atlántico.

Publicado en diario Perfil

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