lunes, 7 de octubre de 2013

Italo Calvino, el caballero existente




Las ciudades invisibles
El caballero inexistente
El vizconde demediado
El barón rampante
Si una noche de invierno un viajero




Cinco son los títulos de la extensa obra de Italo Calvino que las editoriales Grupal y Siruela acaban de coeditar en nuestro país. Los tres que publicó durante la década del 50, El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente, pertenecen a una zona de su literatura con la que incursionó en lo maravilloso, bellísimas fábulas atemporales en las que parodia el mundo de posguerra que le tocó vivir y al que interrogó con su escritura.
El vizconde demediado, de 1952, cuenta la historia del vizconde de Terralba, quien fue partido en dos por un cañonazo en la guerra con los turcos y cuyas dos mitades continuaron viviendo por separado. Alienación y dicotomía son los blancos de este texto, cuando la mitad radicalmente mala deja, a su paso, todos los objetos del mundo partidos al medio y la otra mitad, ciegamente buena, beneficia a los explotadores al “hacer el bien sin mirar a quién”. El humor, ese procedimiento que aligera y a la vez critica, le permite narrar las escenas macabras de los campos después de los combates o la peste y sólo cuando las dos mitades se enfrentan a duelo, surge la humanidad del vizconde, cuando se asume en su incompletud.
Otra reflexión sobre el ser es la que aparece en El caballero inexistente, de 1959. Agilulfo, caballero del ejército de Carlomagno, de lustrosa armadura aunque vacía, que frente al caos de lo real, se ajusta a un estricto sentido del orden y del método, pone en escena la nada que subyace a los estandartes, a la gloria de los ejércitos imperiales, a los títulos y honores, exhibe la barbarie que se agazapa en la cultura y si la novela de caballería es la exaltación de un pasado imposible, es en el futuro donde Calvino invita a un nuevo aprendizaje del ser.
Levedad y distancia son algunas de las “propuestas para el próximo milenio” que elige para la estructura de sus narraciones con las que intenta distanciarse del mundo sin dejar de tenerlo en cuenta y quitarle el peso y la gravedad que cercenan la capacidad de juego y creación. Como gran narrador e inventor de mundos posibles, elige inscribirse en la vasta tradición oral de los relatos orientales que nutrió toda la literatura europea medieval y renacentista. Y encuentra en la extrañeza de los relatos venidos de ese “continente imaginario” que significó China para los europeos, el punto desde donde mirar su propia ciudad en Las ciudades invisibles de 1972. Presentadas como una serie de relatos que Marco Polo le hace al melancólico emperador Kan sobre las ciudades de su propio imperio al borde de la disolución, ordenadas en doce series entramadas, responden a un modelo de ciudad de la que se deducen todas las ciudades posibles, según su ideal de construcción literaria de hallar la forma perfecta, cristalina, visual y liviana que le permita volver a mirar el mundo y recrearlo.
Cultor de la ironía como distancia crítica y de la estética borgeana, finge que el texto que escribe ya fue escrito por otro y que el suyo es una prolongación de aquél y concentra todas sus reflexiones, experiencias y conjeturas sobre la ciudad en la racionalidad geométrica de sus tramas, conformando unos micro-relatos poéticos en los que la ciudad se convierte en una experiencia antropológica y vital, multiplicada en las cientos de versiones de esa ciudad-tapiz: ciudades gemelas, colgantes, subterráneas, paralelas, minúsculas, eróticas, infinitas.
Pero es en Si una noche de invierno un viajero, de 1979, donde Calvino desarrolla su teoría de la lectura reconociendo su deuda con la literatura de masas en lo que tiene de novelesco -remontando sus antecedentes a ese tratado de la compulsión a escuchar que es Las mil y unas noches- y con la estética borgeana en cuyo cuento “El acercamiento a Almotásim” admite su inscripción, cuando propone una literatura ”que haga pasar las angustias y misterios a través de una mente exacta y fría como la de un jugador de ajedrez”.
Teniendo como protagonista al Lector que se enfrenta a diez comienzos de novelas apócrifas escritas por autores inexistentes, resulta una suerte de autobiografía en negativo del autor empírico, de todas sus posibilidades de escritura.
Texto metaliterario, expone los procedimientos de la literatura de masas para atrapar al lector a la vez que sostiene, junto con Borges, que una estación de tren puede ser todas las estaciones o que todos los combates son el mismo combate y reproduce en sus dilaciones la discontinuidad de la vida, el más acá de la literatura.

Si a Calvino la literatura que le interesa es la que persigue la exactitud y la inmanencia de una figura geométrica, busca en la imagen concentrada y relajada de una mujer que lee a su lector ideal, aquél capaz de ir al encuentro con lo que está a punto de ser y al autor ideal, aquel que escribe “como un animal construye su guarida”, una suerte de lugar vacío capaz de transmitir lo escribible que todavía no fue escrito. Leerlo hoy nos confirma en la experiencia de encontrarnos con una voz que viene de lo no dicho todavía.
Publicado en diario Perfil, 6/10/2013

martes, 1 de octubre de 2013

El universo como límite

La torre de Pinzón


El pájaro Pinzón y su perro Tungsteno son dos personajes muy populares en la TV holandesa, que para felicidad de nuestros lectores -grandes y chicos, porque el arte no reconoce diferencias etarias- están siendo publicados en nuestro país.
Su autor es un dibujante y diseñador muy atento a los desarrollos de las nuevas tecnologías en animación y ante la propuesta de atravesar la frontera y convertir a sus personajes animados en literarios, se encontró haciendo una tarea de “traducción” en la que se evidencia mucha reflexión sobre el universo infantil y sus modos de abordar los textos, donde la mirada y la memoria le llevan la delantera a la lectura lineal.
Con dibujos simples recortados de fondos blancos, se destaca la capa roja de Pinzón -que remite a su clásica antecesora- y se cuentan dos historias paralelas: la de la búsqueda de Pinzón por alcanzar las nubes y la de Tungsteno por encontrar un orden posible para sus estampillas. Los resultados no siempre son los buscados pero lo que importa es la pregunta que dispara la aventura. La misma que pone en movimiento el pensamiento filosófico y científico –qué hay más allá de lo conocido; cuál es la lógica que le da sentido al mundo-, la misma que construye la mirada infantil, capaz de desautomatizar lo que por costumbre los adultos hemos dejado de cuestionar.

Su autor, cómplice de los niños, entiende la importancia que tienen los objetos y las posibilidades que su acumulación ofrece, y cómo cualquier trazo sobre un papel es capaz de transformarse en un dibujo, un grabado, o la huella de un pájaro, en una letra. Sólo hay que estar atento y dispuesto a sorprenderse, cosa que este autor y cualquier niño, conocen de sobra.

Publicado en diario Perfil 15/9/13