lunes, 27 de noviembre de 2023

Una casa lejos de casa


Clara Obligado es una escritora argentina que tiene el raro privilegio de haber “inventado” los talleres literarios durante su exilio en Madrid, cuando la última dictadura la obligó a migrar. Y este libro es un lúcido viaje por la memoria a través de esa casa inestable que le tocó habitar, la de su lengua materna.

Bisnieta del poeta Rafael Obligado, con una infancia nutrida con relatos en inglés contados por una institutriz rumana y conversaciones familiares en francés, fue la traducción su líquido amniótico, en una Buenos Aires dominada por la inmigración.

Frente al dolor por la pérdida de su país, encontró en la literatura el modo de salir de la encrucijada de ser una extranjera en su propio idioma, cuando descubrió que la herida por la pérdida de la patria no se puede suturar, pero sí, ficcionalizar.

Y si en el mismo sustantivo “extranjero” anida la idea de lo que está por fuera, del otro, vivir en estado de extranjería, traduciendo dos mundos, la dotó de una conciencia plena del idioma que enriqueció su escritura y que le permitió descubrir una lectura que privilegiaba la hibridez por sobre las identidades literarias y que le dio la libertad de no aferrarse a ningún tópico y, enraizar, como el clavel del aire, hacer de la extranjería la única patria posible. Ser el otro de uno mismo, en un puro devenir, y comprobar qué resulta en la literatura.


Publicado en El Dipló, 27/11/23

domingo, 26 de noviembre de 2023

Guerra

 

Un nuevo manuscrito de las numerosas de páginas que todavía permanecen inéditas y que fueran robadas de la casa de Céline en París cuando se escapó, acusado de colaboracionista, en 1944, acaba de publicarse y las buenas noticias son la próxima aparición de su continuación, la novela Londres, y que, por ahora, la policía ideológico-literaria no puso el grito en el cielo.

            Novela autobiográfica, como toda su obra, comienza cuando su protagonista, Ferdinand, despierta en medio del campo, luego de haber recibido heridas graves en el brazo y en la cabeza, en octubre de 1914. “Tengo mil páginas de pesadillas en reserva, la de la guerra, naturalmente, es la más importante” le dijo a su editor en 1934 y este manuscrito, que es un primer borrador, forma parte, sin embargo, de lo mejor de su obra sobre su participación en la Gran Guerra.

            Los editores de este material escrito veinte años después de los hechos se enfrentaron a un borrador incompleto, enmendado, tachado, con algunas palabras ilegibles, pero que mantiene la unidad de estilo de una obra en la que la sangre, el cuerpo, el sexo, el barro y la muerte giran alrededor del único gran tema moral, la guerra. Las notas al pie marcan las correspondencias evidentes con sus otros textos como Muerte a crédito, Viaje al fin de la noche y Casse-Pipe, esclarecen los cambios de nombre de un mismo personaje, así como los neologismos inventados por su lengua mordaz con la que le quita seriedad al relato, dándole un tono tragicómico.

            “Atrapé la guerra en mi cabeza” nos enrostra el protagonista en el comienzo de este texto en crudo, con frasees perfectas como hachazos, quizás el tono más apropiado para la historia que se propuso contar, la de la temporada que pasó en un hospital de campaña, en Peurdu-Sur-La-Lys, cerca de la frontera con Bégica, después de sufrir graves heridas en el brazo y en la cabeza, lo que le dejó una lesión en el oído de por vida.

            Describe el día después de la caída del convoy en el que viajaba, poniendo en primer plano los cuerpos despedazados por las granadas, las vísceras de los muertos comidas por las ratas, ríos de sangre y orina, con la vitalidad de una pintura de Brueghel. La misma intensidad con la que describe los cuerpos abiertos al exterior a través de la sangre, el vómito, los excrementos y el semen, revolviéndose en el fango (“que viva la mierda y el buen vino”), una imagen carnavalesca de goce y sufrimiento y una experiencia del cuerpo fragmentado en el dolor atroz provocado por esta guerra sanguinaria, que la pintura cubista reveló en toda su dimensión.

            Contra los relatos épicos o consagratorios de la guerra, Céline compone un furioso cuadro del momento en que el largo siglo XIX estalló en pedazos y el movimiento de masas, junto con la velocidad y los cambios que se podían registrar en la moda, modificaron el mundo para siempre. El padecimiento físico, pero también el deseo, la perversión, el humor y la escatología serán los materiales con los que narrará su propia experiencia, la que lo dejó al borde de la locura a causa de los ruidos permanentes y ensordecedores dentro de su cabeza (“imposible estar más sonado”), una “fanfarria” que padeció durante toda su vida.

            Con una mirada burlesca, registra el paso de las tropas que serán tanto el recordatorio de la “alegría idiota” de los combatientes yendo al matadero, como un colorido álbum de fotos con los uniformes de los ejércitos de Europa para la mirada asombrada de un niño. Un punto de vista que, aprendimos en Bajtín, desacraliza y pervierte el orden de un mundo. Y el concepto de patria, fundadora de un orden, será el principal blanco de su lengua filosa, como en la escena donde recorre los campos disfrazado con los retazos de los diferentes uniformes de los soldados muertos, con el fin de no ser reconocido como soldado francés. Y el humor negro, representado en el discurso gangoso de un soldado que fue herido en la lengua, con los que describe “una vida maravillosa, una vida de tortura”, la misma que describe ese género carnavalesco por excelencia que es el tango.

            Céline, moralista y gran conocedor de las miserias humanas, entiende que no hay lugar ya para el heroísmo y delinea unos personajes esperpénticos e inmorales, con rasgos exagerados, galería de monstruos como la sádica enfermera de dientes podridos que goza sondando a los heridos y practicando la necrofilia; el cura, con su tono afeminado y “sus palabras untuosas venidas del cielo”; el repulsivo médico del hospital de campaña, matasanos que pareciera salido de la clínica del doctor Cureta; el temible y fantasmal Comandante, enjuto y sin mejillas; su amigo Cascade, gigoló traicionado por su esposa-prostituta o sus padres, ciegos ante el horror que los rodea, felices defensores de un mundo desaparecido, a los que Ferdinand desprecia junto con el mundo y la literatura que representan, esta última, en las cartas pulcramente escritas que su padre le envía.

            Y a sí mismo, héroe de guerra condecorado, cuyo secreto acerca de la desaparición de una valija con dinero de su regimiento lo pone al borde del fusilamiento, mantenido por una prostituta, la atractiva esposa de su amigo recién fusilado, en un mundo donde los héroes son a la vez parásitos, hipócritas o ventajeros, con los que compone, magistralmente, el tema del traidor y del héroe.

            Tuvieron que pasar 90 años (y la desaparición de su longeva viuda, Lucette Destouches) para que pudiéramos encontrarnos con este texto de una gran potencia visual y sonora que ejecuta, como en un drama musical, el relato de los horrores que le tocó atravesar a su autor, con el que se propuso “hacer bella literatura con trocitos de horror arrancados al ruido que ya no se acabará nunca.” Aunque es muy probable que desde el horizonte de lectura actual, un libro como este sea calificado de misógino, violento o inmoral, desde acá, esperamos con ansia su continuación.

Publicado en diario Perfil, 26/11/23