Escritos sobre el lenguaje
Atento a la formación inicial de
Gramsci como catedrático -brillante- en Lingüística, Diego
Bentivegna, responsable de la edición de los textos de este autor,
(que fue escribiendo, algunos, como apuntes sobre trabajos de otros,
la mayoría, desde la cárcel), recupera un aspecto central de la
elaboración política que su lectura confirma: la importancia que
Gramsci le atribuyó al estudio del lenguaje en toda su complejidad
(la cuestión de la enseñanza, la normativa, el habla dialectal, los
procesos de formación de las lenguas, el vínculo con su tradición,
en definitiva, la lengua en relación con la clase y el poder)
consciente de que lengua y sociedad no son términos individuales
sino que, por el contrario, la lengua constituye una metáfora de lo
social.
Si bien los vientos de la historia lo
llevaron a abandonar los estudios académicos para enrolarse en las
filas de la militancia activa, del periodismo partidario y de la
producción teórica, sus planteos conjugan lo más avanzado de los
estudios lingüísticos de la escuela italiana (Croce, Gentile,
Bartoli) con la visión clasista del marxismo y de haber continuado,
habría llegado seguramente a las mismas conclusiones a las que
arribaron por esos años los formalistas rusos respecto de los modos
en que se producen los cambios lingüísticos, desde una perspectiva
histórico-cultural, opuesta a la que, contemporáneamente
desarrollaba Saussure, operando sobre la lengua como un sistema
inmanente.
La mezcla y las transformaciones que
realizan los hablantes serán para Gramsci la base sobre la cual
analizar, desde una concepción política del lenguaje, los fenómenos
de la comunicación desde la que se opuso a la idea de “italianizar”
a todos los hablantes, cuando la centralización política de Italia
avanzaba. Es en relación con la lengua materna -el dialecto- que el
aprendizaje de la lengua oficial se enriquece, dirá, pensando en un
proyecto político de cambio social y cultural en función de los
intereses de las clases populares.
Distingue de la gramática normativa,
una gramática no escrita, como todo aquello que los hablantes
consideran legítimo y que circula a través de los medios masivos y
que, como toda relación de lenguaje, se da en términos de
conflicto. Por lo tanto, concluye, la norma es una construcción
hegemónica y es este mismo concepto de hegemonía el que lo lleva a
destacar el rol de los intelectuales en esta construcción, como
agentes organizadores de la cultura.
En sintonía con las formulaciones de
Brecht y Benjamin, analiza el impacto de los medios masivos en la
difusión de una lengua particular que se deberá (tomando como
ejemplo la difusión del dialecto toscano en los siglos XIV al XVI) a
la actividad productora de escritura, de tráfico y de comercio de
los hombres que la hablan, y como lingüista perspicaz, incluye todas
las formas en las que la lengua se reproduce, como las canzonettas y
las arias famosas cantadas por el pueblo una y otra vez. Los procesos
lingüísticos, recuerda, se dan sólo desde lo bajo hacia lo alto y
jamás se mantienen fijos sino que cambian junto con los hablantes,
motivo por el cual un idioma artificial e impuesto desde arriba como
el esperanto, sólo puede defenderse desde una posición
conservadora.
Como historiador de la lengua y
políglota advierte sobre aquellas teorías que no rastrean todas las
dimensiones de un vocablo para demostrar su verdadero origen,
oponiéndose a la tesis de la monogénesis, tan apreciada por los
sectores católicos, que Gramsci pulveriza con ejemplos que cita de
memoria por las condiciones materiales de encarcelamiento en las que
se encuentra.
Pero no es la filología la que lo
convocó finalmente sino la historia, a la que estaba vitalmente
comprometido y frente a la cual no tuvo escapatoria.
Publicado en diario Perfil, 20/7/2014