miércoles, 20 de noviembre de 2013

Caramelos surtidos

La literatura infantil de hoy



Extensísima y muy variada es la lista de autores que escriben y publican hoy sólo en la Argentina. Reconocida y valorada tanto en los foros internacionales como entre sus pares, la literatura infantil parece haber encontrado el espacio que sus pioneros -María Elena Walsh, Elsa Bornemann, fallecida a comienzos de este año, Javier Villafañe, Graciela Montes o Laura Devetach, entre otros- le reclamaban.

El humor, tan indispensable como requerido dentro del universo infantil, aparece explotado en todas sus posibilidades por escritores como Ricardo Mariño o Gustavo Roldán, con personajes presos del ridículo y el malentendido que los hace vivir todo tipo de aventuras desopilantes y exageradas. Animales, artistas de circo y hasta territorios como el monte, la selva o el conurbano, serán protagonistas de historias que escapan a los estereotipos.

La magia y las posibilidades que ofrece, como metamorfosis, duplicaciones, cambios de estado, sobre todo a partir de la palabra -desde los tiempos de la inefable “abracadabra”- capaz de tener efectos sobre las cosas, seducen a los pequeños lectores atrapados en su prosaica vida familiar cada vez más reglamentada y productiva y que, escritoras como Ema Wolf, Ana María Shua, Cecilia Pisos, Gabriela Kesselman o Ruth Kaufman, conocen de sobra.

En un mundo donde pareciera no haber lugar para la aventura y el descubrimiento, donde la obsesión por la seguridad encierra a los niños apartándolos de la posibilidad de perderse para encontrar caminos propios, de aparecer y desaparecer como en el juego preferido de los lactantes, o de cambiar de clase como en Príncipe y Mendigo, donde el aburrimiento, lejos de ser “el pájaro fantástico que pone el huevo de una experiencia” como lo definía Benjamin, es perseguido como el más peligroso de los terroristas, la literatura infantil aparece como el espacio donde todo está permitido, donde se cruzan la divulgación o la información con el entretenimiento, la didáctica con el juego o con la poesía y hasta los bebés desde los ¡ocho meses! encuentran una opción para ellos.

Así lo entienden las editoras de “Iamiqué”, una de las editoriales surgidas al calor del nuevo milenio, dedicada a divulgar, de manera lúdica pero rigurosa, los principios de la ciencia que por evidentes, resultan tan difíciles de explicar, como por ejemplo, “por qué el agua moja”. A la hora de definir a su lector, piensan en “pibes inquietos, interesados en conocer lo que pasa alrededor... es decir, la mayoría de los pibes, que prefieren todo aquello que los sorprenda, que los desafíe, que ponga en jaque su expertise, su saber o sus ideas previas”.

Considerado desde sus comienzos un género “menor”, ha encontrado, sin embargo, en algunas editoriales guiadas por la idea de un catálogo que perdure, la libertad de romper los límites de lo que usualmente se considera lo “infantil” y priorizar lo lúdico y lo estimulante en términos literarios y artísticos, aprovechando la capacidad de la ilustración de sumar posibilidades en este sentido. La colección “pípala” de la editorial Adriana Hidalgo, según su responsable, trabaja con esa consigna: publicar cuentos e ilustraciones fuera de lo común que interpelen también al lector adulto, quien sostiene la lectura infantil, por lo menos en los primeros años. La diversidad en la oferta, cree, generará lectores capaces desarrollar su gusto personal por la literatura.

Impresos en China, sus libros, cuidados objetos de arte, invitan a internarse en la lectura por la puerta de las artes plásticas, para encontrar historias fantásticas en los lugares más impensados.

Libros-album llaman a los de su catálogo en “ediciones del eclipse”. Como el que pretende demostrar premisas del saber popular como aquella que afirma que la música calma a las fieras, integrando ilustraciones fantásticas con elucubraciones absurdas que los emparentan con ciertos textos antiguos como los bestiarios medievales o los tratados de medicina.

El afán por hacer conocer a sus autores es lo que guía a la colección “Quelonios” de la Biblioteca Nacional, otro de sus nuevos proyectos editoriales. Algo del homenaje a María Elena Walsh se cuela en la elección de su nombre. Lo cierto es que ha decidido sumar a su acción comunitaria, la publicación de cuentos para chicos de nuestro país y de Latinoamérica, en la que incluye el premiado internacionalmente y censurado en nuestro país por la última dictadura, “Un elefante ocupa mucho espacio” de la gran Elsa Bornemann, una forma de homenaje y de restitución, desde el Estado, de un derecho vulnerado.

Pero no sólo en la elección de un nombre se exhibe la relación con la tradición. Pocos géneros literarios están tan pegados a ella como la literatura infantil. Las referencias, los homenajes, las parodias, las versiones y adaptaciones se multiplican con resultados diversos.

Todas las formas literarias del “mundo al revés” -que entre otras cosas, pone en cuestión la lógica adulta- tienen en Alicia... de Carroll el punto de referencia del cual parten y en María Elena Walsh, una parada imprescindible.

Un tópico que con frecuencia aparece ficcionalizado es el acto de leer y muchas veces los pequeños protagonistas, como Matilda, de Roal Dahl, o los personajes de Michael Ende, aparecen leyendo, sobre todo, textos clásicos. Quizás, una forma de afirmarse en el excluyente mundo de la literatura y de quitarse el mote de “hermana menor”. Premios prestigiosos recibidos este año por autoras argentinas, como el “Hans Christian Andersen” por María Teresa Andruetto o el “Astrid Lindgren” por Isol, vienen a confirmarlo.

Iniciándose en la lectura y en la vida

Ana María Shua confiesa que el primer libro “sin dibujitos” que leyó fue Azabache, para seguir por el camino obvio de toda su generación, la gloriosa colección Robin Hood. Si bien no reconoce a nadie en particular que la haya iniciado en este fervor, descubre en esta novela al libro iniciador que la llevó a encontrar la literatura en la Antología del cuento extraño, compilada por Rodolfo Walsh. A la hora de identificarse recuerda a Bomba, el niño de la selva o al Príncipe Valiente, modelos de valentía y arrojo, hasta el momento reservados a los personajes masculinos.

Unas décadas más tarde, los géneros “menores” parecen haberse convertido en la vía de entrada al mundo de la lectura. Para Ricardo Mariño las novelas policiales y del oeste que se vendían en los kioscos, así como las revistas de historietas, lo iniciaron en un camino que lo llevó a la biblioteca popular donde, sin ninguna guía, leyó compulsivamente lo que jamás encontraría en su casa por falta absoluta de libros.

Unos años después, las colecciones de novelas de aventuras parecen seguir funcionando como llave de acceso. Por lo menos es lo que confiesa Pablo de Santis, para quien Red Kid de Arizona de la colección Iridium fue la primera novela que leyó solo, junto con la enciclopedia Lo sé todo, desde el nombre, una invitación a satisfacer la voracidad infantil por el conocimiento.

El bovarismo, esa enfermedad propia de los lectores, encuentra en las novelas de aventuras el medio más fértil para provocar la identificación, ya que tienen un fuerte carácter iniciático: comienzan con un viaje al que un adolescente es convocado por un instigador (figura demoníaca a quien teme y venera) mediante un mapa, un objeto mágico o un relato fabuloso. Con él emprenderá un periplo rico en peripecias hasta afrontar a la Muerte misma. En el camino dejará, junto con la casa paterna, la infancia, como el protagonista de La isla del tesoro o el de Harry Potter, y si estos textos funcionan, es porque han tomado a los lectores como destinatarios de su historia. La narración, que retorna una y otra vez como el tiempo cíclico del mito del cual proviene, les provoca la angustiosa sensación de correr junto con el héroe su misma suerte y preguntarse qué les espera. A los que se atreven a iniciarse en esta nueva vida, lo que les espera es toda la literatura, ya no como un mundo autónomo de la realidad o en oposición a ella, sino como “un horizonte que nos revela el sentido del mundo a través de los ojos de otro”, como sostiene la Escuela de Constanza y su teoría de la recepción estética, para la cual la actividad creadora es la que permite tornar transparentes todas las otras funciones de la acción humana y descifrar, incluso en la distancia temporal, espacial o cultural, la experiencia del mundo.

La iniciación, hoy

Frente a la pregunta sobre cuáles serían los libros o autores de iniciación hoy, la escritora y especialista Elsa Drucaroff sostiene que si bien lo que convoca a un niño o una niña tiene que ver consigo mismo, el rol del adulto iniciador es decisivo. Considera que la Rowling y su genial saga de Harry Potter funciona como iniciadora a la literatura, tanto como los viejos Cuentos de la selva de Horacio Quiroga por mantener la fuerza original, El hobbit de Tolkien, Las mil y una noches o las novelas de Jack London.

Resume: funciona aquello que conmociona, tensa los límites y permite meterse en un mundo alternativo. Piensa que la literatura que evade los conflictos vitales aburre, como esas historias ñoñas y bienpensantes que alejan a los niños de la buena literatura, cuyo principio constructivo es encarar los conflictos y no evitarlos. Hoy las historias que muchas veces propone la escuela o los especialistas incluyen la temática de los derechos humanos o de los valores democráticos, pero no hacen más que disfrazar con contenidos actuales un fin moralizante y la literatura está en otro lado. Así lo expresaba su propio hijo, que a los cinco años tenía entre sus preferidos una versión de Caperucita roja en el que el lobo se terminaba masticando a la niña “hasta el último huesito”, o esa otra niña que pedía insistentemente que le contaran el cuento de Alí Babá, sobre todo, “la parte en la que cosen al muerto”. En los sentimientos profundamente humanos es donde reside la literatura.

Publicado en diario Perfil, 17/11/13

jueves, 14 de noviembre de 2013

Orígenes del policial rioplatense

El candado de oro

Varios autores

Si 1940 fue el año señalado por los popes del campo literario argentino como el del inicio de la literatura policial en este país, el académico e investigador Román Setton viene a subsanar este malentendido con la edición crítica de doce cuentos –escritos por distintos representantes de la Generación del Ochenta– que aparecieron en revistas y diarios de la época, formando una trama discursiva con las noticias policiales, muchas veces disparadoras del texto ficcional.
Esta compilación recupera toda una escritura decimonónica, novelesca y naturalista, deudora del gótico alemán y del policial inglés, de aquellos autores que, uniendo alta y baja cultura, captaron el shock que la explosión demográfica produjo en la subjetividad.
Para su antólogo, 1877 es la fecha del “inicio del género policial en la Argentina”. Pero recorriendo la lista de los ocho autores elegidos, nos encontramos con que dos de ellos son uruguayos, lo cual habla de una conocida operación de la crítica argentina de apropiación de autores y textos orientales para su tradición. En este sentido, este cuidadoso trabajo filológico de confrontación de las primeras ediciones no es la excepción.
Crimen y política inauguran la selección, con la crónica de la investigación que desnuda a los culpables verdaderos del asesinato del “Chacho” Peñaloza, escrita por José Hernández, el autor del Martín Fierro, a quien por este motivo cabría ubicar como antecedente del género de no ficción inaugurado por Rodolfo Walsh.
Carlos Olivera y Carlos Monsalve incursionan, a la sombra de Poe, en el terror gótico. En el cuento del primero, un científico loco experimenta con la psiquis de una joven viuda, mientras que en el del segundo, la obsesión amorosa convierte al protagonista en un autómata alienado, capaz de comprender los mensajes del futuro.
En los siguientes textos aparece ya una clara conciencia del género, con el personaje del detective definido en sus rasgos de pleno observador, verdadero rastreador de huellas, de una inteligencia que sobrepasa el común pero con las características propias de la narrativa rioplatense, tal como lo expresa el cuento del uruguayo Vicente Rossi, casi un manifiesto de los modos propios de narrar.
Paul Groussac, Eduardo Holmberg, Félix de Zabalía y Horacio Quiroga completan la serie, situando sus historias en distintos escenarios, como el campo bonaerense o la ciudad canalla con sus personajes del hampa que tan bien supo retratar el tango.
La crítica muchas veces nos descubre textos injustamente olvidados, con una mirada que reordena la historia cronológica del género. Sólo faltaría abandonar el paradigma colonialista a la hora de clasificarlos. Horacio Quiroga estaría muy agradecido.

El candado de oro. 12 cuentos policiales argentinos (1860-1910), edición, introducción y notas de Román Setton, Adriana Hidalgo, 2013, 270 págs.

Publicado en Otra parte semanal, 14/11/13

lunes, 11 de noviembre de 2013

Por qué leer a los clásicos

Colección Great ideas:


Portada de El contrato socialMarco Aurelio, MeditacionesPortada de De la sabiduría egoístaPortada de Eichmann y el HolocaustoPortada de La mano invisiblePortada de El porvenir de una ilusiónPortada de El libro del TaoPortada de UtopíaPortada de Vindicación de los derechos de la mujerPortada de Imperialismo: la fase superior del capitalismo

Contra la afirmación acerca de que la filosofía es un discurso críptico referido a cuestiones abstractas, los editores de Penguin en el Reino Unido y más tarde Taurus, para los lectores hispanohablantes, encararon la colección “Great ideas”, de la que se acaba de publicar la segunda parte, convencidos de la potencia de estos discursos que cambiaron la manera de entender la realidad en Occidente y por lo tanto, moldearon la realidad misma.
Darwin, San Agustín, Cicerón, Marco Polo, Proust, Trotsky, Shakespeare, Kant, Tagore y Maquiavelo fueron los autores publicados en la primera serie.
En esta segunda serie, los nombres de Rousseau, Marco Aurelio, Francis Bacon, Hannah Arendt, Adam Smith, Freud, Lao Tse, Tomas Moro, Mary Wollstonecraft y Lenín, nos hablan de una preocupación por definir las formas posibles de organización política y los fundamentos de estas prácticas.
Con un diseño de tapa que recupera desde la impresión y la tipografía el contexto en el que cada obra fue publicada, el orden que cada una tiene no guarda relación con la cronología, pero la lectura del conjunto sugiere varios recorridos posibles, uno de los cuales podría ser el contraste entre concepciones opuestas, planteadas con la convicción del manifiesto.
Leemos en El contrato social de J.J. Rousseau la justificación de la necesidad de perder la libertad natural en favor de la protección, por parte de la comunidad, de la propiedad individual y cómo el orden social será para el Iluminismo el fundamento de la vida civil, basado en convenciones por las cuales la fuerza se transforma en derecho y la obediencia, en deber, sentando las bases jurídicas de la Revolución Francesa.
Muchos siglos antes, probablemente en el VI a C. Lao Tse haya escrito el Libro del Tao, el texto que poética y fragmentariamente delineó la filosofía taoísta en la que postula una forma de organización de la vida en armonía con los principios de la naturaleza, en contra de la artificiosidad de las normas que regulan las relaciones sociales que, sostiene, sólo conducen al desequilibrio de la vida humana. Su filosofía política incluye la dimensión cosmológica porque entiende lo social integrado a la vida en un sentido amplio, en sintonía con la filosofía estoica, de la que las Meditaciones de Marco Aurelio son un exponente y que Francis Bacon en De la sabiduría egoísta, retoma.
El humanismo, desde otro lugar, nutrido de la literatura de viajes que la conquista de América le proveyó, imaginó formas de organización posibles como espejo invertido de su propia sociedad. Utopía, de Tomás Moro, tomando como modelo los nuevos territorios descriptos por Vespucio, pensó un estado ideal igualitarista donde no existe el dinero y la producción social está armónicamente orientada a satisfacer las necesidades de todos.
Dos siglos más tarde, un compatriota suyo, Adam Smith, en lo que se considera el primer tratado de economía, enarboló los principios del laissez-faire justificando el desarrollo de las economías centrales en la libertad sin restrcciones del mercado por parte del estado, asumiendo que es el egoísmo lo que rige las relaciones humanas.
A comienzos del siglo XX, podían vislumbrarse las consecuencias del “dejar hacer” en la economía, y Lenín, en Imperialismo: la fase superior del capitalismo, profetizó sobre la aparición de una economía monopólica que la concentración del capital y la producción generaría. Describió el estado del imperialismo en ese período y advirtió sobre la emancipación del capital financiero, del que hoy estamos viviendo una de sus mayores crisis.
Contemporáneamente, el principal teórico de la subjetividad, Freud, aparecía produciendo una obra en progreso, El porvenir de una ilusión, un texto en el que asistimos al nacimiento de un conjunto de ideas provisorias sobre las máscaras que el sufrimiento adopta y los modos que esta teoría propone para desarticularlas, partiendo de la certeza de que para los hombres es “un peso intolerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posible la vida en común”.
Unas décadas más tarde, Hannah Arendt denunció, en su ensayo Eichmann y el holocausto, la connivencia con el nazismo por parte de la dirigencia sionista y cómo, para escándalo de los bienpensantes, la crueldad más infinita puede anidar en el cuerpo de un oscuro burócrata, es decir, en cualquiera de nosotros.
Otra mujer, Mary Wollstonecraft, dos siglos antes, en Inglaterra, derribó la imagen de la mujer como “bello defecto de la naturaleza” y reclamó para su género los mismos derechos que la burguesía tomaba para sí en Francia en Vindicación de los derechos de la mujer, un texto con el que marcó el camino a las feministas inglesas.

Cinco título más completan la colección, que esperamos lleguen pronto a estas costas. Porque, si la guerra es la continuación de la política por otros medios, conviene recordar que “toda batalla es, entre otras cosas, una disputa de ideas”.

Publicado en diario Perfil 10/11/13

El escritor y sus criaturas

A ciencia incierta


Pocas cosas resultan tan inquietantes como la figura de un escritor. La literatura y el cine no han sido muy piadosos con este personaje, definido muchas veces como egocéntrico, aislado o irascible, que habita una zona liminar entre la realidad cotidiana y la ficción. En nuestro país grandes narradores, clásicos del fantástico que han trascendido nuestras fronteras -y que este autor recorre, y cita explícitamente- se han interrogado en sus ficciones sobre el instrumento con el que el arte intenta, infructuosamente, penetrar la realidad.
Del escritor por encargo, improductivo y bartlebyano del primer cuento que encuentra en el humor la grieta por donde crear, hasta los “usurpadores de cuerpos”, uno de ellos convocado para terminar los manuscritos inconclusos de un escritor que retorna, empujando a su “doble” a preguntarse si el yo no es más que una “tenebrosa ficción en primera persona”; o aquel que a fuerza de imitar el estilo de otro escritor lo reemplaza hasta reduplicarlo; o el presidente del jurado de un concurso que reconoce en el cuento ganador la confesión de las infidelidades de su ex esposa.
Pero otra figura de artista más tenebrosa aparece en los relatos: la del científico loco, gran manipulador, capaz de empujar a un neófito fotógrafo a un ritual indígena que lo hará, como al protagonista de “La noche boca arriba” de Cortázar, coexistir en diferentes tiempos históricos. O la del artista plástico y biólogo Dr. Moret, que experimenta con su crítico y curador, hasta convertirlo en su mejor obra.
Los macabros personajes, en los cuentos de este autor, retornan como autómatas, y nos recuerdan cuán inestables son las fronteras de lo que por comodidad llamamos realidad.

Publicado en diario Perfil 10/11/13