domingo, 12 de julio de 2015

El eros del saber

La forma inicial. Conversaciones en Princeton

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            De los muchos oficios a los que Ricardo Piglia se dedicó a lo largo de su vida -escritor, crítico, ensayista, traductor, editor- no hay duda que es el de profesor en el que más cómodo se encuentra. Las once conversaciones que forman este libro, la mayoría, publicadas en revistas académicas, cuando no, en compilaciones críticas, son una muestra de un género que logra convertir la entrevista en un intercambio apasionado de ideas, mucho más afín a la tarea intelectual, que encuentra en el diálogo con un interlocutor -imaginario o no- la posibilidad de ser de la escritura.
            Muchas de estas conversaciones tuvieron lugar en la academia norteamericana, el espacio “contra-público”, como él lo define, de autonomía en relación al poder del Estado y de los medios masivos, que descubrió cuando el espacio público en la Argentina se volvió irrespirable, sobre todo para un intelectual formado en la segunda vanguardia, la de los 60, que tornaba indistinguible la política de la poética, y que se planteaba como único modo de intervención “la espada, la pluma y la palabra”. Fue ese otro espacio, la universidad norteamericana, el que le permitió reconfigurar su lugar en el campo político y literario argentino, después del quiebre estructural que se produjo mundialmente a mitad de los 70, con la derrota de los proyectos de cambio como el que él mismo sostenía desde la militancia en el maoísmo y desarrollar los temas que elaboró y difundió en los años siguientes en las universidades de Princeton, Harvard y Buenos Aires, siguiendo la consigna de Joyce: “silencio, exilio y astucia.”
            Lo cierto es que el nuevo mapa político lo encontró reflexionando sobre la historia argentina (su primera vocación) en el interior del juego literario, en la idea, tomada del historiador de la literatura Jean Pierre Vernant, de que “la forma es la historia misma” (de la que su novela Respiración artificial resulta una muestra acabada) y llevando al ámbito de lo privado, la escritura, lo que hasta unos años antes debatía públicamente desde revistas literarias como Los Libros.
            Desde ese mismo lugar concibe la crítica, como una hermenéutica, válida si construye conceptos a partir del análisis de los textos que sirvan para entender el funcionamiento de lo social. Es en esos términos en que plantea su análisis de la novela corta, ligando esta forma narrativa, la nouvelle, al secreto, al que vincula con la máquina estatal y el poder político, como aquel que sabe y oculta y a la vez hace hablar.
            Su trabajo como editor de literatura policial respondió también a una necesidad de intervenir en el debate acerca de qué es la literatura realista, un debate que en los 60 estaba a la orden del día y que encontró en el policial una respuesta, en la medida que trabajaba lo social como enigma desde el corazón mismo de un género popular y que le permitió descubrir a la vez un modelo de relato como investigación que tomó para su propia ficción.

            El ethos que guía su trabajo pedagógico es enseñar el modo de leer propio de los escritores, como una forma de desvío con respecto a la crítica académica, que tiene su antecedente en Borges (y esperemos no despertar los sentimientos de propiedad amenazada de María Kodama), “el más extraordinario lector de vanguardia”, que habla de un modo de usar los textos, de posicionarse frente a la tradición y de reordenar el canon para hacer la diferencia. Y como buen maestro que contagia su pasión por el conocimiento, nos manda a todos a investigar (“alguna vez habrá que estudiar…”) objetos tan extraños como “la presencia del peronismo en el concepto borgeano de la realidad”. Un desafío lanzado en un tiempo dominado por el sistema-mundo capitalista, desde una práctica improductiva y anti-social como es la praxis literaria, quizás su modo de concebir hoy la utopía.

Publicado en diario Perfil, 5/7/15