domingo, 23 de octubre de 2022

El autotaller de escritura de Mariano Quirós

 Ahora escriba usted

 

            Un taller de escritura donde el que se larga a escribir es el maestro. Así es el nuevo libro del chaqueño Mariano Quirós, elaborado durante la pandemia para el taller “La luz mala”, que acaba de ser publicado con el propósito de animar a los lectores a perderle el miedo a la hoja en blanco.

            Y comienza diciendo que escribir es como hacer un pozo, es construir un lugar donde refugiarse de las inclemencias del tiempo pero sin dejar de lado la incomodidad.

            Si los tres temas de la literatura son la vida, la muerte y el amor, escribimos con sus hilachas, asegura y convoca, desde el imperativo de las consignas, a cavar el propio pozo donde sacarse el disfraz social y explorar las zonas de incomodidad, para escribir desde la impunidad de la niñez o del saber absoluto de la adolescencia. Nos invita a escribir sobre las rutinas y alterarlas, para dar paso a lo inesperado o a narrar la vida de un perro y explorar el poder sobre otro.

            El cuerpo y los oficios, esos trabajos tan alejados de la vida intelectual, es otro de los disparadores, así como el monstruo que nos habita y que nos empeñamos en domesticar y nos insta a aprovechar el terreno que nos ofrece la literatura para hacerlo emerger y explorar el mal en todas sus formas.

            Transformarse en un espía para inmiscuirse en la vida de otro hasta perder la propia es otra de las propuestas ligada al secreto como motor que hace funcionar la historia y propone narrar un suicidio, ese misterio insondable.

            El viaje, la ruta, el automóvil, desde estos tópicos centrales de la literatura del siglo XX, nos invita a pisar el acelerador y llegar hasta donde dé. Caminar la ciudad, poner el corazón y narrar el amor total o violentarse de todas las maneras posibles, así como narrar la espera, la culpa, las obsesiones o las enfermedades hasta encontrar lo que saca lo mejor de uno.

            Pero sobre todo tengamos fe, nos pide el autor. Porque la literatura, esa religión pagana cuyo ritual es escribir, requiere que nos entreguemos en cuerpo y alma.

Publicado en La Gaceta de Tucumán, 23/10/22

           

viernes, 21 de octubre de 2022

Entrevista a Tim Maughan

 

Recién llegado a Buenos Aires para participar del Filba, el autor de uno de los títulos que inauguraron la colección “Efectos colaterales” de la editorial Caja negra, Tim Maughan, es un artista escocés que vive en Canadá trabajando para las empresas y gobiernos que desarrollan proyectos que se encargan de pensar el futuro. Pero además, proviene del riñón de la contracultura inglesa cuyo epicentro fue la ciudad de Bristol, cuando el arte callejero y la música urbana se apropiaron de una ciudad que había reemplazado la conflictividad social por la gentrificación y que sus habitantes, mayoritariamente jóvenes, convirtieron en una caja de resonancia del espíritu contestatario.

Detalle infinito, la novela que vino a presentar, es una ficción especultativa que nos pone frente a un escenario donde las sociedades centrales hipertecnificadas han alcanzado un grado de control sobre sus habitantes mediante el concepto de “ciudad inteligente” que sorprendería al mismo George Orwell y que un ataque de un grupo hacker organizado hace implosionar.

En una larga entrevista, el autor habló con La Capital acerca de las motivaciones que lo llevaron a escribir esta novela en la que un ciberatentado hace colapsar internet de una vez y para siempre, produciendo una revolución en el sentido político e histórico con consecuencias extremas.

- ¿A qué te referís con el oxímoron “detalle infinito”?

Es una expresión que usé en un cuento que escribí en 2012 y siento un gusto personal al encontrar una frase o motivo que me guste y volver a ese grupo de palabras. Algo así pasa en la música, los músicos tienen motivos a los que vuelven recurrentemente, entonces quise hacer algo similar a lo que ellos hacen, pero en la literatura. Y el título, como te decía, originariamente tenía otro nombre: God’s switch, algo así como la tecla de Dios, que era el nombre de un sello discográfico y la idea era que el mundo se apagaba con un botón, pero a mí no me gustaba el tono religioso que tenía. Y aunque por mucho tiempo ese fue el título que iba a tener, volví a esa frase que me parece que captura mejor el sentido de lo que se habla en el libro: que hay cosas que pasan en el mundo de las que no sabemos nada, que son invisibles, como los flujos de datos, y el oxímoron me pareció que expresaba todo esto.


- Esta es una novela retrofuturista que plantea un escenario futuro, una vuelta atrás en el aspecto tecnológico. ¿El futuro sólo es posible pensarlo dialécticamente y no como continuación o evolución?

No me gusta mucho que me consideren un escritor retro-futurista. Yo trabajo para varias empresas y gobiernos en proyectos que se encargan de pensar el futuro, por lo que siempre estoy pensando en la tecnología y en el futuro como dos factores que se entrelazan. Y me gusta transmitir esto en la literatura. Eso que vos captaste acerca del progreso, respecto de lo que el sentido común ve como algo lineal, que evoluciona, estamos viendo que eso puede cambiar, ser interrumpido, ir para atrás o hacerse cíclico y esto es algo que el Norte global ya ve, que ese progreso puede verse interrumpido. Algo que podemos ver en las noticias, con todo lo que está pasando con las mujeres en el mundo, la inflación, la guerra de Ucrania, donde la tecnología se ve muy afectada. En el libro hay cosas que, si bien no han sucedido todavía, es muy probable que sucedan. Y si bien, desde los centros de producción tecnológica siempre se sostuvo que, cada dieciocho meses, las tecnologías se vuelven el doble de poderosas y el doble de baratas, hoy vemos que no es así. Las tecnologías no son baratas, al contrario, son cada vez más caras, cada vez menos gente puede acceder a ellas y esto genera una brecha en la gente. Eso lo vi en las cadenas de suministro que estudié en China cuando estuve viajando durante una semana en un buque porta-contenedores de mercancías y ahí pude ver la fragilidad del comercio mundial.

- Los sucesos de la novela se desarrollan en la ciudad de Bristol, la cuna de un movimiento contracultural que tiene a Bansky entre sus activistas más conocidos y en un barrio en particular, Stokes Croft. ¿Por qué elegiste un contexto tan realista para elaborar un relato de ciencia ficción?

Yo viví en Bristol por más de diez años en la época en la que salía mucho, iba a tomar algo, trabajaba de disc jockey y siempre fue un barrio muy conflictivo, con mucha inmigración china, jamaiquina, pero después vino la gentrificación y recién después la contracultura. Y el graffiti siempre fue muy importante para mí, donde encontraba un fuerte sentido de rebelión, aunque me costaba explicar la relación entre el graffiti y la ciudad de Bristol. Al principio yo estaba en contra pero después me convertí en un defensor y empecé a promocionar hasta festivales de graffiti. En cuanto a Bansky, para muchos puede parecer que su trabajo es inmaduro, básico o hasta obvio, pero en realidad representa bien lo que es el graffiti, que es la inmediatez. Cuando yo iba a trabajar me encontraba con tres obras de Bansky en el camino y hoy sería como ver un Van Gogh y pienso que en cien años su valor va a aumentar. La relación que yo le encontré con la ciencia ficción es su poder de hackear la ciudad. Es una tecnología que permite saquear el espacio de una manera lícita. En mi primer libro, Paintwork, que es una colección de cuentos, de lo que se trata es de hacer un hacking digital y se me ocurrió yendo a trabajar. En esa época había unos carteles publicitarios al costado del camino diseñados para estar muy cerca de la gente. Nosotros pasábamos en colectivo o caminando y estaban tan cerca que podías ver hasta los píxeles. Resultaban, la verdad, opresivos, sofocantes, muy invasivos. Y la gente empezó a rayarlos, a destruirlos, entonces los terminaban bajando y dejando libres las paredes que aparecían todas graffiteadas y terminaban intercalándose con los otros carteles. Es interesante ver el contraste entre las imágenes legales y las ilegales y ese contraste me parecía de ciencia ficción. Me interesa toda manifestación visual contracultural porque me sirve para explicar cuestiones del presente y del futuro.

(N.de R.: En total sintonía con el propósito de la colección, la imagen de la tapa pertenece a Denys Evol, un artista brasilero que hace graffitis digitales, a la que luego se trabajó para transformarla a 3D.)

- Y en medio de ese escenario apocalíptico se desarrolla una hermosa historia de amor. ¿Este es un relato optimista?

Me suelen llamar un escritor distópico por obvias razones, pero ese es un término que no se ajusta demasiado a lo que hago. Como dijimos, el progreso no es el mismo para todos, todo depende de dónde estés parado. Los problemas de suministro, las problemáticas laborales son diferentes para cada realidad. Pero creo que escribir sobre distopías y apocalipsis es un ejercicio optimista, cuando lo hacés por las razones correctas, es decir, para señalar lo que está mal, lo que hay que cambiar. Y en este libro yo no quise preocupar sobre qué pasaría si nos quedáramos sin internet, sino pensar para qué lo usamos y a quién pertenece. Y hay un ida y vuelta entre un antes y un después del apocalipsis (que quizás esté más en el antes que en el después) y el final es deliberadamente conflictivo y violento pero a la vez, optimista. Y si bien el amor es muy importante, para mí es súper importante la música. El amor y la música son cosas que, aunque todo vaya mal, vamos a seguir buscando y disfrutando. Así que, sí, definitivamente el libro tiene una veta de optimismo.

- En un momento de desarrollo tecnológico en el que el mundo virtual está al borde de reemplazar al mundo físico, con el metaverso, la ciencia ficción está poblada de fantasmas. ¿Esto habla de un estado de nuestra sociedad actual, por lo menos en los países centrales?

En mi trabajo estoy muy enfocado en el tema de la realidad virtual pero, a pesar de rechazar todo lo que tiene que ver con el metaverso, me parece que tiene un potencial muy grande, ofrece un espacio ilimitado para trabajar, para explotar y para explorar, lo malo es en manos de quién está. Vivimos en ese sentido en un mundo de fantasmas que son los fantasmas del capitalismo, un dinosuario que está colapsando bajo su propio peso, con el cambio climático y tantas otras cuestiones, pero, en vez de pensar qué está pasando ahí, sólo pensamos en reciclarlo y mandarlo al mundo digital. Y la pandemia, que debería habernos enseñado un montón de cosas, nos encuentra esperando volver a la normalidad. Yo digo, no queremos volver a esa normalidad. Al final, con la pandemia no aprendimos nada porque, en vez de pensar qué es lo normal, qué es el trabajo, qué es la energía y la contaminación, volvimos otra vez a lo mismo. A pesar de que la pandemia expuso toda esa fragilidad del entorno, no supimos cambiar las cosas y terminamos viviendo con esos fantasmas.

- Producimos datos para los dueños de las empresas. No somos robots, como imaginaba cierta ciencia ficción de hace cincuenta años, sino que somos usuarios que no deciden nada, los algoritmos deciden por nosotros. ¿El hacktivismo organizado es el camino para enfrentar esto?

El libro se hace esa pregunta pero no necesariamente la responde. Para mí la respuesta es sí y no. Un poco es el tema del manifiesto del grupo hacktivista, los DRONEGOD$, que puede sonar extremista pero es un poco esta representación. Podemos ver los debates que se dan en las redes y plataformas en donde hay hacktivismo, que dieron sus frutos, como el Black Lives Matter donde yo mismo marché en Nueva York y que me enteré porque se estaba organizando por Twitter. Generamos capital para estas empresas desde el momento que nos logueamos. Hay un conflicto al utilizarlas pero hay una dualidad en esto. Son tanto una herramienta al servicio nuestro como un mecanismo de control y de expoliación de datos.

- ¿Cómo imaginás el postcapitalismo?

He tratado de imaginármelo pero quedo atascado, como todo el mundo, y acá cito la frase que se atribuye a Jameson, a Fisher o a Zizek, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Pienso que es tan difícil imaginar una cosa como la otra, pero el hecho de que estemos haciéndonos esta pregunta significa que podemos imaginar la respuesta. Es una lucha para la imaginación, y el arte y la literatura son el mejor modo de ensayar una respuesta.


Detalle infinito

Narrada en dos tiempos: un antes y un después del crack que acabó con todo lo que sustentaba el capitalismo, el sistema que parecía indestructible, sostenido en las comunicaciones digitales, el flujo de capitales y el comercio exterior, los capítulos se alternan entre estos dos tiempos irreconciliables para describir un mundo que pasó del control hipersofisticado de la vida, el biopoder, a un escenario fantasmal que recuerda a Mad Max, donde un ejército de sobrevivientes se dedica a reciclar los restos de los pocos productos manufacturados que han quedado en pie, ya que los dispositivos, como los autos autónomos y las ciudades inteligentes, han pasado a ser basura inservible.

Y frente a una clase parasitaria que en el tiempo anterior podía triplicar su riqueza con solo un pestañeo, los sobrevivientes de la catástrofe tecnológica resisten la destrucción poniendo a funcionar viejas-nuevas tecnologías y modos de producción comunitaria, mientras rebuscan, entre los escombros de la ciudad donde estalló el conflicto, Bristol, noticias de sus familiares desaparecidos.

Los protagonistas, un grupo de artistas anti-sistema (entre los que asoma un personaje llamado Melody, una velada referencia a la película de Alan Parker, esa gran historia de amor y de rebeldía que sucede en una pequeña ciudad inglesa) transitan los dos tiempos, buscando los restos de una utopía social y recuperando los sonidos de una época trágica y desmesurada a la que parece nos estamos acercando irremediablemente.

Publicado en La Capital de Rosario, 16/10/22

viernes, 7 de octubre de 2022

A la caza de Rodolfo Walsh

Emboscada

La historia oculta de la desaparición de Rodolfo Walsh y el misterio de sus cuentos inéditos

 


Que la investigación que llevaron adelante Rodolfo Walsh y Enriqueta Muñiz que desembocara en Operación masacre es un norte para el periodismo de investigación, no caben dudas. Siguiendo el camino trazado por Walsh, el periodista Facundo Pastor se sumergió en los archivos de la dictadura para desentrañar la cacería que llevó adelante el grupo de tareas 3. 3/2 para dar con el paradero de uno de los cuadros principales de Montoneros, responsable de su Inteligencia gracias a sus conocimientos de criptografía y a sus habilidades detectivescas y de divulgar las atrocidades del régimen militar a las principales agencias de noticias del mundo.

Pero en el camino se encontró con otro corpus desaparecido: sus papeles personales, entre los cuales se encontraba el cuento “Juan se iba por el río”, cartas, escritos políticos, notas sobre el bombardeo del 55 a Plaza de Mayo para el relato “El aviador y la bomba” y bocetos de cuentos que había decidido publicar y que la patota de la ESMA se llevó, junto con su máquina de escribir, cuando allanó su casa de San Vicente. Un corpus del que algunos sobrevivientes dieron testimonio de haber visto y leído con el fin de rememorar y que la Marina clasificó y catalogó con el propósito de preservar, pero que todavía permanece desaparecido. En la búsqueda de esta obra inédita se empeñó el autor de esta investigación, trazando un camino que continúa abierto.

Publicada en El diplo, 4/10/22

 

Alfonsina y Clarice periodistas

 Un libro quemado, de Alfonsina Storni y 

Todas las crónicas, de Clarice Lispector

 



Dos libros periodísticos acaban de publicarse: la reedición de Un libro quemado, de Alfonsina Storni y Todas las crónicas, de Clarice Lispector. Dos autoras con una importante obra literaria que encontraron en el periodismo una fuente de ingresos y el lugar donde desplegar, en el caso de Alfonsina, todas sus preocupaciones por la condición de exclusión de las mujeres en las primeras décadas del siglo pasado y en el de Clarice, una continuación de su proyecto literario por otros medios.

Dos escritoras de una condición de clase diferente que se revela en el modo en el que abordan cuestiones políticas. Mientras que, en los textos de Alfonsina, las urgencias políticas toman la forma de la denuncia, en los de Clarice, tienen la eficacia literaria de un manifiesto.

 

            Todas las crónicas es el resultado de una tarea nada sencilla, la de organizar el conjunto de las columnas que Clarice Lispector escribió para diarios y revistas de Brasil a lo largo de tres décadas. Los textos, de una variación temática y estilística que la palabra “crónica” no da cuenta, pertenecen a una autora que se desentendía del concepto de género y concebía cualquier espacio de escritura como el terreno donde desplegar una obra en proceso, cuyos fragmentos reutilizaba para sus ficciones. “Siempre me ha interesado lo que no sirve” alega cuando justifica la elección de los temas.

            La mayoría de las crónicas pertenecen al periódico Jornal do Brasil, donde colaboró durante más tiempo, entre 1967 y 1973, y el resto de los textos, a O jornal (entre 1946 y 1947), las revistas Senhor (de 1961 a 1962) y Joia (de 1968 a 1969), el diario Ultima hora (de 1977) y otros, sin fecha, reunidos en Para no olvidar. Esta edición agrega a las crónicas ya publicadas por la editorial Adriana Hidalgo, 64 textos inéditos entre los cuales están los únicos dos poemas que escribió.

            El rescate de estos textos permite una comprensión abarcadora del universo clariceano, sus opiniones sobre otros escritores y en algunos casos, sobre la situación política brasilera.

            En él, pequeños relatos sobre cuestiones domésticas conviven con afiladas críticas de arte y con frases que tienen la intensidad de un haiku o de un texto presocrático. Lo que vemos, sencillamente, es la máquina Lispector funcionando: despojada de hechos y maravillada frente a un mundo visto por primera vez, en un mismo movimiento, une la percepción con el pensamiento y la intuición. Los hechos, la peripecia, no son el objeto de su escritura, sino su naturaleza, porque de lo que se trata es de captar su misterio y no de explicarlos. El hechizo, la magia, el trance es el modo de abordar y poseer la cosa misma, pensar dentro de ella, vivir más allá de sí, desarticulando los límites de lo humano como síntesis de su proyecto estético y ético. “Ciertas páginas, vacías de acontecimientos, me dan la sensación de estar tocando en la cosa misma, y eso es de la mayor sinceridad. Es como si esculpiera.” Una imagen con la que Tarkovski definió al cine, que en el caso de esta autora reclama de la lectura una mirada única que capte el instante.

            “No se puede llamar crónica lo que escribo. Pero sé que hoy es un grito” advierte sobre algunos textos fragmentarios que, como una oración laica o pequeños tratados de ontología, parecen escritos en estado de trance.

            Cuando reflexiona sobre el arte o muestra la cocina de algunos de sus cuentos, exhibe su maestría en el arte de expresar ese borde en el que lo íntimo y lo público se tocan, una zona porosa y contradictoria como “un secreto que todos sabemos”. De ahí quizás provenga la profusión de oxímoron (“mi alma florecía como un áspero cactus”) con los que intenta captar el devenir, el proceso de todo lo que vive.

Algunos de estos textos, si se escandieran, podrían transformarse en poemas, ya que su prosa reclama un pacto de lectura poético. De hecho, los músicos Cássia Eller y Cazuza recogieron frases suyas para componer la canción “Que o Deus Venha”: “Soy inquieta y áspera y desesperanzada./ Aunque amor dentro de mí yo tenga./ Sólo que no sé usar amor./ A veces me araña como si fueran agujas. / Corro peligro como toda persona que vive. / Y lo único que me espera es exactamente lo inesperado.”

En sus críticas de arte exhibe una gran erudición y un conocimiento muy cercano del arte de sus contemporáneos, lo que demuestra una posición muy activa en el campo cultural brasilero. Fotógrafos, pintores, escultores, músicos populares, poetas son entrevistados por ella, lo que resulta un diálogo entre pares. Frente a la remanida pregunta sobre el sexo de la literatura, se desmarca de una “literatura femenina” y sostiene que los escritores no tienen sexo o, en todo caso, tienen ambos.

“Estoy en pleno corazón del misterio. A veces mi alma se retuerce por completo.” No para comprenderlo, sino para transportarse, como una iniciada, junto a los lectores, dentro de él.

Crónica de Londres. Rescata al Londres de su memoria para hacer una crónica que sintetiza, en una página, todo el espíritu londinense de comienzos de los 70, cuando la belleza de la fealdad es, en el recuerdo añorado de su estadía en esa ciudad, uno de sus rasgos distintivos.

            Glosarla es traicionarla, por lo tanto, el mejor homenaje es citarla. “Intento mezclar palabras para que el tiempo se haga… enviando una flecha que se clava en el punto tierno y neurálgico de la palabra”.

 

Un libro quemado

            Los comentarios que Teresa de Jesús escribió al Cantar de los Cantares y que fueran quemados por orden de su confesor es lo que le dio nombre a Un libro quemado, la recopilación de las columnas que Alfonsina Storni escribió entre 1919 y 1921 en la revista La Nota y el diario La Nación, donde fustigó, desde las mismas secciones dedicadas a la mujer, los discursos sociales (publicitarios, médicos, legales) que sostenían las diferencias jerárquicas entre los géneros, y que son de una actualidad pavorosa.

            El incipiente movimiento feminista y sufragista -que ya había formulado contundentes demandas civiles y políticas- tiene un lugar destacado en sus intervenciones, así como las huelgas de trabajadoras y la lucha por la modificación del Código Civil en cuanto a las restricciones de la libertad impuestas para las mujeres.

            “Basta de víctimas. Piedad queremos” reclama Alfonsina, cuya maternidad siendo soltera la llevó a sufrir todo tipo de discriminaciones, sobre todo, por parte de muchas mujeres. Pero, lejos de considerarse una víctima pasiva, cuestiona la posición de aquellas que abandonan su independencia y su desarrollo personal y entienden que la única salida es el matrimonio, las mismas que, sostiene, se oponen furiosamente a la ley de divorcio.

            No fue fácil el lugar que le tocó a Alfonsina, podemos imaginar hoy, cuando las reivindicaciones más básicas (como no ser asesinadas por el hecho de ser mujer) todavía son cuestionadas por un gran porcentaje de gente, y la herramienta de la que se valió fue la ironía, esa figura retórica con un mensaje implícito opuesto al pronunciado que puede resultar un arma letal. Como cuando desarma los supuestos de las “incapacidades relativas de la mujer”, reconociendo “el parloteo con que nos aturden las gentiles cabecitas huecas” femeninas obligadas, por la misma sociedad que las condena al ámbito doméstico, a desactivar cualquier intento de desarrollo intelectual o profesional. O el seudónimo que elige para firmar sus columnas del diario La Nación, Tao Lao, que evoca la sabiduría de un filósofo oriental, por supuesto, hombre.

            De la misma manera, deplora el uso de los “encantos” femeninos para sacar ventajas personales que, sostiene, debilitan la lucha de las mujeres por la conquista de sus derechos y descubre, en el ardid femenino la contracara de la autoridad masculina.

            Imagina diferentes tipos de mujeres, “las crepusculares”, “la irreprochable”, “la impersonal”, “la emigrada”, “la madre” y expone la artificialidad de la repetición de gestos y actos en función de los mandatos sociales, adelantándose varias décadas a las formulaciones de Judith Butler en cuanto al género como construcción social y a los planteos de John Berger en relación a la doble mirada de las mujeres sobre sí mismas, habitadas por un supervisor masculino.

            Lee con mucho detalle a las poetas latinoamericanas contemporáneas, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Delfina Bunge de Gálvez, entre otras, y describe una pequeña sociología de la lectura diferenciada por clases y géneros.

            Alfonsina entendió perfectamente lo que significa el patriarcado y mientras construye el estereotipo de las diferentes mujeres trabajadoras exhibiendo una ironía digna de Niní Marshall (“-Señorita, de una vez por todas: “ocasión” con s de casamiento!”), hace el elogio de la mujer trabajadora y celebra en las numerosas profesoras que dirigían pequeños conservatorios de música, a incontables artistas anónimas.

            Su diatriba contra el amor romántico (que hoy vuelve, disfrazado de novedad) no le impide describir con bastante sarcasmo la figura de la “solterona” (“con un par de lentes montados sobre la nariz, una dulce bolsita de bilis a mano y dedos ágiles para pellizcar sobrinos”) mientras reclama a “los venerables padres y maestros de la Real Academia” borrar del diccionario la misógina palabrita.

Podemos imaginar a Alfonsina naciendo en Londres y formando parte del grupo de Bloomsbury, pero en vida real le tocó un lugar mucho más hostil al que se enfrentó, con mucha valentía e inteligencia, enarbolando la pluma y la palabra.

           

Recuadro 

Ambas escritoras ingresaron al periodismo, pero desde lugares diferentes. Mientras Clarice es la sofisticada esposa de un diplomático (y las referencias a las empleadas domésticas son numerosas), Alfonsina ingresa tempranamente al mercado laboral, primero como “fabriquera”, “empleada de escritorio”, maestra y más tarde, periodista. Algo de esta posición de clase se deja ver en el modo en que abordaron cuestiones ligadas a la perspectiva de género.

En Clarice aparece imbricada en el hecho literario y su proverbial sutileza le permite registrar la trampa que encierran algunos diminutivos como “paseíto” en el que detecta el miedo ancestral de las mujeres frente a una invitación masculina. O cuando imagina un día en la vida de una dama noble del siglo XVI y en un jarrón pintado por ella, una “obra anónima del siglo XVI” de cualquier museo.

Alfonsina, embanderada en el feminismo, llama al género masculino el “sexo rey” y desarma, con argumentos científicos, la supuesta debilidad del sexo femenino. “Ya veis, dulces mujeres, cómo hasta en la ciencia hay política”, señala con lucidez y reconoce en las poquísimas mujeres dedicadas a la medicina (Julieta Lanteri, Cecilia Grierson) el foco de un movimiento emancipatorio y a las responsables de abordar, con mucha valentía, cuestiones extremas como la trata y la prostitución.

Publicado en Tiempo argentino, 3/10/22