martes, 9 de octubre de 2012

Presentación de Quién vive y otros sentires

Quién vive y otros sentires
de Alberto Extremera


Se presentó este viernes 11 de mayo el libro de poemas Quién vive y otros sentires (Ediciones del Dock), del escritor Alberto Extremera, en la biblioteca popular "Centro de la Lectura" de Lavalleja 924, casi esquina Jufré, en el barrio porteño de Villa Crespo.

En el prólogo a la obra, la crítica María Eugenia Villalonga advierte:

"¿Quién vive? se pregunta Alberto Extremera en éste, su segundo libro de poemas, después de haberle hablado a los que le dieran nombre a su primer libro, Los restantes, marcando el espacio generacional de enunciación.
Y son muchos los que viven en su poesía, tantos, que parece no alcanzar con una sola voz para nombrarlos y tuvo que convocar a Camilo Bernárdez, su heterónimo, que asoma tímidamente en los últimos poemas, trayendo el contacto de otras lenguas, rimas, ritmo y convirtiendo la poesía en canción.
Si la historia de las luchas políticas arma el entramado que sostiene su escritura en ambos textos, en éste hay una inscripción más firme en la serie literaria. Cartas, manuscritos, baladas y hasta un boogie hablan de textos pensados para un destinatario y de una escritura que tiene mucho de diálogo con una zona de la poesía argentina de la que se apropia para construir su propia voz e interpelarla y, como la buena literatura, interpelarnos.
Si el encabalgamiento como matriz diseña su escritura, enlaza a la vez las dos zonas que estos textos transitan: literatura y política. Leemos en 'Balada para Haroldo Conti': 'de frente al río la sangría el párrafo / siniestro que no olvidamos (...)' Y enlaza a la vez el espacio de lo familiar, que tanto puede ser 'el elixir de una piel cómplice' que lo proteje del mundo, como convertirse en la experiencia de lo siniestro, cuando la voz materna se vuelve irreconocible en 'la mujer de mi padre'.
Y si deplora la desaparición de la palabra 'patria' para reencontrarla en un nosotros, señala con lucidez y precisión el espacio contra el cual elige plantar su voz, fijar su posición: 'el capital oculta / en el encofrado todos / los pasados contra él / (...) pero yo sigo / en mi terraza regando / mis plantas escribiendo / pensando de qué forma / imaginando cómo como / si urdiera una aventura”. Porque la vida (y la poesía) puede ser eso nos dice el poeta. Y que ambas valen la pena."

Publicado en el diario digital "Gaceta Mercantil", 12/05/2012

viernes, 5 de octubre de 2012

Entrevista a Laurent Binet

La historia de la barbarie y de la resitencia no se acaba nunca



El 27 de mayo de 1942 dos paracaidistas miembros de la resistencia checoslovaca atentaron contra Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo y máximo responsable del diseño de la “solución final” en lo que se conoció como la operación “Antropoide”. Traicionados por un camarada y acorralados por setecientos SS, se suicidaron después de ocho horas de combate.
Siguiendo los hilos que llevan a esta escena, Laurent Binet construyó una anti-novela en la que se sumerge en la mayor tragedia de la historia humana, la Segunda Guerra, en un combate entre la Historia y la narración, con el propósito de rendirle homenaje a los que se propusieron enfrentar la mayor máquina de guerra conocida hasta el momento.
Este relato apasionado y vertiginoso le representó a su autor el premio Goncourt a la primera novela y altísimas cifras de venta en su país.

- El libro se abre con una cita de Osip Mandelstam de El fin de la novela, pero de lo que está hablando todo el tiempo es del fin de la novela histórica. ¿Literatura y verdad serían incompatibles?
- Sí, efectivamente, aunque yo no diría incompatibles, sino que establecen relaciones muy difíciles.

- El texto está permanentemente intervenido por el autor que critica la verosimilitud como artilugio, el concepto de personaje, de narrador, de diálogo, sin embargo su construcción es la de un folletín, con sus héroes populares, sus historias de venganza, traición, amor, en un escenario bélico.
- Creo que es una buena novela. Es una novela que critica a la novela, pero aunque la critique, mi libro sigue siendo una novela.

- El texto es un combate contra la propia imaginación a favor de los hechos, por eso el uso de modalizaciones como “supongo”, “imagino que habrá dicho tal cosa”, etc. Pero cuando el autor dice que tiene ante sí determinado documento, de lo que se trata finalmente es de un pacto de lectura que haga que el lector le crea.
- Bueno, el lector puede ir a verificar que ese documento existe, de todas maneras.

- ¿El relato no es siempre una traición a los hechos?
- No me gusta la idea de que toda representación sea forzosamente ficción, sino más bien, una interpretación de la realidad y hay, desde luego, diferentes interpretaciones. Dicho esto, creo que hay ciertos núcleos duros de la realidad que hacen comprender que hay ciertos puntos que no dejan duda alguna, como por ej., que en Stalingrado los alemanes perdieron y los rusos ganaron; sabemos que Auschwitz existió; se sabe que este atentado ocurrió en Praga, en una curva, el 27 de mayo de 1942.

- Otro de los “blancos” de este texto es la pretendida objetividad del historiador. ¿Cómo fue pensado esto?
- Sí, la objetividad evidentemente es un mito. Me pareció más honesto exhibir mi subjetividad que engañar al lector. El lector sabe desde dónde hablo. Yo no soy objetivo justamente cuando hablo de los acuerdos de Munich donde Francia e Inglaterra traicionaron a Checoslovaquia. Tejí lazos afectivos con Checoslovaquia, así que si me escuchan pensarán que Chamberlain y Daladier son peores que Hitler, pero yo he dado los elementos de información para que entiendan que no hubo mala intención, que estoy lúcido en este punto.

- Aquí la escena narrada y el lugar de la escritura se funden en una suerte de pasión amorosa del autor con su historia, de obsesión.
- Se entrecruzan, sí, como profesor de Francés diría que el tiempo de la enunciación y el tiempo del enunciado se mezclan.

- Si bien el libro es un homenaje a los que combatieron al nazismo, el protagonista, a pesar de los reparos, ¿no resulta ser esa máquina de guerra que es Heydrich?
- Es verdad y lo lamento, en efecto. Tenía mucha más información sobre Heydrich que sobre los paracaidistas. Aún cuando los héroes sean ellos, sin duda, toda la primera parte del libro es casi una biografía de Heydrich. Si me apena desde un punto de vista sentimental, desde el punto de vista histórico la carrera de Heydrich me permitió armar toda la historia del Tercer Reich ya que él es un elemento clave de cada etapa del Tercer Reich y en el suceso del atentado que era lo que yo quería contar. Al seguir su carrera le agregué un sentido de epopeya que al principio no había pensado.

- Diría que resulta un personaje heroico.
- En todo caso sería un personaje novelesco. Yo no estaba fascinado con el hombre. Contrariamente al planteo de Jonathan Littell, no creo en él como en la encarnación del mal con mayúscula, aunque reconozco que desde el punto de vista literario Heydrich es un personaje fascinante.
- Decíamos que el libro comienza anunciando el fin de la novela pero si hay algo que combate es el fin de la historia.
- Sí, tal vez... La única conclusión posible es que esta historia no se termina nunca. Van a venir otros y van a agregar cosas a esta historia.

- Y lo que nunca termina es la historia de la crueldad.
- Por supuesto, la historia de la barbarie y de la resistencia, también, no se acaba nunca.

Publicado en diario Perfil, 30/9/0212

Entrevista a Fabio Morábito

Escribir es ocupar todo el espacio posible


Foto: Murístuka Buli
Está entre nosotros Fabio Morábito, autor trashumante, nacido en África, de origen italiano, al que sus años de vida en México lo han instalado en el universo del castellano (con el que construye perturbadoras historias de fugas, movimientos y temblores) para presentar dos libros de cuentos publicados por la editorial Eterna Cadencia: "La lenta furia" (2009) y "Grieta de fatiga" (2010), de los que habló en esta entrevista con Gaceta Mercantil.

¿Cómo conviven el árabe, el italiano y el castellano en tu escritura?
El árabe casi no tuvo influencia en mí ya que viví en Alejandría sólo 3 años y la familia se trasladó a Italia, de donde venía. A los 15 años nos fuimos a Méjico, el lugar donde vivo. De manera que la lengua en la que escribo es el castellano, la lengua que comparto con la comunidad de escritores. En italiano sólo he escrito pequeñas cosas en broma, como si hubiera sido escrito por otro que no fuera yo.

Venís a presentar dos libros publicados originalmente con casi veinte años de diferencia en los que parece, sin embargo, haber muchas continuidades. Estos motivos que se repiten -los espacios abarrotados, lo homogéneo, las familias numerosas-, ¿tienen que ver con una idea de obra?
Son temas o imágenes que me han perseguido a través del tiempo y que no tienen ninguna relación con mi realidad. Quizás sea la melancolía por la falta de lo tribal que está en la base de las familias numerosas lo que me haya impulsado. Esa posibilidad de perderse, de no asumir la propia personalidad que da el rebaño.
Pero también hay una obsesión en mí por el aprovechamiento de los espacios que es un reflejo del aprovechamiento del espacio literario. Escribir es ocupar todo el espacio posible, que cada elemento sea significativo. Es como el agua que ocupa fatalmente todos los recovecos, porque la tarea del escritor es ser exhaustivo, es preguntarse cómo llegar al fondo para cumplir con el lector.

¿Qué discontinuidades marcás entre los dos libros?
Pocas, verdaderamente. Quizás en 'Grieta de fatiga' haya otro tratamiento del tiempo, un trabajo con el presente más cercano al tiempo del cine. Habría en este libro más presencia de lo gestual, de lo corporal por sobre los diálogos. Y esto parece ser un signo de los tiempos, donde se percibe por todos lados la culpa por la ausencia de comunicación y pareciera que lo único que nos queda del otro son sus huellas, los residuos.

Casi todos los trabajos ligados a la literatura (la traducción, la corrección de estilo, la propia escritura, la interpretación) aparecen en tus relatos, pero la lectura pareciera tener otro estatuto: un trabajo de desciframiento de marcas de identidad, de huellas, gestos, grafías borroneadas, voces que llegan del otro lado de una pared. ¿Esto estaría relacionado con tu experiencia transhumante, translingüística?
El desciframiento para mí está relacionado con la soledad, porque ¿cómo saber del otro? Pareciera un ausente que deja signos que resultan más importantes que él. Por otro lado, es posible que tenga que ver con la inseguridad permanente en mí con respecto al castellano, mi idioma de adopción. La verdad es que el lenguaje nunca se deja atrapar, siempre sobrevive la sospecha de no haber podido decir todo.

¿Qué influencia tiene la traducción, el oficio de traductor en tu obra?
Me gustaría que otros lo dijeran: cuáles son las marcas que el oficio de traductor deja en mi literatura. A mí me ha ayudado a desconfiar del lenguaje, es una herramienta muy buena para revelarte su falta de inocencia. Y además ayuda a meterse en la imaginación del otro, que es la tarea del escritor, poder metamorfosearse.

Hay dos figuras que recorren gran parte de tu literatura: el volcán -esa fuerza subterránea que desborda y aniquila- y la esponja -especie de laberinto en 3D, ese espacio capaz de contener múltiples espacios- ¿a qué remiten?
La esponja, al miedo y al placer que produje el escondrijo, saber que siempre va a haber un lugar donde no me van a encontrar.
El volcán, por el contrario, es la confirmación de que jamás estaremos a salvo. La lava corre bajo nuestros pies y jamás sabremos en qué momento estallará. El título Grieta de fatiga lo tomé de la aviación: los materiales se fatigan y en algún momento aparece la grieta. La pregunta es ¿cuándo empieza la grieta, la crisis?

Pensaba en la connotación sexual que puede tener la figura del volcán.
Sí, podría ser. Para mí lo sexual está en el rebaño, sobre todo.
¿En qué lengua hacés los crucigramas?

En italiano, definitivamente. No hay manera de hacer los crucigramas en otro idioma que no sea en la lengua materna.

Publicado por Gaceta Mercantil - 14/11/2010 |

jueves, 4 de octubre de 2012

Historiografía y género

Mi historia de las mujeres
por Michelle Perrot



La historia de las mujeres, o su irrupción en el relato de los hechos de la historia, tiene en Occidente apenas treinta años, lo cual nos habla más de una concepción de la historia que del propio objeto de estudio. Y es contra esta concepción masculina que se alza la mirada de Michelle Perrot, quien inauguró en Francia una corriente de historiografía ligada a la Escuela de los Anales, a la que incluyó una perspectiva de género. Con estas herramientas, la autora intenta rearmar una historia propia de las mujeres con sus hechos destacables, sus luchas y rupturas, sus protagonistas -entre las que sobresale George Sand- y ver de qué manera los cambios en la historia modificaron la relación desigual entre los sexos.
Lo que predominó, sostiene, es el silencio. Si la historia para griegos y romanos es sólo el relato de los acontecimientos públicos, no sorprende que las mujeres, confinadas al espacio de lo privado (y habría que recuperar aquí la doble acepción del término "privado") estén ausentes. Recién en la segunda mitad del siglo pasado, con el impulso de los movimientos feministas y el auge de la antropología estructural, surgió el interés por el estudio de la subjetividad femenina, encontrando los historiadores una falta notoria de registros, de archivos, de huellas que las propias mujeres fueron borrando. Por otro lado, con lo que estos estudios se encontraron fue una superproducción de discursos, imágenes y concepciones masculinas acerca de las mujeres.
Frente a un mundo que se rige por el mandato aristotélico de la superioridad masculina refrendado por la ideología cristiana, las mujeres fueron encontrando las grietas por donde acceder a los saberes prohibidos: tanto la religión como la literatura les ofrecieron un espacio (en el primer caso el claustro, en el segundo, el salón) donde se apropiaron del latín -lengua del conocimiento- y de la escritura, con la que se fue conformando un público lector femenino que reclamaba textos que dieran cuenta de sus propias experiencias. Más tarde fue la prensa el lugar donde las mujeres propagaron su proyecto emancipador.
Perrot hace un recorrido por las zonas donde lo "femenino" se exhibe, como el cuerpo, la religión, los saberes, los diferentes trabajos, el espacio público, para confirmar una y otra vez el relato de la desigualdad en todos los planos. Desde el infanticidio y aborto de niñas practicados hasta hoy; el retiro más temprano de las hijas mujeres de la educación formal en las familias numerosas; la sinonimia entre mujer y maternidad que la cultura judeo-cristiana exacerbó hasta imponer el ideal de mujer-virgen silenciosa y abnegada frente a la cual cualquier disonancia era intolerada (100 mil mujeres quemadas "por brujas" durante los siglos del Renacimiento así lo confirman), hasta las múltiples variantes de la domesticación de su sexualidad, desde la explotación hasta la ablación.
El trabajo doméstico, invisible y a la vez imprescindible para el funcionamiento de la sociedad, fue naturalizado hasta conformar su identidad, como consecuencia de la necesidad de mantenerlas dentro del espacio doméstico. Estas supuestas "cualidades innatas" como la costura, aprovechada más tarde por la industria textil, justifica, además, la subcalificación de las tareas que desempeñan.
Pero, señala Perrot, a pesar de que el trabajo doméstico históricamente disminuyó, fue sustituido por el cuidado de los hijos en todas sus necesidades, por lo que queda en evidencia que lo que sigue en pie es el mecanismo de domesticación.
Un análisis tan detallado de los innumerables ejemplos de subordinación de las mujeres a lo largo de la historia resulta incompleto si no se historizan las causas de la opresión, que para una de las corrientes de la antropología feminista, la que dirige Judith Butler, se encuentran en la conformación de la organización del parentesco basado en el tabú del incesto, que instaura la división de los sexos en géneros -femenino y masculino- y conmina los seres humanos a la heterosexualidad, con el objetivo de constituir una mínima unidad económica, la familia.
Cuando Lévi-Strauss (quien desarrolló la teoría de la jerarquización de los sexos con su concepto de "intercambio de mujeres") describe, en Tristes trópicos, un pueblo después que los hombres han salido a cazar, dice: ya no quedaba nadie, salvo las mujeres y los niños. Con la esperanza de que las mujeres dejen de ser "nadie" y recuperen la visibilidad sustraída, Michelle Perrot encaró este trabajo.
Un último dato que no es menor: la autora fue nombrada en su país "Caballero de la Legión de Honor", galardón que esperamos haya rechazado aunque sólo sea como modo de poner en evidencia el sexismo que atraviesa el lenguaje.

Publicado por diario Perfil 10/08/2008

Extractivismo y dependencia

Renunciar al bien común












Una ola recorre Latinoamérica: la de gobiernos progresistas (populistas, la llaman algunos) que esgrimen una retórica anti-neoliberal, pero que sostienen el modelo de primarización de las exportaciones basado en la explotación de sus recursos naturales para satisfacer las exigencias del mercado internacional.
Si los 90 fueron los años de las privatizaciones de las empresas públicas y de los tratados de libre comercio, el nuevo siglo muestra la reacción contraria desde gobiernos que hacen propios los reclamos de los nuevos movimientos sociales que sostienen prácticas emancipadoras. Lo que parece una contradicción no es otra cosa que la continuidad de un modelo de saqueo que Eduardo Galeano describió con claridad en Las venas abiertas de América Latina y que expresa el posibilismo de estos gobiernos para los cuales no existe opción más allá de responder a las exigencias de los países centrales, así implique el despojo de sus territorios y de todos los bienes comunes a costa de la contaminación definitiva.
Este trabajo reúne los análisis y las propuestas de un grupo de pensadores latinoamericanos que acompañan a los movimientos sociales en su lucha por proteger del saqueo sus territorios y en su búsqueda de una forma de vida social que se piensa por fuera del paradigma universalmente aceptado del capitalismo.
Maristella Svampa, conocida entre nosotros, habla de un nuevo orden económico: el “consenso de los commodities”, sostenido por el boom de los precios internacionales de las materias primas, disparando el crecimiento de nuestros países y trayendo como consecuencia, la reprimarización de la economía que genera mayor dependencia y afirma que el marco jurídico para que las actividades extractivistas se pudieran desarrollar garantizando su extraordinaria rentabilidad, se constituyó en los 90, lo cual muestra la continuidad del modelo neoliberal en el actual. Una característica de este nuevo orden es que ha provocado la explosión de conflictos ambientales cuyos participantes invocan saberes invisibilizados hasta hoy, relacionados con los pueblos originarios y que ponen en cuestión la idea de desarrollo y su visión de la naturaleza en términos de capital.
La megaminería a cielo abierto, la explotación de hidrocarburos y los agronegocios son los pilares en los que se asienta la ilusión desarrollista de los gobiernos latinoamericanos, cuyos estados, productores y asociados a capitales multinacionales, se conforman con distribuir el excedente que estas actividades extractivistas generan y que no apuntan a la productividad, sino que conforman un modelo de economía rentista, que vive de la tributación de la explotación de los recursos naturales, en esta fase de capitalismo global, de “acumulación por desposesión”, como la define David Harvey. Es la lógica que impone el sistema-mundo: la de extranjerización y concentración de la propiedad de la tierra para la producción de soja, que exige cada vez más agrotóxicos por su proceso de agricultura continua. Pero es que en la división internacional del trabajo a esta parte del mundo le tocó ser productora de materia prima agrícola para alimento del ganado de la otra parte (lo que no difiere del tipo de relación colonial que Europa impuso a este continente hace 500 años.) Por ese motivo, la producción de soja aumentó un 120% en los últimos diez años en todo el continente.
La noción de posdesarrollo intenta desmontar los mecanismos de naturalización del concepto occidental de desarrollo, y plantea que sostenerlo como objetivo principal de toda actividad social no es otra cosa que aplicar una necesidad del capital –capital que no crece, muere– al conjunto de la sociedad.
Las perspectivas ambientalistas, comunitarias, ecofeministas, descoloniales, etc., como el concepto de “Buen Vivir” incluido en las constituciones de Bolivia y Ecuador, incorporando esta última a la Naturaleza como sujeto de derecho, o el acuñado por los zapatistas de “mandar obedeciendo” construyen el nuevo pensamiento latinoamericano del siglo XXI que se entronca con los movimientos antiglobalizadores del mundo.
Articular una política que rompa la matriz colonial de dominación y formar lo que André Gorz llamó “archipiélago de convivencialidad” el acceso restringido y regulado al patrimonio común contra la explotación salvaje para satisfacción del consumo individual, es la apuesta de los autores de este libro. Una ética de lo suficiente para toda la comunidad, en pos de proteger lo que queda de la biosfera. Toda una oportunidad para construir una nueva forma de vida no capitalista y no depredatoria, basada en sepultar el concepto de desarrollo.
Todo lo sólido se desvanece en el aire, afirmó Marx en su descripción del progreso capitalista como aniquilador de todo lo que crea mientras borra las huellas de lo anterior. Las cadenas montañosas en busca de minerales, los bosques, las reservas de agua pura, y desde Fukushima, el planeta entero, hoy, se halla a un paso de desvanecerse en el aire.

Publicado en diario Perfil 12/08/2012

Hacé que la noche venga

La noche boca arriba


Una leyenda urbana bastante verosímil –la derivación de la palabra atorrante del nombre del fabricante de los caños de desagüe de la red cloacal de Buenos Airees, A. Torrent, donde pernoctaban los sin techo a comienzos del siglo pasado- es el disparador de esta novela inquietante que se mete con el género de terror y sale bien parada.

El protagonista, un ciruja que duerme en los túneles del subte D en construcción, una helada noche del 39, ve morir a su amigo a manos de una presencia indefinible. Mucho más explícita es la presencia de uno de los jerarcas de la empresa constructora de subtes, acompañado de dos guardaespaldas, dispuestos a impedir que salgan a la luz los crímenes secretos de los distinguidos dueños de la empresa y del país, Ortiz Basualdo, Villamil y Leloir.

Diablos que se materializan en carneros que se incorporan sobre sus patas traseras, en voluptuosas mujeres depredadoras, en esquizofrénicos personajes que hablan como poseídos, en fuerzas monstruosas que despedazan a su oponente, hacen dialogar al relato con distintos clásicos del género, en particular con “Los crímenes de la calle Morgue”.

Pero junto con lo sobrenatural conviven otras causas que amenazan al grupo de atorrantes formado por el protagonista, un ingeniero defensor de los derechos de sus obreros, un cura villero armado hasta los dientes y un chino piromaníaco y que tienen más que ver con condiciones materiales que con peligros inmateriales: la larga noche que significó la década infame y su espejo europeo, el nazismo en ascenso, y que posibilitó lo que algún desvariado personaje dice acerca de la construcción de túneles: “¡Liberaron del infierno al mismísimo diablo!”, abriéndoles las puertas a la impunidad de los poderosos.

Más de un fantasma recorría el mundo por aquellos años. Si en este relato, “la lucha entre el bien y el mal” en palabras del cura, se historiza en la lucha de clases y se condensa en las figuras del desaliñado ingeniero sindicalista y el atildado funcionario de la empresa, la clase obrera organizada, con su sombra amenazante, la huelga, deviene en el apelativo que el protagonista le pone al ingeniero, “el de moño desatado”.

“La noche me respiró en la cara” alcanza a decir el piruja amigo antes de morir y se refiere a la presencia fantasmagórica que lo aniquila. O quizás no sea otra cosa que el desamparo.


Publicado en el suplemento de cultura del diario Perfil.

Cerca del corazón salvaje

El primer libro de Clarice Lispector

 


Cerca del corazón salvaje es el lugar de la escritura que Lispector elige habitar desde éste, su primer libro, del año 1944 –partiendo de una cita de Joyce– y que sostiene como proyecto estético hasta el final de su vida, en el que se propone capturar lo real por fuera de los mecanismos de la representación, con las consecuencias estéticas y filosóficas que tal empresa supone. Observar, sentir, percibir en forma ampliada “continuando con el hilo de la infancia” configura un arte poético en la que creación es sinónimo de libertad ilimitada.
El ruido de la máquina de escribir del padre (lugar de inscripción de Joana, la protagonista) abre un relato en el que la escucha, el tacto y la mirada comparten el umbral a partir del cual la imaginación transforma la experiencia que, para esta autora, es el lugar donde reside la verdad. Y si el lenguaje es para Lispector motivo de reflexión incesante, los pensamientos adquieren una materialidad que los sitúa en la misma serie que los objetos, las personas, los sentimientos, configurando unidades de sentido o filosofemas. “Un punto único sin dimensiones es el máximo de soledad”, afirma Joana al descubrirse en la imposibilidad de la comunicación y de habitar en el amor a Otávio, su marido.
Los hechos, la peripecia, no son para Lispector el objeto de su escritura, sino su naturaleza, porque de lo que se trata es de captar su misterio y no de explicarlos. El hechizo, la magia, el trance es el modo de abordar y poseer la cosa misma, pensar dentro de ella, vivir más allá de sí, desarticulando los límites de lo humano como síntesis de su proyecto estético y ético. “No perderme en grandes ideas, yo también soy una cosa”, afirma un personaje en una escena de escritura y advierte: “Los voy a conmover a todos”.
Descubre el principio constructivo de la creación poética en el pensamiento nacido de una sensación que le dará la “revelación de un mundo”. “Flores sobre la tumba” es la idea que a Joana le da el saber sobre la muerte de su padre.
Intuye que en la idea del tiempo, la sucesión, está la belleza y se propone capturarlo. La imagen de la ola, el instante en que el futuro golpea el presente disolviéndolo, la liga a la búsqueda estética de Virginia Woolf, cuya novela Las olas, de 1931, resuena en toda la obra de Lispector. En ambas, esta búsqueda es un ansia que las constituye y se proponen obturar la conciencia (“concederse un intervalo entre ella y ella misma”) para percibir el paso del instante.
La mirada infantil extrañada (“miró las cosas como si estuvieran locas”) será la única capaz de formular nuevos pensamientos y desacomodar los que la costumbre cristaliza, como la pregunta de la niña Joana a su maestra acerca de qué pasa después de ser feliz, cuando acaban los cuentos. Como la percepción de los objetos en su pura sensorialidad que le enseñan que “algunas cosas existen, otras están”.
Contra la literatura que traza planes sostiene que el arte debe partir de la escena infantil que se pregunta ¿por qué? La curiosidad, la imaginación; arriesgarse a jugar, mezclar materiales y ver qué pasa nos llevará a descubrir, afirma, que nada que no haya sido creado puede ser creado, sólo revelado.
Delinea los personajes en términos plásticos y Joana, en su imprecisión, será una línea de fuga, mientras que Lídia, la amante de Otávio, mujer domesticada por la maternidad, será consistente como una montaña y el profesor, objeto de deseo de la adolescente Joana, será percibido como “un gran gato castrado” algunos años más tarde. Los sentimientos como los celos, tendrán la materialidad del “acero frío rozándole el corazón caliente” y su soledad constitutiva, la constatación de que “puedo morir de sed frente a mí”.
La percepción física del tiempo como “segundos que gotean” en la escena de la separación, habla de una percepción íntima y arbitraria del tiempo (“el largo pasado que acababan de vivir”) que se asimila a la imagen de la ola a punto de estallar. “…sintió acumularse dentro de sí el tiempo vivido”.
Consciente de la radicalidad de su apuesta estética que, como toda experiencia vanguardista, involucra al artista y lo funde con su obra, asume el riesgo y nos invita a “mirar de frente la rasgadura”, esa grieta por donde lo irrepresentable, “el fondo de las cosas”, la verdad que habita en el sueño o en el deseo, se manifiesta.
Y en el final de la novela, Lispector nos entrega su manifiesto poético: “…seré fuerte como el alma de un animal y cuando yo hable no serán palabras pensadas y lentas, no apenas sentidas, … ¡no el pasado corroyendo el futuro! ¡lo que yo diga sonará fatal y entero! …Seré brutal y malhecha como una piedra, seré leve e imprecisa como lo que se siente y no se entiende…”.
La experiencia de lectura (y de la crítica) confirma esta apuesta de una obra que sólo es posible capturar aventurándose al encuentro con lo que el lenguaje (y la literatura) tiene de conmocionante e “impreciso como lo que se siente y no se entiende”.

Publicado en diario Perfil 13/11/2011

Entre populismo y militarismo

Edicion facsimilar del número 420-421 de

"Les Temps Modernes"





Nada más cercano que el riesgo de la confusión pareciera ser el destino de los que eligen la praxis política como lugar de intervención en la realidad. El volumen que la Biblioteca Nacional acaba de publicar con los números que la revista fundada por Sartre, Les Temps Modernes, le dedicó a la Argentina en 1981 –ubicándola entre “populismo y militarismo”– lo confirma. A cargo de David Viñas y César Fernández Moreno (y dedicado el volumen a su memoria), reunió al grueso de los intelectuales de izquierda –la mayoría, ligados al grupo de Contorno– que, desde el exilio y con seudónimo desde la Argentina, se propusieron analizar las causas de la derrota de un proyecto de cambio que al promediar los 70 fue aniquilado cuando el capitalismo mundial entró en una crisis de reacomodamiento profunda a favor del capital financiero.
Explicar a los lectores franceses y explicarse a sí mismos las razones por las que un país, con un desarrollo de sus fuerzas productivas que lo perfilaba como líder en el contexto latinoamericano, no pudo resistir el destino de inestabilidad política y económica que lo perseguía desde los años 30, es otro de sus objetivos; junto con una profunda autocrítica, puertas adentro, de los errores políticos y de interpretación de la realidad que la izquierda y sobre todo la izquierda peronista cometió.
No siempre la distancia cronológica de una coyuntura mejora su lectura. Estas notas escritas en contexto exhiben lucidez y rigurosidad junto con una sensibilidad dolorida, como la que expresa la metáfora de la patria como la mujer amada que elige a los vencedores. O las múltiples intervenciones de David Viñas –que había perdido poco tiempo antes a sus dos hijos en la represión– donde, a partir de la serie que establece entre los diarios de los conquistadores, los textos de Mansilla y los de Sarmiento, a la que llama “literatura de frontera”, ubica estos textos del exilio como un capítulo más de esta serie. Dentro de esa misma perspectiva, Fernández Moreno plantea el exilio de su generación como la revancha de la clase dominante frente a los indeseables, nietos de aquellos inmigrantes venidos un siglo atrás.

Y si la historia argentina, sostiene, se funda en una cadena de equívocos, la lectura que la izquierda peronista hizo de su líder fue un capítulo más de la tragedia argentina, generada por su cambiante personalidad: autócrata y verticalista cuando estuvo en el poder, complaciente en el exilio, fácilmente ocupó el lugar que se encontraba vacío entre los dueños de la tierra y los inmigrantes. Estimuló todas las variantes, de derecha y de izquierda y la historia de su regreso, con doscientos muertos entre sus seguidores, mostró los límites del vacío de poder que generó a su alrededor.
Juan Carlos Portantiero, desde un planteo socialdemócrata, propone analizar las carencias internas que llevaron al triunfo de las FF.AA. en un contexto de quiebre que, alerta, no se trató de una crisis del capitalismo, sino de la de una etapa del capitalismo que produjo una revolución desde arriba, un cambio radical de un modelo de desarrollo. De lo que se trató fue de achicar el país y de liquidar cierta industria que globalmente no era necesaria y, para eso, terminar con toda resistencia social.
Oscar Braun, economista y miembro de la dirección de la Resistencia peronista, describe las consecuencias del “Plan Martínez de Hoz”: liberalización del capital financiero, transferencia de recursos hacia los beneficiarios nacionales y extranjeros –los dueños de la tierra y de los bonos–, crecimiento monstruoso de la deuda externa y reducción del rol del Estado en la economía, que apenas comenzaba y que el gobierno de Menem (agregamos nosotros) completó.
Osvaldo Bayer describe el modelo prusiano sobre el cual se organizó el ejército argentino para garantizar la propiedad de los nuevos terratenientes y en contra de los postulados de los ejércitos independentistas de Bolívar, San Martín y O’Higgins.
León Rozitchner encuentra las causas de la derrota política en la incapacidad de la institución psicoanalítica argentina (muchos de sus miembros participaron activamente en las organizaciones políticas) para distinguir lo imaginario de lo real en el ámbito de lo colectivo, así como lo reconocían en el plano individual. Plantea que la ilusión, esa apreciación fantaseada de lo real, oculta, en su omnipotencia impotente, las fuerzas reales que el terror de Estado mostró al desvanecerse los límites entre la fantasía y la realidad, que se manifestó en el ámbito de lo familiar, el lugar habitable de lo común, y que Freud describió como lo siniestro.

“Yo ya no sé escribir como antes”, confiesa Cortázar en el final de su vida frente al aterrador escenario sudamericano de persecución, prohibición y muerte de sus pares, y propone, como lugar de resistencia, una escritura arriesgada que no sacrifique la verdad a la belleza, ni la belleza a la verdad.
Si hubo una figura conflictiva (en particular para la generación de Contorno) y excluyente en el campo cultural argentino fue Borges. Noé Jitrik lo ubica, con toda precisión, en un personal trabajo en el que declara el deslumbramiento que su literatura le produjo, señala cuál fue el momento a partir del cual comenzó a repetirse de la mano del reconocimiento mundial, cómo atravesó toda la literatura moderna y sobre todo, la confusión que provocaban las contradicciones entre la riqueza y la modernidad en el plano formal y el conservadurismo de sus núcleos ideológicos (el origen, la patria, el linaje).
Al preguntarse por las razones de la devoción de los franceses en los 60 por Borges, descubre el efecto motivador que produce, sobre todo en los filósofos y poetas, impulsando a repensar y deslumbrando con su pasión intelectual. El cinismo, el instrumento con el que molesta a sus interlocutores, sostiene, le sirve para denunciar sus presupuestos (es decir, su conservadurismo), sobre todo, acerca de su obra. Incorrecto hasta la exasperación, neutral frente a la dictadura, resulta la contrafigura de estos intelectuales en el exilio, ya que para él la utopía se encontraba en el terreno de lo fantástico y si a pesar de esto forma parte de su horizonte cultural es porque pertenece a la clase de escritores para los cuales la literatura configura un sacerdocio.
Para Saer, a partir del predominio de los medios masivos en la vida social, el único lugar posible para el escritor es el exilio, por otro lado, matriz de toda la literatura argentina que en el siglo XIX fue escrita íntegramente por exiliados.
Beatriz Sarlo denuncia, desde la Argentina y con seudónimo, cómo el terror y la autocensura convirtieron a todos los medios masivos en correa de transmisión del mensaje oficial cuyo objetivo era despolitizar a la población, encerrándola en el espacio de lo familiar, garantía del control social.
Poco tiempo antes, en 1979, moría Victoria Ocampo, conflictiva representante de su clase social que por un lado empujó sus estrechos límites y por otro, propuso un proyecto cultural que no buscaba un diálogo entre Europa y América, sino absorber la cultura europea (básicamente francesa e inglesa) en forma acrítica. Julio Schvartzman y Cristina Iglesia se preguntan qué habría ocurrido en el campo cultural argentino que la muerte de esta figura dejó un vacío tan importante, el mismo año en que Laura Bonaparte daba un testimonio escalofriante del secuestro y desaparición de varios miembros de su familia y convocaba, desde la indignación, a organizarse para denunciar penalmente lo que estaba ocurriendo.
También la literatura tuvo su lugar en este número con poemas de César Fernández Moreno, Francisco Urondo y Juan Gelman y relatos de Tununa Mercado, Roberto Madero y Marta Eguía.
En las Conclusiones, es la figura de Perón la que concentra la atención. Viñas lo emparenta con Borges, en un doble movimiento de descalificación que los sitúa como los dos burgueses más célebres de la Argentina, la culminación de una política y una literatura que comenzó en 1845 con el proyecto liberal.

Del otro lado de la trinchera, Viñas ubica a la generación de Contorno en el horizonte trazado por la Revolución cubana, Sartre y el Che Guevara, generación a la que interroga denunciando las marcas de autoritarismo y autocomplacencia entre sus filas y a las que les opone una ética: comprensión y trabajo, que debería seguir guiando a todos los que, desde la crítica política y cultural se empeñan en entender qué es la Argentina.

Publicado por diario Perfil 14/04/2012

Autobiografía de Claude Lanzmann



 


Epónimo se le llama al término que por mérito propio termina designando un concepto más amplio. Es lo que ocurrió con la palabra “Shoah”, que acabó reemplazando a “Holocausto” a partir de la película a cuya realización Claude Lanzmann consagró doce años y en la que nos mostró el sentido profundo de la palabra “memoria” como imperativo categórico de la búsqueda y transmisión de la verdad. Y es a partir de un uso personal del término “encarnación” que, alejado del sentido teológico, habla de una posición subjetiva de estar en el mundo no como testigo sino atravesado por él, que encaró su trabajo como cineasta, profesor de Filosofía, periodista o director de Les Temps Modernes a la muerte de su fundador, Jean Paul Sartre.
Militante fervoroso contra la pena capital en el país inventor de la guillotina, Lanzmann abre su autobiografía con diferentes escenas de condenados a muerte en este último siglo, donde los combatientes argelinos, los conjurados contra Hitler, las víctimas de los procesos de Moscú, los decapitados a sable por el ejército japonés, los condenados al garrote vil en la España franquista o los rehenes degollados en Afganistán bajo la ley islámica muestran los rostros del espanto: una máscara trágica que los iguala como iguala a los verdugos su desprecio por el otro.
Habiendo experimentado desde chico el antisemitismo (sus padres eran migrantes del este de Europa), organizó la Resistencia en su secundario, en la zona de Auvernia (patria de Vercingétorix, otro héroe de la resistencia gala), uniéndose a los maquis contra el ejército alemán. La cuestión del valor y la cobardía lo constituyó y, siguiendo la afirmación de Hegel de que el amo ha llegado a serlo por haber puesto su vida en juego en lugar de haberse sometido a ella como el esclavo, se pregunta cómo pudieron soportar la vida los miembros del Sonderkommando (judíos elegidos en los campos de exterminio para trabajar en las cámaras de gas y en los crematorios) y encuentra en los jóvenes integrantes del ejército israelí una mística que los distingue de los ejércitos mercenarios.
Pero no fue sólo la lectura de Hegel la que lo llevó al convencimiento profundo de la libertad engendrada en la falta de miedo: para la realización de la película sobre el Estado de Israel, Tsahal, voló en un caza a 2.500 km/h con pilotos de élite; durante la Guerra de Argelia convivió con miembros del Frente de Liberación Nacional bajo las bombas francesas; junto a Jacques Cousteau, se sumergió en el océano para la escritura de su famosa enciclopedia del mar y las innumerables anécdotas que se suman en frases subordinadas nos muestran a un hombre de letras y de acción propio de la modernidad y de un mundo en que la política era entendida como lucha de clases y no como tecnocracia.
Si la memoria recorta, elige, edita, difícil tarea la de escribir su biografía para un espíritu ávido por saber, conocer y experimentarlo todo. Uno de los momentos que subraya es el encuentro con Sartre y especialmente con Simone de Beauvoir, con la que convivió siete gloriosos años de su vida. El amor generoso y libre, las lecturas infinitas, las causas políticas compartidas, el interés por el mundo fueron el sustento de una relación atravesada por el campo intelectual francés de posguerra, que tuvo como figura central a Sartre, al que exalta hasta la devoción. Compañero de estudio de Deleuze (que no sale bien parado), alumno de la plana mayor de la filosofía francesa, su casa materna fue tanto salón literario como asilo de combatientes argelinos.
Si elige no convertirse en un periodista profesional, es para alcanzar un estado de comprensión del personaje que le permita extraerle su verdad. Así encaró el documental sobre el exterminio judío que transgrede los presupuestos del género (sin voz en off ni material de archivo) con el que se propone hacer una película que sea la Shoah y no que trate sobre ella. Después de escuchar cientos de testimonios, se encontró con lo que se convirtió en el tema de su película: las cámaras de gas, de las que nadie había salido vivo. Los miembros de los Sonderkommandos, testigos de la muerte de su pueblo, tanto como sus asesinos, debían ser los protagonistas, los únicos capaces de encarnar el relato de los últimos momentos de los millones que jamás se enteraron del nombre del lugar adonde los deportaron ni el destino que les esperaba. Los gestos del maquinista que trasladaba a los judíos al campo de Treblinka, sostiene, son más elocuentes que todo lo escrito acerca de la Solución Final. Los peligros que enfrentaron para hacer hablar a los criminales nazis o la elaborada operación de montaje que duró cinco años y con la que se construye el sentido del film nos dan una idea de la monstruosidad de esta obra de nueve horas y media.
“Quien ha sido no puede ya en adelante dejar de haber sido” se lee en una fachada parisina, y Lanzmann la asume como ethos, es decir como punto de partida pero también como modo de comportamiento, según la define el diccionario de la RAE.

Publicado por diario Perfil 11/06/11