lunes, 25 de marzo de 2019

Cuesta abajo

Furia de invierno





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Luque es un derrotado. Su mujer acaba de abandonarlo sin que él sepa muy bien por qué y los recuerdos ominosos de su infancia lo empujan a huir de la ciudad donde nació. Es el invierno de de 1979 y la ciudad de Asunción, el centro de la venta ilegal, resulta el lugar perfecto para un fugitivo dispuesto a reinventarse. Rápidamente se convierte en un eficiente “pasero” pero los recuerdos y las pesadillas que pautan el relato se confunden en su conciencia perturbada acorralándolo en un eterno presente, donde la figura del doble adquiere resonancias premonitorias.

Encuadrado entre dos acontecimientos políticos que marcaron la historia argentina del último cuarto de siglo, el relato del fallido intento de salvación del protagonista y del progresivo descenso a los infiernos tiene la densidad de las pesadillas personales -el recuerdo de los castigos físicos a los que lo sometía un padre irascible y depresivo, el entierro de su madre, la siniestra imagen del padre vestido con las ropas de su mujer, la fatalidad de volver a su casa después de las golpizas- contaminan su percepción de la realidad y lo empujan a un nuevo destino, Ciudad del Este, donde conoce a quienes juegan en las ligas mayores del contrabando.

La vida con Isabel, una adolescente entregada por su padre a cambio de una botella de licor, no alcanza para frenar la espiral de degradación y violencia que, como un reflejo de la imagen paterna, lo lleva a hundirse sin remedio.

El último de los trabajos que le encargan lleva el sello de la mafia dueña de la Triple Frontera, y lo coloca en el lugar donde comenzó una de las mayores tragedias de nuestra historia y que todavía permanece impune.


Publicado en diario Perfil, 24/3/2019

domingo, 17 de marzo de 2019

El origen del mundo


Okãsan

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            Este es el diario del viaje que la poeta y transhumante Mori Ponsowy emprendió al Japón con el fin de reencontrarse con su único hijo que a los veintiún años decidió cortar definitivamente con su vida pasada y comenzar su vida adulta al otro lado del mundo.
            Escrito a la sombra de Matsuo Bashõ, el autor del epígrafe que aparece en ideogramas  kanji (uno de los sistemas de escritura japoneses) y en escritura occidental, las entradas de este diario narran la extrañeza de una mujer que al promediar su vida deja a su madre anciana acostumbrada a sus cuidados amorosos para encontrarse con su hijo, al que descubre convertido en un hombre, y que la guía enseñándole un mundo nuevo, como hiciera ella con él unos pocos años antes. Algo de esta extrañeza se traslada al tono de tenue delicadeza de la escritura que convierte este diario en una suerte de texto japonés traducido a un español que no es el rioplatense.
La autora asegura que no es su propósito describir los lugares donde estuvo, sino “poder comunicar emociones, maneras de estar en el mundo, modos de sentir” una cultura que no niega la muerte, en la que vivos y muertos conviven y las tumbas se emplazan en caminos, bosques o campos y que incluye la paradoja de una megalópolis en la que reinan el silencio y el aire límpido y donde el orden extremo se traduce, en la mirada de la cronista, en armonía y respeto.
Pero también es la historia de una madre que recuerda en su hijo al hombre que amó y que descubre la enorme riqueza de la lengua japonesa en la palabra con que él la designa, “okãsan”. Una palabra que incluye el significado de  “madre” y que lo excede en la presencia de unos prefijos honoríficos con los que establece una distancia que protege al hijo de la voracidad materna. En el origen, era representada con el dibujo de una mujer con los pezones muy marcados, que con el tiempo se fue simplificando y la autora se reconoce en “eso que fui y ya no soy más”. La mejor enseñanza sobre el tiempo que Oriente le pudo ofrecer.

Publicado en diario Perfil, 17/3/2019

domingo, 3 de marzo de 2019

Hasta el caracú


Para comerte mejor


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No hay nada más visceralmente brutal que los cuentos de hadas, con perdón de las lecturas seudolibertarias que militan a favor de las antiprincesas. Quizás sea ése el motivo por el que la literatura latinoamericana de estos últimos dos siglos, de una ferocidad implacable, haga tan buen maridaje con la literatura maravillosa.

La autora de este conjunto de relatos así lo señala y desde el título anuncia cuál es el plan: hacer del cuerpo en su pura animalidad el laboratorio donde explorar, como en la mesa de un forense, la muerte y convertir la literatura en autopsia.

Por sus cuentos transitan criaturas atormentadas a mitad de camino entre la vida y la muerte que conectan los múltiples mundos que habitan su narrativa migrante: los saberes campesinos, el fantástico en su versión gótica y un futurismo en el que confluyen todas las vertientes, arraigadas en una contemporaneidad donde “el Evo” deviene el signo de un presente político y de un pasado que se proyecta hacia el futuro.

Si hay una figura que insiste en su escritura es la del zombi, aquel ser sobrenatural y maquínico capaz de atravesar fronteras y tiempos. En un caso será una suerte de Frankenstein, ese “chico del tórax vacío”, que conecta los cuerpos ofrecidos en un ritual budú con el cuerpo atrapado por la psiquiatría. En otro, tomará la forma de un ejército de indigentes, seguidores enceguecidos de un viejo hippie con poderes sanadores. En todos, la fascinación por el cuerpo vuelto cadáver le dará un sentido múltiple a la palabra “salvaje” que estará ligado a la pura supervivencia, a los recursos de la pobreza campesina como a la satisfacción del instinto de un vampiro suelto en territorio boliviano.

Auténtica literatura de pasaje, el lugar que esta autora elige para narrar es el de la enajenación, esa frontera donde el llanto ancestral de las cholas y el canto desgarrado de Janis Joplin son uno solo. Es que, en este mundo, “todo está lleno de fantasmas”, sólo que algunos, todavía, no parecen darse cuenta.



Publicado en diario Perfil, 3/3/2019

viernes, 1 de marzo de 2019

Cuando la dama desaparece

La extraña desaparición de Esme Lennox

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Si la historia de las mujeres es, en parte, la historia de la naturalización de las tareas que, como la costura, le fueron asignadas como consecuencia de la necesidad de mantenerlas dentro del espacio doméstico (consideradas “cualidades innatas” con las que se justificó más tarde su subcalificación dentro de la industria textil), esta novela dialoga con esta concepción de la historia y arma un relato estructurado sobre la base de la relación entre lo femenino y la ropa, desplegando todos los sentidos posibles de esta relación.
Iris, la protagonista, dueña de una tienda de ropa usada, recibe la noticia de que el hospital psiquiátrico donde su tía abuela está internada está por cerrar y la invitación a retirarla de ese lugar. De esta forma comienza una historia de descubrimientos, desde la existencia de esta tía abuela, Esme Lennox, que su familia se había encargado de borrar internándola en un psiquiátrico a los 16 años, hasta la de su propia filiación.

A partir de los retazos de la historia familiar que su abuela Kitty desgrana durante las islas de lucidez que su Alzheimer le permite, Iris reconstruye los motivos de la reclusión de Esme, una suerte de confabulación familiar y social para domesticar a una joven que se negaba a aceptar el matrimonio como único destino posible. Los descubrimientos, cada vez más atroces, le revelan que nada de extraño tiene su desaparición. Lo que ponen de manifiesto es una práctica que se repite a lo largo de los siglos, la de la aniquilación, como castigo ejemplar, de las mujeres que escapan del lugar que socialmente se les señala, desde la quema de brujas hasta el asesinato en una pelea conyugal. Algunos llaman a esto femicidio. Cuando la mayoría incluya esta palabra en su diccionario es posible que la historia comience a cambiar.

Publicada en diario Perfil