Cincuenta años de la publicación de
En la zona
de Juan José Saer
Cincuenta años pasaron desde que Juan
José Saer apareció en la escena literaria argentina con un libro de
relatos, En la zona, que desde el título revela una
preocupación sobre el lugar de su escritura, construida a partir de
una doble negación: de la literatura regionalista y del centralismo
de Buenos Aires (ciudad que Saer soslayó cuando eligió París como
destino literario). El lugar desde el cual escribe, el litoral
santafesino, era un campo intelectual pobre en el momento de su
formación: Juan L. Ortiz era la figura que concentraba el interés
de los jóvenes poetas junto con la escuela de cine de la Universidad
del Litoral. La poesía y el cine de la nouvelle vague en su
vertiente literaria, la del objetivismo francés, conforman,
entonces, la matriz de una producción que trazó, en este texto, las
líneas que desarrollaría después en sus principales novelas y
cuentos.
La zona de las orillas hacia el centro
de la ciudad como espacio imaginario que confiere unidad a su
producción, a la vez demarca, desde estos primeros textos, el límite
de sus ficciones donde exhibe sus coordenadas literarias (Borges,
Dostoievski, Kafka, el siglo de oro español) y frente a un contexto
cultural que en los 50 y 60 estaba atravesado por la experiencia del
boom y la literatura del compromiso, Saer se ubica por fuera de estas
líneas, en una postura adorniana de rechazo frontal a la idea de
masividad en el arte.
Si la poesía estructura los primeros
cuentos de la primera parte, “Zona del puerto”, escritos en una
sola frase escandida por el ritmo que las pausas le dan a la lectura,
la presencia de Borges (y de Arlt) domina estos relatos de
compadritos, prostitutas, jugadores y cafishios que encuentran su
destino y mueren traicionados por sus pares.
Atilio (un rufián melancólico y
sobreactuado) es el protagonista de varios de estos cuentos, donde se
pone en escena todo el sistema de liderazgos en esa microsociedad, en
la que la lucha generacional encarnada en el parricidio remite al
traspaso de la hegemonía en el campo literario.
En “Los amigos”, quizás el cuento
en el que más dialoga con Borges, un taciturno jugador traicionado
por su amigo, espejo invertido de sí mismo, espera diez años su
regreso con el arma cargada, sentado bajo un árbol del patio de la
pensión (topografía predilecta del universo saeriano) hasta
descubrirlo sentado en la misma posición, en el patio de la pensión
de enfrente y lleva a cabo el acto que los completa a ambos, la
muerte del traidor.
Los personajes de los cuentos que
forman la segunda parte, “Más al centro”, a medio camino entre
el mundo prostibulario y el mundo intelectual, deploran el ahogo
provinciano y transitan una ciudad deslocalizada (como los personajes
de Cortázar) con una topografía precisa -el bar de la galería, la
estación de ómnibus, el puente colgante- pero abstracta. “Una
ciudad es para un hombre la concreción de una tabla de valores que
ha comenzado a invadirlo a partir de una experiencia irracional de
esa misma ciudad. Es el espejo de sus creencias y de sus acciones”,
afirma Barco, el protagonista de “Algo se aproxima”, el texto
fundante de todo el sistema de personajes y temas que prefiguran su
obra.
Este relato o protonovela, se abre con
la escena generadora de ficción en Saer: dos personajes, Barco y
Tomatis (que aquí todavía es “él”) haciendo un asado y
conversando, con una distancia irónica, sobre arte y literatura. Las
mujeres, desdibujadas, tontas, poco interesantes, meros objetos que
asisten a los hombres, forman parte de un universo decididamente
masculino.
Con un comienzo
que suspende el desarrollo de la acción y la descompone en sus
mínimos gestos (comer, fumar, bailar, hablar), hace de la
descripción el procedimiento con el que recorta los objetos (el
vino, el paquete de cigarrillos, la carne asándose) hasta darle un
peso material a lo narrado, en la línea del objetivismo trabajado
por el nouveau roman. Con un registro minucioso de la percepción y
un trabajo con el tiempo presente, describe las acciones en su pura
gestualidad escamoteando su sentido, su finalidad.
Además de la construcción del
universo literario saeriano, este texto formula varias cuestiones
estéticas: cómo escribir dentro de un campo literario sin tradición
que Saer asimila a la imagen de la ciudad en medio de un desierto
(“Es como un cuerpo sólido e incandescente irrumpiendo de pronto
en el vacío”) -imagen que define muy bien su proyecto literario- y
plantea la universalidad de la literatura cuando sostiene que el
escritor debe “dar un paseo por el sistema solar para llegar a la
esquina de su casa”.
La política, omnipresente en los
comienzos de los 60 (el año en que la joven revolución cubana
recibía la visita de Sartre y Simone de Beauvoir) presiona y
problematiza una escritura experimental que se pretende autónoma de
lo social, que se desentiende del sentido y que apuesta por un arte
con mayúsculas. “Dirás que para qué escribo mi novela. No sé.
Dirás literatura. Posiblemente. Casi seguro”.
Publicado en diario Perfil