Pájaro de celda
Hubo un tiempo en que los temas
a tratar en cualquier obra con pretensiones de ser publicada estaban
estrictamente diferenciados según el mandato aristotélico (vigente
hasta el siglo XVIII por lo menos) por el cual una tragedia tenía
que presentar hechos terribles, lamentables y sus personajes debían
ser elevados, mientras que la comedia imitaba lo feo y risible de los
hombres inferiores. Digamos que la primera trataba de los poderosos y
la segunda de los subalternos.
Kurt Vonnegut subvierte con
melancólica elegancia estos principios que, aunque perimidos, jamás
han dejado de funcionar (y que retornan, una y otra vez, en la
cultura de masas), precisamente con un trabajo muy personal con el
tono, con el que somete a sus historias a un proceso de decoloración
que transforma las mayores tragedias de su siglo o los hechos más
impactantes, en una otoñal imagen en sepia, como la que se percibe
en las fotos que tomaba la esposa del narrador, sobreviviente de un
campo de concentración, como fotógrafa profesional: “Siempre
había un lúgubre aire de preguerra en sus fotografías, y no se
podía eliminar con ningún retoque. Parecía que la fiesta de boda
terminaría en las trincheras o en las cámaras de gas.”
Su protagonista, un personaje
indisolublemente ligado a la historia política de los Estados Unidos
del siglo pasado desde un puesto menor en la función pública que su
paso por Harvard le habilitó, recuerda su vida de burócrata,
momentos antes de salir en libertad después de una condena de unos
pocos años por su participación lateral en el escándalo que
terminó con el gobierno de Nixon, el célebre Watergate.
Pero no es sólo
la corrupción el centro de sus humoradas sobre la prestigiosa
universidad proveedora del estado de funcionarios calificados, sino
la paradoja de un sistema económico que, descubre conversando con un
estafador reincidente, se parece inquietantemente al esquema Ponzi,
una operación fraudulenta basada en el endeudamiento exponencial, la
única explicación posible para él del enriquecimiento vertiginoso
de su país, que en los años 30, no podía garantizar a su población
las necesidades mínimas y que unas pocas décadas más tarde
controlaba el mercado desde una de las mayores corporaciones
mundiales.
El largo prólogo
del autor que encabeza la novela, comienza con un relato
autobiográfico en el que describe aquellos personajes históricos
que inspiraron a algunos de los suyos, tomados de la historia del
movimiento obrero y sindical norteamericano y su hito mayor, la
ejecución, basada en un fraude, de los anarquistas Sacco y Vanzetti.
Genios tutelares de esta historia y modelos de una ética que se
recupera en el epígrafe -un fragmento de la carta de despedida de
Sacco a su hijo de trece años- conforman la contracara de un padre
derrotado por la crisis de los años 30, refractario a toda épica.
En el cruce de estos dos modelos es donde se inscribe el protagonista
de esta novela, un joven universitario y militante comunista devenido
delator de su compañero -elegido como marido por su exnovia- en los
años duros del macartismo y más tarde cómplice del fraude que
terminó con el gobierno de Nixon, que lo convirtió en el
“hombrecillo viejo, quebrado y quejumbroso” que recuerda su
apocada vida, como la de un personaje secundario enredado en la
escena de la política norteamericana del siglo XX.
Con un humor
cáustico, aprendido en el mismo escenario donde sus admirados
anarquistas llegaron a la conclusión de que “los campos de batalla
… eran solo lugares de trabajo atroces y peligrosos”, que la
fábrica era la guerra por otros medios, Vonnegut nos regala, una vez
más, una historia entramada en el siglo de las mayores calamidades
causadas por el ser humano, con una mirada que intenta, a pesar de
todo, redimirlo de tanto sufrimiento provocado.
Publicado en diario Perfil, 26/04/2015