domingo, 31 de diciembre de 2023

Minotauro, la colección que alimentó los sueños de varias generaciones

Entrevista a Martín Felipe Castagnet


Hacía falta un trabajo riguroso de investigación sobre la mejor colección de ciencia ficción que se haya publicado en español y que al mismo tiempo la transformó en un género de culto, aquella que reunió el mítico sello Minotauro, y este libro viene a llenar ese vacío. Un trabajo de largo aliento del escritor y docente Martín Felipe Castagnet, producto de su tesis de doctorado, que recupera la figura su creador, Francisco “Paco” Porrúa, un hijo de exiliados gallegos que, en sintonía con el grupo de intelectuales que llegaron desde España durante el franquismo para fundar las mejores editoriales de Argentina y México, revolucionó el mundo de la edición.  

Lector voraz, culto (su paso por la carrera de Filosofía y su amor por la poesía lo revelan) y de una gran audacia, descubrió en Les temps modernes a los desconocidos Bradbury y Sturgeon y con la compra de los derechos dio nacimiento a esta editorial, en 1955, según el modelo francés del cual sacó la idea original. 

Con un cuidado especial por la calidad literaria de los textos, la elaboración de sofisticadas portadas a cargo de diseñadores argentinos de vanguardia y con prólogos de escritores consagrados como Borges, encontró en una gran cantidad de lectores, y a lo largo del tiempo, a su interlocutor ideal. De esta manera, abrió el camino a una nueva forma de leer ciencia ficción que los seguidores del género sólo conocían a través de las revistas norteamericanas y de sus pares argentinas (en especial, la revista Mas allá, dirigida por Oesterheld), con historias en las que los adelantos de la ciencia se vestían de aventura, para transformarla en una aventura del pensamiento, capaz de revelar bajo una nueva luz los problemas humanos, como describió Borges a este género, “el más moderno de todos”.

Porrúa, lector en varios idiomas, fue el responsable de muchas de las traducciones del sello (llegó a firmarlas con siete heterónimos) y el que le dio ese sesgo poético y melancólico a algunos de sus títulos como Crónicas marcianas, versión que fuera elogiada por el mismo Bradbury, en una operación de borramiento del carácter pulp que las revistas masivas le imprimían. Pero no fue el único: contó con un grupo de traductores argentinos de primera línea como Pirí Lugones, Aurora Bernárdez, Marcial Souto, Enrique Pezzoni y Marcelo Cohen que hicieron de la lectura de este lado del Atlántico, una experiencia inigualable.

El libro, además de desmenuzar el catálogo que hizo famoso al sello y a su editor, describe el trayecto profesional de Porrúa que comenzó de muy joven y que encontró en la editorial Sudamericana dirigida por su compatriota Antonio López Llausás, el lugar donde desplegar toda su audacia y olfato como director literario, y en el que disfrutaba de una total libertad para publicar. Así fue como se convirtió en el principal difusor de la obra de Cortázar y en el primer editor de Cien años de soledad. Y fue la misma Sudamericana la que le ofreció un acuerdo por el cual él quedaba a cargo de Minotauro mientras que de la parte administrativa se encargaba el equipo de Sudamericana. Cuando en el año 76 Porrúa se va a España (más bien, vuelve) continúa con el mismo arreglo con el sello Edhasa, donde publica El señor de los anillos que se convierte rápidamente en un best seller. En el año 2001, el momento donde se produjo la mayor concentración en la historia del mercado editorial, Porrúa vende Minotauro al grupo Planeta y desaparece finalmente el rasgo distintivo que la hizo única. 

Su autor concluye que Porrúa fue un pionero en el arte de editar libros y que importó la ciencia ficción anglosajona al mundo hispanohablante (o hispanolector) desde su impronta francófila y surrealista. Y el nombre que eligió para su sello representa esta hibridez que también es una síntesis entre la alta literatura y los géneros populares.


La capital conversó con el autor de este trabajo y después de felicitarlo por la elección del tema de tesis, le preguntó cuánto tiempo le llevó esta investigación. “La semilla de la investigación surgió en febrero de 2011, cuando cursé un seminario de verano en la Universidad de La Plata con José Luis de Diego, a quien había tenido en la primera materia de la carrera. Descubrí que el enfoque era exactamente lo que me gustaba a mí: estudiar el libro no como una entelequia sino como un objeto material, cuyos avatares se podían historizar y que ese es un trabajo que todavía estaba (y está) en proceso. Decidí escribir sobre Minotauro, mi editorial favorita, porque, para mi sorpresa, no había nada escrito. Eso me llevó a una tesis doctoral, que duró seis años (al mismo tiempo, mientras armaba el proyecto de tesis empecé a escribir una novela que luego terminó publicada: en esos pocos meses la vida me cambió). Luego, pasaron otros seis años hasta que salió publicada. En total doce años, un tercio de mi vida. Y fue gracias a ello que pude conocer a autores tan importantes para mí como Angélica Gorodischer o Marcelo Cohen.”


- ¿Fue la formación filosófica de Porrúa lo que lo llevó a interesarse por la ciencia ficción?

Sin dudas, ya que Porrúa llegó a la ciencia ficción (y a Bradbury en particular) gracias a la revista de Sartre, Les temps modernes. Y no olvidemos que era estudiante de Filosofía y Letras. Pero era una formación filosófica a la francesa, es decir, atravesada por el arte, en especial el surrealismo. Sus lecturas posteriores en filosofía asiática, que siguió leyendo hasta el final de sus días, también pueden verse reflejadas en las elecciones de su catálogo. Sin esas lecturas no existiría Minotauro.


- Pensaba en el cruce que él hace entre el pulp y la alta literatura. ¿Porrúa fue un hombre de su época, la vanguardia de los 60? 

Porrúa fue un hombre de varias épocas o, mejor dicho, el resultado de varias generaciones: la migración española de los veinte y los treinta, los intelectuales de izquierda de los cincuenta, y también la vanguardia de los sesenta. Pero cuando empezó esa década, él ya había pavimentado el camino, porque los libros que ejemplifican ese espíritu de la época (tanto en Sudamericana como en Minotauro) continúan el modelo que él estableció a mediados de los cincuenta, cuando comenzó a publicar. En ese sentido, podemos decir que el tipo de libro que editaba Porrúa nunca cambió en cincuenta años: quizás porque se anticipó tanto, que las nuevas épocas nacían y esos libros cada vez parecían más modernos.


-¿El fue uno de los hacedores del boom?

El boom es un proceso complejo, decididamente editorial y no autoral, y por eso se debe distinguir al boom de la nueva narrativa latinoamericana de esa época. Porrúa, como editor, fue uno de los generadores indispensables de esa narrativa (porque efectivamente los editores son actores indispensables) al abrirles las puertas, estimular y potenciar a una cantidad inmensa de esos autores, pero a él no le interesaba el aspecto comercial que caracterizaba al boom.   


- Cada modo de publicación construye su propio género literario, decís en alguna parte del libro y pensaba en los cambios en la imprenta, con la revolución industrial, que generaron cambios sustanciales en la novela. ¿El factor económico o los modos de producción tienen más incidencia en la literatura de lo que pensamos?

La respuesta es un sí rotundo. Tendemos a pensar en las obras literarias de manera descorporeizada (en “Letras”, como si flotaran en el aire), cuando es el soporte y los modos de producción los que determinan sus características y muchas veces sus innovaciones. José Luis de Diego, mi mentor, rescata una frase de Roger Stoddard para titular uno de sus libros publicados por Ampersand: “Los autores no escriben libros”. Esto es: los autores escriben manuscritos, los libros en cambio son el resultado de una cadena de producción muy rica e interesante, sometida a los rasgos de una industria editorial en particular, que luego se complejiza cuando analizamos fenómenos como la traducción.


- Leyendo el catálogo sorprende la cantidad de obras maestras que lo integran. ¿Porrúa inventó un tipo de ciencia ficción o construyó un nuevo lector?

Ese tipo de ciencia ficción estaba naciendo en otros países por la misma época en que él armó Minotauro, de modo que cuando empezaron a publicarse las obras de los maestros de la llamada New Wave o Nueva Ola, como Le Guin o Ballard, Porrúa ya tenía el sello listo para recibirlos. Pero en Argentina, y podríamos extenderlo a Latinoamérica e incluso España, Porrúa sí tuvo que crear un tipo de lector nuevo, porque el lector de la science-fiction que existía hasta entonces era muy diferente, menos interesado en los aspectos literarios que en los técnicos. Con Bradbury como punta de lanza (no es casual, ya que Bradbury siempre fue una excepción y un adelantado), se anticipó a cambios que tendrían lugar a nivel internacional varias décadas más tarde.


- ¿Podemos decir que Argentina tiene una tradición de editores intelectuales? Pensaba en Porrúa, en Pezzoni, en Chitarroni.

Los editores son intelectuales imprescindibles, quizás los más silenciosos, aunque en la gran historia editorial argentina también hemos tenido algunos muy vocales, como Victoria Ocampo. Para ejercer esa función no siempre deben publicar libros de su autoría o firmar solicitadas: su propia labor es el ejercicio de un rol social. Su voz es el catálogo y hay catálogos que todavía siguen siendo escuchados.  


- ¿Qué le dio Minotauro a tu vida como lector?

¡Qué no me dio Minotauro! De chico leí muchos libros que cambiaron mi vida, sin entender que detrás de ese sello común había una única persona y un muy pequeño grupo de colaboradores. Pero sobre todo lo que hizo fue extender mis fronteras mentales. No hice viajes fuera de nuestra región hasta que cumplí 26 años, pero para esa altura ya había viajado más allá de este mundo, a los confines de lo conocido, a los límites de lo humano. La maravilla continúa.



Un repaso por el catálogo 


Con una edición muy cuidada a cargo de la editorial Tren en movimiento que incluye páginas a color con algunas de sus tapas más conocidas, el trabajo recorre el catálogo de un editor que tuvo la intuición de captar en autores que eran sus contemporáneos, los caminos que comenzaba a transitar la nueva ficción especulativa. La experiencia de la Segunda Guerra, por la que habían pasado muchos de ellos, marcó a una generación para la cual, después de la bomba atómica, no hay distinción entre el mundo exterior y el interior. El desolado paisaje de Marte será entonces un reflejo del paisaje mental, por lo que el futuro ya no se presenta como una aventura a conquistar, sino que plantea una pregunta por la ética. Y las considerables lecturas de su editor sobre psicoanálisis, filosofía y surrealismo van en la misma dirección.

Bradbury, Sturgeon, Clarke, Lovecraft, Stapledon, Matheson, Golding, Ballard, Le Guin, Burroughs, Schmidt, Burguess, Dick, Lem, Aldiss, Tolkien, Potocki, Calvino, Vonnegut y algunos pocos rioplatenses como Levrero, Gorodischer, Shua y Marcelo Cohen, integran un catálogo plagado de obras maestras, muchas de ellas experimentales, con un lenguaje elaborado, que se convirtieron en best seller, como fue el caso de La naranja mecánica o más tarde, El señor de los anillos.

Capítulo aparte merece el diseño de las tapas, más altas que anchas, su marca de distinción, con las portadas sobrias y abstractas de Juan Fassio, las más psicodélicas de Rómulo Macció o las de los dibujantes de la editorial La urraca, Scafati, Sanzol y Fortín, con su toque onírico, claramente dirigidas a un lector culto.

Porrúa tuvo claro, desde el comienzo, su programa editorial: publicar textos donde los lectores pudieran encontrar “lo extraordinario, lo fantasmagórico y lo hermoso”. Los ejemplares atesorados por sus dueños y los que siguen circulando por las librerías de viejo demuestran que lo consiguió con creces.


Publicado en La capital de Rosario 29-12-23


domingo, 24 de diciembre de 2023

Nueva directora de la Biblioteca Nacional

        Tras la apurada renuncia de Juan Sasturain al frente de la Biblioteca Nacional “Mariano Moreno”, asumió, sin pasar por la tradicional ceremonia de traspaso (tan exasperante para algunos) y sin la posibilidad de acordar una transición más o menos ordenada, la biliotecóloga Susana Soto Pérez, la que, por el momento, no da entrevistas a los medios.

        Formada en la Universidad de Buenos Aires (el lugar donde se nutren muchos de los que más tarde reniegan de la educación pública) continuó su formación en el Colegio Universitario de Londres donde hizo una maestría en Artes, Bibliotecología y Ciencias de la Información y en la Universidad de Sheffield, donde obtuvo un doctorado en Filosofía.

        Con una larga experiencia en la gestión, desde hace más de veinte años se desempeña como secretaria de Bibliotecas y Banco de Datos dependiente de la vicerrectoría de Gestión y Evaluación de la Universidad Abierta Interamericana (UAI), lugar al que llegó después de siete años como coordinadora del sistema de bibliotecas de la Universidad de Buenos Aires. 

        Hoy llega a la dirección de la Biblioteca Nacional, en nuestro país, el escalón más alto dentro de esta profesión, por ser la institución que creó Mariano Moreno en plena Revolución de Mayo y por la que pasaron, nada menos que Paul Groussac y Jorge Luis Borges, con el desafío de ser la segunda mujer en dirigirla después de Elsa Barber, quien reemplazó a Alberto Manguel luego de una complicada gestión. 

        Con el emblemático edificio brutalista de hormigón armado diseñado por Clorindo Testa, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga que es objeto de visita de estudiantes de diseño y arquitectura de todo el mundo, fue muy fustigado por haber tenido la poca suerte de haber sido inaugurado en plena dictadura militar y hoy se encuentra revalorizado.

        Sus colecciones de libros, revistas, periódicos, fotografías, mapas, manuscritos, partituras, incunables, audios y videos, que en los últimos años han sido digitalizadas, junto con los talleres, las muestras y la Escuela Nacional de Bibliotecarios creada en 1956 durante la gestión de Jorge Luis Borges, resulta el lugar de trabajo ideal para los investigadores.

        En cuanto a la política patrimonial, es de esperar que esta nueva gestión tenga entre sus objetivos incorporar material proveniente de los archivos personales de los escritores. Si bien es cierto que se necesitan muchos recursos para alojar, clasificar, ordenar y catalogar las bibliotecas, papeles y libretas que muchos escritores legan a estas instituciones, lo cierto es que el desmanejo de muchos años hizo que este riquísimo material fuera a nutrir las bibliotecas de universidades extranjeras como ocurrió, entre otros, con los principales manuscritos de Borges, que terminaron dispersos en diferentes universidades norteamericanas o en manos de coleccionistas particulares. Entonces, cuando sus manuscritos pueden venderse por cientos de miles de dólares, hacer una recolección de estos materiales termina siendo imposible.

        Pero el cuidado del patrimonio cultural no pareciera estar entre las prioridades del gobierno que recién asume, sobre todo si queda a cargo del Estado, el cual acaba de sufrir un brutal ajuste. Está por verse cuáles serán sus planes para la Biblioteca Nacional y el Museo de la Lengua. Por el momento, a su nueva directora, formación y experiencia, por lo que se puede ver, no le faltan. El tiempo dirá si es capaz de sortear los innumerables inconvenientes con los que batallaron sus antecesores.

Publicado en diario Perfil, 23/12/23

domingo, 17 de diciembre de 2023

Estado actual de la literatura infantil en la Argentina

Que la literatura infantil (y la producida en este país, en especial) es un territorio dúctil donde caben desde los relatos tradicionales y sus reversiones, los juegos de palabras y el sinsentido, la divulgación científica, la historieta, la historia ficcionalizada, los relatos silentes o la poesía ilustrada, no es una novedad. Un territorio que muchos autores para adultos se atrevieron a recorrer, como Ana María Shua, Laura Wittner, Betina González o Félix Bruzzone y que, en breve, le dará lugar a la no ficción para chicos de la mano de la editorial Siglo XXI.

De los años 60 -con la figura ineludible de María Elena Walsh- a esta parte, tres o cuatro generaciones de autores vienen nutriendo un campo que se ha ampliado exponencialmente y que la diversidad de editoriales especializadas en LIJ y los festivales ad hoc reflejan muy bien. Tal el caso del Filbita que, en su última edición homenajeó a Graciela Montes, pionera en la teoría literaria infantil, y organizó encuentros de poesía, filosofía, teatro, música, historietas y fanzines, ilustración, animación y narración, tanto para los adultos como para los pequeños destinatarios, a cargo de grandes referentes.

Pero para que surja una nueva generación de autores se necesita de un espacio que les dé cobijo. Y las revistas y en especial, las colecciones fueron uno de ellos. Desde “Los cuentos de Chiribitil”, del Centro Editor de América Latina, dirigida por Graciela Montes, pasando por su antecesora, “Los cuentos de Polidoro”, a cargo de Beatriz Ferro (una continuación de la colección “Bolsillitos” que el mismo Spivacow había creado en la editorial Abril), en los años 80, tuvo en “El pajarito remendado”, dirigida por Laura Devetach para la editorial Colihue y “Pan flauta”, la colección de Sudamericana creada por Canela, sus mejores herederas.

Como la paradoja del huevo y la gallina, no importa mucho quién llegó primero. Lo cierto es que ambos se retroalimentan para generar una cantera de autores que renovará, cada vez, el género.

La misma experiencia relata Luciano Saracino, guionista de TV, narrador, autor de historietas, animaciones y películas. Sus comienzos como guionista coinciden con la apertura de las convocatorias para la TV digital, en el 2011, “con las primeras series para los contenidos públicos, con jóvenes realizadores que tuvieron un montón de ventanas para mostrar su trabajo.” De ahí saltó a Pakapaka, que estaba empezando, en 2012. “Ese fue el lugar donde mi generación tuvo el espacio para trabajar, para entender cómo era un mercado donde no lo había, para realizar material para su propio país. Gracias a ese espacio, muchos de nosotros pudimos proyectarnos a otros mercados, pero Pakapaka es nuestra casa, y siempre que podemos, volvemos.”

Con el único antecedente de Cablín, el primer canal infantil de Latinoamérica y el sexto en el mundo, creado en 1988, considera que la animación argentina es pionera. “El primer proyecto grande de animación es argentino: Upa en apuros, un hermosísimo cortometraje dirigido por Tito Davison con guión de Dante Quinterno. Fue el primer dibujo animado en colores de Latinoamérica. Es interesante pensar que Argentina fue punta de flecha. Walt Disney venía para aprender de Dante Quinterno, de eso que se estaba haciendo acá.”

Exportadores de grandes animadores a los centros de producción mundial, reconoce que “hay una generación de gente que hoy ronda los 40-50 años que se formó en la Argentina, que ha emigrado y vuelto a trabajar acá. Por lo tanto, el juego se amplió, se volvió múltiple. A partir de la experiencia de Pakapaka se fundaron un montón de productoras acá, lo que le dio trabajo a guionistas, productores y animadores. Por eso es tan importante defender estos espacios.”

Hoy, que la hegemonía de lo audiovisual es innegable, la literatura infantil parece ser el territorio más apropiado para desplegar los recursos multi-media y así, poder reinventarse. Es que si hay algo que distingue a los libros infantiles es la construcción del texto: un diálogo simbiótico entre la ilustración y la escritura, lo que la teoría clásica llamaba ut pictura poesis (la poesía es pintura que habla y la pintura, poesía muda). Y quizás los libros-álbum sean el punto de mayor sofisticación. Al establecer claras conexiones con la plástica, el cine, la publicidad y la literatura, el resultado es un texto con muchos niveles de lectura que incluye a lectores de diferentes edades. Objetos legibles, inteligentes y humorísticos, son, además, un momento de disfrute entre el mediador de lectura y su interlocutor.

Diego Bianki es uno de los fundadores de Pequeño editor junto a Ruth Kaufman y Raquel Franco. Si bien ya no pertenece más a la dirección, sigue participando como autor de la casa.

 Cuenta que encontró sus referentes en la carrera de diseño y comunicación visual, como el tipógrafo, diseñador y pintor constructivista ruso, El Lisistzky o el inventor de los libros con solapas, el italiano Bruno Munari, quienes lo estimularon en la ilustración dirigida a la infancia. Luego vino Carlos Nine y sus portadas en las revistas Humor y Humi. “Yo empecé en la revista Billiken. Esa época, los 80, fue la de una búsqueda estética que iba por ese lado. Más tarde conocí a Gusti, otro gran referente para mí, y me pude dar el gran gusto de editarlo en Pequeño editor.”

¿Cómo ves el panorama de la literatura infantil argentina hoy, hay diferencias con lo que se producía hace unas décadas?

El panorama cambió muchísimo en cómo se articula la llegada del libro a los nuevos lectores porque hubo que pelearle el territorio de la producción editorial a la hegemonía de las grandes como Alfaguara, Norma o Santillana, que pusieron el foco en lo que hacían las editoriales independientes, porque se dieron cuenta de que ahí había un mercado mucho más vital, y que ellos estaban envejeciendo. Nuestros libros tienen una perspectiva donde lo lúdico atraviesa el diseño, la tipografía, todo el proceso. En épocas pasadas, creo que había más fortaleza en la narrativa y hoy el centro de atención está puesto en el libro-álbum o ilustrado. En el medio hubo experiencias como la colección “Pajarito remendado” donde dibujaban Raúl Fortín o Carlos Nine, que estaban en la editorial Urraca, eso fue una escuela para mí y una grieta para los que apostábamos por el carácter objetual de la edición, por su valor lúdico. Nosotros hacíamos libros deseados, que a la gente le daba ganas de tener, como los libros-fuelle que los chicos buscaban especialmente en las librerías. Pienso que, de algún modo, el contacto con este artefacto que es el libro-álbum genera un código de empatía con el objeto mucho más que doscientas páginas de texto.

Salvo que esas doscientas páginas sean Harry Potter

Bueno, Harry Potter es como un embudo donde los perdés. Pero el libro ilustrado genera una identificación con los más chicos, los que todavía no saben leer pero imitan, porque se aprenden de memoria los textos. Ahí está el cambio. Donde la literatura se abre al encuentro de otras artes que se intercalan y sirven para que pueda arrimarse más tempranamente a los lectores. Y le dio a los ilustradores mucho más protagonismo, porque lo que vemos es que cada vez los textos son más breves, que se abordan desde la imagen. Y respecto del audio, hemos puesto en los libros un código QR que te llevan a Youtube para escuchar una canción alusiva al texto. Es un modo de lectura más envolvente. Lo cierto es que las pequeñas editoriales supieron encontrar muchos recursos para llegar a los nuevos lectores.

            Mariana Ruiz Johnson es una ilustradora y autora argentina que cree firmemente en el poder narrativo de la imagen y cuyos libros, por los que recibió importantes premios, fueron traducidos a muchos idiomas. Criada al calor de los relatos clásicos que su madre le leía en inglés en una colección ilustrada que la marcaron por su solidez y la calidad de las ilustraciones, cuando pudo leer sola, descubrió a los autores de la colección Pan Flauta, El barco de Vapor o de Alfaguara como Ema Wolf. “Famili, Maruja y Los imposibles eran mis favoritos. También fue y es muy importante Quino, desde Toda Mafalda, hasta los libros que compilaban sus páginas de humor gráfico.”

            Con un acercamiento a los libros muy diferente del actual, reconoce que los hábitos de lectura han cambiado definitivamente. “Llevo 17 años ilustrando para las infancias y veo un crecimiento enorme del libro-álbum y la historieta infantil. Cuando yo empecé había pocas editoriales que apostaran por estos géneros, y en los últimos años las editoriales se han multiplicado. Si uno visita una librería encontrará una gran oferta de este tipo de libros, muchos escritos e ilustrados por autores locales. El cómic para las infancias ha explotado en el último tiempo, y hay cada vez más libros que utilizan el recurso de la viñeta para narrar. Celebro que cada vez haya más formatos híbridos entre el álbum ilustrado y el cómic.”

¿Las carreras de diseño han producido una mayor profesionalización en el rubro de la ilustración?

Si, definitivamente, creo que la incorporación de la ilustración a programas universitarios -ya sea desde la cátedra de ilustración editorial de Roldán en FADU o desde el posgrado de ilustración en la misma universidad- contribuye a la profesionalización y al pensamiento alrededor de este oficio sobre el cual queda mucho por explorar y hacer. 

            Valeria Cervero es la responsable, junto con las poetas Vanna Andreini y Larisa Cumin, del ciclo de poesía para las infancias POEPLAS, que se lleva adelante de forma itinerante, a través de talleres en las escuelas y se difunde por su canal de Youtube.

            Paralelamente, la editorial mágicas naranjas venía desarrollando desde hacía varios años talleres y encuentros de poesía para todas las edades. En 2022 se reunieron ambos proyectos para comenzar un camino en común: Poeplas + mágicas naranjas.

¿Cómo son los talleres de escritura de poesía para chicos que dan?

En la primera parte del año realizamos un taller que se llamó “Animalezas, taller de diálogos poéticos”, y compartimos la lectura de los libros Perro y Garza (poemas de Vanna Andreini e ilustraciones de María Elina, editado por mágicas naranjas) y La voz del ciervo (texto de Marisa Negri e ilustraciones de Paula Collini, editorial La Ballesta Magnífica). Luego lxs chicxs tenían que sacar al azar papelitos con animales nativos e imaginar un diálogo entre esos personajes.

El último taller que dimos en el Filbita fue sobre traducciones poéticas. En ese caso partimos del poema “Un señor maduro con una oreja verde”, de Gianni Rodari, en italiano y en castellano. A partir de ese texto, charlamos sobre las distintas maneras de decir el mundo de cada lengua. Luego la propuesta se centró en que cada niñe creara una palabra en un idioma inventado cuyo significado no pudiera expresarse con un solo término del nuestro, de manera tal que tenían que escribir su “traducción” con una frase poética.

Decimos que la infancia es el momento de la vida donde todos somos científicos, exploradores, inventores ¿también poetas?

Creo que sí, que en la infancia todxs somos poetas. Considero que infancia y poesía tienen un territorio común, y que incluso puede pensarse que la segunda tiene su origen en la primera.

            Clara Lagos es historietista e ilustradora y comenzó, como todos, autoeditando sus fanzines. Formó parte de los colectivos “Historietas Reales” y “Chicks on comics” y hoy da talleres de historieta para chicos donde pone el foco en el juego, el humor y el contacto con la naturaleza. Avida lectora de historietas desde muy chica, entre sus favoritas estaban Mafalda, Clemente, Pelopincho y Cachirula que venía en la revista Anteojito y las revistas mejicanas.

            Más que una puerta de entrada a la literatura, asegura que la historieta de por sí es literatura “y seguramente es el paso hacia otras lecturas. Resulta más intuitiva al tener imágenes y poco texto y eso hace que acompañe por otros caminos a los lectores.”

¿Este país es rico en historietistas?

¡Claro! Tenemos una gran tradición como lectores y como creadores (autores, dibujantes, editores). Dante Quinterno, el dibujante y guionista creador de Patoruzú, fue también editor y creador de la revista Patoruzú. Landrú, humorista gráfico, fue el editor de la revista Tía Vicenta. Héctor Oesterheld, guionista de El Eternauta, fundó la editorial Frontera. Y al haber editoriales, revistas, había producción, entonces aparecieron dibujantes y guionistas de todos los estilos, de humor, de aventuras, de guerra... Argentina fue una usina de talentos, por consecuencia tenemos un legado enorme.

¿Cómo son los talleres para chicos que organizás?
A mí lo que me interesa es que los chicos tengan un espacio “sagrado” para ellos. No pretendo dar lecciones de cómo dibujar, esa información está disponible en youtube, tiktok, etc. Lo que hago es generar un espacio donde hay libros, hay libertad de movimiento, hay materiales, hay elementos que despiertan su curiosidad. La curiosidad y la motivación son los motores, después estoy yo que acompaño y guío con mi experiencia.

Larisa Chausovsky y María Luján Picabea son las organizadoras del último Filbita. Ambas, de larga trayectoria en la LIJ, entienden que es un campo en permanente expansión, que “explotó” a partir del retorno de la democracia. “En estos 40 años se ha visto, a partir de la definición de un campo propio de la literatura infantil argentina, un crecimiento constante tanto en la creación, en la edición, el mercado, la especialización y la capacitación en torno a la literatura para las infancias. De un tiempo a esta parte lo que hemos observado es que la proliferación de libros ilustrados y álbumes es marcada, mientras que la narrativa se sigue sosteniendo, pero con una circulación más específica, quizás más reducida a lo escolar.”

¿Cambiaron los gustos de los pequeños lectores o se modificaron las formas de leer?

Por un lado, se producen y circulan una cantidad de libros en los que el sentido se completa en la interacción entre texto e imagen. Eso obedece en parte a los consumos contemporáneos que tienen que ver con una superabundancia de imágenes y estímulos visuales, que proponen tiempos de lectura más ágiles que la narrativa más clásica. Y al mismo tiempo, se ha hecho más consciente la potencia simbólica del lenguaje visual. También porque la literatura y el arte para las infancias se empieza a considerar fuertemente como literatura a o arte sin más.

Lo cierto es que los gustos y elecciones cambian todo el tiempo (y en una misma época, además, son muy variados de acuerdo a los espacios sociales y culturales que se habitan), porque tanto la literatura como el arte potencian lecturas de acuerdo a los contextos históricos y socioculturales en los que se desarrollan. La creación es expresión de una época y al mismo tiempo va delineando los imaginarios sobre la infancia.

Premios y honores a la LIJ 2023:

Este año la autora e ilustradora Yael Frankel ganó el premio al mejor libro de ficción de la Feria Internacional del Libro Infantil de Bologna, la más prestigiosa dentro del rubro, por Todo lo que pasó antes de que llegaras, editado por el sello Limonero. 

El libro cuenta (y dibuja) desde el punto de vista de un nene, el diálogo con su futuro hermanito que todavía está en la panza, donde le explica de qué se trata el mundo, cómo es su familia y qué es lo que le espera cuando decida nacer. Una verdadera ternura.

La Lista de Honor IBBY (Organización Internacional para el Libro Juvenil) es una selección bienal de libros sobresalientes, recientemente publicados en todos los países miembros de esta organización y los autores elegidos por ALIJA para representar a la LIJ argentina durante los próximos dos años fueron: Gigliola Zecchin (Canela) en el rubro escritor/a por La Hoguera, el ilustrador Cristian Turdera por El alumno nuevo y Laura Wittner, por la traducción de Pájaro de invierno, de Katherine Mansfield.

Publicado en diario Perfil, 17/12/23

domingo, 10 de diciembre de 2023

Productos regionales

Que las editoriales independientes son uno de los colectivos culturales más potentes no es una novedad y la Feria de Editores lo demuestra todos los años. Pero, a pesar de que sólo parece suceder en Buenos Aires, en las provincias viene creciendo el mismo fenómeno: pequeñas y medianas editoriales con lo mejor de la producción regional, editoriales municipales con catálogos amplios y diversos, editoriales universitarias con rescates de la obra de autores imprescindibles con trabajos críticos de investigadores académicos, una multiplicidad de voces desconocidas por los grandes sellos y ferias del libro en casi todas las provincias, conforman un campo editorial muy nutrido que, a la hora de difundirlo, se encuentra con el viejo problema del centralismo porteño que convierte en invisible todo lo que no impacta en su vidriera, incluso, para sus mismos coterráneos.

Perfil conversó con algunos de sus referentes, quienes nos cuentan cómo es publicar en un país cuya inteligentzia mira hacia afuera y se posiciona de espaldas a lo que pasa en el largo y ancho territorio literario nacional.

 

Oscar Taborda es el director de la Editorial Municipal de Rosario, :e(m)r; que ya lleva 30 años de vida. Comenzaron con trabajos de investigación con gente de la universidad, que les permitió publicar la obra completa de algunos autores, como Beatriz Vallejos o Juan Manuel Inchauspe. Hoy su producción se nutre, en gran medida, de concursos de poesía, de novela corta, de historieta y de fotografía y hasta de cuentos infantiles escritos por chicos e ilustrados por artistas plásticos de la ciudad, lo que la convierte en una plataforma para nuevos autores de la región.

Si bien no es una editorial independiente, de alguna manera, funciona como si lo fuera, característica que comparte con las editoriales universitarias de la provincia como la UNR, EDUNER y UNL, por el cuidado y la atención cuasi artesanal de cada uno de los libros. “De alguna manera nos sentimos parte del ecosistema de las editoriales independientes. Tenemos un vínculo de hermandad con las editoriales de acá y escapamos a cierta estética arcaica de los libros estatales, la de ser propaganda del político de turno.”

En la librería de la editorial, que abrió hace muy poco, dentro del espacio de la Biblioteca Juan Alvarez, le dan cobijo a aproximadamente sesenta editoriales de la provincia. “El interés es el de ayudarlas a promover su catálogo, sumar un apoyo al trabajo que vienen haciendo. La idea es que cualquiera que entre se encuentre con la producción local que es considerable y que no está del todo percibida por los mismo rosarinos.”

¿La editorial publica sólo autores de la región?

La mayoría, sí. Para los 25 años de la editorial hicimos un concurso nacional y de ahí publicamos catorce libros, no sólo al ganador. Hicimos antologías de poesía, en paralelo con el festival de poesía que se hace acá todos los años. En esa línea se nos ocurrió hacer lo mismo con la historieta, ya que acá hay una nueva generación de historietistas muy buenos.

¿Qué planes tienen para el futuro?

Seguiremos con los concursos. Es la posibilidad de conocer nuevos autores. Y nutriendo las colecciones como la naranja, donde le proponíamos a autores una crónica de una zona de la región. Diana Bellesi escribió sobre Zavalla, otra es sobre el trabajo de Juanele en las bibliotecas populares. En una segunda etapa nos gustaría mucho tener autores rosarinos que hayan publicado en otro lado. (Y la lista, enorme, va de Fontanarrosa, pasando por Charlie Feiling, Patricio Pron, Elvio Gandolfo, Mirta Rosemberg, Beatriz Vignoli, Reynaldo Sietecase, Beatriz Guido, Alberto Laiseca, María Negroni, Aldo Pellegrini, Josefina Ludmer, Nicolás Rosa y muchos, muchos más, lo que da una pauta del foco intelectual que fue y es Rosario).

 

            Verónica Stedile Luna y Agustín Arzac son los responsables de la editorial EME de La Plata. Cuentan que surgió como un desprendimiento de otro proyecto, que fue la revista Estructura Mental a las Estrellas, publicada entre 2010 y 2013 y en un momento se dieron cuenta de que los autores que más les interesaba difundir circulaban por la revista. Por ese mismo año emergieron diversos proyectos editoriales y libreros cercanos en La Plata, como Club Hem, Pixel y la librería Malisia de la cual forman parte. “Todo ese movimiento y las ganas de dar más espacio a las escrituras de la revista, nos impulsaron a crear EME editorial. Los primeros libros de Carlos Ríos y Paloma Vidal fueron en co-edición con Bajo La Luna, de cuyos editores, Miguel Balaguer y Valentina Rebasa, aprendimos cosas invaluables. Al poco tiempo nos largamos a editar con nuestra propia estructura, pequeña pero siempre muy rodeada del apoyo de proyectos colectivos cercanos. Hoy la editorial cuenta con tres colecciones, “Fin de lo mismo” en narrativa; “Plan de Operaciones” en ensayo histórico-político y “Madriguera” –la más reciente, del 2020– para ensayos sobre arte y literatura.”

¿Qué relación tienen con el ecosistema editorial independiente de CABA?

Es uno de los más ricos del Cono Sur, sin dudas; eso hace que, por supuesto, sea un espacio importantísimo de diálogo, intercambio, aprendizajes, y comercialización –como sabemos, la mayor concentración de librerías se encuentra en Capital Federal. Al mismo tiempo, se está dando un proceso muy interesante de poner en común esfuerzos y problemas entre editoriales, librerías y ferias de la provincia de Buenos Aires. Es un universo muy rico, que lleva muchos años de trabajo sostenido, con cada vez más alternativas; ferias como Invierno, Minga o EDITA dan un poco cuenta de eso, al igual que el festival de poesía de Bahía Blanca.

¿Reciben algún apoyo del estado provincial?

En provincia de Buenos Aires se está llevando adelante una serie de políticas públicas de fomento a la lectura y la industria del libro que son muy importantes y que no tenían precedentes. El ejemplo más visible y de mayor impacto es el de la compra de libros a editoriales independientes bonaerenses. Otras acciones son el Encuentro Provincial de Bibliotecas Populares en Chapadmalal -donde también se le otorga presupuesto a bibliotecas para compra-, el programa de apoyo y fortalecimiento a ferias del libro, el espacio dentro del stand de la provincia en la feria del libro de Buenos Aires, entre otras.

 

            Espacio Hudson es una editorial chubutense que tiene su base en el paradisíaco Lago Puelo, desde donde congrega, gestiona, moviliza y publica a los autores de la Patagonia, con un lugar especial para las lenguas indígenas autóctonas -mapuche, selk’nan y yámana- y de otros países, como los textos escritos en creek, una lengua indígena de norteamérica.

            El nombre lo eligieron en homenaje a Guillermo Hudson, un personaje bifronte que fascinó a los lectores de los dos lados del Atlántico y, de alguna manera, ese es el lugar donde quisieron posicionarse. Los problemas de logística los resolvieron colectivamente: forman parte de La Coop, una cooperativa de quince editoriales que tiene su sede en Buenos Aires y desde ahí se hace la distribución a 120 librerías de todo el país, según cuenta uno de sus responsables, Cristian Aliaga.

Pero no sólo publican autores de la región. Hacen co-ediciones bilingües con otros países y si bien la colección de literaturas originarias fue una de las primeras, cuando decidieron abrir la editorial, nos cuenta, ya sabían de la existencia de muchos buenos escritores en la Patagonia y dónde encontrarlos, así que el proyecto nació como el lugar casi natural donde mostrar toda la producción local.

            Uno de los mayores problemas para este tipo de editoriales, sostiene, es la falta de apoyo oficial. “Comparado con México o Chile, por ejemplo, hay muy pocas políticas de apoyo en este país, y muchísimos actores culturales. En nuestro caso, no hemos tenido buena recepción en nuestra provincia, pero hemos coeditado con universidades y gobiernos de otras provincias.”

¿Qué haría falta para que las literaturas regionales accedan a una mayor visibilidad?

Creo que hacen falta políticas dirigidas y sectorizadas. Y acá volvemos al problema de siempre, la centralización. Y es un gran derroche de recursos, porque lo mejor está en la FED, a ambos lados del mostrador: bibliodiversidad de parte de las editoriales y lectores exigentes que, si pudieran, se comprarían todo. Y esto es lo que sostiene este espacio casi utópico dentro de la economía asfixiante en la que vivimos.

 

            Literatura Tropical es una editorial chaqueña que se presenta como una plataforma creativa de “literaturas disconformes” que impulsa proyectos artísticos de autores del NEA, donde la poesía tiene un lugar central.

            Uno de sus responsables, Alfredo Germignani, es muy enfático al enumerar las diferencias que existen entre las editoriales independientes de las provincias y las de CABA: “Las diferencias son de territorio, las editoriales de CABA pueden ampliar más su campo de batalla: recursos, costos, probabilidades económicas, competencias. La historia de la literatura y, por lo tanto, la editorial, no escapa a nuestra propia historia. Edificaron todo sobre arenas movedizas, hicieron una ciudad y se preocuparon poco por hacer un país. Los territorios marginales revelan voces y potencias que CABA cree ocultar con todas las lucecitas que adornan el Obelisco. Lo cierto es que, más allá de este complot, las diferencias son técnicas. Entiendo que una editorial independiente encuentra hidalguía cuando aprende a desenvainar tres espadas: dirección de arte, creación de valor y construcción de catálogo y aunque, creativamente, tenemos las mismas espadas, nos vencen la multiplicidad de sus ejércitos técnicos.”

¿La editorial forma parte de alguna red de editoriales regionales?

No formamos parte de ninguna red pero, en la medida que podemos, procuramos trabajar asociativamente. Nos invitan a la Feria de Editores y a festivales literarios y nosotres mismos producimos acontecimientos para construir comunidad de lectores. Ciertamente es fundamental afianzar lo colectivo, falta quizá una figura o entidad que nos articule con más fiereza. Hay que trabajar más para producir estrategias políticas y económicas, que nos beneficie y nos multiplique más.

            Reconoce que en Chaco existen políticas públicas para incentivar el sector editorial, como los libros a mitad de precio, la ley de mecenazgo, la ley de industrias culturales, que aunque importantes, no son suficientes. “Sobre todo, en estos tiempos de tempestades económicas, es determinante la presencia del Estado a pesar de sus insuficiencias. Ningún mercado regula nada por sí mismo, muy por el contrario, devora. Ni mucho menos el mercado editorial, cuya regulación del precio del papel, ya sabemos, está en manos de unos cuantos pocos que ya conocemos lo que hacen y cómo lo hacen.”

¿Qué haría falta para que las literaturas regionales logren mayor visibilidad?

Entender que no nos podemos mudar a CABA, es ella la que debe federalizarse. Esto fue y será su deuda pendiente con el país y con la historia argentina, pero lo vamos a lograr, estamos preparados y trabajamos para ello durante mucho tiempo.

 

Selva Almada es una de las tres creadoras de Salvaje Federal, la librería que, desde Buenos Aires, promueve la literatura regional y provee de libros de todas las provincias a quienes van en busca de títulos que no están en otros lados. Para eso, recorre las ferias, el lugar donde se dio cuenta de la necesidad de encontrarles un espacio. Al preguntarle sobre la presencia de editoriales capitalinas en su catálogo, su socia, Natalia Peroni, responde que “el acento está puesto en el territorio y para nosotras, la Capital Federal es una región más, no hay un centro ni, por lo tanto, una periferia.

¿Qué impacto tienen las ferias regionales en las ventas de libros de las provincias?

Suelen ser espacios que benefician las ventas y sobre todo que les permiten tener visibilidad, presentarse a futuros lectores. Lamentablemente, muchas veces los lectores ignoran que en su misma región, incluso en su misma ciudad hay una literatura que se está produciendo en ese mismo momento. Y sí, también sirven para que quienes escriben se conozcan, entren en contacto, se lean.

¿Qué haría falta para que las literaturas regionales accedan a mayores ventas, visibilidad, traducciones, ferias internacionales?

La infraestructura de estas editoriales suele ser muy pequeña, son proyectos que se llevan adelante con poco dinero, estos últimos dos años los costos de imprenta y papel se encarecieron muchísimo, hoy cuesta mucho dinero hacer un libro. Creo que además de los apoyos económicos al sector del libro, el Estado debería hacer una promoción más fuerte de estos autores en ferias del país e internacionales. Lo mismo en el caso de las traducciones. “El gran problema en nuestro país es la logística” completa Natalia. “Para que te des una idea: a nosotros nos compra gente de Córdoba libros de una editorial cordobesa. Imaginate el camino que hace el libro. Le pasó a una editorial tucumana que tuvieron que imprimir acá porque las imprentas de allá no tienen precios competitivos. Nosotros tenemos un único costo de envío estés donde estés. La idea es no castigar a los que están más lejos de Buenos Aires. El acento está en difundir literaturas que, hoy por hoy, son secretas.”

¿Qué diferencias hay entre las editoriales independientes de CABA y las de las provincias?

Tal vez la única gran diferencia es que al estar en CABA esas editoriales tienen un acceso más fluido a suplementos y revistas literarias, a booktubers, a una circulación un poco más amplia. También mejores ofertas a la hora de imprimir sus libros. Pero en cuanto a su distribución y visibilidad ocurre lo mismo que con las independientes de las provincias: llegan a muy pocos lugares fuera de CABA.

 

Datos sobre la producción editorial del año pasado

Según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, en 2022 se editaron 35.356 títulos, un 3% más que el año anterior, lo que no es poco, teniendo en cuenta los estragos que la inflación viene haciendo en los bolsillos. Mientras tanto, la cantidad de ejemplares impresos aumentó un 23% y la tirada promedio, un 13%.

Otro dato curioso es que quienes tienen entre 13 y 29 años son los grupos etarios que más leen, con porcentajes de lectura de 77% y 58% respectivamente. Estos rangos etarios coinciden con los de la educación formal.

La mayoría, al elegir un libro lo hace por el género y la narrativa está en primer lugar, En este ítem, es llamativo ver que la poesía comparte con el género de autoayuda el 7% de los votos. El motivo de la lectura es el entretenimiento y una buena noticia, el 26% de la población leyó algún libro de autor o autora nacional.

Por su lado la CAL denuncia que en 2022, el papel ilustración tuvo un incremento interanual de cerca del 300% y el papel nacional para interiores, tiene aumentos superiores al 120% en los mismos meses y su continua falta hace que los pequeños editores se vean obligados a aceptar cualquier precio que se fije

Ante este estado de cosas, proponen formar corredores regionales para mejorar la logística y la distribución. Piden control de precios para las empresas que producen el papel, cuya producción, sostienen, está cartelizada; capacitación por parte de las carreras de edición a los interesados; exención de impuestos y fomento del empleo para Pymes del rubro; control de las plataformas digitales con posición dominante y que la logística vuelva a estar a cargo del Correo Argentino. Veremos qué respuesta tienen.

Publicado en diario Perfil, 10/12/23

lunes, 27 de noviembre de 2023

Una casa lejos de casa


Clara Obligado es una escritora argentina que tiene el raro privilegio de haber “inventado” los talleres literarios durante su exilio en Madrid, cuando la última dictadura la obligó a migrar. Y este libro es un lúcido viaje por la memoria a través de esa casa inestable que le tocó habitar, la de su lengua materna.

Bisnieta del poeta Rafael Obligado, con una infancia nutrida con relatos en inglés contados por una institutriz rumana y conversaciones familiares en francés, fue la traducción su líquido amniótico, en una Buenos Aires dominada por la inmigración.

Frente al dolor por la pérdida de su país, encontró en la literatura el modo de salir de la encrucijada de ser una extranjera en su propio idioma, cuando descubrió que la herida por la pérdida de la patria no se puede suturar, pero sí, ficcionalizar.

Y si en el mismo sustantivo “extranjero” anida la idea de lo que está por fuera, del otro, vivir en estado de extranjería, traduciendo dos mundos, la dotó de una conciencia plena del idioma que enriqueció su escritura y que le permitió descubrir una lectura que privilegiaba la hibridez por sobre las identidades literarias y que le dio la libertad de no aferrarse a ningún tópico y, enraizar, como el clavel del aire, hacer de la extranjería la única patria posible. Ser el otro de uno mismo, en un puro devenir, y comprobar qué resulta en la literatura.


Publicado en El Dipló, 27/11/23

domingo, 26 de noviembre de 2023

Guerra

 

Un nuevo manuscrito de las numerosas de páginas que todavía permanecen inéditas y que fueran robadas de la casa de Céline en París cuando se escapó, acusado de colaboracionista, en 1944, acaba de publicarse y las buenas noticias son la próxima aparición de su continuación, la novela Londres, y que, por ahora, la policía ideológico-literaria no puso el grito en el cielo.

            Novela autobiográfica, como toda su obra, comienza cuando su protagonista, Ferdinand, despierta en medio del campo, luego de haber recibido heridas graves en el brazo y en la cabeza, en octubre de 1914. “Tengo mil páginas de pesadillas en reserva, la de la guerra, naturalmente, es la más importante” le dijo a su editor en 1934 y este manuscrito, que es un primer borrador, forma parte, sin embargo, de lo mejor de su obra sobre su participación en la Gran Guerra.

            Los editores de este material escrito veinte años después de los hechos se enfrentaron a un borrador incompleto, enmendado, tachado, con algunas palabras ilegibles, pero que mantiene la unidad de estilo de una obra en la que la sangre, el cuerpo, el sexo, el barro y la muerte giran alrededor del único gran tema moral, la guerra. Las notas al pie marcan las correspondencias evidentes con sus otros textos como Muerte a crédito, Viaje al fin de la noche y Casse-Pipe, esclarecen los cambios de nombre de un mismo personaje, así como los neologismos inventados por su lengua mordaz con la que le quita seriedad al relato, dándole un tono tragicómico.

            “Atrapé la guerra en mi cabeza” nos enrostra el protagonista en el comienzo de este texto en crudo, con frasees perfectas como hachazos, quizás el tono más apropiado para la historia que se propuso contar, la de la temporada que pasó en un hospital de campaña, en Peurdu-Sur-La-Lys, cerca de la frontera con Bégica, después de sufrir graves heridas en el brazo y en la cabeza, lo que le dejó una lesión en el oído de por vida.

            Describe el día después de la caída del convoy en el que viajaba, poniendo en primer plano los cuerpos despedazados por las granadas, las vísceras de los muertos comidas por las ratas, ríos de sangre y orina, con la vitalidad de una pintura de Brueghel. La misma intensidad con la que describe los cuerpos abiertos al exterior a través de la sangre, el vómito, los excrementos y el semen, revolviéndose en el fango (“que viva la mierda y el buen vino”), una imagen carnavalesca de goce y sufrimiento y una experiencia del cuerpo fragmentado en el dolor atroz provocado por esta guerra sanguinaria, que la pintura cubista reveló en toda su dimensión.

            Contra los relatos épicos o consagratorios de la guerra, Céline compone un furioso cuadro del momento en que el largo siglo XIX estalló en pedazos y el movimiento de masas, junto con la velocidad y los cambios que se podían registrar en la moda, modificaron el mundo para siempre. El padecimiento físico, pero también el deseo, la perversión, el humor y la escatología serán los materiales con los que narrará su propia experiencia, la que lo dejó al borde de la locura a causa de los ruidos permanentes y ensordecedores dentro de su cabeza (“imposible estar más sonado”), una “fanfarria” que padeció durante toda su vida.

            Con una mirada burlesca, registra el paso de las tropas que serán tanto el recordatorio de la “alegría idiota” de los combatientes yendo al matadero, como un colorido álbum de fotos con los uniformes de los ejércitos de Europa para la mirada asombrada de un niño. Un punto de vista que, aprendimos en Bajtín, desacraliza y pervierte el orden de un mundo. Y el concepto de patria, fundadora de un orden, será el principal blanco de su lengua filosa, como en la escena donde recorre los campos disfrazado con los retazos de los diferentes uniformes de los soldados muertos, con el fin de no ser reconocido como soldado francés. Y el humor negro, representado en el discurso gangoso de un soldado que fue herido en la lengua, con los que describe “una vida maravillosa, una vida de tortura”, la misma que describe ese género carnavalesco por excelencia que es el tango.

            Céline, moralista y gran conocedor de las miserias humanas, entiende que no hay lugar ya para el heroísmo y delinea unos personajes esperpénticos e inmorales, con rasgos exagerados, galería de monstruos como la sádica enfermera de dientes podridos que goza sondando a los heridos y practicando la necrofilia; el cura, con su tono afeminado y “sus palabras untuosas venidas del cielo”; el repulsivo médico del hospital de campaña, matasanos que pareciera salido de la clínica del doctor Cureta; el temible y fantasmal Comandante, enjuto y sin mejillas; su amigo Cascade, gigoló traicionado por su esposa-prostituta o sus padres, ciegos ante el horror que los rodea, felices defensores de un mundo desaparecido, a los que Ferdinand desprecia junto con el mundo y la literatura que representan, esta última, en las cartas pulcramente escritas que su padre le envía.

            Y a sí mismo, héroe de guerra condecorado, cuyo secreto acerca de la desaparición de una valija con dinero de su regimiento lo pone al borde del fusilamiento, mantenido por una prostituta, la atractiva esposa de su amigo recién fusilado, en un mundo donde los héroes son a la vez parásitos, hipócritas o ventajeros, con los que compone, magistralmente, el tema del traidor y del héroe.

            Tuvieron que pasar 90 años (y la desaparición de su longeva viuda, Lucette Destouches) para que pudiéramos encontrarnos con este texto de una gran potencia visual y sonora que ejecuta, como en un drama musical, el relato de los horrores que le tocó atravesar a su autor, con el que se propuso “hacer bella literatura con trocitos de horror arrancados al ruido que ya no se acabará nunca.” Aunque es muy probable que desde el horizonte de lectura actual, un libro como este sea calificado de misógino, violento o inmoral, desde acá, esperamos con ansia su continuación.

Publicado en diario Perfil, 26/11/23