domingo, 31 de diciembre de 2023

Minotauro, la colección que alimentó los sueños de varias generaciones

Entrevista a Martín Felipe Castagnet


Hacía falta un trabajo riguroso de investigación sobre la mejor colección de ciencia ficción que se haya publicado en español y que al mismo tiempo la transformó en un género de culto, aquella que reunió el mítico sello Minotauro, y este libro viene a llenar ese vacío. Un trabajo de largo aliento del escritor y docente Martín Felipe Castagnet, producto de su tesis de doctorado, que recupera la figura su creador, Francisco “Paco” Porrúa, un hijo de exiliados gallegos que, en sintonía con el grupo de intelectuales que llegaron desde España durante el franquismo para fundar las mejores editoriales de Argentina y México, revolucionó el mundo de la edición.  

Lector voraz, culto (su paso por la carrera de Filosofía y su amor por la poesía lo revelan) y de una gran audacia, descubrió en Les temps modernes a los desconocidos Bradbury y Sturgeon y con la compra de los derechos dio nacimiento a esta editorial, en 1955, según el modelo francés del cual sacó la idea original. 

Con un cuidado especial por la calidad literaria de los textos, la elaboración de sofisticadas portadas a cargo de diseñadores argentinos de vanguardia y con prólogos de escritores consagrados como Borges, encontró en una gran cantidad de lectores, y a lo largo del tiempo, a su interlocutor ideal. De esta manera, abrió el camino a una nueva forma de leer ciencia ficción que los seguidores del género sólo conocían a través de las revistas norteamericanas y de sus pares argentinas (en especial, la revista Mas allá, dirigida por Oesterheld), con historias en las que los adelantos de la ciencia se vestían de aventura, para transformarla en una aventura del pensamiento, capaz de revelar bajo una nueva luz los problemas humanos, como describió Borges a este género, “el más moderno de todos”.

Porrúa, lector en varios idiomas, fue el responsable de muchas de las traducciones del sello (llegó a firmarlas con siete heterónimos) y el que le dio ese sesgo poético y melancólico a algunos de sus títulos como Crónicas marcianas, versión que fuera elogiada por el mismo Bradbury, en una operación de borramiento del carácter pulp que las revistas masivas le imprimían. Pero no fue el único: contó con un grupo de traductores argentinos de primera línea como Pirí Lugones, Aurora Bernárdez, Marcial Souto, Enrique Pezzoni y Marcelo Cohen que hicieron de la lectura de este lado del Atlántico, una experiencia inigualable.

El libro, además de desmenuzar el catálogo que hizo famoso al sello y a su editor, describe el trayecto profesional de Porrúa que comenzó de muy joven y que encontró en la editorial Sudamericana dirigida por su compatriota Antonio López Llausás, el lugar donde desplegar toda su audacia y olfato como director literario, y en el que disfrutaba de una total libertad para publicar. Así fue como se convirtió en el principal difusor de la obra de Cortázar y en el primer editor de Cien años de soledad. Y fue la misma Sudamericana la que le ofreció un acuerdo por el cual él quedaba a cargo de Minotauro mientras que de la parte administrativa se encargaba el equipo de Sudamericana. Cuando en el año 76 Porrúa se va a España (más bien, vuelve) continúa con el mismo arreglo con el sello Edhasa, donde publica El señor de los anillos que se convierte rápidamente en un best seller. En el año 2001, el momento donde se produjo la mayor concentración en la historia del mercado editorial, Porrúa vende Minotauro al grupo Planeta y desaparece finalmente el rasgo distintivo que la hizo única. 

Su autor concluye que Porrúa fue un pionero en el arte de editar libros y que importó la ciencia ficción anglosajona al mundo hispanohablante (o hispanolector) desde su impronta francófila y surrealista. Y el nombre que eligió para su sello representa esta hibridez que también es una síntesis entre la alta literatura y los géneros populares.


La capital conversó con el autor de este trabajo y después de felicitarlo por la elección del tema de tesis, le preguntó cuánto tiempo le llevó esta investigación. “La semilla de la investigación surgió en febrero de 2011, cuando cursé un seminario de verano en la Universidad de La Plata con José Luis de Diego, a quien había tenido en la primera materia de la carrera. Descubrí que el enfoque era exactamente lo que me gustaba a mí: estudiar el libro no como una entelequia sino como un objeto material, cuyos avatares se podían historizar y que ese es un trabajo que todavía estaba (y está) en proceso. Decidí escribir sobre Minotauro, mi editorial favorita, porque, para mi sorpresa, no había nada escrito. Eso me llevó a una tesis doctoral, que duró seis años (al mismo tiempo, mientras armaba el proyecto de tesis empecé a escribir una novela que luego terminó publicada: en esos pocos meses la vida me cambió). Luego, pasaron otros seis años hasta que salió publicada. En total doce años, un tercio de mi vida. Y fue gracias a ello que pude conocer a autores tan importantes para mí como Angélica Gorodischer o Marcelo Cohen.”


- ¿Fue la formación filosófica de Porrúa lo que lo llevó a interesarse por la ciencia ficción?

Sin dudas, ya que Porrúa llegó a la ciencia ficción (y a Bradbury en particular) gracias a la revista de Sartre, Les temps modernes. Y no olvidemos que era estudiante de Filosofía y Letras. Pero era una formación filosófica a la francesa, es decir, atravesada por el arte, en especial el surrealismo. Sus lecturas posteriores en filosofía asiática, que siguió leyendo hasta el final de sus días, también pueden verse reflejadas en las elecciones de su catálogo. Sin esas lecturas no existiría Minotauro.


- Pensaba en el cruce que él hace entre el pulp y la alta literatura. ¿Porrúa fue un hombre de su época, la vanguardia de los 60? 

Porrúa fue un hombre de varias épocas o, mejor dicho, el resultado de varias generaciones: la migración española de los veinte y los treinta, los intelectuales de izquierda de los cincuenta, y también la vanguardia de los sesenta. Pero cuando empezó esa década, él ya había pavimentado el camino, porque los libros que ejemplifican ese espíritu de la época (tanto en Sudamericana como en Minotauro) continúan el modelo que él estableció a mediados de los cincuenta, cuando comenzó a publicar. En ese sentido, podemos decir que el tipo de libro que editaba Porrúa nunca cambió en cincuenta años: quizás porque se anticipó tanto, que las nuevas épocas nacían y esos libros cada vez parecían más modernos.


-¿El fue uno de los hacedores del boom?

El boom es un proceso complejo, decididamente editorial y no autoral, y por eso se debe distinguir al boom de la nueva narrativa latinoamericana de esa época. Porrúa, como editor, fue uno de los generadores indispensables de esa narrativa (porque efectivamente los editores son actores indispensables) al abrirles las puertas, estimular y potenciar a una cantidad inmensa de esos autores, pero a él no le interesaba el aspecto comercial que caracterizaba al boom.   


- Cada modo de publicación construye su propio género literario, decís en alguna parte del libro y pensaba en los cambios en la imprenta, con la revolución industrial, que generaron cambios sustanciales en la novela. ¿El factor económico o los modos de producción tienen más incidencia en la literatura de lo que pensamos?

La respuesta es un sí rotundo. Tendemos a pensar en las obras literarias de manera descorporeizada (en “Letras”, como si flotaran en el aire), cuando es el soporte y los modos de producción los que determinan sus características y muchas veces sus innovaciones. José Luis de Diego, mi mentor, rescata una frase de Roger Stoddard para titular uno de sus libros publicados por Ampersand: “Los autores no escriben libros”. Esto es: los autores escriben manuscritos, los libros en cambio son el resultado de una cadena de producción muy rica e interesante, sometida a los rasgos de una industria editorial en particular, que luego se complejiza cuando analizamos fenómenos como la traducción.


- Leyendo el catálogo sorprende la cantidad de obras maestras que lo integran. ¿Porrúa inventó un tipo de ciencia ficción o construyó un nuevo lector?

Ese tipo de ciencia ficción estaba naciendo en otros países por la misma época en que él armó Minotauro, de modo que cuando empezaron a publicarse las obras de los maestros de la llamada New Wave o Nueva Ola, como Le Guin o Ballard, Porrúa ya tenía el sello listo para recibirlos. Pero en Argentina, y podríamos extenderlo a Latinoamérica e incluso España, Porrúa sí tuvo que crear un tipo de lector nuevo, porque el lector de la science-fiction que existía hasta entonces era muy diferente, menos interesado en los aspectos literarios que en los técnicos. Con Bradbury como punta de lanza (no es casual, ya que Bradbury siempre fue una excepción y un adelantado), se anticipó a cambios que tendrían lugar a nivel internacional varias décadas más tarde.


- ¿Podemos decir que Argentina tiene una tradición de editores intelectuales? Pensaba en Porrúa, en Pezzoni, en Chitarroni.

Los editores son intelectuales imprescindibles, quizás los más silenciosos, aunque en la gran historia editorial argentina también hemos tenido algunos muy vocales, como Victoria Ocampo. Para ejercer esa función no siempre deben publicar libros de su autoría o firmar solicitadas: su propia labor es el ejercicio de un rol social. Su voz es el catálogo y hay catálogos que todavía siguen siendo escuchados.  


- ¿Qué le dio Minotauro a tu vida como lector?

¡Qué no me dio Minotauro! De chico leí muchos libros que cambiaron mi vida, sin entender que detrás de ese sello común había una única persona y un muy pequeño grupo de colaboradores. Pero sobre todo lo que hizo fue extender mis fronteras mentales. No hice viajes fuera de nuestra región hasta que cumplí 26 años, pero para esa altura ya había viajado más allá de este mundo, a los confines de lo conocido, a los límites de lo humano. La maravilla continúa.



Un repaso por el catálogo 


Con una edición muy cuidada a cargo de la editorial Tren en movimiento que incluye páginas a color con algunas de sus tapas más conocidas, el trabajo recorre el catálogo de un editor que tuvo la intuición de captar en autores que eran sus contemporáneos, los caminos que comenzaba a transitar la nueva ficción especulativa. La experiencia de la Segunda Guerra, por la que habían pasado muchos de ellos, marcó a una generación para la cual, después de la bomba atómica, no hay distinción entre el mundo exterior y el interior. El desolado paisaje de Marte será entonces un reflejo del paisaje mental, por lo que el futuro ya no se presenta como una aventura a conquistar, sino que plantea una pregunta por la ética. Y las considerables lecturas de su editor sobre psicoanálisis, filosofía y surrealismo van en la misma dirección.

Bradbury, Sturgeon, Clarke, Lovecraft, Stapledon, Matheson, Golding, Ballard, Le Guin, Burroughs, Schmidt, Burguess, Dick, Lem, Aldiss, Tolkien, Potocki, Calvino, Vonnegut y algunos pocos rioplatenses como Levrero, Gorodischer, Shua y Marcelo Cohen, integran un catálogo plagado de obras maestras, muchas de ellas experimentales, con un lenguaje elaborado, que se convirtieron en best seller, como fue el caso de La naranja mecánica o más tarde, El señor de los anillos.

Capítulo aparte merece el diseño de las tapas, más altas que anchas, su marca de distinción, con las portadas sobrias y abstractas de Juan Fassio, las más psicodélicas de Rómulo Macció o las de los dibujantes de la editorial La urraca, Scafati, Sanzol y Fortín, con su toque onírico, claramente dirigidas a un lector culto.

Porrúa tuvo claro, desde el comienzo, su programa editorial: publicar textos donde los lectores pudieran encontrar “lo extraordinario, lo fantasmagórico y lo hermoso”. Los ejemplares atesorados por sus dueños y los que siguen circulando por las librerías de viejo demuestran que lo consiguió con creces.


Publicado en La capital de Rosario 29-12-23


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