domingo, 28 de enero de 2024

Ficción real

 Cosas que vienen y van

Conocimos a Bette Howland cuando el año pasado la misma editorial publicó S-3, una memoria, sobre la temporada que ella pasó en un neuropsiquiátrico, después de un intento de suicidio, con el que dio comienzo, de la forma más descarnada y expuesta, a su carrera literaria.

Este segundo libro reúne tres relatos sobre esas “cosas que vienen y van”, a las que simplemente llamamos vida, con el desparpajo y ese estilo brutal con el que construye unos personajes memorables.

En el primero, “Dios los cría”, despliega toda su capacidad como contadora de anécdotas para evocar el recuerdo de su numerosa y muy ruidosa familia de inmigrantes judíos, en la Chicago de la primera mitad del siglo pasado, cuando el modelo de masculinidad se forjaba en el espejo de los primeros gángsters.

Plagado de personajes hermosos, plenos y de varias capas, los vemos desfilar a partir de sus rasgos físicos, exagerados y grotescos, como la tía Honey, cuyas caderas le recordaban los sillones tapados con sábanas, la joven cuñada de curvas estilo Marilyn, un ama de casa embaucada por los vendedores a crédito, el novio y su intento de ser un chico duro (y la escena de la primera vez que tienen sexo es sublime) o el candidato de la tía, “demasiado ambicioso para trabajar” al que, en un paso de comedia, el miedo le hace echar a perder una operación clandestina.

Con una mirada intuitiva y desintelectualizada, Howland capta, en la vitalidad de los detalles y con mucha empatía, todo lo que de espectáculo circense tiene cualquier historia privada, cuando las tragedias se transforman en una página más del anecdotario familiar.

En “El viejo bromista”, una joven madre lidia con sus inseguridades mientras la vieja niñera que cuida a su hijo no hace más que ponerlas en evidencia y encuentra en el hombre con el que sale, un profesor de universidad bastante mayor que ella, todo de lo que ella carece: conocimiento, autoconfianza y libertad. Y en ese homenaje a la superioridad del hombre, encuentra el modo desviado de exponer a esos personajes masculinos que exudan fuerza y dominio, en todo lo que tienen de arrogantes y mezquinos.

Y “En la vida que me diste”, la figura colosal del padre, temida y a la vez cautivante, se resquebraja cuando un accidente doméstico lo envía al hospital, haciéndole entender que el final de esa pareja a la que solo la unió el malentendido, está más cerca de lo que puede soportar. Y en ese paisaje escarpado y hostil que es la cabeza del padre encuentra la cifra de una relación atravesada por el predominio indiscutido del patriarcado, donde los castigos físicos eran la prueba de la propia demostración de fuerzas.

Howland es una maestra en el arte de incorporar en su universo ficcional la realidad, tanto en la forma de dialogar con los lectores, haciéndolos cómplice de sus confidencias, como en la inclusión del habla familiar con largos párrafos en itálica, ese discurso con el que estamos formateados y que ella homenajea de la mejor de las maneras posibles.

Publicado en diario Perfil, 28/1/2024 

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