martes, 18 de julio de 2023

Entrevista a Alan Pauls

 

Un nuevo seminario de Barthes acaba de publicarse en nuestro país, siempre gran receptor de la teoría francesa, y la editorial Eterna cadencia le encargó su traducción a Alan Pauls.

El léxico del autor es un trabajo muy complejo de crítica genética con sus manuscritos encarado por grandes especialistas en su obra, quienes lograron ensamblar las notas del seminario que impartió durante los años 73 y 74 en la École pratique des hautes études, en paralelo a la elaboración de Roland Barthes por Roland Barthes, con los textos que quedaron afuera de ese libro.

Cada una de las “sesiones” como llama a las clases se plantea como un espacio de investigación conjunta para su futuro libro y de conceptos que cambiaron para siempre lo que entendemos por estudios literarios, como el de biografema, con el que resolvió dialécticamente la cuestión del autor como propietario del sentido de su texto, superando, avant la lettre, a todas las variantes de la literatura del yo que se impusieron en los últimos años.

Enseñar literatura se convirtió, a partir de Barthes, en el intento de construir un espacio para la transferencia, en sintonía con el horizonte de la teoría psicoanalítica, y para el descubrimiento del propio deseo para producir otro texto, que es el sentido de la crítica literaria.

Dueño de una cultura pluridisciplinaria que lo mantenía atento a las producciones contemporáneas y a la cultura clásica simultáneamente, su lengua permeó la de varias generaciones de intelectuales a los que les enseñó que la literatura es la razón de la existencia de cualquier teoría, a poner en cuestión las propias herramientas conceptuales y a pensar desde adentro del lenguaje.

El traductor de este “nuevo Barthes” conversó con Perfil sobre los motivos por los que la publicación de un seminario inédito suyo es un acontecimiento y de la posibilidad de disfrutar del despliegue de su pensamiento en acto, con notas marginales que muchas veces descalifican lo que nos parecen genialidades, provocando a sus fervorosos lectores desde esta lejana y cosmopolita Sudamérica.


- Sos uno de los traductores argentinos de Barthes (o por lo menos, con este libro, te convertiste en uno de ellos), que no es poco, teniendo en cuenta que este país ha contado con una altísima tradición en traductores barthesianos como Nicolás Rosa, José Bianco, Héctor Schmucler, Oscar Terán. Digamos que las mejores traducciones al castellano de este autor son de acá. ¿Hubo una apropiación argentina del pensamiento barthesiano o la fascinación de la intelectualidad vernácula por el psicoanálisis propició el ingreso de este corpus?

Es cierto lo que decís de esa familia ilustre de traductores. De hecho yo leí a Barthes por primera vez en las versiones de Bianco y de Rosa. Significa que los que traducían a Barthes eran los mismos que lo leían, discutían, versionaban y enseñaban. Traducir era parte esencial de la práctica crítica y teórica de la época, no un trabajo aparte del que se ocupaban otros. Se traducía lo que se quería o se necesitaba leer, estratégicamente, un poco a la manera salvaje iniciada por Oscar Masotta, de la que el lacanismo argentino quizá sea una derivación espectacular. Pero más que el psicoanálisis, es el estructuralismo —y la resonancia formidable que tuvo en Buenos Aires desde fines de los 60 hasta mediados de los 70— el contexto que explica, creo, la circulación privilegiada de Barthes.

- Barthes, como Borges, es inabarcable, en el sentido de que no es posible encontrar a alguien a quien se lo pueda calificar como único especialista en su obra. ¿Será por eso que sigue siendo un acontecimiento literario la publicación de sus escritos inéditos?

No tanto inabarcable como irreductible, en el sentido en que siempre hay un resto en él que parece resistir a las lecturas sinópticas, las periodizaciones, los “panoramas”. Básicamente porque —más allá de las etiquetas de época: semiólogo, semiólogo literario, etc.— era un ensayista, es decir un escritor, alguien que practicó y teorizó como nadie una cierta manera de surfear, incluso histeriquear con, los saberes más conspicuos del siglo XX, mimetizándose con ellos pero conservando al mismo tiempo una distancia estratégica, como de dandy nietzscheano, lo que le permitía usarlos y criticarlos a la vez, apoyarse en ellos y traicionarlos. Barthes, el más contemporáneo de todos, siempre se preocupó mucho por preservar cierto arcaísmo, cierta pulsión demodée, como si el anacronismo fuera el arma secreta para sobrevivir a los efectos de la moda y conseguir una posteridad de largo aliento. Como los cursos de Derrida, Deleuze o Foucault, la publicación de los seminarios de Barthes son un acontecimiento porque leyéndolos leemos paso a paso, casi en vivo, no sólo cómo enseñaba lo que pensaba, sino hasta qué punto todo lo que escribía nacía de esa palabra oral que producía y hacía circular en la enseñanza.

- Leo a Barthes y me parece escuchar la voz de Jorge Panesi, Nicolás Rosa, Daniel Link. ¿Su lengua permeó la de los intelectuales y docentes argentinos?

La de los mejores, sí: los que nos formaron. Agreguemos a Beatriz Sarlo, María Moreno y Tamara Kamenszain, tres grandes lectoras no miméticas de Barthes.

- Leer El léxico del autor, un libro complejo y ultrafragmentario, es estar frente a la máquina Barthes en funcionamiento. ¿Por qué creés que no envejeció, que esta máquina sigue produciendo pensamiento?

Recién ahora, en parte gracias a la publicación de los seminarios y cursos, vemos blanco sobre negro los distintos “giros” que hay en la obra de Barthes: el giro autobiográfico, el giro ético, el giro novelesco... Y la manera extraordinaria que tenía Barthes de transgredir dos tabúes intelectuales: uno, avanzar retrocediendo; dos, conectar dos pensamientos incompatibles (Brecht y el zen, por ejemplo) gracias a una intermediación única, extemporánea, la de su propia escritura, que volvía radioactivo todo lo que tocaba. Esos “pasos”, que los libros a menudo disfrazan o embellecen, aparecen en los seminarios de manera flagrante, con toda su fragilidad y su incertidumbre, como en un laboratorio o una sala de ensayos.

- Claramente, el marxismo es uno de los horizontes de Barthes. Algunos de sus postulados están en sintonía con los de Michel De Certeau, en relación a la importancia que le asigna a la enunciación y en cuanto a las estrategias de los hablantes frente al discurso tanto del poder como de la doxa. ¿Qué es lo que lo atrae de una filosofía como el marxismo al que en algún momento describe como coartada, como ficción?

El marxismo que le interesaba a Barthes era muy idiosincrático, un mix de pensamiento estético, close reading y experimentación política que no encajaba necesariamente en el molde marxista clásico. El marxismo resbaladizo de Brecht, digamos: el único marxista que reaparece una y otra vez en su trabajo, a veces como modelo de lector-mitólogo (que lee el artificio, la construcción ideológica, allí donde pretende imponerse la “naturaleza”), otras como un materialista de la forma (el Brecht del montaje, la discontinuidad, la distancia), otras como ejemplo de marxista convencido que no renuncia al placer, al saber vivir, al hedonismo.

- Los lugares donde Barthes enseñó, el Collège de France y la École pratique, fueron instituciones extrauniversarias por donde pasaba lo más disruptivo y renovador del pensamiento francés, en oposición a lo que sucedía en una universidad como la Sorbona, y recordaba la experiencia de la “universidad de las catacumbas”, durante la última dictadura, de la que vos formaste parte. ¿Sólo es posible renovar el pensamiento situándose en los márgenes?

Los grupos privados eran la única posibilidad de pensar durante la dictadura. Era eso o el páramo siniestro de una universidad arrasada por la represión. Los grupos, de algún modo, fueron la respuesta contrainstitucional, “menor”, móvil, ubicua, casi clandestina, a un contexto extremo. Por extrauniversitarios que sean, el Collège y la École pratique son instituciones fuertes, que sólo pueden pensarse como “alternativas” en relación con una institucionalidad geológica monumental como la de la Sorbona. (Aunque la universidad francesa también produjo sus monstruillos disidentes internos: París VIII, por ejemplo, donde enseñaba Deleuze.) No idealizaría los márgenes en abstracto. Quizá lo más estimulante para pensar sea estar en relación de tensión, adentro-afuera, con alguna clase de institución mayor, desmarcándose de ella y a la vez que debatiendo con ella. En realidad, todas las formas del pensamiento, así sean radicales, encuentran siempre su institución, un teatro a su escala. Y si no lo encuentran lo inventan.

- Volviendo a El léxico del autor, Barthes está impartiendo uno de sus seminarios durante los años 73 y 74, él ya es uno de los grandes intelectuales franceses (en la lista de alumnos aparecen Alain Finkielkraut e Yves Bonnefoy) y en estas “sesiones”, como llama a las clases, está planteando desarmar el andamiaje pedagógico de los estudios superiores, nada menos. ¿Qué impacto tuvieron en ese momento sus seminarios, eso que “irrumpe agujereando los códigos del saber y la enseñanza”, fueron una excepción en el sistema educativo francés o generaron cambios?

No sé qué pasa a nivel de la enseñanza, pero en el campo de lo que se escribe, Barthes está más presente hoy, probablemente, que hace veinte años. Todo lo que se mueve alrededor de la autoficción, las escrituras del yo, la literatura autoteórica —de Maggie Nelson a Nathalie Lèger, pasando por Brian Dillon y Moira Davey—, le debe algo a Barthes, sobre todo al del Barthes por Barthes.

- Barthes no es Sartre, que viajó a Cuba con Simone de Beauvoir para entrevistarse con el Che, pero se pronuncia en contra del golpe de estado en Chile. ¿No suena raro, en el contexto de un pensador que plantea que todo es un efecto de lenguaje y de un libro que se va a ocupar de su propia obra, una frase salida de la realidad inmediata de un lugar que no es Francia, su único marco de referencia cultural?

No: la “vía chilena al socialismo” había sido muy importante para la izquierda francesa. El golpe del 73 cayó como un baldazo de agua helada y despertó la solidaridad de todo el mundo (incluso de Barthes, que, efectivamente, no tenía una relación muy ferviente con la “actualidad”).

- La anécdota de la migraña que le provocó su viaje a China es memorable, causada por lo que llama “el desierto erótico de un país del que había sido borrada toda sexualidad”. Frente a la necesidad de pronunciarse sobre su viaje, responde con el cuerpo. ¿Qué relación tenía Barthes con el grupo “Tel Quel”, con el que emprendió ese viaje?

Se dejaba arrastrar, halagado por el aura de radicalidad del grupo. Pero aparte de Sollers, que por alguna razón inexplicable le interesaba, y de Kristeva, que le daba curiosidad, el vanguardismo de Tel Quel era demasiado enfático, demasiado militante para Barthes, siempre obsesionado por no quedar pegado a nada. Creo que Barthes piensa en Tel Quel cuando una noche, antes de acostarse, lee las Memorias de ultratumba de Chateaubriand y se pregunta: “¿Y si los modernos estuvieran equivocados?” Por lo demás, China estaba entonces en el top de la agenda de izquierda, y Barthes quería ir y ver. Colarse en el viaje de los telquelianos era la solución perfecta. Pero era un viaje cien por ciento oficial, organizado por el servicio de relaciones exteriores del gobierno chino, y ya en el artículo que escribe para Le Monde al volver (“¿Y China, entonces?”) se leen su decepción y su tedio. Y el Diario de un viaje a China recopila todo lo que hace recrudecer sus legendarias migrañas: visitas a fábricas, excursiones a granjas modelo, asambleas políticas, clases de historia política, cataratas de estadísticas y propaganda, desfiles militares... Por no hablar del entusiasmo frenético, abrumador, con que sus amigos telquelianos encaran cada mañana el fixture de compromisos que les armaron. Es decir: el ABC del monolítico triunfalismo maoísta en un contexto social donde cualquier signo de deseo —es decir de temblor— aparece sofocado, mucho más si involucra el contacto con visitantes occidentales. Creo que hay solo dos cosas que lo sacan de ese marasmo: los colores, pálidos, muy de su paleta, y el paso fugacísimo de un muchachito que Barthes tiene la impresión de que lo mira con algo que quizá, con viento a favor, sea una forma asordinada de la simpatía erótica. El Diario de un viaje a China es la fascinación de la intelectualidad progresista occidental con China en clave de comedia deadpan.

- Su planteo de que “las ideas son coartadas del cuerpo” ¿qué teoría está postulando?

¿Una versión nietzscheana de la sublimación? Pensamos con el cuerpo, con nuestros deseos, apetencias, propensiones y fobias, pero el pensamiento borra ese origen, lo abstrae, lo espiritualiza. Pensamos algo para poder desear sin culpa eso que pensamos. Siempre queda mejor dedicarse a una idea que a un objeto de deseo.

- ¿Qué significó o significa para vos, Barthes, qué te enseñó?

A leer y a escribir.


Beatriz Sarlo, barthesiana de por vida

En Escritos sobre Roland Barthes, publicado por la Universidad Diego Portales, Beatriz Sarlo le rinde homenaje al maestro, del que fue su discípula a la distancia y a quien considera “uno de los lectores más sensibles, audaces, benevolentes e implacables de todo el siglo XX”.

Contemporánea de los textos que llegaban a través de las primeras traducciones a nuestro idioma, que a partir de los 70, por obvias razones plíticas, se publican en México (El grado de la escritura ya lo había editado Jorge Alvarez en 1967, en la gloriosa traducción de Nicolás Rosa), encontró en él a un lector sofisticado capaz de construir un modelo de lectura para cada objeto de su interés y abandonarlo para construir otro cuando su deseo crítico cambiaba, que podrá ser el trabajo de escritor, las formas contemporáneas de la significación, la moda o la voz y la escucha, conjugando la práctica pedagógica de los seminarios con la escritura de libros que se convirtieron en ineludibles para entender el arte del siglo XX.

En él encontró a un pensador que atravesó todas las disciplinas del lenguaje (la semiología, la lingüística, el psicoanálisis, la filosofía) y que hizo de ellas un uso estético o, lo que es más interesante, sostiene, las convirtió en literatura.

Un verdadero manual de crítica literaria, considera Sarlo a S/Z y el único libro que elegiría, sin dudar, para llevar a la famosa isla desierta. Una muestra del fervor que produce en quienes lo leen desde hace más de medio siglo o de que Barthes, como le gusta decir, vuelve barthesianos a sus lectores. Ahora y siempre.

Publicado en diario Perfil, 16/7/2023