viernes, 31 de octubre de 2014

Esperada reedición

Los cuentos del Chiribitil









Un desván, un pequeño lugar para guardar trastos, un cuchitril, nos informa el diccionario que es un chiribitil, y en la elección del nombre se juega el lugar marginal y de poco prestigio que la literatura infantil tuvo y que para cierta crítica quizás todavía conserve. Para los creadores de esta colección -el núcleo duro del Centro Editor de América Latina, Boris Spivakow, su jefe de arte, Oscar Díaz, junto con sus directoras, Delia Pigretti y Graciela Montes- pioneros en la idea de considerarla un género con peso propio, la literatura para chicos pedía a gritos una renovación profunda, tanto en los modos de abordar los temas, como en el tono, en el lenguaje y en los personajes, una literatura que, refuncionalizada, estuviera más cerca de Tom Sawyer que de las fábulas de Saramago, del juego que de la ejemplaridad.

Los primeros cuentos surgieron entonces de un concurso que organizó la editorial para descubrir nuevos autores de narrativa infantil. Era el año 1976 y muy pronto la censura determinó que uno de ellos, “Los zapatos voladores”, –uno de los diez primeros títulos que hoy vuelven a las librerías- promovía valores peligrosos como la solidaridad entre los trabajadores y la resistencia al poder, cuestión en la que no se equivocaban.

En sintonía con el principio rector de su fundador –más libros para más- los 50 cuentos de la colección (como las restantes 77 colecciones que el CEAL publicó en sus treinta años de existencia) se vendieron en los kioscos a muy bajo costo, que, con formato de revista y contenido literario, habla de un proyecto de divulgación de la cultura con muy pocos antecedentes en el mundo.

Diez años antes, en sus comienzos, la misma editorial publicaba “Los cuentos de Polidoro”, el antecedente inmediato de los Chiribitiles, una exquisita colección de textos clásicos para los muy pequeños dirigida por Beatriz Ferro, con adaptaciones más que libres y con ilustraciones de una riqueza plástica formidable. La idea había comenzado en Eudeba, editorial que Spivacow dirigió desde 1958 y de la que renunció con todo su equipo cuando Onganía intervino la universidad en el año 1966, y de alguna manera continuaba el proyecto que él mismo había desarrollado en los 50 en la editorial Abril, la colección “Bolsillitos”, con la que comienza una historia que encontró en la colección “El pajarito remendado”, en los años 80, su mejor heredera. Dirigida por Laura Devetach para la editoriral Colihue, (una de las autoras publicadas en el Chiribitil), su nombre fue tomado de uno de los títulos publicados allí y que relata una historia clásica, otra vez, de resistencia al poder.

Hoy Eudeba, gracias a la tenacidad de Violeta Canggianelli, una abogada especialista en derechos de autor y fanática lectora de los Chiribitiles, que llevó la idea de la reedición de estos textos cuando descubrió que su pasión era compartida por muchos que guardaron religiosamente sus ejemplares por más de treinta años, logró convencer a Eudeba, que se dedicó durante dos años a la reconstrucción de los textos y a la restauración gráfica de las ilustraciones, ya que los originales (como muchos de sus autores) eran inhallables.

Los diez primeros títulos reeditados: Así nació Nicolodo; Nicolodo viaja al país de la cocina; Teodo; El cumpleaños de Cristina (los cuatro, de Graciela Montes y Julia Díaz); Los zapatos voladores (de Margarita Belgrano y Chacha); ¿Dónde estás, Carabás? (de Paulina Martínez y Julia Díaz); Negrita y los gorriones (de Susana Navone de Spalding y Delia Contarbio); El señor viento Otto (de María Rosa Finch y Ayax Barnes); Tío Juan (de Martha Mercader y Juan Noailles) y Los juguetes (de Alicia Digon y Delia Contarbio) nos dan una idea de la renovacion de la mano del recambio generacional que esta colección posibilitó en el campo literario infantil argentino. Con historias que sucedían en espacios comunitarios como la plaza, el patio o la cocina, con personajes plebeyos y a veces marginales, de alguna manera inauguraba una mirada hacia lo popular y hacia lo autóctono, con finales sorpresivos que entretenían sin un fin didáctico.


La presentación de la colección que se hizo en el ECuNHi, en la ex ESMA –quizás el lugar más apropiado para hablar de libros y censura y recordar el millón y medio de libros del CEAL incinerados en el año 1980 en un baldío de Sarandí- reunió a algunos de los autores e ilustradores de aquella época, que reconstruyeron para los lectores actuales la “cocina” de esa mítica editorial, donde la urgencia y la audacia de su editor, convertían en originales, bocetos y borradores elaborados por gente muy joven y creativa que se encontró con la libertad absoluta de experimentar en un campo donde la necesidades pedagógicas limitaban las posibilidades estéticas, la libertad que, resaltaron algunos viejos integrantes de la editorial con gesto combativo, no la pudo abatir ni la censura, ni el incendio.

Publicado en diario Perfil, 12/10/2014

Verdadera correspondencia

Sigmund y Anna Freud. Correspondencia 1904 - 1938























La sexta y última hija de Freud, Anna, tenía ocho años cuando comienza el intercambio epistolar con su padre que continuó hasta poco antes de la muerte de éste, en Londres, cuando la familia decidió emigrar corrida por la persecución nazi. El “demonio negro” como él la llamaba, reclamaba, desde su último lugar, la atención de un padre que, para ese momento, ya había producido en el campo intelectual y científico europeo, un cambio de paradigma comparable al de Einstein (al que le llevó muchos años comprender los principios del Psicoanálisis) en el campo de la Física.
Si hay una escritura que permite como pocas conocer la trastienda de una época histórica y de sus protagonistas es la que conforma el género epistolar. Las cartas de Anna encabezadas con un “¡querido papá!” y cerradas con un “tu” Anna, son muy elocuentes y hablan de la admiración profunda y del apego que la unía a un padre que funcionó como referente intelectual y emocional y de una relación (edípica, diríamos, junto con la vulgata) que con los años, la transformó en par, compañera e interlocutora. “Quizás solo se trate de que mi lazo con él es más importante que la separación” reflexionaba luego de su muerte. “Al menos, aquello que uno ha recibido de él sigue siendo mucho más de lo que otras personas poseen en suma.”

Y a pesar de que el libro reúne la correspondencia de ambos, de alguna manera es Anna la que asume el punto de vista de una historia en la que el fundador de la trangresora teoría psicoanalítica se sorprende y debe aprender a aceptar que su pequeña hija no encaja en los estrechos moldes que su sociedad espera que ocupe. Precozmente interesada en el trabajo de su padre (“Aquí también leí algunos de tus libros, pero no te horrorices porque ya soy grande y no es ningún milagro que me interesen.”) recibe varias recriminaciones paternas, quien la encuentra “insaciable con sus proyectos de estudio” y le advierte sobre los desarreglos a los que se expone y de paso, qué es lo que espera de ella: “Nos daremos cuenta del cambio cuando notemos que no eludes ascéticamente los entretenimientos propios de tu edad sino que también quieres lo que les da placer a otras muchachas.”

Poco a poco, mientras asume cada vez más responsabilidades dentro del círculo psicoanalítico, traduciendo los trabajos de su padre al inglés y presentando sus propios textos sobre Psicología infantil en los congresos de la Asociación Psicoanalítica Internacional, la devoción por su progenitor se mantiene intacta, lo que la lleva a aceptar sus indicaciones escritas con inapelables imperativos (deberás, tendrás, pensarás, no rehuirás, etc.) y a requerir su opinión sobre todos los temas posibles: “Tu respuesta es muy bella y correcta y ni siquiera podría ser de otra manera.”

La revelación del diagnóstico definitivo sobre la malignidad del cáncer de garganta que le habían descubierto a Freud frenó la continuidad de una comunicación tan necesaria para ambos pero que se prolongó en el cuidado amoroso que su hija le dedicó hasta el momento de su muerte, el mismo año que el nazismo aniquilaba en masa los avances intelectuales y científicos que la generación de las vanguardias históricas había alcanzado.


Publicado en diario Perfil, 27/9/2014