lunes, 28 de mayo de 2018

“Podemos, por lo tanto somos”

Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes. 1 y 2. Elena Favilli y Francesca Cavallo.
Yeguas. Micaela Sánchez Malcolm y Tatiana Pollero.

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Había una vez, dos mujeres italianas que, cansadas de los modelos femeninos que la industria cultural le ofrecía a las niñas -personajes débiles y poco interesantes- decidieron escribir su propio manual con modelos de rebeldía para contrarrestar el de pasividad que, según su bienpensante criterio, la literatura, el cine y la TV reflejan. Y así nació Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes.
Fuera del hecho de que dos décadas antes Lisa Simpson ya había aparecido en las pantallas de todo el mundo exhibiendo su superioridad intelectual frente a su hiperkinético hermano -en un claro homenaje a sus brillantes predecesoras, la pequeña Lulú y Periquita- la corriente pro-guerreras y anti-princesas viene decididamente ganando terreno en el campo editorial y refracta en el mundo publicitario, con heroínas superpoderosas capaces de limpiar y al mismo tiempo nutrir, trabajar y estudiar, que nada tienen que ver con el proceso de empoderamiento que el feminismo viene reclamando.
Lo cierto es que Cuentos de buenas noches…, una iniciativa llevada adelante gracias a una plataforma de mecenazgo, logró convocar a 13.400 personas, quienes juntaron los dólares suficientes para un proyecto que creció hasta vender un millón de ejemplares y ser traducido a 20 idiomas, y emprender la publicación del segundo tomo con las historias de mujeres de todo el mundo que los primeros lectores les relataron a sus exitosas editoras. Historias inspiradoras, ejemplares, que incitan a no perder la confianza y a apostar por la sororidad, más cercanas al manual de autoayuda para mujeres adultas que al imaginario de las pequeñas lectoras al que alude el título.
Y el sintagma “había una vez” (que en la literatura maravillosa, a fuerza de ser repetido, funciona como llave para abrir las puertas de la fantasía) acá se parodia hasta resultar un latiguillo con el que empieza cada una de las cien historias de superación donde encontramos científicas a las que no se les reconoció el crédito de sus descubrimientos y se les robó, literalmente, el Nobel, junto con la canciller alemana, Angela Merkel, o a la emperatriz Catalina de Rusia junto a Rosa Parks, la mujer negra que se negó a darle el asiento en el colectivo a un blanco y que, con ese gesto, inauguró uno de los mayores movimientos sociales por la igualdad en el mundo, y en esa mescolanza olvidan lo que una precursora en estas lides, Simone de Beauvoir nos señaló, que “no se nace mujer, se llega a serlo”.
Con una mirada occidental y europea y con algunos datos históricos poco confiables, se suceden, sin un trabajo de edición riguroso, mujeres que transgredieron los límites, que pusieron en juego su creatividad y su cuerpo en un combate desigual –el verdadero significado de la palabra “rebeldía”- con otras que el azar convirtió en exitosas o millonarias. Una confusión que impide ver que ocupar los primeros puestos de decisión para ejercer el poder en la forma en que tradicionalmente la ejercen los hombres no debería confundirse con sostener una concepción ideológica que pone en cuestión los fundamentos de ese mismo patriarcado.

Otra mirada

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Desde otro lugar y con una mirada anclada en el contexto latinoamericano, llega otro de los productos surgidos al calor del Me too y el Ni una menos, el bellísimo libro-objeto Yeguas. Un proyecto colaborativo que conjuga información biográfica con la voz de destacadas mujeres históricas y actuales, latinoamericanas y del resto del mundo, ilustrado por más de 80 artistas plásticas.
“Podemos, por lo tanto somos” se anuncia desde la bajada, transformando el “pienso, luego existo”, fundador del racionalismo cartesiano (al que podríamos agregar, occidental, burgués, individual y patriarcal) en un plural atravesado por la cuestión del poder en relación a las mujeres convertidas en sujeto social.
Una marea imparable es el movimiento que explotó en las calles y que tiene a las mujeres (una vez más) conduciéndolo. Y es ese grito colectivo el que resuena y le cambia el sentido a los apelativos relacionados con la animalidad con los cuales históricamente se las descalifica: “Yeguas, lobas, zorras, gatas, potras, leonas, perras” enumera en el prólogo Marta Dillon. Pero también arpías, mosquitas muertas, víboras o loros, vienen a alertarnos sobre el peligro que las mujeres encarnan y que las han convertido en un blanco móvil.
Y este trabajo elige comenzar con una mujer e indígena, la Pachamama, en un homenaje a nuestra fuente de vida y condición de posibilidad, para continuar, en un recorrido cronológico, por todas aquellas mujeres que, a contramano del mundo que les tocó habitar, produjeron pensamiento, teoría, técnica, reemplazaron a los hombres ejerciendo oficios masculinos, intentaron votar, estudiar, investigar, cambiaron los salones por las trincheras, pusieron en cuestión una inferioridad naturalizada y una pasividad heredada, entendiendo, con Rosa Luxemburgo, que “quien no se mueve no siente las cadenas”.
“Un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad” le escuchó decir el mundo a Neil Amstrong cuando alunizó. Lo que nunca dijo, que ese gran salto fue posible gracias al trabajo de la matemática e ingeniera en sistemas, Margaret Hamilton, quien diseñó el programa de navegación que permitió al Apolo 11 lograrlo.
Quizás un libro no cambie el estado del mundo, pero por ahí alcance para ponerle letra e imagen al lado B de la Historia, un lugar donde encontrar, no modelos de autosuperación sino de lucha política y colectiva.   

Publicado en diario Perfil, 27/5/2018