jueves, 15 de noviembre de 2012

Historia de las ideas


El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural
por Robert Darnton.




Este trabajo de Robert Darnton, historiador norteamericano especialista en la Francia del siglo XVIII, es una recopilación de artículos que publicó durante los años 70 y 80 en The New York Review of Books y otras revistas especializadas sobre el vastísimo campo de la historia cultural, con motivo del bicentenario de la revolución francesa, el acontecimiento que atomizó a los franceses y que los instaló en la modernidad de la forma más sangrienta con el reinado del Terror y el suceso por el cual la Iglesia perdió definitivamente el dominio a favor del Estado. Su propósito es explorar cómo vivieron los hombres y mujeres una realidad que experimentaron como algo maleable, posible de destruir y reconstruir, a la que le cambiaron hasta la forma de designarla (desde los meses del calendario, los nombres propios, los pronombres personales) como en los sucesos de diciembre del 2001 en nuestro país, cuando los carteles de la calle “EE.UU” amanecieron renombrados como “Pueblo de Irak” por los vecinos del barrio.
Pero también es un trabajo, según su autor, sobre la historia y los medios como intermediarios culturales. La conciencia del poder de la comunicación, nos recuerda, surgió con la revolución francesa y lamenta el rol que hoy los agentes de la comunicación (editores, productores de T.V.) cumplen: el de hacer digerible el conocimiento.
Académico norteamericano y conservador, defiende los hechos comprobados y critica a las corrientes de la historiografía francesa (en especial a la Escuela de los Annales) que desestiman los acontecimientos en favor del juego entre estructura y coyuntura. El conocimiento de la historia “tal como sucedió” en contra de la versión oficial fue un elemento fundamental en la lucha de los obreros de “Solidaridad” en Polonia, argumenta. Para ellos, la fecha precisa de la masacre de 4.000 oficiales polacos en Katyn es un asunto que los desvelaba. Si ocurrió en 1941 como afirmaba la versión oficial, los responsables fueron los alemanes. Si sucedió en 1940, los asesinos fueron los soviéticos y el presente cobra entonces para sus actores una dimensión muy diferente.
La descripción de la cocina de un periódico desde su experiencia como redactor en el Times lo lleva a reflexionar sobre los mecanismos de la difusión cultural y encuentra grandes similitudes entre el alto impacto que tuvo una nota sobre un robo menor en un pequeño pueblo y la literatura popular que circulaba entre los siglos XVI y XIX (los chapbooks ingleses, los textos de la bibliothèque bleue en Francia). Así como muchos de ellos eran adaptaciones de la alta literatura medieval, los primeros periodistas de la prensa masiva se dirigían a los lectores pensando en ellos como niños. La difusión cultural, concluye, es un proceso dialéctico que desciende desde la élite y asciende desde los sectores populares y por eso la concepción de lo que es una noticia resulta de las formas arcaicas de narrar una historia.
El mayor difusor cultural de la modernidad, el libro, deberá ser analizado, según este autor, en cada una de las instancias que lo conforman: libreros, autores, lectores, editores, impresores, transportistas, censores (en el siglo XVIII la literatura clandestina era tan numerosa como la “oficial”), fabricantes de papel, tipógrafos, ya que su dimensión material es la que permite entender cómo se lee, quién lee, en qué condiciones, es decir, cómo se construye el sentido en una coyuntura precisa. El historiador deberá buscar en los archivos cartas de lectores y de editores, en los registros de las bibliotecas particulares qué se leía y quiénes lo hacían, en la iconografía, los lugares preferidos para la lectura y los distintos tipos de lectores que el propio texto convoca mediante un protocolo de lectura inscripto en él. Los relatos que se leían durante los comienzos de la modernidad alrededor de la chimenea para un grupo de oyentes al finalizar el trabajo artesanal comenzaban con frases como “Lo que ahora van a escuchar…”
Al analizar las corrientes de la historiografía hoy dominantes: la historia de las ideas, de las mentalidades, del desarrollo de las sociedades (disciplinas surgidas de categorías marxistas que analizan particularidades) sostiene que permanecen ciegas frente a las complejidades y contradicciones de los hechos puros.
Mientras que historia y antropología se complementan para interpretar la cultura y descifrar un episodio de matanza de gatos por parte de un grupo de trabajadores en una imprenta en 1730, junto a la literatura, la historia puede revelar porqué un libro se convierte en clásico y junto a la sociología, descubrir que la ardua lucha por la independencia económica de los “hombres de letras” tuvo en Francia una consecuencia política: al carecer de los privilegios de los que sus pares ingleses disfrutaban, se volvieron críticos, es decir, intelectuales, una figura surgida de la Ilustración con consecuencias permanentes, quizás la herencia más afortunada que podamos recibir: la capacidad crítica.

Publicado en diario Perfil

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