lunes, 12 de noviembre de 2012

En el nombre del padre

Desnichadores
de Pedro Lipcovich



Hay dos formas de sostenerse solo dice el narrador de esta novela: parado como un poste o colgado de una rama como el bicho canasto. Con esta indagación sobre los modos de dejar el nido se abre la serie del “desnichador” formada por las cartas que Leopoldo Benavídez, hijo natural de Leopoldo Lugones, le escribe a su madre moribunda. Pero nada es lo que parece y menos, el sentido. A la ambigüedad de la palabra que le da título a la novela, que podría significar ´desenterrador`, `descubridor´, pero también, ´ser desdichado`, se suma la homonimia de la serie de los Leopoldos (padre, hijo legítimo e hijo natural).
En la segunda serie, un personaje es arrojado en la selva misionera, huyendo con el revólver de un tal Paulino, durante los años 30, para convertirse, en pocos años, en el taubicí, el líder de una organización libertaria conformada por un ejército desharrapado de prostitutas, fugitivos, huérfanos de la guerra del Chaco y esclavos del yerbal, espacio sin demarcación y a la vez prohibido, donde lo ilimitado se transforma en fortaleza inexpugnable tanto como la casa materna de Leopoldo, departamento construido alrededor del pozo de aire y luz que se va cerrando hasta dejar a ambos, simbióticamente juntos.
La década del 30, núcleo duro de la historia política argentina (y no sólo) une los dos relatos en los años de la infancia de Leopoldo Benavídez, del suicidio de Leopoldo Lugones, del asesinato de Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, y en los que el taubicí llega a Misiones y funda la religión de la madera.
Los espacios, punto de convergencia de los dos relatos, tanto el espacio claustrofóbico de la casa materna como la inmensidad del yerbal con el mausoleo familiar convertido en prostíbulo, en el que se gesta el movimiento liderado por el taubicí devienen, uno y otro, sarcófago, última morada.
Y las historias que el hijo relata a su madre ausente: relatos dentro de otros relatos en los que la verdad permanece en suspenso, como la certeza de una identidad imposible de fijar en un nombre y que las cartas enviadas en los sobres que encuentra en el placard materno cuyo remitente tendría el mismo nombre potencian, “...tal vez ya sepas que las contaba como un acertijo … donde lo difícil no es resolver el enigma sino suscitar en el otro la voluntad de responder”. Tal vez, una muy buena metáfora de esa pareja que forman la obra literaria y la crítica.

Publicado en diario Perfil  4/11/12

No hay comentarios:

Publicar un comentario