jueves, 15 de noviembre de 2012

La felicidad de la lectura


Demasiada felicidad
de Alice Munro


Quizás habría que encontrarle un nombre a la forma literaria utilizada por Alice Munro. Sus relatos no tienen la brevedad ni la precisión del cuento, tampoco la dimensión de la novela, ni las marcas que definen a la nouvelle: son bloques de historias de vida, cada una de ellas portando el peso de un universo propio, protagonizadas por mujeres que son narradas mientras viven, experimentan, atraviesan la Historia, con una prosa fluida pero de una densidad precisa.
Fleur Doree es el nombre elegido por una madre hippie para su hija, que vivirá el costado pesadillesco de una vida “natural” cuando su admirado marido, un ex hippie, la confine en el espacio de la granja familiar como modo de conjurar los peligros de la civilización. Un débil intento de rebelión será sofocado mediante un castigo ejemplarizador: la muerte de sus tres pequeños hijos.
En “Ficción”, una pareja de jóvenes brillantes, defraudando las expectativas familiares, huye de un futuro prometedor y se instala en una casa en el bosque en la que construirán el espacio de la felicidad privada. La llegada de una ayudante de carpintería quiebra la armonía y sume a la protagonista en la cofradía de las mujeres abandonadas. (“Los hombres. Las cosas que hacen. Es asqueroso, absurdo. Increíble. Y por eso es verdad”). Varias décadas más tarde, se reconoce en un relato escrito por una joven escritora, que ficcionaliza el vínculo que las unió cuando, siendo niña, fuera su admiradora y alumna de violín. La interpretación escande la lectura que reconoce el entramado de su propia historia, desde el punto de vista de la mal querida niña.
La poesía romántica inglesa es el soporte del relato en el que una estudiante universitaria pueblerina descubre, de la mano de un viejo rico e ilustrado, la frivolidad de los lazos amorosos y la carencia y el despojo como condición del ser, cuando acepta el ritual al que la invita el anciano de desnudarse para compartir una velada de elaborados platos y lectura de poesía.
En “Pozos profundos” la experiencia de la posible pérdida del hijo y su rescate del fondo de un acantilado se pone en escena en la decisión irrevocable del joven de cortar los lazos familiares y abandonar una carrera brillante para desaparecer sin dejar rastros y de vivir desligado de toda idea de propiedad -hasta la de la propia identidad- en una comunidad de mendigos.
Una viuda reciente intenta recuperar su frágil vida de enferma terminal recorriendo los espacios de la casa que compartió con su marido y que exhiben toda la solidez y la presencia del hombre que dejó a su anterior esposa para unirse a ella. La irrupción de un ladrón que acaba de asesinar a su monstruosa familia la impulsa a inventar el asesinato de su rival, transmutando su historia en la de aquélla para salvarse de una muerte violenta.
Una mancha de nacimiento en la cara de un niño que lo convierte en objeto de disputa entre los padres deviene la cifra del incondicional amor infantil en los cortes hechos sobre su cara por su inseparable amiga.
Una de las pruebas de la maestría de esta autora es la construcción de la mirada infantil sobre el mundo adulto. En “Algunas mujeres” desnuda el mezquino mundo femenino que se despliega alrededor de un moribundo, el juego de alianzas entre las encargadas de asistirlo y los espacios de la casa convertidos en zonas de dominio en las que se libra una guerra solapada.
Según la protagonista de “Juego de niños”, las charlas ininterrumpidas de las mujeres sobre los sucesos trágicos de sus vidas se originaron alrededor del fogón mientras los hombres cuidaban al grupo del ataque de los animales salvajes, función que los obligaba a estar en silencio. El relato un poco exagerado y por lo tanto apasionante del acoso sufrido por parte de una vecina deficiente lleva a dos amigas hermanadas por el nombre a cometer un acto monstruoso que como todo lo reprimido, retorna.
Y en el final, Munro nos invita a conocer la vida de Sofía Kovalevski, la primera mujer en la historia europea en tener una cátedra universitaria. Militante de la causa feminista, logra imponerse a su familia y estudiar matemática fuera de Rusia con los mejores profesores de su época, ganando un importante premio de la Academia de Ciencias de París y escandalizando a la sociedad francesa con su conducta libertaria. En el momento de morir, “demasiada felicidad” fue lo último que se le oyó decir a esta mujer que le dio su nombre a un cráter de la luna.
En los relatos de Munro no hay lugar para la inocencia y mucho para la crueldad. Sin embargo las estrategias de las que las mujeres se valieron para transitar el exiguo espacio de lo pemitido, en su literatura se convierten en pequeñas islas de felicidad.

Publicado en diario Perfil

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