lunes, 12 de noviembre de 2012

Melancólico y sutil

Anatomía de la melancolía
Robert Burton


Este es un libro escrito por un melancólico para quien es posible encontrar en las bibliotecas la cura para los males del mundo, o quizás, algún sentido al caos de lo real.
Su autor, Robert Burton, un erudito, claro exponente del barroco inglés, vivió y se formó en una de las mayores bibliotecas que existían en su época, la de Oxford, y publicó esta obra en 1621 que fue creciendo en volumen y profundidad hasta su última publicación, poco antes de su muerte.
Dos son las tradiciones presocráticas de las que parte, la de Heráclito “el llorón” y la de Demócrito “el risueño”, los extremos de una de las dicotomías con las que el siglo XVII afrontó el mundo en crisis que le tocó vivir.
Compuso la obra a la que le dedicó su vida, para luchar contra su propia melancolía y se propuso recoger todo el saber que existía sobre el tema desde Hipócrates y Galeno, con el afán de agotarlo.
Con la estructura de una “Suma de Psicopatología”, de una erudición abrumadora y con una cantidad desmedida de citas en latín y notas al pie, esta edición, con la que la editorial Winograd inauguró su catálogo, hace una antología del prólogo al lector y de la primera partición, respetando la citas originales a las que le suma su traducción, ya que entiende que es la intertextualidad el eje que la constituye.
Si bien a lo largo de los siglos esta obra fue leída de diferentes formas (con una influencia decisiva en los románticos ingleses, en los decadentistas y en todo el siglo XX), Burton la pensó como un tratado filosófico por considerar a la melancolía como la condición de ser en el mundo.
Luego de la dedicatoria a su mecenas y a su propio libro al que envía a viajar por el mundo desde el encierro de su biblioteca, en la primera parte aborda con una exhaustividad sorprendente para el lector moderno las causas de esta enfermedad que son de una variedad insólita: desde las acciones de dioses y demonios, pasando por el clima, los humores corporales, las estrellas, hasta la fisonomía y las dietas.
Las formas que adquiere este mal podrán ser producto “de una razón herida”, de la temperatura del cuerpo o de las vísceras, basado en la idea propia de su tiempo de que los cuatro humores corporales determinan el carácter de una persona según cuál predomine. La sangre dará personas sanguíneas, la cólera, coléricas, la bilis amarilla, flemáticas y la bilis negra, melancólicas. Este último humor se lo relacionaba con el otoño y la vejez, con lo frío y seco, con Saturno, que empuja a los hombres hacia las profundidades, alejando su mirada del cielo. Burton se propone anatomizar las tres formas “para que todos quedemos mejor de la cabeza”. Las recetas para lograrlo tienen momentos coloridos como “el caso de aquel hombre en Siena que sufría delirio melancólico y no podía orinar, pues estaba seguro de que inundaría la ciudad con su monstruoso caudal. Para curarlo los médicos le hicieron creer que se había desatado un terrible incendio y que necesitaban de su ayuda; el hombre finalmente orinó y se curó”. La hipérbole, figura retórica preferida por el barroco, domina los microrrelatos y les confiere una fuerza ejemplificadora.
Burton parte de la premisa de que el ser humano es la mayor fuente de crueldad y que su incapacidad para dominar los excesos es la causa de los tormentos que infringe a los otros. La lista de calificativos para describir la maldad es tan extensa como las diatribas contra la iglesia y la clase clerical, ambas, según él, culpables de la cruenta época que le tocó vivir, la guerra de los treinta años.
Frente a la creencia de que existen mundos infinitos y que cada uno de ellos está barrocamente saturado de espíritus, dioses, ángeles y diablos que engañan los sentidos, producen transformaciones y castigan a los humanos sumiéndolos en la más profunda melancolía, no es ilusorio pensar que si “los minerales son el alimento de las plantas, las plantas el de los animales, los animales el del hombre; los hombres deben ser alimento… de los demonios, y así también, que si tenemos tantas batallas combatidas… es sólo para darles un banquete”.
En el famoso –e imperdible- capítulo dedicado “al estudio excesivo o amor al saber” como causa de esta enfermedad, Burton lamenta el lugar que los intelectuales ocupan en su época (“esclavos pedantes”), añora las épocas donde los poetas compartían la mesa de los reyes para regocijo de éstos y advierte que nada hubiera sido de Aquiles sin Homero.
Se recomienda leer este tratado médico-filosófico teniendo a la vista el cuadro de El Bosco, Extracción de la piedra de la locura, para comprobar que, como en la obra de Burton, los personajes que intentan curar al enfermo (uno portando un libro en la cabeza, otro, un embudo al revés) están tan enajenados como el sufrido paciente.

Publicado en diario Perfil 31/07/2008

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