lunes, 12 de noviembre de 2012

Infierno helado


Antártida de Claire Keegan


Un espacio: las zonas rurales de Irlanda; un tiempo: la fría y última Navidad del milenio; una mirada: la de mujeres atravesando momentos límite como la entrada a la adolescencia o a la madurez, son los elementos con los que Claire Keegan logra que la realidad se aproxime, epifánicamente, al arte.
En el cuento que le da nombre al libro, una aburguesada mujer toma un tren a la ciudad para alejarse de su vida doméstica buscando tener sexo con otro hombre. Vestida de un “rojo escandaloso” se interna por antiguas calles donde vive el clero hasta dar con el hombre que le hará confirmar su concepción del infierno aprendida en la infancia, como el sitio donde se condena a los pecadores al frío absoluto por toda la eternidad, cuando, amparado en una obsesión amorosa, la encadene amordazada a la cama en su inhóspito y congelado departamento.
El opresivo espacio familiar campesino es otra de las formas en que la desigualdad de los sexos se expresa con la misma intensidad. En “Hombres y mujeres”, la mirada infantilizada de una hija descubre toda la mezquindad y el desamor que sustenta una estructura familiar en la que hombres y sobre todo, mujeres, sobrellevan una vida de embrutecimiento con el olor a bosta de las ovejas como marca de origen y destino.
La maternidad como construcción por fuera del mandato permite descubrir a la niñera de “Donde el agua es más profunda”, la diferencia, en la relación filial, entre propiedad y cuidado amoroso.
La entrada en la madurez impulsará a una mujer a suspender el tiempo durante diez años en la espera del reencuentro con su amante, el último día del milenio, siguiendo la promesa que él le hiciera de abandonar a su esposa. La confirmación para ambas mujeres de la cobardía del hombre para seguir su deseo les mostrará la inutilidad del encuentro.
Una madre que se niega a pensar en el porqué de las cosas y que intuye en sus sueños las consecuencias, le mostrará a su hija mediante un discurso psicótico, la violencia conyugal a la que fue sometida por no adaptarse al papel de esposa tradicional. La imagen del Sagrado Corazón le recordará a la niña todo el sufrimiento materno el tormentoso día en que se la llevan al psiquiátrico.
Una noticia real acerca del descubrimiento de cadáveres de adolescentes sepultados en el jardín de un apacible barrio dublinés es el disparador de “La cajera que canta”, donde la orfandad es el motor de una historia de corrupción en la que una niña descubre cómo su hermana se prostituye para mantener a ambas, mientras recuerda las tardes pasadas jugando damas con el amable vecino, el asesino serial de la macabra noticia.
El reverso de la historia de la madrastra malvada es el tema de “Quemaduras”, en el que un padre, junto a sus hijos y a su nueva esposa, intentará conjurar el pasado, renovando una vieja casona de campo donde el recuerdo de los tormentos que su primera esposa le imponía a sus hijos toma la forma de una invasión de cucarachas que amenaza con derrumbar la rejuvenecida casa.
En “Nombre raro para un niño” asistimos a la cocina de la autora en la que narra la vuelta de la protagonista a la casa familiar con la noticia de su embarazo, un saber que reformula su vida en forma definitiva como la decisión que la alejó de su lugar de origen para transformarse en escritora. El regreso la lleva a reflexionar sobre la forma en que travistió a las mujeres de su familia en personajes para construir una literatura en la que la oralidad tiene un papel central, donde la infinidad de sonidos del campo realza los diálogos, donde las historias más despojadas y brutales se suceden en casas con corral, granero, cobertizo y huerto y los olores de los animales dominan los relatos dotándolos del tono justo.
El odio de una mujer hacia su marido por haber perdido a la hija de ambos, se escucha, a pesar de la ausencia de palabras, en los silencios que lo subrayan y se materializa en la sopa que ella le sirve con las fotos de su hija desaparecida para hacerle tragar su infinita culpa.
Si los principios de la tragedia se pueden encontrar en el espacio de lo cotidiano, el último de los cuentos pone en escena la fascinación que el mundo adulto y en el límite con el incesto genera en su protagonista, una niña inteligente, bella y salvaje como la yegua en celo que monta y que intuye todo lo que esconden los endogámicos códigos familiares.
Un verdadero narrador para Benjamin es un artesano capaz de fabricar con la materia prima de su experiencia los relatos que transmite. Haberse alejado y retornar para hundir las raíces en la propia historia es una prueba más de la perfección que alcanzó esta escritora en el difícil arte de narrar.

Publicada en diario Perfil

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