lunes, 12 de noviembre de 2012

Narrativa latinoamericana actual

El futuro no es nuestro




Pasaron cuatro décadas desde que Luis Harss, el “descubridor” de García Márquez sentó las bases de lo que el mundo conoció como el “boom” latinoamericano en su antología Los nuestros. Varios fueron los trabajos que le siguieron con el propósito de capturar la novedad y el presente que el antólogo de este texto se encarga de revisar, para tomar posición acerca de su propia tarea que, sostiene, comienza en la elección del título. El futuro no es nuestro está hablando de un rechazo al discurso dominante acerca de que el futuro les pertenecería a los jóvenes, cuando ese mismo discurso avala un presente desolador en términos de oportunidades, generado por años de recetas neoliberales para la región desde un mercado que hoy parece estar en caída libre. Pero también contradice la idea de la “promesa de escritor”, más cercana a las necesidades del mercado editorial que a las de la propia escritura.
Encontrar en el recorte los modos de intervenir en el campo literario de un grupo de escritores latinoamericanos nacidos entre los años 70 y 80 y cuánto de ruptura y de continuidad con su tradición hay, es el propósito de esta última antología. Y si bien sería más preciso hablar de grupo de heterogeneidades, se pueden rastrear ciertas continuidades temáticas con respecto a la tradición literaria latinoamericana. La violencia en todas sus formas, producto de sociedades altamente desiguales que empuja a las masas de excluidos a migrar del campo a la ciudad, es una de ellas. El erotismo, otro de los motivos predominantes, atravesado por la violencia, adquiere en estos relatos una ampliación de registros con respecto a la tradición muy notoria.
Quizás una de las marcas más fuertes de ruptura sea el rechazo al concepto de origen o de patria, esa antigualla. La migración parece no ser el camino destinado sólo a los excluidos. Muchos de los escritores elegidos viven, trabajan y publican en países centrales y esta doble pertenencia confiere a sus textos de una tensión dialéctica en la percepción de la realidad muy provechosa.
Forman parte de la antología el argentino Oliverio Coelho con su cuento “Sun-Woo”, donde un remedo de escritor más interesado en su figura como tal que en su obra, luego de sufrir la indiferencia de la crítica francesa, viaja al lejano oriente –espacio de la otredad- donde vivirá una experiencia erótica al límite de la destrucción.
“En la estepa” de la argentina Samanta Schweblin, narra el agobiante espacio vacío donde la pareja protagonista vive su rutinaria vida a la espera de un objeto de deseo que jamás se nombra y que puede volverse siniestro, conformando una trama con resonancias fantásticas que puede ser leída desde la mirada de una pareja de apropiadores de un hijo de desaparecidos.
Uno de los aciertos de la elección de los textos es la presencia notoria de autoras que ponen en escena una escritura con fuertes marcas de género. Quizás uno de los cuentos más logrados sea “Camas gemelas” de la boliviana Giovanna Rivero, en el que el sufrimiento amoroso enajena a sus protagonistas transformando su subjetividad, como el monstruo Frankenstein, en mero cuerpo reconstruido de la psiquiatría. El rito femenino de la depilación se exaspera en “Hojas de afeitar” de la chilena Lina Meruane, revelando perversamente lo que se esconde tras los muros enrejados de una represiva institución religiosa. En “Náufraga en Naxos”, su autora, la dominicana Ariadna Vázquez, narra la experiencia del fracaso amoroso en un diálogo poético con el mito griego de Ariadna y la espera eterna.
Las múltiples formas de la violencia y del sometimiento son expuestas en varios relatos donde los personajes registran la brutalidad más extrema con una mirada estética que muchas veces lo culpabilizan. Como el protagonista de “Hipotéticamente” del colombiano Antonio Ungar, un crítico de cine de una ignota revista, quien improvisa un sistema de audio con el que registra una larguísima escena de violencia entre dos hermanos alcoholizados en los suburbios de Londres. O el protagonista de “Lima, Perú, 28 de julio de 1979” del peruano Daniel Alarcón, un pintor que forma parte del grupo guerrillero que hace su bautismo de fuego matando perros negros y colgándolos de los faroles como forma de comunicar su mensaje político. El mesianismo va tiñendo su paleta de negro y rojo, colores con los que expresa furiosamente la tragedia que el capitalismo, como el terremoto que sepultó el pueblo de Yungay, desató sobre su tierra.
El femicidio como forma extrema de la violencia doméstica y la masacre naturalizada dominan algunos de los relatos de una generación que ha elegido como lugar de enunciación, según palabras de su antólogo, ubicarse “de espaldas al futuro, narrando el derrumbe”. Y lo logra con creces.

Publicado en diario Perfil 03/05/2009

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