miércoles, 28 de noviembre de 2012

El malentendido creativo


Piazzolla el mal entendido
de Diego Fisherman y Abel Gilbert

















Uno de los sentidos del verbo “sintonizar” es “hacer vibrar al unísono”. Y éste parece ser el propósito del trabajo que Diego Fisherman y Abel Gilbert (ambos, periodistas y músicos), después de varios años de sumergirse en el “universo Piazzolla” para intentar develar los mecanismos que lo conforman, encararon. Un trabajo de contextualización cultural en sentido amplio de su obra, poniéndola a la luz de la historia política argentina, a pesar de la postura del músico de manifiesta despolitización.
Jugando con los múltiples sentidos del sintagma “mal entendido” afirman lo que Fisherman venía planteando en sus anteriores trabajos sobre la música popular, acerca del malentendido como motor de la cultura o su condición de posibilidad y de cómo una lectura errónea o sesgada de la tradición permite la aparición de nuevas formas.
La revolución que Piazzolla produjo en el anquilosado mundo del tango (donde su particular forma de tocar el bandoneón –el rubato, ese atrasarse en el tiempo para luego recuperarlo, aprendido del sincopado del jazz- que tuvo más importancia que lo escrito en la partitura) lo ubica, según los autores de este texto, junto a Charlie Parker, D. Gillespie y T. Monk, los introductores del be-bop en el jazz, a los creadores de la bossa nova en Brasil o a los que subvirtieron la música popular en Londres en los 60.
Las fuentes con las que logró esta renovación, inventando un sonido con el que hoy se identifica a Buenos Aires, eran las de su época: el tango de las grandes orquestas de los 40, Bach y el barroco, el cool jazz, las comedias musicales norteamericanas y más tarde el jazz rock y el rock progresivo. Lo novedoso fue el cruce que produjo entre estos géneros de tradición popular y lo que la convención llama “música clásica” y a la que los músicos populares toman como ideal a alcanzar. En este sentido, Piazzolla hace su consabido viaje de estudios a París en pos de una formación clásica y con el propósito de convertir al tango en música. Con el tiempo logró un estilo personalísimo conformado con todo lo que su música no es: ni jazz, ni clásico, ni tango, ni progresivo, fundado en el desplazamiento como estrategia para encontrarle un sonido a la ciudad de la segunda mitad del siglo que el tango, con su mirada nostálgica hacia una escena plagada de malevos, farolitos y percantas, ya no le podía ofrecer.
Los autores descubren en esta lectura desplazada de los materiales, en esa invención de genealogías, un punto de contacto (y no el único) con la estrategia borgeana de invención mítica de Buenos Aires. Quizás no sea Borges, cuya ciudad instalada en ese espacio premoderno, “las orillas”, estaba más próxima al siglo XIX que a las primeras décadas del XX, el escritor más cercano a Piazzolla sino Roberto Arlt, quien anticipó una ciudad ultratecnificada y febril que encontró varias décadas después, en el sonido punzante de su bandoneón, la música que mejor le calzaba.
Los autores describen el largo camino que Piazzolla hizo desde el momento en que su padre le regala un bandoneón hasta convertirse en el autor de la música elegida por la realeza europea para su ceremonia de casamiento, y se preguntan por las condiciones de posibilidad de su surgimiento. La contradictoria sociedad que lo creó era profundamente conservadora y a la vez deslumbrada con las novedades; defensora a ultranza de una melancólica música que reforzaba su idea de identidad y rechazaba cualquier cambio mientras disfrutaba de una poderosa industria editorial, de un centro de vanguardia como el Instituto Di Tella y de una educación pública de excelencia.
La larga y minuciosa reconstrucción biográfica que queda registrada en la extensa biliografía citada, en la atenta escucha de su dispersa discografía (cuya edición crítica hizo Fisherman), en el análisis de sus formas de composición y en el cruce de datos muchas veces inventados sobre su vida sirve de excusa para desarrollar los conceptos acerca de la música de tradición popular que aparecen en los trabajos anteriores de este autor y las teorías que pensaron la relación entre lo erudito y lo popular, entre lo bajo y lo alto, los diálogos, intercambios y apropiaciones que se producen entre las dos instancias, desde Mukařovský y el Círculo de Praga, pasando por Benjamin y la escuela de Frankfurt, Bajtín, Eco, Eagleton, Jameson y siguen las firmas. En ese sentido, Piazzolla es un artista paradigmático cuya formación oscila entre la música que escucha durante su infancia en Nueva York, los trucos que aprende escuchando atentamente a Troilo hasta que entra en su orquesta, los solos de improvisión de los grupos de jazz de los 50 y el estudio casi sistemático que emprendió con Ginastera y la famosa Nadia Boulanger en París. Los comienzos de la década del 60 lo encontraron decidido a patear el tablero de la escena musical porteña y a hacer del tango la figura de la modernización, llevando los presupuestos de la música culta (como el valor dado por la dificultad en la escritura o la escucha más cercana a la contemplación que al disfrute) a todas sus producciones y a los diferentes grupos que armó.
Volver a escuchar a Piazzolla después de recorrer el itinerario que proponen Fisherman y Gilbert es un pequeño lujo a los que no tienen acostumbrados con sus trabajos periodísticos donde la crítica cultural se nos revela como una de las formas posibles de la pasión.

Publicado en diario Perfil

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