lunes, 12 de noviembre de 2012

La lectura como una de las bellas artes



Haber nacido cuando comenzaba el siglo XX de padre alemán y madre italiana no garantiza participar del espíritu de la mitteleuropa, pero configura las coordinadas ideales para que una mente despierta y sensible capte, en la novedad, las líneas que, en diálogo con su tradición, armarán el entramado literario del tiempo por venir.
Dos fueron los modos de abordaje de este singular crítico: abrir las fronteras del campo cultural italiano (agobiado por años de fascismo) a la literatura extranjera mientras difundía jóvenes escritores italianos en el exterior y desentenderse de las modas que dominan la teoría y la crítica para enseñar, con sus textos sin obra, a poner en cuestión la autoridad del saber sobre la literatura.
Su interés por lo humano que habita en el arte lo emparenta con otro especialista como Harold Bloom, que, desde el otro extremo, el campo académico norteamericano, configura también una voz solitaria en lucha con todos los “ismos” que dominan los estudios literarios en Occidente.
Con los informes de lectura que hizo para Einaudi, entre otras editoriales italianas durante los últimos quince años de su vida logra convertir a la crítica literaria en una de las “bellas artes”.
De El hombre sin atributos de Musil, obra de casi 2.000 páginas, fragmentaria y experimental, intuye que supera los experimentos literarios donde una función es llevada a su límite (y aquí ubica a las asociaciones sonoras en Joyce) y aunque la considera “un fragmento de dos mil páginas” tedioso y sin final, construye un universo con personajes vívidos en el que el lector se reconoce como parte de ese mundo.
Lee tanto en Neruda como en el teatro de Lorca la falta de una forma íntima, de un corazón, y la vuelta sobre los “temas eternos”, que sólo permite confirmar lo sabido.
De un libro de Sologub, previo a la Gran Guerra, dice en su informe que “lo leemos como si entre nosotros y nuestros sueños sólo hubiera una transparentísima cáscara de huevo”, mientras que a los experimentos de Robbe-Grillet, la máquina de mirar, los declara un “slogan con el que hará carrera”.
Verdaderamente respetable y sano define al Ferdydurke de Gombrowicz que lo entusiasma como pocos libros lo habían logrado, tanto como, aunque por muy diferentes motivos, La lechuza ciega de Sadeq Hedayat, un relato de una sordidez y una belleza que lo coloca en la misma serie de los cuentos de Kafka.
Capta en profundidad las diferencias en el horizonte cultural que lo separan de los escritores norteamericanos, y reconoce en -muy pocos- de ellos la inteligencia necesaria para desconfiar de sus herramientas conceptuales y prefiere los textos de calidad dudosa pero cuya autenticidad logre conmover al lector en el sentido aristotélico del término.
A partir de una novela sobre los celos, despliega sus ideas sobre el personaje, ampliando su mirada crítica hacia concepciones teóricas. Sostiene que en lo malo puede haber grandeza, prefiere a los personajes que lo enfurecen en lugar de los estereotipados y descubre en las novelas contemporáneas personajes que en lugar de cuerpo y alma tienen historia clínica.
Tomar un libro por lo que es y no como quisiera que fuese es su Norte, que lo preserva de prejuicios y de presiones del mercado cultural. En ese sentido, aconseja publicar El espacio literario de Blanchot sólo por las seis páginas donde expresa “la inasible paradoja de la relación artista-obra”, en forma definitiva.
Domina con soltura áreas como la filosofía de la ciencia, el psicoanálisis o la joven ciencia de la comunicación, y enemigo de la cultura de masas, resulta una suerte de Adorno más enciclopédico, que sostiene que “no se trata de combatir contra los idiotas; se trata de crearnos un mundo en el cual los idiotas no entren” refiriéndose a cualquier expresión de lo que hoy llamamos progresismo. Bazlen plantea un desafío editorial: publicar libros que generen interrogantes y no que planteen ideas que invitan a refugiarse en fórmulas que explican pero que dejan el mundo tal cual está.
La galaxia Gutenberg le parece menos sabia que la astrología, pero recomienda publicarla por hallar algunas intuiciones de valor, que no encuentra en La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn, al que descalifica por superfluo, mientras que en el libro de Cage, Silencio, descubre algo que no puede afirmar que se defina como música pero que intuye que participa de lo nuevo, aquello que no se puede medir con parámetros conocidos.
Las cartas a Montale, de la década del 20, muestran el sistema de lecturas de Bazlen que reconfigura el campo literario italiano y pone a Italo Svevo en el centro de la modernidad, y anuncian su irrenunciable pacto con la autenticidad en el arte.
“Soy una persona decente que pasa casi todo su tiempo en cama, fumando o leyendo” responde, frente a la invitación a escribir en un medio masivo, por lo que la aparición hoy de estos textos escritos contra la máquina cultural resultan indispensables.

Publicado en diario Perfil 28/10/2012

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