jueves, 15 de noviembre de 2012

Cuadros de una exposición


Cuadros de viaje. Artistas argentinos en Europa y EE.UU. (1880-1910)
Selección y prólogo: Laura Malosetti Costa


La crónica de viajes, ese género permeable a la inclusión de cartas personales, notas periodísticas e incluso reportajes, fue el modo más apropiado que encontraron los artistas argentinos para describir las exposiciones que todavía no llegaban a estas tierras en los comienzos de la década del 80, cuando Buenos Aires se encontraba a las puertas de una feroz transformación, producto del veloz enriquecimiento de sus clases dominantes y de la entrada masiva de inmigrantes, ambos, sustento de su modernización.
Las cartas y notas enviadas por los artistas del período que estudia Malosetti Costa muestran claramente el nacimiento de un campo cultural ligado a las artes plásticas, producto del impacto que produjo la experiencia de sus años de estudio en París, que en términos artísticos era el centro de una periferia que abarcaba al mundo entero.
Si bien recientemente se había fundado la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, fueron muy pocos los jóvenes becados que viajaron a estudiar a Europa, entre los que se destacan, ya sea por sus planteos estéticos o políticos, los elegidos por la autora en su recorte, a los que agrega la mirada lúcida de escritores como Lugones o Darío.
Algunos políticos entendieron la importancia de la formación de artistas para la conformación de un imaginario nacional (en la representación de héroes y acontecimientos fundantes) cuando en los años 80 se consolidó una idea acabada de nación. En este sentido, el arte europeo fue el modelo indiscutido y el viaje de estudios, el camino ineludible aunque adoptó una forma muy distinta a la que tenía el viaje estético de las élites opulentas. Los futuros artistas, de hecho, portan apellidos de inmigrantes más o menos prósperos, como el caso de Sívori, hijo de un rico armador de barcos genovés.
Este libro reúne los textos que estos artistas, transformados en cronistas, publicaron en los diarios de la época en los que expresaron, algunos, como Eduardo Schiaffino –futuro fundador del Museo Nacional de Bellas Artes- un proyecto estético y político bien delineado; otros, como Fernando Fader o Martín Malharro, la búsqueda, en el paisaje nacional y en sus tonos, de un arte autónomo de los modelos europeos, tanto del italiano, ligado a la tradición clásica como del francés, ligado al arte moderno.
Dividido en diez secciones referidas a cada uno de ellos, la primera aborda la figura de Graciano Mendilaharzu, modelo de artista bohemio y maldito que murió joven y pobre en París. La segunda está dedicada a Eduardo Sívori, quien viaja a París con la idea de pintar episodios de la historia nacional pero cuatro años más tarde envía a Buenos Aires, después de haber sido admitida en el Salón de París –lugar indiscutido de reconocimiento- Le lever de la bonne, un desnudo naturalista de una mujer de clase baja con el que inauguró una serie de virulentas polémicas acerca de lo aceptable en la representación del cuerpo femenino, entre otras cuestiones.
La tercera parte, dedicada a Eduardo Schiaffino, la más extensa, muestra su mirada intencionada y política sobre el panorama del arte europeo que expresa un claro propósito didáctico, de formación del gusto de sus neófitos lectores. Incluye una crónica de la exposición de Saint Louis que él organizó siendo director del MNBA, en la que la Argentina obtuvo el récord de premios -16, de 19 que envió- a pesar de carecer, tanto de una tradición como la europea, como de escuelas, maestros o museos.
De la Cárcova, Malharro y Fader quizás hayan sido los más preocupados por la consecución de un arte nacional. Sin pan y sin trabajo convirtió al primero en un artista reconocido en Europa y en su país, mientras que los últimos, además de introducir el impresionismo en el Río de la Plata, lucharon por encontrar en su paisaje natal los fundamentos de su arte.
Pío Collivadino, que comenzó como decorador de vidrieras en la carpintería de su padre en La Boca, fue el organizador del grupo Nexus, lugar de encuentro de las producciones modernas de la época.
A medida que se acercaba el Centenario, la ciudad se fue poblando de monumentos. La fuente de las Nereidas fue el más comentado y discutido y su autora, Lola Mora, una figura pública muy notoria, según se lee en los textos de la época, entre los que se destaca una crítica exhaustiva e inteligente de Lugones sobre esta escultura en la que manifiesta su sorpresa ante una muestra de talento femenino.
Rubén Darío, en su crónica sobre la visita al taller de Rogelio Yrurtia, lo califica de “obrero intelectual”, alguien que ha puesto su mirada en el sufrimiento humano y reclama del estado una actitud más activa y promovedora del arte. Su crónica –imperdible- sobre los viajeros de la élite latinoamericana, los famosos “rastaquoueres”, muchos de ellos funcionarios en el exilio, dilapidadores de los recursos de su estado, es una excelente muestra de cómo la literatura es capaz de iluminar la lectura de la realidad tanto como el arte, de ampliarla. La obra de este grupo de precursores, así lo prueba.

Publicado en diario Perfil

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