lunes, 12 de noviembre de 2012

La ética como último recurso


La herida de Spinoza. Felicidad y política en la vida posmoderna.
Premio Anagrama de Ensayo 2011


Las conclusiones de la investigación del neurólogo portugués Antonio Damasio sobre los vínculos entre las emociones y su soporte físico-químico (es decir, la cuestión de la escisión entre el cuerpo y la mente sobre la que Occidente construyó el andamiaje filosófico con el que clausuró la Antigüedad) dedicadas al filósofo Baruch de Spinoza, que en el siglo XVII y en contra del cartesianismo dominante se atrevió a plantear algo similar, son el disparador del trabajo ganador del premio Anagrama de ensayo de este año. Pero, nos dice su autor, Vicente Serrano, a pesar de la admiración del científico actual por el filósofo materialista, la herida a la que se refiere el título habla de la incomprensión del primero por la tranquilidad con la que Spinoza asume el dolor y la muerte en un reconocimiento de la propia finitud, que es el fundamento de su Etica, y que la ciencia es incapaz de soportar.
Con un estilo más ligado al género pedagógico que al ensayístico, el libro repite con demasiada insistencia esta premisa que resulta, más que un disparador, una excusa para desarrollar el objeto de su interés: la transformación de la ética desde Aristóteles hasta la posmodernidad.
Mientras que el mapa conceptual de la Antigüedad estaba configurado a partir de la idea de infinitud de la divinidad o de la naturaleza como principio inmóvil y perfecto que contenía a todo lo demás, la modernidad se construyó sobre la base de la idea de libertad ilimitada y con ella, la de libre mercado y de autonomía de lo humano.
La revolución que implicó consistió en la pérdida del límite interno que la naturaleza (o la divinidad) ejercía. Al buscarlo en otro lado, se produjo la escisión entre moral y felicidad que tendrá que ver con el deseo ilimitado de saber en tanto poder sobre la naturaleza. La filosofía, a partir de aquí, abandonará la búsqueda de la sabiduría por la ecuación saber-poder.
Si el cogito cartesiano (uno de los pilares de la modernidad) articula el pensamiento y la extensión (la naturaleza), las dos sustancias infinitas que el yo encuentra en su interior, nada exterior a él oficiará de límite, por lo tanto, tendrá que inventar una ética separada de la metafísica. En Spinoza (como en los filósofos de la Antigüedad), por el contrario, la naturaleza no es una extensión sometida al pensamiento, sino que ambos, pensamiento y extensión, participan de la totalidad -sustancia infinita y potencia absoluta- desde el reconocimiento de su limitación, única posibilidad de acceso a la felicidad.
Las consecuencias del poder ilimitado de la conciencia en la razón moderna fueron definidas por Foucault en El nacimiento de la Biopolítica del año 1979, donde explica que el liberalismo, surgido como defensa frente al poder del estado premoderno que alojaba la idea de omnipotencia en la divinidad, es una máquina productora de libertad. Entendida como interés propio, constituye el principio de lo biopolítico, esta nueva forma de ejercer el poder desde la economía política cuyo objeto es la vida afectiva, el sujeto construido afectivamente, más allá de las ideologías. Foucault dirá que no hay subjetividad previa sobre la que opera el poder para engañar, sino que opera sobre los afectos sin la intermediación del sujeto previamente construido y a través del discurso, el espacio donde se juegan las disputas por el poder y no el medio a través del cual se traducen los sistemas de dominación. Spinoza, nos recuerda, sostenía que mediante la imaginación de los individuos se fabrica el deseo y veía en la esperanza y el temor herramientas de la religión al servicio del poder político.
El proclamado fin de las ideologías, es, para el autor de este ensayo, el modelo de poder posmoderno que subyace a todas las ideologías una vez que ha adquirido la suficiente madurez como para desecharlas y en su lugar establecer una realidad que cumple la función de la religión y de la ideología. La experiencia de la Guerra Fría lo convenció de que las dos ideologías enemigas eran hijas del mismo principio moderno: la voluntad de poder.
Su hipótesis es que la máxima expresión de lo biopolítico, la superación de lo natural es la revolución digital, en la que la naturaleza es descompuesta mediante un lenguaje binario que luego se vuelve a recomponer para construir una segunda realidad, lo que Baudrillard definió como hiperrealidad o simulacro.
La respuesta de Foucault al problema del poder encerrado en la noción de biopolítica, en línea con la ética de Spinoza y la de la antigüedad griega es el cuidado de sí, “un principio regulador de las acciones constituido con el fin de obtener una autonomía sobre la inminencia de los sentidos, los instintos y el mundo externo”. La naturaleza, ya no como objeto del poder sino como metáfora de la vida afectiva permitirá al sujeto contrarrestar el sentimiento de omnipotencia. Quizás sea ésta la última oportunidad que la filosofía moral nos ofrezca antes de la autoaniquilación de la raza humana y su pequeño planeta.

Publicado en diario Perfil 10/06/2012

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