viernes, 23 de noviembre de 2012

Conferencias en Japón


La antropología frente a los problemas del mundo moderno
de Claude Lévi-Strauss


La antropología bien podría ser definida como la ciencia de los viajeros. La encontramos en los cronistas que acompañaron a Alejandro Magno a Asia, a Jenofonte, Heródoto y Marco Polo; en los historiadores y filósofos árabes del siglo XVI, en los monjes budistas chinos y japoneses, ya que en el gesto de salirse de sí es donde se funda la posibilidad del conocimiento, que aunque parezca una perogrullada, la historia demuestra haberlo olvidado todas las veces.
En el año 1986, Lévi-Strauss dio tres conferencias en Japón -inéditas hasta hoy en castellano- donde, además de expresar su especial interés por el modo en que la cultura nipona se integró a la civilización global sin perder su especificidad, intenta demostrar cómo la antropología puede ayudar a encontrar soluciones a los problemas que se le plantean a las sociedades actuales.
“Se han de observar primero las diferencias para descubrir las propiedades” sostenía J. J. Rousseau, definiendo los principios de la antropología moderna, esas regularidades que el observador atento distingue de los exotismos, como las reglas de parentesco o las prohibiciones alimentarias, el denominador común que el estudio de lo que se llaman sociedades “primitivas” -aquellos agrupamientos humanos que carecen de escritura y de medios mecánicos- permite comprender: las formas de socialización de la humanidad durante el 99% de su historia.
La distancia que separa al antropólogo de estas sociedades resulta imprescindible para investigar lo que toda sociedad tiende a naturalizar y que se enraíza en el inconsciente de los individuos.
Frente a lo que hoy es motivo de debate en los tribunales internacionales y que genera contradicciones de orden psicológico o moral como la procreación artificial, el antropólogo contrapone el caso de las comunidades ágrafas que privilegian el parentesco social por sobre el biológico. La filiación está perfectamente reglamentada, practican la procreación asistida como forma de evitar la esterilidad y hasta eligen engendrar, por parte del hermano menor, en nombre del hermano muerto, sin que les cause el espanto que le genera a nuestras sociedades la inseminación con el esperma congelado de un antepasado difunto, ya que para estas sociedades, todos los hijos son la encarnación de un ancestro que elige revivir en ese niño. Quizás encontremos en estas prácticas una anticipación metafórica de las técnicas modernas.
Los problemas que el desarrollo industrial provoca y que se debaten en todos los foros internacionales, toman otro cariz a la luz de la antropología que sostiene que los modos de producción propios de las sociedades primitivas (caza y recolección, horticultura, agricultura, artesanía, entre otros) no son fases sucesivas de un único modo de desarrollo, al punto de haberse descubierto restos de actividad minera durante la prehistoria, lo cual destruye la idea instalada en nuestra sociedad de constituir el grado más alto de desarrollo.
El progreso no es ni necesario ni continuo. Se mueve mediante saltos, o mutaciones, como lo llaman los biólogos, y cambia de dirección, como los dados que se despliegan en la mesa, formando una combinación que no siempre es favorable y lo que muchas veces tomamos por progreso no es más que una vuelta sobre su propio eje.
Lo que la sociedad industrial llama progreso, insiste, es la imagen deformada de las destrucciones que debió llevar a cabo en las sociedades subdesarrolladas para alcanzar su desarrollo actual. Para nosotros, la auténtica barbarie.
Si bien para la ciencia actual el cosmos tiene una historia, para la mayoría de las personas, el acontecimiento que le dio origen y que ocurrió por única vez aparece como un gran mito, lo cual justifica el interés de la antropología en el pensamiento mítico, ya que aporta al conocimiento del funcionamiento de la mente humana.
En cuanto a la idea masivamente aceptada de que la raza determina la cultura, la antropología ha proporcionado muchos argumentos en su contra, ayudada por los genetistas que reemplazan la noción de raza por la de stock genético y demuestran que son las formas de socialización que según sus necesidades adoptan los hombres y mujeres de una comunidad, las restricciones impuestas para reproducirse, las relaciones que establecen con sus vecinos y por lo tanto los intercambios genéticos que se puedan dar, lo que moldea la selección natural. Por lo tanto es la raza una función de la cultura y no al revés. Las barreras culturales se anticipan a las barreras genéticas, ya que las culturas imprimen su marca en el cuerpo a través de gestos, modas, estilos e incitan a repudiar las costumbres y creencias alejadas de su sociedad.
El gran desafío de la humanidad para Lévi-Strauss, frente a la tendencia dominante de constituirse en una civilización mundial de la mano de la expansión de la comunicación, es encontrar la manera de armonizar las diversidades, mantener dialécticamente las diferencias, como última oportunidad de sobrevivir al pensamiento único.

Publicado en diario Perfil

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