jueves, 15 de noviembre de 2012

Edipo rey


Ave del paraíso
de Joyce Carol Oates




“Ave del paraíso” es el nombre de una canción de amor que interpretaba Zoe Kruller, una cantante country del pueblo de Sparta, en el frío y lluvioso estado de Nueva York en los años ochenta, que fuera brutalmente asesinada en la casa donde vivía, después de alejarse de su esposo y su hijo. El hecho policial -el femicidio- que está en el centro de la historia, no la convierte sin embargo en un relato policial. El género que mejor la define es el de la novela amorosa en la que se narra la historia de un amor incondicional, el de una hija por su padre.
Krista, la hija adolescente de Eddie Diehl, el amante de la mujer asesinada, asume la narración de la primera parte de la novela y es desde su perturbado punto de vista que nos acercamos a los personajes, que en esta autora adquieren un grado de exquisitez en su construcción que la ubica entre las (y los) mejores escritores de su país.
Pocos meses después de conocerse la trágica noticia son dos los sospechosos que quedan a disposición de la justicia: su amante Eddie y su marido, Delray Kruller, ambos ex combatientes de Vietnam, fieles representantes del norteamericano medio: trabajadores manuales frecuentadores de bares de copas, alcoholizados al borde de la violencia.
Mediante un trabajo muy sutil con las voces narrativas el relato de Krista incorpora los discursos sociales condenatorios sobre la víctima así como el discurso materno en el que se deja oír toda la amargura, el orgullo herido, el sentido común pueblerino y expresa la tensión edípica en el desprecio de una hija por su madre, decidida a defender y perdonar a un padre aniquilador.
Las metáforas, de una construcción precisa, junto con los subrayados y las diferencias de tono le dan una dimensión material a la voz y conforman una escritura en la línea de la literatura como perceptron o máquina de percibir que alcanza su punto más alto en las escenas de violencia desatada por sobredosis de drogas duras, alcohol, corrupción policial y marginalidad.
La segunda parte lo tiene a Aaron, el hijo mestizo de Zoe, como protagonista y es aquí donde la novela pierde la intensidad que había logrado en la primera, relatando los mismos hechos desde otro punto de vista que, lejos de sumar, redunda y transforma en escenas previsibles y personajes correctos a una gran novela, que con doscientas páginas menos, podría convertirse en una verdadera obra de arte.

Publicado en diario Perfil

No hay comentarios:

Publicar un comentario