lunes, 12 de noviembre de 2012

La lectura como personaje


La soledad del lector
David Markson


Este libro surge de una cita de Borges, “Ante todo me considero lector”, lo que de por sí no lo convierte en rareza, sino que el acto de leer y el acto de crear en su propio devenir sean los materiales con los que está hecho.
Sabemos, desde siempre, que la materia de los relatos son las palabras. Sabemos también, desde Aira, que la verosimilitud es una estrategia literaria, que el narrador es una instancia y que el cómo, en definitiva, es más importante que el qué y a pesar de todo, lo olvidamos a la hora de leer ficción. La lectura de este libro deconstruye estos supuestos y nos pone frente a un texto -en el sentido de tejido, entramado- donde una voz a la que difícilmente podríamos llamar narrador se desdobla en una instancia, el Lector, que construirá con las huellas de sus lecturas y de sus experiencias, a un Protagonista del que conoceremos, apenas, su estado actual.
Entramado con varios hilos que aunque se puedan recorrer por separado, conforman un todo. Frases apenas esbozadas en sintagmas unimembres van sugiriendo, mediante interrogaciones, a quien se designa como el Protagonista, quizás un antiguo escritor que en el final de su vida decide recluirse en una solitaria casa frente a un cementerio. Citas y fragmentos del gran corpus de la literatura europea y norteamericana puntúan este texto-tapiz, donde las analogías, las series, las listas establecen lazos entre pensadores y creadores con el relato en proceso del Protagonista.
La muerte, en todas sus formas, es lo que le da unidad, representada en la escena, repetida, de la mujer arrodillada frente a una tumba y nombrada hasta la exasperación en las tragedias personales de aquellos para los que la creación se convierte en búsqueda insaciable.
Texto melancólico y barroco, tanto en su factura en abismo –un yo que observa al Lector que mira al Protagonista que lee, quizás, un libro propio- como en sus figuras –la calavera que preside el escritorio del Lector, una costumbre durante el siglo XVII- y hasta la propia lectura que adopta la forma de un diálogo con los muertos.
Leemos, en una de las citas que Picasso, ante la crítica de que Gertrude Stein no se parecía a su retrato, contestó: “No importa. Se parecerá”, exhibiendo una concepción del arte como horizonte de lo real, la misma que afirma que todo, en el mundo, existe para desembocar en un libro y el lugar donde esta obra elige inscribirse.

Publicado en diario Perfil 10/06/2012

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