lunes, 23 de abril de 2018

Oda a Tokio

Lagartija

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En el cielo (digamos mercado) de la literatura japonesa no sólo brilla Murakami. Banana Yoshimoto hace tiempo que tiene un lugar en las preferencias de muchos lectores, quienes descubrieron en esta autora una obra plagada de alusiones a la literatura maravillosa y a relatos tradicionales con los que delinea, con la sutileza y el refinamiento de los grabados japoneses, unos personajes femeninos al límite de lo espectral, para construir el gran relato de la soledad.
Y es la construcción de los personajes un punto fuerte de su literatura. En este nuevo conjunto de cuentos, no será la imposibilidad de comunicación lo que sostiene a sus personajes -si bien, más materiales que los anteriores, están atravesados por la inhumanidad, como la mujer que da nombre al título y hasta por lo sobrenatural- sino el interrogante por el otro amoroso, un otro que se percibe extranjero y propio al mismo tiempo. Sus protagonistas, esta vez, no se reducen al universo femenino: los personajes masculinos exploran a sus compañeras (y se aburren con sus tradicionales esposas) prevaleciendo en todos ellos un punto de vista femenino y una percepción sensorial que hace del cuerpo el espacio de la escritura (y del deseo), la marca en el orillo de esta singular autora.
Pero también podría definirse a estos relatos como una oda a Tokio, la ciudad vivida, amada y transitada como un cuerpo otro: una literatura urbana que abreva en lo tradicional, en una ciudad donde confluyen la hipermodernidad y la productividad capitalista con su opuesto exacto, el ascetismo de la religiosidad budista.
Quizás estos relatos no tengan el brillo de los anteriores y se advierta poco trabajo con la materia del lenguaje. Ojalá sea nada más que un altibajo y no responda a las exigencias del tirano mercado literario capaz de transformar una estética que declara: “mi visión de la belleza se desarrollaba en un jardín en miniatura” en un producto “streaming”.

Publicado en diario Perfil, 17/12/2017

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