“Caperucita Roja fue mi
primer amor. Tenía la sensación de que, si me hubiera casado con
Caperucita Roja, habría conocido la felicidad completa.” La cita
no puede expresar con más elocuencia el encanto que los cuentos de
hadas ejercieron en el pequeño Charles Dickens, una fascinación no
exenta de erotismo y que condensa la razón de ser de los relatos
tradicionales: la de ofrecer un modelo de comportamiento que dé
sentido a la vida. Derivados de los ritos de pasaje y de iniciación,
indican de forma simbólica a sus pequeños oyentes y lectores cuál
es la batalla que deben librar para alcanzar la madurez,
garantizándoles un final feliz.
Como los mitos, conforman
la experiencia acumulada de una sociedad para ser transmitida, no en
vano Platón sostenía que la enseñanza debe empezar por los mitos,
ya que son la experiencia intelectual de la humanidad.
Pero de lo que nos habla
el recuerdo de Dickens es de la capacidad de estos relatos de
conectar directamente con el imaginario infantil para el cual los
pensamientos y las fantasías tienen el mismo estatuto, son la
materia prima de su yo. Es que los cuentos de hadas son una
elaboración fantástica de la realidad tal como el pequeño la ve y
en esto reside su eficacia a través de los siglos. Pero además,
operan en un nivel más profundo: proyectan alivio a sus pulsiones.
Todos los procesos inconscientes (sus emociones violentas, la
fantasía de destruir a los adultos, sus ansiedades sexuales y
terrores ancestrales) se hacen mucho más comprensibles mediante
imágenes que hablen directamente a su inconsciente y no mediante
explicaciones realistas, ya que para él las exageraciones
fantásticas son más reales que cualquier explicación. Pero los
adultos desconocen que la verdad es muy diferente para ellos que para
los niños y ésta es probablemente una de las razones del rechazo de
los cuentos de hadas. Los “tiempos lejanos” donde estos relatos
acontecen no son más que el país de la fantasía donde todo es
posible y si hay algo incuestionable para los infantes es la magia.
Los relatos maravillosos
responden a las preguntas por la identidad, el origen y la finalidad
de todo lo que existe de la misma manera en que el pequeño
experimenta el mundo, con los mismos principios de su pensamiento
animista, donde no hay división entre objetos y cosas vivas. Al
proyectar su espíritu en las cosas -en términos de Piaget, al
adaptar la realidad al yo-, no resultará imposible que los hombres
se conviertan en animales. Y lo que para los adultos no es más que
falsa información para él son sus preocupaciones emocionales.
Pero la razón siempre
prevalece, por lo que la impugnación a la literatura maravillosa
tiene una larga historia. Muchos fueron los momentos en que se
condenó a estos relatos, primero por mentirosos y supersticiosos,
después por crueles y por inmorales. Para los cánones de la
Ilustración, la fantasía de los cuentos de hadas, ogros y brujas
era incontrolable y debía ser desterrada del mundo infantil. Fue
entonces cuando pasaron a la clandestinidad y se refugiaron en las
clases populares de donde habían salido y en las ediciones de mala
calidad que se vendían por pocos pesos en los mercados, para
regresar, mucho tiempo después y reformulados, con la cultura de
masas.
Hoy asistimos a
un nuevo embate contra los cuentos de hadas desde una posición
bienpensante que no difiere demasiado en sus fundamentos de la
crítica de hace dos siglos. Son relatos que denuncian la
subordinación de los personajes femeninos de los cuentos
tradicionales y le oponen la figura de las “antiprincesas”
transformándolas en mujeres luchadoras y activistas. Algunos de
ellos, desde una perspectiva nacional y popular, eligen
a Frida Kahlo, Violeta Parra o Juana Azurduy, como refiere Nadia
Fink, una de las creadoras de la colección “Antiprincesas” e
impulsora de la cooperativa editorial Chirimbote, “porque
nos parecen las referentes más importantes de esas mujeres reales
que le pusieron el cuerpo a sus deseos, a sus ideas, y se animaron a
romper mandatos en todos los ámbitos, no sólo en la cultura, sino
también en el amor y en la familia.” Decidieron por lo tanto
encarar la publicación de estas biografías noveladas “porque
veíamos que las chicas sólo tenían como referentes a las princesas
de Disney y pensamos que sería bueno darles una alternativa más
real, que pudiera hacerlas sentir más libres e independientes. Y
veíamos que los varones también son afectados por esa imagen del
príncipe azul y salvador, que no se corresponde con una realidad
donde las mujeres estudiamos y trabajamos para llegar a ser alguien
por nuestra propia cuenta, en un momento donde salimos a la calle a
decirle basta a las violencias, un fenómeno que cada vez es más
fuerte y masivo. Y notamos que los relatos clásicos de caballeros y
princesas, que siguen muy presentes a pesar de que se van
modernizando, también generan violencias, porque reafirman el
mandato de la mujer en el hogar, cuyo único fin respetable es el de
ser madres y amas de casa.”
Desde otro flanco, mucho más masivo,
la industria global del entretenimiento viene proponiendo personajes
como la heroína de Valiente, una pelirroja indomable cuya
gran meta es evitar el matrimonio (el mismo propósito que animaba a
la Alicia de Tim Burton) o versiones “inclusivas y diversas” con
personajes LGTB como la última versión de La bella y la bestia,
hasta parodias del género maravilloso en su conjunto como la
formidable saga de Shrek.
Como “un cuento realista y actual”
definen sus autoras, Nunila López y Myriam Cameros, a La
cenicienta que no quería comer perdices, un relato nacido a
propuesta de un grupo de mujeres maltratadas en España, que sentían
que el final del cuento, “y fueron felices y comieron perdices”,
no las convocaba. Es una historia dirigida a jóvenes pero con una
estética infantil en la que Cenicienta vuelve a las 12 pero del día
siguiente y borracha, se rehúsa a usar zapatos de taco y a cocinar
perdices para el príncipe porque es vegetariana y descubre que el
hada madrina es una voz interior que la impulsa a decir “basta”.
Y lo que comenzó siendo un proyecto de autoedición con la ayuda de
amigos que se suscribieron terminó formando parte del catálogo de
la editorial Planeta y convirtiéndose en uno de los libros más
leídos en las escuelas y asociaciones de mujeres de su país.
De España, también, es el proyecto
“Erase dos veces”, surgido de verkami, una plataforma web de
micromecenazgo, y del impulso militante de un grupo de padres que se
propuso bajar línea a la hora de dormir a sus vástagos cuando
sintieron que con los cuentos tradicionales “le estaban
transmitiendo a sus hijas que no podían ser valientes, que el amor
romántico las salvaría de cualquier desgracia, que la belleza es
imprescindible y que debían ser sumisas y aceptar su destino.”
Después de reescribir la historia de Caperucita, Blancanieves
y la Cenicienta (“una Caperucita que, en esta ocasión, no
temerá a ningún lobo, no se asustará de unos grandes dientes y
tomará sus propias decisiones”) llegan con tres nuevos títulos,
dispuestos a reversionar La Sirenita, La Bella Durmiente y
Hansel y Gretel, “tres clásicos cargados de cosas feas,
violencia, sexismo y miedo que queremos reescribir.”
Y si la corrección política jamás
dio buenos frutos en su propio ámbito, en literatura, mucho menos.
Si hay algo que define a los relatos tradicionales es la capacidad de
ofrecer modelos específicos para sublimar los inaceptables impulsos
para la conciencia adulta con los que los “perversos polimorfos”
tienen que lidiar. Si Caperucita no se asustará de los grandes
dientes del lobo y está capacitada para tomar sus decisiones,
difícilmente tenga algo para decirle a su pequeño interlocutor,
dominado en esa etapa de su vida por el miedo al abandono y por
impulsos como la violencia, la maldad, los celos fraternales o los
deseos destructivos. Los personajes planos, unívocos de los cuentos
de hadas con los cuales resulta fácil la identificación, por el
contrario, le permiten proyectar sus preocupaciones emocionales, las
mismas que Freud describió en “La novela familiar del neurótico”,
como las ensoñaciones del hijo adolescente de ser hijo de otros
padres más encumbrados. Los personajes del rey y la reina serán por
tanto disfraces del padre y la madre de los primeros años de la
infancia, mientras que el de la madastra o bruja encubrirá a los
padres rechazados y amenazantes de la pubertad y le permitirán
sentirse molesto ante el impostor -padre en la adolescencia- sin
culpas.
Espejos de la
experiencia interna, no de la realidad, los cuentos de hadas no
se ubican en un tiempo y espacio real sino en un estado mental
infantil en que los deseos son órdenes y enseñan que a partir del
crecimiento se aprenden los límites a nuestros deseos. Embarcan al
pequeño lector en un viaje maravilloso para devolverlo a la
realidad, mientras que muchas versiones realistas y actualizadas
parten de una realidad que no es la suya sino la del adulto, quien
decide “representarlo” pero para transportarlo a ningún lado. Y
el viaje, lo sabemos todos los que hemos crecido con Alicia, Simbad,
el capitán Nemo, o Hansel y Gretel, es lo que aleja al protagonista
del ámbito cerrado de la seguridad familiar y le abre las puertas a
la aventura. Y sólo quien ha corrido mundo hasta estar absolutamente
perdido conocerá lo que es el miedo, un conocimiento indispensable
para su maduración, así como sólo el rebelde que ante nada se
doblega podrá ser un buen yerno para el rey. Auténticos modelos que
nada tienen que ver con estereotipos sexuales sino con formas de
alcanzar la propia identidad, los héroes masculinos y femeninos son
proyecciones de dos aspectos separados de un único proceso que todo
ser humano debe experimentar en el crecimiento: aprender a dominar el
mundo interno y el externo. Y para sus lectores el sexo del héroe no
tiene mayor importancia porque la historia les atañe directamente.
Tal el caso del personaje anarcoinfantil
Pippi mediaslargas, de Astrid Lindgren, una nena de
nueve años que vive sin adultos, en compañía de sus animales y de
un cofre repleto de monedas de oro que, como la cornucopia, no se
vacía nunca. Hija de un pirata con el cual recorrió los mares del
mundo, vive en una vieja casa de campo, “Villa Mangaporhombro”
-un verdadero corte de manga a la razón adulta-, en libertad
absoluta. Auténtica “empoderada”, su
fuerza es tal “que no había en el mundo ningún
policía que fuera tan fuerte como ella. Si quería, podía levantar
un caballo. Y quería.” Cultora de los juegos de palabras, el
nonsense y
el disparate en la línea de la heroína de Lewis Carroll, como buena
pirata, es capaz de contar las historias más inverosímiles y de
exagerar hasta el absurdo.
Relato, éste sí, verdaderamente trangresor donde no hay vuelta a la
civilización o a la normalización de una familia, y escrito, según
su autora, pensando sencillamente en lo que habría
entretenido a la niña que había sido. Un rumbo que la literatura
infantil haría muy bien en no abandonar.
Columna
Ana
María Shua es una de las escritoras que se ha animado a atravesar la
barrera etaria. Conocedora de la literatura oral, ha versionado
cuentos tradicionales y antologado relatos populares de diferentes
épocas y pueblos. Lectora precoz, se inició, como la mayoría de
los de su generación, con la gloriosa colección Robin Hood y cree
que todo ese background ha ejercido su influencia sobre lo que
escribe. De sus
lecturas de infancia recuerda que sus preferidas ya eran
“antiprincesas”, personajes que “no tienen nada de nuevo. La
Reina Aleta, la esposa del Príncipe Valiente. Jo, de Mujercitas.
Yolanda de Ventimiglia, la hija del Corsario Negro…Maravillosos
personajes con los que me sentía muy identificada.”
Sostiene
que la literatura
infantil no tiene necesariamente que proponer modelos a sus lectores,
ya que “cada escritor tiene su
propia idea de qué se debe contar o no contar a los niños, de cuál
debe ser el tono apropiado, y cuáles son los personajes con los que
prefiere trabajar. Lo que descubrimos los
autores de los años 60 para acá, es que más allá de cualquier
compromiso voluntario, en todo lo que se escribe se refleja la
ideología del autor. Da igual que uno se lo proponga o no.”
Frente
a la pregunta de por
qué se siguen versionando los cuentos tradicionales, reconoce que
“estos cuentos atravesaron dos tremendas
barreras: la del espacio y la del tiempo, para venir hoy aquí a
tocarnos el corazón. Se siguen versionando porque son buenísimos,
aterradores y geniales. Han sobrevivido incluso a las adaptaciones
que se han hecho según la idea de lo políticamente correcto de cada
época, y vuelven una y otra vez, misteriosos y despojados de
moralina agregada (tienen la suya, claro, la del momento en que
fueron concebidos). Hubo una época en que no se toleraba la
violencia, tuve que leer versiones de Caperucita en que el lobo no se
comía a la abuelita, que se escondía en el ropero, y el leñador no
mataba al lobo, sino que lo corría con un palo. Todo pasa, por
suerte, y los cuentos vuelven con su estructura original.”
Ricardo
Mariño es un escritor de libros para chicos que apela a todas las
formas del humor, como el ridículo, el malentendido, las
exageraciones o la parodia, de la que no se salvaron los cuentos
tradicionales. “En El regreso de las hadas, conté una
historia sobre tres hadas ancianas sin ganas de ejercer su oficio
mágico. A una de ellas se la nombra como el hada Helada. Lo mismo en
Cuento con ogro y princesa, un cuento de humor sobre esos
personajes clásicos de la literatura infantil. En otros casos hice
versiones como La giganta Blanca Nieves, que es la historia
conocida pero desde el punto de vista de uno de los enanos. Todo ese
material fundante forma parte de saberes que el lector en general ya
conoce, y en ese sentido resulta interesante jugar con ellos,
desarmarlos, incluso invertir ciertas fijezas simbólicas de las que
vienen investidos. Puede parecer una pura posición ideológica, que
lo es, pero en mi caso es más que nada una posibilidad de
diversión.” Su iniciación literaria fue bastante anárquica.
“Hasta que entendí que podía ir a la biblioteca popular de
Chivilcoy y sacar cualquier libro que quisiera, leí lo que tenía a
mano, que mayormente eran revistas, cómics y hasta un curso de
electricidad y radio, que era de mi viejo.”
Enemigo
de la instrumentalidad en la literatura, sostiene que “la
posibilidad que da la literatura de “vivir” aventuras, sentir
miedo o reír, sufrir o enamorarse por una ficción; el
deslumbramiento ante una idea nueva para uno, el descubrir una frase
ingeniosa, profunda o bella y aun la misma apropiación de un caudal
mayor de palabras y sensibilidad, me parecen experiencias
infinitamente superiores y más eficaces que el traficar con
contenidos educativos, aunque se trate de valores “buenos”.
Debilitar lo literario en pos de los valores es dudoso que mejore a
los individuos pero es muy factible que los aleje de la lectura.”
Publicado en diario Perfil, 11/6/2917