domingo, 20 de diciembre de 2020

Los mejores libros infantiles del 2020

            Cuando a Astrid Lindgren le preguntaron de dónde había sacado la idea de su novela Pipi mediaslargas, uno de los mejores libros infantiles de todos los tiempos, dijo que simplemente lo escribió pensando en lo que le hubiera gustado leer a ella. Y así nació una historia amoral, donde no existen los adultos ni los límites que, como algunos relatos de Roal Dahl protagonizados por niños sometidos a injusticias aberrantes, resulta impensable para el estado actual de la literatura infantil, donde un grupo de padres preocupados por la ferocidad de los cuentos de hadas, decidió modificarlos y subirlos a una plataforma, en sintonía con la nueva subjetividad social.

    Por fortuna, algunas editoriales independientes van por un camino que no es el de las demandas sociales y este año, tan difícil para la industria editorial, publicaron libros de una calidad que, en el contexto del encierro obligado, demostró ser una de las actividades esenciales.

            De menor a mayor edad, aquí van nuestras recomendaciones para escribirle a Papá Noel y aliviarlo de tantos pedidos tecnológicos:

 El reino de nada, de Ronald Wohlman, de la editorial Unaluna. Con ilustraciones deudoras del teatro de marionetas, describe un reino donde vive una familia real donde no hay absolutamente nada concreto y todo lo que abunda: sentimientos, sensaciones y experiencias, alcanza y sobra para hacer de sus habitantes los más afortunados del mundo.

 De Pequeño editor, una propuesta integral de lectura: una carpa-biblioteca plegable, de madera, más cuatro libros de su exquisito catálogo pensado para los primeros años, aquellos en los que el mundo resulta una fuente infinita de posibilidades.

 Niño editor, un sello dedicado al rescate de títulos infantiles memorables, este extraño 2020 terminó de completar la serie infantil de 1945 de Bruno Munari, el genial inventor de los libros pop-up donde conjugó lo más avanzado del diseño industrial con la pedagogía.

 ¡Ya vienen! Publicado por Limonero y escrito con una prosa poética que, junto a las ilustraciones estilizadas de Albertine -la ganadora del premio Hans Christian Andersen de este año- juega con el género de terror para contar la vuelta al colegio desde el punto de vista de sus aterrados maestros.

 Los animales por dentro, editado por La marca terrible. De la ilustradora argentina Nadia Batalla, sus dibujos en blanco y negro hechos con la técnica del puntillismo nos presentan diferentes animales, su nombre científico y una característica y además, lo que imagina puede haber en su interior: un mundo de objetos cotidianos dispuestos de tal manera que forman el animal en cuestión.

 El ascensor, de la ilustradora Yael Frankel fue el título elegido para integrar el catálogo White Ravens de este año, publicado por Limonero. Con un formato alargado que reproduce el interior de un ascensor e ilustraciones enteramente en blanco y negro, cuenta un particular viaje en ascensor y todo lo que puede suceder cuando los vecinos de un edificio se quedan encerrados en él. 

 Dibuja conmigo, de la ilustradora canadiense Elise Gravel, publicado por La marca terrible, es un libro de actividades para descubrir juegos y divertirse junto a los adultos de la casa, con instrucciones para que pequeños y grandes disfruten de un encuentro lúdico y creativo.

 ¡Qué ojos tan curiosos tienes!, de Romina Carnevale y Paola Vetere, de la editorial Iamiqué, pionera en hacer de la divulgación científica un disparador de la curiosidad, incursiona en este nuevo título en el sentido de la vista, para responder todo tipo de preguntas.

 

Sola en el bosque, de Magela Demarco y Caru Grossi, editado por La bruja de papel, narra en forma metafórica el tema del abuso sexual infantil y la violencia familiar. Las autoras, que fueron asesoradas por psicólogos del Servicio de Salud mental del Hospital Materno Infantil San Roque de Entre Ríos, ofrecen, en un anexo, la información necesaria para abordar este problema atroz. 

 El ickabog, de J.K. Rowling, de la editorial Salamandra, maestra en el arte de concitar el fanatismo de sus lectores, esta vez escribió un cuento de hadas sobre las aventuras de una niña y un niño con un monstruo, ilustrado por los pequeños ganadores de un concurso mundial que la autora organizó para acompañar esta edición.

 Anatomicum, de editorial Océano, llega este libro inspirado en los viejos libros de historia natural en los que el conocimiento y el arte se fusionaba magistralmente, que invita a los lectores a visitar cada sistema del cuerpo humano como si fuera una sala de museo. La información más reciente sobre anatomía es acompañada por las exquisitas ilustraciones de Katy Wiedemann.

 El sabueso de los Baskerville, editado por Unaluna, es ajustada adaptación de la novela en la que Conan Doyle “resucitó” a su famoso protagonista después de ocho años de publicada su última aventura. Las ilustraciones conservan el formato folletinesco de un texto que se convirtió en una de las novelas policiales más leídas y reversionadas de todos los tiempos.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 20/12/2020


domingo, 13 de diciembre de 2020

Autobiografía de Nikola Tesla

 Mis inventos

 


 

            Los comienzos del siglo XX fueron años de vertiginosas transformaciones. Una nueva fuente de energía, la electricidad, impulsaba el desarrollo industrial tanto del mundo occidental (con EE.UU. a la cabeza) como de la incipiente Unión Soviética (el comunismo es el poder de los soviets más electricidad, declaraba Lenin, por ese entonces). Pero fue en el centro del mundo capitalista donde se libró una verdadera guerra por el dominio de las patentes de los nuevos inventos y el lugar donde coincidieron Edison y Tesla, los inventores (o descubridores, la línea es muy porosa), entre otros “prodigios”, de la corriente continua y la corriente alterna, respectivamente. La historia de su enfrentamiento fue antológica y la autobiografía que este último escribió a los sesenta y tres años, cuando terminaba la Primera Guerra Mundial, es una muestra más.

            Nikola Tesla nació en Croacia, a mediados del siglo XIX, y según se lee en esta afiebrada autobiografía, su pasión por los inventos y los artificios con los que dominar la naturaleza (y la tenacidad con que la defendió del mandato familiar) lo acompañó desde muy temprano.  

            Con una capacidad casi monstruosa para el estudio y el trabajo que lo mantenía despierto durante interminables jornadas y un impulso voraz por el conocimiento (dominaba varios idiomas y era un lector refinado de literatura y filosofía) afirma no haber necesitado de esquemas ni experimentos para desarrollar sus inventos ya que podía visualizarlos en su mente como si fueran reales.

            Leer su autobiografía es como asistir al laboratorio del Dr. Frankenstein cuando, percibiéndose como un autómata, describe sus intuiciones como “imágenes mentales acompañadas por fuertes relámpagos” y sus episodios de agotamiento nervioso como “la clara sensación de que mi cerebro se estaba incendiando.”

            Su encuentro con Edison -su par y contrafigura- es una marca de la contradicción entre “el sentido práctico e individualista estadounidense” y una mente nutrida por la alta cultura mitteleuropea, una diferencia que a Edison le reportó éxito económico y reconocimiento mundial, y a Tesla, la quiebra económica y la invisibilidad.

            Sus más de quinientos inventos permitieron el desarrollo de la robótica y la transmisión inalámbrica, con los que imaginó un mundo donde la abolición de las distancias garantizaría la paz por siempre, quizás la única de sus ideas que no pudo llegar a materializarse.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 13/12/2020

             

domingo, 6 de diciembre de 2020

Crónicas de una voyeur invencible

 Entrevista a Leila Guerriero

 


 

Teoría de la gravedad, el último libro de Leila Guerriero, publicado por Libros del Asteroide, es una cuidada selección de las columnas semanales que desde hace seis años escribe para el diario El país de Madrid. En ellas, puso en juego todas sus destrezas en el periodismo narrativo para elaborar unos textos concentrados, graves y líricos que, poniendo el foco en su propia experiencia, la transforman en una experiencia colectiva.

 

¿De dónde surgió la idea de escribir estas columnas autobiográficas? ¿Te lo sugirieron los editores o lo propusiste vos?

Cuando los editores de El país me propusieron ser la columnista de la última página, para mí fue totalmente sorpresivo, nunca ese lugar había sido ocupado por una escritora latinoamericana. Yo quedé aterrada, no sabía si iba a tener algo para decir todas las semanas y les pregunté si lo podía pensar. “Pero qué es lo que vas a pensar -me dijeron- escribe de lo que se ocurra. Nos interesa tu mirada, te queremos a ti.” Entonces pensé: voy a hacer un mural, voy a hablar de cuestiones latinoamericanas y de cómo Europa nos mira, por un lado, y por otro, voy a meterme en cosas más gruesas de la experiencia humana y ver qué pasa. Para mí fue la primera vez, pero no fui la primera que lo hizo, por supuesto. Empecé de a poco y fui apretando el acelerador.

¿Cómo fue la experiencia de escritura de estas “crónicas de sí”?

Ser columnista semanal es tener la ansiedad atada a tu costado. Me transformé en una persona que está, que estoy -porque sigo escribiéndolas- todo el tiempo “mirando fuerte”, algo que ya formaba parte de mi ADN, pero esta vez sentí la necesidad de echar carbón al fuego, de estar mucho más atenta al afuera y al adentro, al libro que estuviera leyendo. Es una experiencia muy vertiginosa, es estar todo el tiempo pensando qué vas a escribir y es muy cansadora también porque yo las columnas nunca las escribo en automático. Mi intención fue que fueran como una llamarada, tenían que ser incendiarias.

Fue un poco echar tu propia carne al fuego, tu vida, tus recuerdos.

Sí, la materia prima está sacada de ahí pero al servicio de contar una cosa que me exceda porque de pronto, si cuento alguna escena de infancia con mi padre consolándome, por ejemplo, siento que es algo por lo que debe haber pasado mucha gente. O hay columnas que son como una advertencia, una forma de decir, cuidado, que quizás lo mejor de la vida ya pasó. Y en un punto creo que la primera columna es un poco lo que vos decís, declama una especie de conciencia absoluta de que estoy tirando mi carne al fuego.

Pero fue una experiencia de escritura, no un terreno experimental en el que yo me haya encontrado exorcizando mis fantasmas, ni nada por el estilo.

Yo las definiría, no sólo como un ejercicio de periodismo narrativo sino también de crítica literaria. Un tipo de abordaje de la literatura que pasa a través del cuerpo para producir un texto nuevo que no es ni crítica ni ficción. ¿Estás de acuerdo con esta definición?

Quizás podrían pensarse como una resignificación de esos textos. Yo lo veo como algo más brutal, como una especie de contrabando de versos y autores que me parecía que estaba muy bien que fueran dichos así, como en altavoz. Como un tráfico de ideas o una propuesta de lectura. En ese sentido, sí, podría ser pensado como un ejercicio de crítica literaria.

Uno de los principios del periodismo narrativo que vos enunciás es la capacidad de hacerse invisible. ¿Cómo hiciste para lograrlo y al mismo tiempo exhibirte?

A pesar de que son columnas en las que parece que estoy muy expuesta, si vos las ves en su conjunto, no soy yo. Es una parte de mí. Incluso en esas columnas que parecen rabiosamente expuestas hay un punto victoriano, de pudor, de mostrar hasta acá, el resto es tu imaginación. Yo tengo muy claro el grado de exposición que quiero lograr. Siempre el texto en algún momento arroja la mirada afuera de la voz de la narradora, desvía el ojo del lector hacia otro lugar, que es lo que a mí me interesa. Esas columnas están pensadas desde una escena personal que si me interesa es porque me permite hablar de algo más grande que las trasciende, y por ahí la anécdota termina siendo lo menos relevante. Cuando eso pasa tu exposición queda muy reducida. Es un efecto literario. Me gusta lo que dice Pedro Mairal en el prólogo, de alguna manera me educó, me mostró lo que yo había querido hacer y él lo puso en palabras.

La serie de las instrucciones, si bien son todo lo opuesto a un manual de instrucciones, hablan de lo previsibles que somos los seres humanos, una cuestión que los algoritmos descubrieron no hace tanto. ¿Vos cómo las pensaste?

Son artefactos de ficción, retazos de cosas que me pasaron, que vi o que leí. Son cosas que parecen muy sofisticadas pero que le pasan a la gente común, cosas ante las que todos somos iguales. La primera que escribí -sobre los chispazos entre una pareja- la escuché en una cena con amigos y pensé, qué interesante, contar el derrumbe de una pareja, por partes. Son una suerte de instrucción-destrucción. Es detectar esos momentos pequeñitos que empiezan a carcomer una pareja, la escena donde escuchás el crac, y poner el foco allí, cuando los protagonistas se dan cuenta de eso tan triste que es el momento en que comienza el final. Cada una de ellas me costó sangre y sudor, porque tienen una estructura muy reiterativa.

En una de las columnas incluís entradas de un diario tuyo sobre los últimos días de vida de tu madre, escritas en una tercera persona ultradistante y el contraste con el modo en que abordás el mismo tema en estas columnas es muy fuerte. Hay todo un juego con la distancia. ¿Esto fue parte de lo que te propusiste?

No específicamente, pero tengo claro que al abordar temas muy trágicos tiendo a ser ascética. No me gustan los textos donde se nota el esfuerzo por conmover. Parte del estilo se juega en la distancia que establecemos con eso que estamos contando. Ahí se juega la voz propia, en la regulación de los matices. Tenés que ser una persona con una gran sensibilidad, pero descargarla toda en el texto, si lo que querés es producir una conmoción. Y yo sé dónde tengo que ponerme para producir esto.

¿Qué le da la poesía a tu prosa?

Yo leo mucha poesía y lo que, curiosamente me da es algo del orden de la distancia. La economía de recursos, tratar de decir mucho con poco. La conciencia de la importancia de cada una de las palabras. Para mí las palabras no son intercambiables, yo puedo estar mucho tiempo buscando una palabra específica, con un sonido, una textura, una temperatura específica. La métrica también es muy importante, sobre todo en estos textos que son muy condensados, forma parte absoluta de la atmósfera del texto. Y finalmente, lo más importante que me da la poesía es que me da ganas de escribir, es un gran disparador. También la posibilidad de estar en estado de escritura. Yo intento escribir estando en un grado de conexión profunda con el mundo que crea ese texto

Publicado en La gaceta de Tucumán, 6/12/2020

domingo, 8 de noviembre de 2020

Un cuarteto de seis

 La mujer poco probable

 


 

            






Que la proximidad de la muerte es una usina de relatos nadie lo duda, así como tampoco de la certeza (absolutamente incomprobable) de que en los últimos instantes vemos pasar la película completa de nuestra vida. Y aunque no estén frente a un pelotón de fusilamiento, sino dentro de un avión con el tren de aterrizaje roto, los protagonistas de esta novela, Martina y Leo -un matrimonio de más de dos décadas- repasan su vida en común y desarman ese entramado de relaciones peligrosas que es el parentesco, una estructura elemental más parecida al modelo de las muñecas rusas que al árbol genealógico.

            Y este viaje último que emprenden “para ahogarse o salvarse” los encuentra a cada uno en su propia burbuja, simbólicamente sentados en asientos separados, incapaces de ofrecerse consuelo o protección y preguntándose qué los llevó a elegirse uno al otro. Y es en un pasado común cuyo origen se remonta a Rusia y en algunos personajes-satélites (un amante de Martina, padre biológico de su segundo hijo y una amiga del matrimonio, eterna enamorada de Leo) donde se juega la posibilidad de ese encuentro que nunca es fortuito y que convierte a la familia en “un mecanismo que funciona”, un engranaje que sigue girando a pesar de sus dientes averiados.

            Pero como lo siniestro (aquello del orden de lo familiar destinado a permanecer oculto que ha salido a la luz, según una definición ya clásica) pareciera estar mucho más presente de lo que nos gustaría admitir, es a partir de sus zonas oscuras desde donde ambos construyen ese objeto polimorfo que es la familia tipo. Le tocará al lector decidir si finalmente servirá para salvarse o ahogarse.

Publicado en diario Perfil 8/11/2020

domingo, 1 de noviembre de 2020

domingo, 11 de octubre de 2020

Pequeño manual de exoliteratura

Lugones

 


            Ustedes, lectores, son muy jóvenes, pero hubo un tiempo en que Leopoldo Lugones acaparaba todo el campo intelectual argentino. Entonces llegó Borges y se propuso desbancarlo. Algunos años después escribió Lugones, un ajuste de cuentas con su maestro, en el que disfrazó de homenaje lo que quería ser una crítica con la cual corroer el pedestal que la generación anterior le había construido y lo despidió, magistralmente, de esta manera: “Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue, callado y solo, a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte.”

            Cuatro décadas más tarde, Aira, el más borgeano de nuestros escritores, escribe su propio Lugones, donde relata, en clave de vodevil, la misma escena, que comienza con un mal paso del poeta, quien, queriendo sacar el reloj de bolsillo (del bolsillo, agregaría Aira) saca el revólver que se dispara solo al caer. Y el disparate, ese mecanismo salido de la arena circense que abre, entre la literalidad y lo metafórico, un universo de posibilidades, será el modelo de una narración donde las reglas son inventadas sobre la marcha y las peripecias se encadenan según la lógica de la acumulación, la solución mágica y el absurdo, minando siglos de verosimilitud narrativa.

            Con un humor que le saca varias carcajadas al lector, construye personajes salidos del grotesco que nunca son lo que parecen (una viuda que nunca enviudó, traficante de papel para una editorial clandestina, un malevo disfrazado de Horacio Quiroga, dos viejas brujas, madre e hija, que esconden la identidad de dos integrantes de la policía secreta de Lugones hijo, un pintor japonés que no es tal, un poeta que se hace pasar por médico, una polaca poseída convertida en sirena) con los que se burla despiadadamente de un Lugones devenido un hombrecito derrotado al que el azar -ese dios que preside toda la literatura aireana-  le impide acabar con su propia vida. El disfraz, la máscara, el universo de lo trans y todas las variantes de la metamorfosis replican la eficacia que el teatro y la magia tienen para Aira, que, como una “miniatura del mundo”, le permiten reinventarlo, sacando cada vez “un conejo de la galera”.

            Y en el choque entre la erudición y la vulgaridad (ese zarpazo que anula todas las distancias) se juega gran parte de una literatura que combina como pocas, tradiciones populares y cultas y que, frente a la contradicción entre ambas, elige “el disparo de la realidad: la ficción”. Como lo maravilloso que encuentra en una anécdota biográfica contada por una señora mayor donde aparecen un oso amaestrado y una trompeta, y que, como los encuentros fortuitos de la poética surrealista, se justifica para él por su carácter novelesco.

            Y en el medio de tantas peripecias enloquecidas, personajes inverosímiles (como un narrador- yacaré salido del bolsillo del poeta) desgranan sus ideas sobre la creación literaria y la tragedia de descubrir el fraude de ser el más grande escritor argentino y no reconocerse escritor. Si para Lugones la gauchesca era lo que la épica, para las incipientes naciones europeas, Aira sostendrá que la única forma que puede adoptar la literatura argentina es la de la transmutación y el simulacro, ya que su propia inexistencia quedó grabada en nuestro imaginario desde que el siglo XIX nos legó su idea de desierto cultural.

            Pero sólo saliéndose de la literatura es como se la puede reconocer, parece

decirnos Aira, creador de lo que podríamos denominar una “exoliteratura”, aquel espacio

utópico que, como las miniaturas, las maquetas y todas las formas de la puesta en abismo, permite entrar y salir para ir a jugar/narrar, pero sobre todo, observar, como un demiurgo, la propia obra.

Publicado en diario Perfil, 11/10/2020

 

domingo, 6 de septiembre de 2020

Libros chiquitos

 https://www.lagaceta.com.ar/nota/859127/la-gaceta-literaria/experiencia-lectora-gran-escritora.html

Todo lo que se pudre forma familia

Tierra fresca de su tumba

 

Tierra Fresca de su Tumba, Giovanna Rivero

 

            La obra de Giovanna Rivero -en algún momento elegida uno de los “25 secretos mejor guardados de Latinoamérica” que afortunadamente no quedó en promesa- es, entre muchas otras cosas, un campo minado en el que estallan todas las líneas que atraviesan su escritura, deconstruyendo lo que la antropología alguna vez llamó sincretismo. En guerra contra el exotismo (un enemigo al que la literatura latinoamericana post-boom le costó mucho vencer) sus textos ponen en escena todas las identidades posibles de unos personajes en tránsito para quienes “ser boliviano es una enfermedad mental”.

            Escrito bajo la sombra de la tragedia clásica y de una de las peores tragedias personales, aquella que persigue a los sobrevivientes de un suicidio con preguntas que no tienen respuesta, la oscuridad de sus cuentos se ahonda en busca de esa sombra que diseña los contornos de unos personajes liminares -como el de la loca, la poseída o la borracha- que vienen, entre otras cosas, a despertarnos del sueño de la razón, o de aquellos que, como los muertos-vivos, retornan, una y otra vez, para empujarnos al borde de nuestro propio abismo y conectarnos con la tierra como última morada.

            En “La mansedumbre”, un secreto inconfesable dentro de una comunidad menonita se transforma en la hipérbole de una ofrenda a la Pachamama hecha por un descendiente originario.

            El diálogo, en el segundo cuento, devenido interrogatorio, entre el sobreviviente de un naufragio y la madre de su compañero muerto, reconstruye el mítico viaje griego y hace de la venganza el ritual más esperado que una madre anciana en busca de la verdad puede alcanzar.

            La fascinación que la cultura oriental, en su delicada perfección, ejerce sobre Occidente describe, en la curva que va del origami -ese universo de papel- al grotesco del espantapájaros, y de la refinada crueldad oriental a un trabajo de hechicería india, las dos caras de una misma pasión por la venganza.

            El regreso a la casa familiar de una expatriada con su marido yanqui y sus mellizos desata un aluvión emocional, cuando la tía enajenada revela un tabú familiar en el destino de su hijo, el “ahorcadito”, reflejado en el rostro de uno de los mellizos. Y el cuerpo de la loca, ese terreno que se disputan varias instituciones: la familia, la medicina, la psiquiatría, el patriarcado, la religión, desborda “como el arco del vómito de un hígado en metástasis”, y en el exceso de sus carcajadas demoníacas, espanta las culpas por el suicidio del hijo. Los relatos alucinados de lluvias legendarias que el marido de la protagonista registra, grabando los sonidos guturales de la loca (“estábamos malditos”), conforman una suerte de realismo mágico atravesado por el horror de los cuentos de hadas, en los que aquél descubre que la evangelización jesuítica provocó en América “un arte fresco, salvaje, demasiado puro”. Casi una definición de la poética de esta autora.

            El largo testimonio de la sanación a través del góspel de una sobreviviente de mil batallas frente a su comunidad religiosa resulta la excusa perfecta para relatar una historia de terror en la que la protagonista y su hermano, como los clásicos huerfanitos, deambulan por los confines del mundo para vivir en una cabaña en ruinas junto a su tía alcohólica, una suerte de bacante o heroína de Bataille, sedienta de alcohol y de relatos de asesinatos en serie.

            Y en el final, el cuerpo de una cierva muerta visitada por su manada resulta el espacio donde alojar el dolor por la pérdida del hermano que no tuvo defensas para enfrentar las agresiones de este mundo.   

Todos guardamos un muerto bajo la alfombra, parece decirnos esta autora. Ella, como una auténtica hechicera india, los convoca y nos obliga a enfrentarlos, quizás para que no olvidemos la materia de la que estamos hechos.

 Publicado en diario Perfil, 6/9/2020

domingo, 23 de agosto de 2020

Tan triste como Trieste

Trieste


REY, PEDRO B. - Trieste (Un cuento) - Banana Libros

        Primero vino Katsikas (2016), un conjunto de relatos que produjo los personajes y las historias que, como una matriz literaria, aparecen una y otra vez desde diferentes aspectos. Después llegó Trieste, esta vez con Katsikas de protagonista, y aunque ambos mantienen su autonomía, forman parte de un mismo proyecto narrativo que su autor bautizó “La Lira Argentina”, un poco en honor a la antología que inauguró la lírica en nuestro país.

        En Trieste conviven distintos tiempos y registros: un escritor y traductor, Katsikas, vive en un departamento prestado por un músico dodecafónico cuyo paradero es incierto, en la ciudad de Buenos Aires, durante el invierno de 1977, escribiendo un relato de ciencia ficción, mientras lee las cartas escritas en un castellano arcaizante que le envía un escritor argentino, Lilienthal, que vive en Trieste, al que vio una sola vez en su vida. La idea de que la literatura argentina comenzó en el exilio (y continuó en otros), y la del viaje como cruce literario, que tanta productividad generó, están presentes en este texto y en los nombres que el autor elige escrupulosamente.

        Katsikas será narrador, autor y lector al mismo tiempo, en un relato en el que se enfrentan como en espejo dos distopías: la última dictadura militar y el futuro imaginado por él en su libro, una realidad a su vez doble donde la sociedad vive bajo el dominio de la Malla, una red donde habitan los integrados, con un chip implantado, en una especie de ficción de felicidad, y su reverso, donde están los incendiarios ejecutando actos de sabotaje. Y si le agregamos el tiempo de la lectura, que hoy es el de la pandemia, como otra distopía anunciada, nos encontramos con la idea de que el futuro siempre estuvo presente, un futuro anterior que se refuerza en el registro anacrónico del español escrito por Lilienthal y que termina contaminando el relato retrofuturista del protagonista.

        Frente al espíritu mitteleuropeo que sobrevuela las cartas de Lilienthal y al protagonista cuyo nombre evoca a Kafka, están aquellos nombres que marcaron la Argentina de los setenta como Polara, Torino, Latin Park (pequeño desvío de Italpark), elegidos para el relato de ciencia ficción. Y hasta el nombre de la ciudad futura, Tristania, en sintonía con el blanco y negro de los colores de su realidad, se refleja en la decadente Trieste.

        Cuando Katsikas termina de escribir su novela, la tipea en una máquina de escribir, una Lettera celeste a la que le falla la letra “e”. Un posible homenaje a los experimentos de las vanguardias que, leído en el contexto actual, remite a ese fonema del lenguaje inclusivo que tantas controversias viene desatando.

        La edición, muy cuidada, incluye ilustraciones de la ciudad imaginada y, a la manera de los textos antiguos, cierra con una copa invertida donde se detallan los datos de impresión del libro y, como adenda, nos regala un mini relato: el del batiscafo llamado Trieste, aquel que se sumergió en las Fosas de las Marianas hace sesenta años.

Publicado en revista Otra parte, 20/8/2020

Bienvenida al siglo XXI, Sra. Robinson

 

La señora Fletcher

 

La señora Fletcher - LIBROS DEL ASTEROIDE

 

            Las etiquetas para encasillar a las personas existieron mucho antes de que los algoritmos lo hicieran, es cierto, pero la vida online sabe hacerlo de forma mucho más creativa. La señora Fletcher, por ejemplo, una cuarentona separada que dirige con mucha eficacia un centro comunitario para ancianos está a punto de entregar a su único hijo a la universidad, cuando se entera que está dentro de la categoría MILF (el acrónimo de Mother I'd Like to Fuck), una suerte de señora Robinson pero con muchos más permisos que en los 60.

            Es el momento de superar el nido vacío y de buscarle la vuelta a la propia vida antes de que ésta pegue la vuelta por sí sola. Cursar en la universidad un seminario sobre “género y sociedad” dictado por una profesora trans es el comienzo de un periplo donde descubre todo lo que la pornografía (ese paraíso del machismo recalcitrante) tiene para enseñarle, junto con los caminos del deseo que, cuando no se lo encasilla, puede traer las sorpresas más inesperadas.

            Narrado cada capítulo, en forma alternada, desde el punto de vista de la protagonista y de su hijo adolescente, los nuevos vínculos, las conquistas de los movimiento de mujeres, el despegue de la casa familiar, las aplicaciones de citas, la tan mentada deconstrucción masculina, las nuevas sexualidades, las dificultades de salir al mundo por primera vez como las que enfrenta quien vuelve a proponérselo, las familias ensambladas, las enfermedades de este nuevo siglo como los consumos problemáticos, la vejez, la muerte y finalmente, el amor, se suceden con el ritmo preciso de quien conoce los mecanismos del guión televisivo y no desentona. Ligera, sin ser superficial, moderna sin caer en el esnobismo, lejos del didactismo y de la bajada de línea, las peripecias eróticas de la señora Fletcher y de su desorientado hijo llegaron a la TV dirigidas por su autor, con una temporada en HBO que todavía no se vio en nuestro país, y que habrá que esperar para ver si está a la altura del libro original. Que así sea.

Publicado en diario Perfil, 23/8/2020

           

           

domingo, 26 de julio de 2020

Todo lo que vive es santo


Somos luces abismales

SANÍN, CAROLINA - Somos luces abismales

Mucho se escribió y dijo sobre la literatura del yo, la autoficción y el género autobiográfico. La autora de este conjunto de textos -un todo fluido y homogéneo en el que, como un río, desembocan todos los relatos- vino a dinamitar estas categorías para construir una obra en la que, quien escribe de sí concibe la propia escritura como una dimensión espacial, una suerte de hogar o el lugar adonde llegar. Un tópico que comparte con el colectivo de escritores latinoamericanos que escriben desde los países centrales y que ella interroga desde sus cimientos, en una larga disquisición sobre el legado del español latinoamericano. Frente a la idea de territorio, más cercana a la de literatura regional que el boom puso en primer plano -junto a su compatriota García Márquez-, prefiere la inestabilidad de no saber dónde se está y de escribir para descubrirlo.
Y si de escritores latinoamericanos se trata, comparte con Clarice Lispector la idea de literatura como un modo de habitar el lenguaje, construyendo una prosa que exhibe, en cada relato, su modo de acercamiento a la experiencia y que la convierte, como a la Lispector, en una voz singular.
Sus relatos ponen en escena constelaciones de temas que se desmarcan del lugar común -la guerra, el problema de la tierra, la muerte, sin más- y encadenan todo lo que nombran construyendo analogías y juegos de palabras que convierten su prosa en una suerte de filología en acción, con sinónimos que no producen el efecto de duplicar los conceptos sino que suman capas de sentido a una trama que conjuga experiencia, relato y lectura con una profunda interrogación sobre el ser de las cosas.
El duelo por la muerte de una joven amiga la llevará a pensar en las marcas del tiempo en el lenguaje y a encontrar en la conjugación precisa la forma de despedirla. El ritual amoroso del entierro de una paloma la incitará a intentar volverse cobijo y nido. Frente a la imagen de un potro perdido llamando a su madre en medio del camino, concluirá, como una fotógrafa exquisita: “Los animales nos hacemos visibles en el desamparo”.
Un viaje por la montaña en busca de sí le revelará la sospecha de que la vida es un camino siempre insuficiente. Su propio nombre encontrado en el crucigrama de un diario la llevará a reconstruir la historia de la relación fallida con su abuelo y a recuperarla en un recorrido por el río que él amó. Una mala película de terror vista en la TV la llevará a imaginar una historia turbia y maravillosa, mientras que la doble vida del migrante se verá reflejada en una experiencia de desdoblamiento producto de un terror nocturno que tendrá momentos de horror extremo. Y en el final, la descripción de sus dolencias le hará descubrir la similitud entre los virus y el dinero, como aquello que produce pero no crea y que, como el capitalismo, invade y no hospeda.
Exquisitez y delicadeza rezuman estos textos y de esa manera, las cosas, desde su mirada, se vuelven únicas. Dueña de una percepción ampliada, hay un cuidado amoroso en el acercamiento a los temas, ya que para esta autora escribir y amar resultan sinónimos. Y si escribir es encontrar un lugar, amar será el modo de ocupar un lugar en el corazón del otro.
Hay mucha reflexión en su escritura y altas dosis de erudición. El diálogo que entabla con los textos y autores que fundaron la literatura occidental (la mayoría, traducidos por ella, hay que decirlo): la Biblia, El Corán, Petrarca, Dante, Las mil y una noches, San Agustín, Whitman, Madame Bovary, el Quijote, la Odisea o las fábulas medievales serán el espejo en el que esta autora se mirará para ensamblar definitivamente su escritura, su tradición, su lengua y su vida. “Pues todo lo que vive es santo” dijo William Blake y ella cita, ofreciéndonos una muestra de su arte poética: la vida que merece ser vivida y escrita.       


Publicado en diario Perfil, 26/7/2020

domingo, 28 de junio de 2020

Una autobiografía novelada


Resérvame el vals

Reservame El Vals por FITZGERALD ZELDA - 9789874698650 - Cúspide.com

            La historia de la literatura es un campo en constante transformación. De un tiempo a esta parte, ha comenzado a ponerse en cuestión el lugar indiscutido de algunos nombres y a dejar asomar otros (en este caso, otras) que, por motivos que nada tienen que ver con la calidad literaria o la experimentación en la escritura, habían quedado ocultos. Resérvame el vals, la única novela publicada por Zelda Sayre Fitzgerald, es una muestra evidente de ambas cosas, y la ocasión de dejar de ser la musa alocada del gran escritor para convertirse en autora.
            Escrita en 1932 durante su permanencia en el hospital psiquiátrico de Baltimore por un diagnóstico de esquizofrenia, esta novela, decididamente autobiográfica, nos muestra a su protagonista desde su adolescencia en un pueblo de Alabama, de donde sale eyectada para casarse con una promesa de las artes plásticas rumbo al “exilio” parisino donde experimentará el vértigo de los agitados años 20 e intentará ser reconocida como bailarina clásica. 
            Escrito con una prosa trabajada con arabescos y descripciones de la naturaleza que recuerdan las imágenes art nouveau de Alfons Mucha, se revela como una de las mejores novelas sobre el exilio literario norteamericano, cuando París era literalmente una fiesta, los egos crecían junto con la fascinación por los dólares venidos del Nuevo Mundo que alimentaban a la desnutrida Europa y matrimonios como los de Francis Scott y Zelda inauguraban el modelo de pareja explosiva que dominó la escena artística a lo largo del siglo.
            Con una mirada que, pasada por el lente del feminismo, reflexiona sobre ese lugar poroso y permeable, tan particular de las mujeres como sostén del marido e intermediaria de los hijos, recuerda algunos de los mejores textos de Virginia Woolf sin perder el tono que dominó la literatura del sur de EE.UU., donde la familia puede ser el polvorín en el que descansan las tradiciones más arraigadas.
            Los años de las vanguardias clásicas fueron aquellos donde los artistas persiguieron la utopía de fusionar el arte con la vida. Una década más tarde la política irrumpió violentamente para desarmar cualquier pretensión innovadora. En medio de este torbellino Zelda vivió, amó, creó y padeció una dura enfermedad mental, que no le impidió escribir una obra donde abunda la reflexión sobre el arte, la creación artística y las relaciones amorosas. Un testimonio muy lúcido sobre la época que le tocó vivir y de la que fue, sin dudas, protagonista.

Publicado por La Gaceta Literaria, 28/6/2020