La uruguaya
Como una larga carta de despedida podría ser leída esta novela
narrada en segunda persona. El autor y la destinataria, un matrimonio
(ese “monstruo de dos cabezas”) en proceso de derrumbe, viven lo
que será su último día juntos en la jornada en la que Lucas, el
protagonista, viaja a Montevideo a sacar los dólares que le han
adelantado por los libros que tiene contratados con dos editoriales
extranjeras y que las restricciones cambiarias en su país le impiden
cobrar. Pero además va a encontrarse con una atractiva mujer, Guerra
(así de explicíto es su nombre), que conoció en un informal evento
literario en un verano caliente en la playa de Valizas.
Y si las peripecias lo llevan a posponer de todas las formas
posibles el tan deseado encuentro, el derrotero de este escritor
inactivo y empobrecido (y por lo tanto, mantenido por su cada vez más
distante esposa) por cobrar el dinero por un trabajo que todavía no
realizó y que va perdiendo minuto a minuto, lo capturan hasta
dejarlo desnudo frente a su propia frustración.
Hay una suerte de vértigo en la escritura de Mairal que nos captura
a los lectores también (y sus escenas de sexo son, efectivamente, de
las mejor escritas) pero que no obtura el centro a donde se dirige: a
su propia escritura, al lugar que el dinero tiene en ella y a los
riesgos que la profesionalización (o la burocratización de la
escritura) conllevan y que la poesía, ese lugar supuesto de la pura
literaturidad, vendría a conjurar. Es que el dinero, esa “mierda
para la que no existe otra alternativa que su supresión”, decía
Marx, parece siempre estar hablando de otra cosa, como en esta
novela, en la que la carrera por poseerlo, gozarlo y recuperar el
equilibrio perdido no se distingue demasiado de la que lo empuja
frenéticamente tras los pasos de Guerra. Es que el dinero
–según Freud– es una problemática en la que “coparticipan
poderosos factores sexuales”. O quizás de lo que se trata
finalmente es de la trayectoria del deseo.
Publicado en diario Perfil, 19/6/2016