lunes, 8 de abril de 2013

Entrevista a Marcelo Cohen


"Quiero una perturbación, quiero invitar a entrar en otra cosa, que es lo que para mí es la literatura"



A propósito de Gongue, su último libro publicado por la editorial Interzona, conversamos con Marcelo Cohen, un escritor que lentamente está dejando de ser un autor de culto, que descree de los festivales literarios, del espectáculo de la literatura y sobre todo del realismo, pero cuyas invenciones de mundos posibles se parecen perturbadoramente al que habitamos.

- “Una historia del Delta Panorámico” se subtitula esta novela, que además de constituir una zona literaria propia habla de un espacio circular y completo. ¿Cómo lo definirías vos?
- El Delta Panorámico nació como una solución a mis necesidades de crear espacios virtuales, que son espacios literarios. Yo había inventado ciudades, espacios de recreación, lugares hipotéticos y no quería inventar uno para cada libro. Entonces se me ocurrió crear este espacio de islas de río, entre otras cosas, porque yo estaba por volver a Argentina después de 20 años de vivir en otro país, y tenía mucho miedo de caer preso del inmediato realismo de la vida social argentina. Además era un reencuentro con el delta real argentino.
- Que configura un espacio literario de por sí.
- Totalmente, una de las más grandes novelas argentinas es Sudeste y bueno, después me gustan mucho las novelas que pasan en islas como La afirmación de Christopher Priest, que es una novela que no pude desgrabar de mi mente, debo confesar. Lo que me permitía esto, además, era construir un espacio del que sólo sabía que eran islas unificadas más o menos por una corporación, en un futuro muy lejano, tal que ya ha pasado todo de nuevo. De manera que el resultado es que se parece a nuestro mundo dentro de diez minutos. Porque yo escribo sobre posibilidades fantásticas, sobre lo por venir, o sobre lo que veo agigantado dentro de un tiempo en los síntomas del nuestro. Pero estas islas tienen cada una su religión, su cultura, un vocabulario, una pequeña enciclopedia del lugar, porque tampoco quiero dar gato por liebre. No quiero una desorientación total, quiero una perturbación, no quiero irritar, quiero invitar a entrar en otra cosa, que es lo que para mí es la literatura. Entonces el Delta Panorámico es como el mundo de las posibilidades de nuestro mundo.
- El protagonista vive aislado, con la misión de vigilar los bienes de su patrón y la de mantener la cohesión de un mundo que ha sido abandonado ¿Hay algo de misticismo en él?
- Bueno, él es inocente hasta tal punto que cree en el acatamiento de las órdenes de su patrón, que es un atorrante, porque se va con todas sus cosas. Es curioso, escribí esto hace bastantes años y todavía no existía la fiebre por la seguridad que hay ahora, pero no me disgusta nada que este tipo esté cuidando algo que está bajo una inundación porque el dueño teme que puedan sacar lo que él no pudo llevarse.
Entonces él es un hombre que nació en la sujeción y es con la soledad que empieza a darse cuenta que está cansado de esto. Y es ese soliloquio el que lo va llevando a descubrir algo más grande que las cadenas que heredó. La relación de él con este individuo trascendente que es el Custodio, es algo que heredó del padre y ya se ve en el libro qué pasa con el Gongue que está obligado a tocar. Lo que pasa que en la medida que golpea y el gong suena en la inmensidad, le va dictando el ritmo de las horas, el ritmo de sus obligaciones, casi monásticamente, y de golpe ese ritmo comienza a descarriarlo.
- Este mundo parece exigir una lengua propia, una especie de translengua con términos provenientes de distintos idiomas, épocas, registros ¿tu oficio de traductor tuvo que ver con esta forma de abordar el lenguaje?
- Sí, de varias maneras. En principio porque hace casi 35 años que soy traductor. No soy un teórico pero pienso mucho en la traducción. Este ejercicio diario tiene algo de ejercicio espiritual y a la vez de trabajo forzado. Uno gana golpe de vista, vocabulario, tiene más recursos, pero siempre es difícil y por eso hace pensar mucho en los elementos de la literatura, en el orden de la frase y en la relación de la palabra con el querer decir. Al mismo tiempo si uno es escritor, pone en relación cada libro que está traduciendo con lo que escribe. De manera que uno está continuamente esforzándose por elastizar el castellano para que quepa algo de lo que logran otras lenguas, sobre todo si quiere instalarse e instalar a las personas en algo que no estaba en el mundo y que va a estar a partir de lo que escribe, darle la lengua que va a manifestar ese mundo, y de paso, hace trabajo terrorista sobre el estado de lengua.
Probablemente el mejor escritor de literatura fantástica y ciencia ficción vivo, Jim Woolf, del que traduje muchísimos libros -siempre deslumbrado por él- tiene algunos métodos que me influyeron mucho. El incluye en sus mundos objetos que son llamados con latinazgos o con rémoras de palabras griegas que responden al nombre original. Yo eso no lo hice, más bien me interesan los neologismos que siempre suenan a algo. Como los nombres, que también los invento. Es un juego y una manera más de escapar de la realidad a la que nuestro lenguaje nos sujeta.
- Tiempo y personaje se funden y van conformando un relato en el que, según el protagonista, “Nunca pasa nada”. ¿Es así, nunca pasa nada?
- Lo que se cuenta es el ritmo del pensamiento de un hombre a quien el engaño lo pone en la obligación de cumplir una serie de tareas que le provocan una incomodidad marcial, y cómo ese pensamiento puede llevarlo a una decisión, muy ayudado por el deseo. Porque él toma una decisión porque ve una gorda que le gusta en la pantallita del teléfono ¿no?
Si mística es descubrir que el pensamiento y la voluntad no pueden con la inconmensurabilidad de lo real, este tipo va descubriendo eso. El no es Cohen, entonces no lo dice de esta manera, pero a mí me interesa ponerme en la piel del otro, por eso escribo voces, porque me hace pensar como no suelo pensar.
- Volviendo a la cuestión del lenguaje, resuena en el texto cierto tono de la poesía gauchesca, ¿es una necesidad generada por el propio tema o es una necesidad formal de tu obra?
- Hubo un momento de mi vida en que por testarudez de trasterrado, cuando vivía en España y no quería que el lenguaje español al uso me impregnara totalmente, traté de hacerme una genealogía de la prosodia personal y esto abarcaba, sí, la gauchesca, algunas letras de tango, poetas como Juan L. Ortiz. Me interesaba hacer una historia de la dicción rioplatense, que estaba en Macedonio, en Borges, en Onetti. Desde luego que la gauchesca estaba en sus deslizamientos, sus ironías.
Pero yo creo en las novelas y creo en sus posibilidades de metamorfosis permanente, y me interesa resguardar las riquezas del relato y una de ellas es el personaje. Me interesa que el personaje quede y éste es un campesino del delta panorámico que habla en “deltingo”, que, como se dice en una de mis novelas, a lo mejor es una lejana variante de una lengua original que era el argentino, un deltingo que suena a argentino gauchesco.
- El Gongue, el instrumento que hereda del padre, tendría la misma función que el cuidado de los bienes del patrón. ¿Qué pasa cuando pone en cuestión ambas tareas?
- Y, tiene una crisis vital ¿no? Se pudre, el tipo se pudre. El no es un neurótico y está obligado a cumplir tareas de neurótico. El es un tipo que todavía tiene deseos raros que es capaz de escuchar. Lo del Gongue apareció… no sé muy bien cómo. A mí me gustó la posibilidad de crear religiones porque hace pensar en las que ya tenemos y porque está muy bien que la literatura le cuele al lector algo que antes no estaba en el mundo. Y después venía muy bien como cesura, si hablamos de poesía. Si tiene algunos detalles de la poesía, el Gongue es uno de ellos, opera de cesura.
- Otro de los objetos importantes es el espejo.
- Son muy importantes todos los objetos porque, bueno, esto es la gauchesca con un poco de Beckett. Es un tipo que está solo como esos linyeras de Beckett que tienen dos o tres cositas y continuamente se preocupan por cambiarlas de lugar, saber dónde están. Y esto es así. El tipo está rodeado de agua y está solo y los pocos objetos son esenciales porque están llenos de depósitos de él, las cosas están impregnadas de nosotros y en ese sentido no está mal que tengamos algunas posesiones.
- Y el espejo, que al protagonista le falta y que encuentra en la mirada de una mujer.
- Sobre todo lo que encuentra es la posibilidad de una respuesta. Fijate que la gorda ésta que aparece en el telefonito, lo mira y le dice cosas sobre él, sobre su aspecto… Es un tú. Es la primera vez que el tipo tiene un tú. Y eso lo pone en movimiento.
- Quería preguntarte por tus planes futuros.
- Bueno, desde hace muchos años, junto con mi mujer, Graciela Speranza y con otra gente, hacemos una revista que se llama “Otra parte”, y ahora estamos tratando de llevar el espíritu de una revista de tradición cultural al mundo de la web. Lo que haremos es publicar, además, una revista virtual que se va a llamar “semanalotraparte.com” que va a ser de reseñas muy breves sobre cine, libros, música. Es un trabajo independiente, hecho con cierto espíritu de militancia, que nos entretiene mucho pero que nos hace sudar tinta.
Y desde hace tiempo, escribo un libro de películas del Delta Panorámico. Es un tipo de mi edad que se llama Marcelo Cohen, que cuenta las películas que vio. Y a mí me gustaría que cada película fuera un cuento. Y hay de todo género. Hay de la prehistoria, de amor, de espías, hay una historia de un traductor, hay emigrados, hay un documental sobre la vida de un artista necrofílico.
Es que uno siempre está escribiendo. La literatura es la evasión total, no me canso de decirlo. Y al escribir, uno realmente se va. Y el lugar adonde uno se va es una realidad difusa desde donde nuestra realidad se ve un poco mejor. Cuanto más tiempo pueda pasarse uno ahí, tal vez, pueda ser un poco más dueño de sí y más libre en nuestro mundo.




En un tiempo suspendido y un espacio que ha sufrido una inundación que pareciera no tener principio ni fin, el custodio Gabelio Támper, el último habitante del Delta Panorámico, se halla inmóvil en un espacio mínimo, su puesto de vigía, en un tiempo en el que nunca pasa nada, más allá de la lluvia continua que decolora el paisaje hasta hacerlo indiscernible.
Aislado y concentrado en la tarea de proteger los bienes de su patrón que han quedado bajo el agua, de posibles merodeadores, lleva a cabo pequeñas tareas que garantizan una supervivencia de anacoreta, cumpliendo el mandato heredado de su padre de tañer el Gongue y el impuesto por su jefe de cuidar sus bienes. Ambos tienen para él un carácter trascendente con los que sostiene la ilusión de mantener la cohesión de un mundo que ha sido abandonado “a la buena de dios” y que él cuida en su lugar.
En ese espacio imaginario, el Delta Panorámico, imagen ligeramente refractada del mundo real, conviven cyborgs con personajes de la gauchesca como el protagonista, un ingenuo campesino, preso de una tradición y de la esclavitud a la que lo somete la codicia de su deshonesto jefe.
Y el lenguaje, el material con que su autor viene construyendo por un camino poco transitado una obra muy personal, expresa, con la plasticidad que le dan los neologismos, las palabras de portmanteau (formadas con partes provenientes de distintos espacios semánticos), los términos arcaizantes y de diferentes épocas, registros e idiomas, la tensión entre pasado y futuro, entre modernidad y tradición.
Si “el futuro ya ha sido” como afirma el vigía, sólo con viejas palabras nuevas se podrá hablar de las cosas de un mundo ligeramente distorsionado o quizás, volver a nombrar las cosas de un mundo homogeneizado por las palabras altisonantes de esa masa gelatinosa llamada “opinión pública”.



Textual

“Y encima de tanto, en la culminación de mis tareas tiene su sede el Gongue. A eso me aboco pues. Gongue. Gooongue. Así suena, ahora que es el momento, o se me hace que ha llegado, pues nunca me guío por el reloj sino por la enseñanza de mi padre, a quien instruyó mi abuelo en conocer los jalones del día. El Gongue no es asunto práctico; es la herramienta del alma del mundo, y el alma del mundo y el Gongue son legado del Custodio. El Gongue es implemento de no descuidar ni un santiamén en tanto su gongue es pegamento del espíritu, lo mantiene congregado para que el Torcedor no lo desmenuce; ya que en ese caso, si el Torcedor le desmenuza el espíritu, muere el humano en vida y es como una bestia. El Gongue es plato de metal colgado de su caballetito: gestiona la vida del mundo mudo desde que el Custodio de las Cosas se ausentó. Gestiona lo manifiesto y lo que no se manifiesta más; mantiene el equilibrio a salvo del Torcedor. […] A mi madre, que murió en el parto de mí, papá me enseñó a recordarla siempre con tres golpes de Gongue, tres, que inclusive en la tumba le mantienen el espíritu pegado. Y recuerdo al Custodio de las Cosas, a la hora en que el campo alienta y se lo echa en falta, con cuatro golpes de Gongue; fatalmente necesarios, dice la oración, pero yo sé que inútiles golpes, pues bien está escrito que el Custodio de las Cosas hace mil estaciones que se retiró muy lejos, sacado de las cosas a retirarse en sí, y las dejó solas con nosotros. Si yo lo llamo con Gongue es para desquiciarle el retiro; asimismo por despecho, mas sobre todo porque me debo. Gongue. A mis antepasados los recuerdo con un golpe mortecino, casi de ni oírse, como de pala en tierra seca. A los seres futuros, con un mero rasguño, para que no despierten todavía.”

Publicado en diario Tiempo Argentino, 7/4/13


El largo adiós


La ridícula idea de no volver a verte
de Rosa Montero


Este libro nació por pedido, como tantos que los grandes sellos editoriales encargan a sus escritores rentables, como es el caso de Rosa Montero. La excusa fue la publicación del diario de Marie Curie, unas pocas páginas hermosamente escritas el año posterior a la muerte de su marido que le provocaron a su autora “ganas de usar su vida como vara de medir para entender la mía; y no estoy hablando de teorías feministas, sino de intentar desentrañar cuál es el #LugarDeLaMujer en esta sociedad en que los lugares tradicionales se han borrado.” (Los usuarios de Twiter sabrán qué es ese numeral seguido de ese grupo de palabras y el libro incluye un índice de estos hashtags con las páginas donde aparecen).
Que no está hablando de teorías feministas queda claro a poco de leer las notas que fue tomando a partir de las lecturas sobre la vida y la trayectoria de esta mujer asombrosa que tuvo que endurecerse para quebrar los límites que su origen y su condición de género le marcaron. Y si encuentra en la vida de Curie una vara para entender la propia, no es en su calidad de pionera sino en la brutal experiencia de la muerte del compañero que ambas padecieron y que configura el tema central del libro. Queda por discutir si los lugares tradicionales han desaparecido pero no es éste el espacio donde debatir estos temas, que son abordados desde el lugar común que abruma las revistas femeninas, como cuando habla de la debilidad de los hombres, “una gran verdad que todas conocemos pero ninguna menciona” y que se refuerza con la segunda persona a la que este texto se dirige, un “vosotras” que lo liga todavía más al universo de las publicaciones femeninas.
La vida de Manya Sklodowska, tal su nombre original, los poderosos enemigos que tuvo que enfrentar -además del patriarcado- como el comité del premio Nobel pidiéndole que no fuera a Suecia a recoger el premio (el ¡segundo! que ganó, en 1911, de Química) por el escándalo que se desató cuando se hizo pública la relación clandestina que mantenía con otro científico (casado), por la cual fue acusada de adúltera -para empezar- cuando ya era viuda, merecería, sí, ser leída a la luz de la teoría literaria feminista. Quizás resultaría mucho más provechoso que las notas espontáneas tomadas por una escritora sensible y exitosa.

Publicado en diario Perfil 7/4/13