lunes, 5 de diciembre de 2022

La tiranía de la elección

        “Autoayúdese, es una orden” decía un chiste a comienzos de los 90 -la década que marcó el triunfo del neoliberalismo y del surgimiento de este subgénero, la autoayuda- que quizás resuma la hipótesis del último libro de la socióloga eslovena Renata Salecl: la idea impuesta de que somos dueños de nuestro destino y por lo tanto, únicos responsables de las malas elecciones, como si las condiciones materiales no tuvieran ninguna incidencia. Una nueva trampa, sostiene, que el reinado del individualismo nos tiende para desactivar toda construcción colectiva de cambio.

            Hoy se nos conmina a reinventarnos, a convertirnos en nuestra mejor versión, a gozar sin límites, a tratarnos a nosotros mismos como si fuéramos una empresa (y la figura del emprendedor es su cara más visible), eso sí, siguiendo una serie de instrucciones que, paradójicamente, nos alivian de la angustia de enfrentarnos a las infinitas posibilidades de elección que el mundo unipolar nos ofrece.

            Y es la teoría de la elección racional, según esta autora, la verdadera idea madre para este estadio del capitalismo que requiere de sujetos sometidos por el autocontrol, que apunta a la instrumentalización de la subjetividad bajo la fachada de la libre elección y nos recuerda que la ideología de la autocuración a través del trabajo sobre sí mismo surgió en plena embestida de la privatización de la salud. No sólo de espíritu vive el hombre.

Publicado por El diplo, diciembre 2022

 

domingo, 27 de noviembre de 2022

La interna entre la norma y el uso

 Entrevista a Alicia Zorrilla


 

- “La lengua, como el león, puede domarse y amaestrarse, y salta por el aro de fuego, sí, pero se niega a que no se la tome en serio” dice el epígrafe con el que se abre el libro. Cuando lo leí, me remitió directamente al lenguaje inclusivo y me preguntaba cómo lo considera usted, si un atentado a la gramática o una prerrogativa de los hablantes a “amaestrar” la lengua.

Es una distorsión de nuestra lengua con un objetivo socio-político muy claro y no creo que se pueda cambiar de la noche a la mañana una lengua por el gusto de un grupo minoritario. Tampoco es algo de ahora, desde el año 73 se viene hablando de la necesidad de visibilizar a las mujeres en el lenguaje pero no puede una “e” cambiar toda la historia de la lengua española. Ella es la que fija la conformación léxica y sintáctica y yo me pronuncio contra esa distorsión, porque es innecesaria. Para defender una causa hay que hacerlo con respeto, hablando bien, porque todos tenemos la libertad de hablar pero tenemos la obligación de hacernos entender.

- Los ejemplos del mal uso de la lengua fueron tomados de los medios de comunicación escrita, digital y audiovisual, de discursos periodísticos y publicitarios. ¿No debería ser una política de Estado regular los mensajes públicos?

Deberían revisarse más que regularse, para que salgan decorosamente bien porque los carteles en la calle tienen también una función pedagógica. A partir de ellos se puede aprender bien o mal.

- Este trabajo conjuga el humor con mucha erudición y a la vez es una verdadera herramienta de consulta. ¿La pandemia, el encierro, hicieron estragos con el lenguaje?

Creo que se liberó la palabra, el miedo, sobre todo al contagio, a esto que se desconocía, ha creado un ambiente lingüístico casi de libertinaje. Tal vez, la gente, nerviosa, se volcó a hablar sin medir qué decían, si no, es imposible que un comunicador diga “a mato groso” por “grosso modo”.

- Tenemos correctores que corrigen mal, periodistas que desconocen la lengua y una nueva clase de hablantes, los que Chartier llama wreaders, aquellos que leen para escribir y escriben para ser leídos en la inmediatez de las redes sociales, mezclando los dos registros, el oral y el escrito. ¿Qué puede llegar a sobrevivir de una lengua escrita con este uso cada vez más extendido?

Yo creo que son dos cauces diferentes. Si el hablante que escribe en las redes conoce bien la lengua, va a escribir bien en contextos de formalidad, pero se libera en las redes sociales por economía verbal. Entonces a mí no me preocupa eso, me preocuparía que trasladaran la forma de escribir en los chats a otros contextos, los estudiantes a sus tesis, por ejemplo.

- Los verbos irregulares, que hacen las delicias del lenguaje infantil, son la piedra en la que tropiezan muchos de los que abusan de gerundios e infinitivos como modo de darle más distinción a su discurso, pero también pueden aparecer neologismos muy lindos como “no te sobreembarbijes”. ¿Es la creatividad de los hablantes la que renueva la lengua?

Por supuesto, siempre que no salgan del sistema gramatical de su lengua. Ese ejemplo yo no lo considero un neologismo, pero no está mal formado, entonces, puede ser que si se difunde, llegue después a registrarse. La palabra “trucho”, por ejemplo, ya está registrada y comenzó siendo un neologismo y es un término con tanta efectividad que quedó instalado. El “re”, tan extendido, es un enfático que está bien construido, los prefijos se pueden repetir. Los argentinos somos muy nostálgicos pero muy enfáticos y algo de eso quise que quedara expresado en el título.

- Hablemos de la coma, ese problema en sí mismo. No basta con aprender las maneras de utilizarla bien, resulta que se puede elegir entre una puntuación estilística o subjetiva. ¿El uso literario de la lengua es un límite a la gramática como normativa?

El ámbito de la literatura es otro, ahí el autor manda pero está muy bien que el corrector le marque el uso correcto desde el punto de vista gramatical. Lo que no se puede tolerar es colocar una coma entre el sujeto y el predicado o entre en complemento directo y el verbo, hay que cuidar eso. Puntuar significa estar de acuerdo con la gramática y con la sintaxis. Hay que hacer un trabajo doble continuamente y saber que la puntuación subjetiva nos permite elegir entre algunas cosas.

- Si como usted dice en el libro, “la función de las Academias es recoger y estudiar las normas que les vamos dictando los hablantes”, ¿por qué tanto rechazo a las “razones extralingüísticas”, que vienen de la sociedad, como el movimiento de mujeres que presionan sobre la norma?

Las normas nacen del pueblo pero la historia de la lengua nos va acomodando. Yo he hablado con mucha gente que utiliza el inclusivo y me planteaban que no quieren tocar la gramática, que ellos saben dónde tienen que usarlo. Nuestra lengua está normada. El verbo “emprolijar”, por ejemplo, no está en el diccionario, pero si buscamos bien, veremos que hay una palabra “prolijo”, a la que se le pueden agregar prefijos y sufijos, por lo tanto, es correcta desde el punto de vista gramatical.

- ¿Qué significa que el género masculino es el término no marcado? ¿Esto ocurre en todas las lenguas?

No marcado significa que comprende a todos los seres humanos, no significa predominio del hombre, ni invisibilidad de la mujer o de cualquier diversidad sexual. Esto es determinado por la historia de la propia lengua. Hay lenguas en las que el femenino es el término no marcado, por ejemplo, el guajiro, una lengua del norte de Venezuela o el afar, de Etiopía. El genérico resuelve la cuestión de la economía del lenguaje porque si no, hay que desdoblar el sintagma y resulta engorroso, como en “cámara de diputados y diputadas.” Por otro lado, hay palabras masculinas en español que terminan en e, y ahí no podemos hacer nada, como “cacique”, que tiene su femenino, “cacica”, aunque tiene muy poco uso, quizás porque no hay cacicas mujeres. Nuestra lengua viene de muy lejos, de sociedades patriarcales donde predominaba la voz del hombre, pero distorsionar su gramática no corresponde.

Publicado en La Gaceta de Tucumán, 27/11/2022

sábado, 26 de noviembre de 2022

Un baño de gramática española

 ¡¿Por las dudas…?!


Con uno de los títulos más oportunos de los últimos tiempos, acaba de publicarse un nuevo trabajo de divulgación de la presidenta de la Academia Argentina de Letras, Alicia Zorrilla, quien ya nos había sorprendido con su prosa descontracturada en su anterior trabajo, Sueltos de lengua.

            Con un claro fin didáctico, va describiendo, uno a uno, los errores más extendidos entre los hablantes, dentro de los cuales ha aparecido una nueva categoría, a la que Roger Chartier llama wreaders, aquellos que leen para escribir y escriben para ser leídos en la inmediatez de las redes sociales, mezclando los dos registros, el oral y el escrito, cuyas consecuencias cognitivas todavía no han sido medidas, siempre según este especialista. Por lo tanto, las cosas del lenguaje se han complicado más todavía, en especial, advierte, a partir de la pandemia, abriendo una nueva línea de investigación para lingüistas inquietos.

            Registra, en cada capítulo, ejemplos del mal uso de la lengua tomados de los medios de comunicación escrita, digital y audiovisual, de discursos periodísticos y publicitarios (¡y hasta de los servicios de corrección en línea!) sin perder el sentido del humor, como en algunos ejemplos elegidos que parecen salidos de la boca de Catita. Y sobre todo, combinando erudición con didáctica, transforma el libro en una verdadera herramienta de consulta en la que muestra la forma correcta en que se debería haber escrito, explicando los fundamentos de la norma que transgrede.

            En su rol de “guardiana” de la norma lingüística, utiliza todo tipo de metáforas médicas para referirse a los ataques de los hablantes a la lengua como “epidemia de errores”, “el virus de los gerundios”, “la lengua está enferma”o “lastimada”, “una sintaxis accidentada”, “la coma, en coma”, “reflexiones que no tienen antídoto”o “una oración que sufre otros padecimientos”.

            Reconoce, en las variantes utilizadas en el uso de la coma -lo que nos tiene a todos a maltraer- los límites que la escritura literaria le pone a la gramática, y si defiende calurosamente las normas establecidas contra las razones extralingüísticas para su transgresión, afirma que “la función de las Academias es recoger y estudiar las normas que les vamos dictando los hablantes.” Una grieta por la que el lenguaje inclusivo, a pesar de su impugnación, terminará ingresando e imponiéndose.

            Afirma, junto con John Locke: “No hay un solo error que no haya tenido sus seguidores” y termina su trabajo haciendo un homenaje a los dueños de un oficio que ha sido abandonado en todas las redacciones, el de corrector. Y si su tarea no es solo limpiar el texto de errores, sino reflexionar acerca de la causa de aquellos, lo define como un acto de equilibrio intelectual entre los hablantes y las palabras.

            En el año en que se cumplen 500 años del fallecimiento del autor de la primera gramática española, Antonio de Nebrija, esta autora decidió rendirle homenaje escribiendo un libro a su altura.

Publicado en Otra parte 24/11/2022

viernes, 11 de noviembre de 2022

Entrevista a Alex Nogués

El geólogo español Alex Nogués -descubridor de un nuevo microfósil que lleva su nombre- encontró en los libros-álbum el lugar donde despertar el interés de los pequeños lectores por esta ciencia y se convirtió en escritor infantil.

Invitado al FILBITA, va a dar talleres de escritura para adultos y de creación y lectura para chicos, y de paso, hacer conocer sus dos bellísimos libros publicados por la editorial Flamboyant, Un millón de ostras y Un pelo en la sopa.

El jueves 10, a las 14 hs. y a las 18 hs. en la Alianza Francesa, dará talleres para adultos, el sábado 12, a las 11:30 hs. y a las 17:30 hs., en la Usina del Arte y el domingo 13 a las 12 hs. en el Jardín Botánico, se encontrará con sus jóvenes lectores pero antes, habló con Tiempo argentino.

    Hay dos cosas que siempre atrapan a los niños: la naturaleza y el humor absurdo y en tus libros hay mucho de ambos. ¿cómo es el proceso de elaboración de tus historias?

Varían muchísimo en cada libro. En el caso de Un pelo en la sopa, yo estaba buscando un tema que atrapara a mis hijos, que fuera una historia corta que pudiéramos explicar alrededor de una mesa y fue un ejercicio de creación literaria, de búsqueda de una idea absurda, divertida. Una vez que la encontré, la desarrollé y la fuimos probando. En realidad la escribí después de que la representáramos muchas veces en la mesa familiar como una obra de teatro, íbamos cambiando los personajes y nació de ahí. Una vez una escritora me dijo cómo podía ser que estuviera tan pulido el cuento, que con tan pocas palabras pudiera decir tanto y yo le dije que porque, antes de ser cuento fue una obra de teatro y eso me permitió darme cuenta qué era lo que necesitaba para que funcionara. Con Un millón de ostras fue bastante distinto. Yo quería rendir un homenaje a la ciencia que aprendí, haciéndola accesible a los niños y a los adultos también, ya que es una ciencia casi desconocida. Y ahí hice el ejercicio de recordar cómo lo había vivido yo, a descubrir cosas en las que nadie se fija, que en el paisaje hay montañas y rocas y descubrir que en ellas hay un lenguaje que está esperándonos. Así que son muy distintos. Cuando hago libros sobre la naturaleza tengo una motivación muy concreta, cuando hago historias más ficcionales, no sé, es muy loco, simplemente salen, como si fueran champignones en una maceta.

    ¿Qué vino primero, la geología o la literatura infantil?

Creo que las dos a la vez, ya que siempre escribí, pero la literatura infantil vino después de la carrera de geología. Ahí empecé a pensar en escribir para niños. Antes de tener hijos, con mi mujer nos gustaban mucho los libros-álbum, que son perfectamente legibles para adultos y los disfrutábamos mucho. Me gusta el medio, mezclar imágenes con textos.

    ¿Los niños son más curiosos que los adultos? ¿Todos los niños son científicos en potencia?

Sí, totalmente. Si hay algo que define a un niño es que es curioso. Y cuando pasa el tiempo y ves que va perdiendo la curiosidad, es un momento triste, cuando te das cuenta que yo no es tan niño. La educación tal como nos la planteamos, pero también las hormonas, van cortándoles las alas.


En Un pelo en la sopa me pareció encontrar a la Mafalda de Quino, tanto en el guión como en el dibujo. ¿Fue un homenaje a este personaje o a todos los que nos vimos obligados a tomar sopa durante la infancia?

Es cierto! Aquí ya es el trabajo impresionante del ilustrador, Guridi, creo que es como un guiño que él hace. Alguna vez se lo han preguntado y él ha dejado la pregunta abierta. En mi caso, leí Malfalda mucho durante mi infancia, puede ser que en mi subconciente haya quedado guardado, pero, ahora que lo dices, es muy posible, no lo descarto. Tanto en el subconciente de Guridi como en el mío.

    ¿El humor absurdo y la magia en algún punto se pueden considerar sinónimos?

Sí, en este caso sería el truco para llegar al absurdo tiene ese punto de mágico. Si lo piensas un poco, siempre hay un truco, en el absurdo hay un giro que hace que una situación normal pase a ser sorprendente, disparatada, surrealista.

    Las piedras son un museo de la historia de la Tierra y a la vez, están presentes en los juegos infantiles como la payana, el sapito o simplemente, al patearlas mientras caminamos. En Un millón de ostras, además de darle a los lectores instrucciones para convertirse en naturalistas, se cuenta una historia de aventuras, donde hay que descubrir cómo llegaron las ostras a la cima de la montaña. ¿Es la divulgación la mejor manera de acercar a los pequeños lectores a la ciencia?

Es la divulgación que me gusta hacer a mí. Pensándolo un poco, somos seres narrativos y es más fácil transmitir conceptos a través de la narración, es acompañar al lector usando herramientas de la literatura. Pienso que es la mejor manera de atrapar la atención del lector, crear una cierta emoción y creo que es un camino interesante para acercar cosas complejas.

    ¿Te dedicás actualmente a la geología?

Actualmente, no. Me he tomado un tiempo sabático en mi profesión para dedicarme a escribir y estoy en eso ahora mismo.

    ¿Henry Thoreau, en tanto naturalista y escritor, es un referente para vos?

Es una referencia importante en el sentido que he leído libros suyos y me han impactado y porque es el padre de la literatura sobre la naturaleza, un género que me interesa muchísimo. En tanto precursor, sí, pero su escritura hoy me resulta un poco obtusa, me gustan los escritores más fluidos o que usan el humor, como Dave Goulson, el autor de A sting in a Tale, un escritor inglés que tiene la capacidad de hacerte reir mientras aprendes y es uno de mis referentes actuales.

    ¿Qué es una Alexina papyracea?

Es un microfósil foraminífero que encontré cuando estaba haciendo el doctorado en paleontología, y enseguida me di cuenta que no era conocido. Son organismos unicelulares que cuando se fosilizan llegan a tener el tamaño de una moneda. Y en la Facultad, en broma, le llamaban Alexina. Luego pasó el tiempo, yo me dediqué a la hidrogeología, las aguas subterráneas, y cuando me puse a buscar información para hacer Un millón de ostras, encontré que lo habían nombrado oficialmente Alexina papyracea por mi nombre y porque es delgado como el papel y eso me pareció genial, un homenaje doble, a mi profesión y a los libros.

Publicado en Tiempo argentino, 10/11/22

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Entrevista a Sylvie Neeman

Invitada al 12º Festival de Literatura Infantil de Buenos Aires, FILBITA, conversamos con la escritora suiza Sylvie Neeman, quien participará de un taller de escritura, el viernes 11 a las 19:15 hs. en la Alianza Francesa, y de un encuentro con sus lectores, con los que leerá ¡Ya vienen! el título publicado por la editorial Limonero, el domingo 13, a las 17:30 hs., en la Usina del Arte.

Junto con El mar es redondo y Algo grande, de la editorial chilena Amanuta, conforman los tres títulos publicados hasta hoy en nuestro idioma, con los que aborda temas profundos con gran sensibilidad y delicadeza.



¿Cómo es el proceso de elaboración de sus relatos, de dónde surgen las historias?

Mis historias vienen de lo que experimento, escucho, veo o imagino. Pueden venir de algún instante de mi vida, de un programa de radio o esperando en la terraza de un café donde capto un diálogos o gestos, de una discusión con mis nietas. Son siempre pequeñas cosas las que están en el origen de esas historias.

En ¡Ya vienen! aparecen, creo que por primera vez en la literatura infantil, las inseguridades de un adulto, que además es la maestra. ¿Los miedos de los adultos son muy diferentes a los miedos infantiles?

Algunos se parecen mucho, el miedo a lo desconocido, sobre todo. Por suerte, todavía el niño está protegido de sus grandes miedos por los adultos y es muy importante que no se haga pesar sobre ellos las angustias de los adultos. Otro de mis libros, Le petit bonhomme et le monde, que no está traducido al español, habla de esta burbuja que desearíamos construir alrededor de los niños, pero que es imposible. Tampoco es deseable protegerlos de la vida misma, con todas sus dificultades, pero también con sus momentos de felicidad. Con respecto a ¡Ya vienen!, yo quería contarles a los pequeños las inseguridades de los grandes frente a una nueva situación; encontraba que estaba a su alcance o mejor, que podía divertirlos desdramatizar una situación que es incómoda para muchos de ellos. Se dramatiza, paradojalmente, dramatizando, teatralizando, sobre todo, gracias a los maravillosos dibujos de Albertine. Y después está el tema de la empatía, un sentimiento, una actitud que jamás será suficientemente valorizada.

Recuerdo que, acá en Argentina, este libro salió publicado poco antes de la pandemia. Unos meses después, los niños estaban encerrados en sus casas junto a sus padres, sin poder ir a la escuela. ¿Cómo cree que impactó este encierro en los pequeños lectores?

Creo que los psicólogos pueden responder mejor que yo a esta cuestión. Pienso que si los niños pudieron disfrutar de una familia amorosa y no invadida por la inquietud, una familia que haya podido reinventar lo cotidiano para ellos, puede haber sido una experiencia enriquecedora. Pero sabemos que la situación fue muy difícil, que generó tensiones y hasta violencia en el seno del hogar. Con el alejamiento de la escuela y la imposibilidad de “tomar aire”, pudo llegar a ser dramático.

Los ogros, las brujas, los fantasmas siguen muy presentes en el imaginario de la humanidad y los cuentos maravillosos son una forma de conjurar los miedos. ¿Qué piensa de la corriente actual de corrección política que reescribe los cuentos de hadas en clave feminista?

En realidad, estos cuentos no han dejado de ser reescritos o contados nuevamente. A través de los siglos han variado, fueron edulcorados, se han omitido finales porque eran muy horribles, por lo tanto, está dentro de su naturaleza ser modificados. Dicho esto, yo detesto la idea de lo bienpensante y de la censura. Creo que los cuentos maravillosos deben permanecer ya que son relatos de formación, deben continuar siendo contados en la versión de Grimm o de Perrault, e inventar, por otro lado, nuevas historias más gratificantes para las mujeres. Y también jugar a dar vuelta la tradición con lobos amables y chanchitos crueles. Pero para que la desviación exista y podamos reírnos, es necesario conocer la historia en la que se inspira. Entonces es necesario seguir contando los cuentos tradicionales, cualquiera sea la tradición. La suya seguramente no es la misma que la mía y es esto lo que enriquece las historias que transmitimos de generación en generación. Y además, lo que importa es cambiar la sociedad, no? Que cada uno, cada una tenga su lugar y se sienta a gusto.

Sus tres títulos publicados en español: El mar es redondo, Algo grande y ¡Ya vienen! abordan cuestiones que están por fuera de las demandas pedagógicas. ¿Es algo deliberado, es una posición estética?

No, yo cuento solamente lo que tengo ganas de contar, no es una posición, es un deseo. Y mi deseo no es tener una posición didáctica o pedagógica. Mi deseo es hablarles a los niños, hacerles propuestas, señalarles caminos posibles; mi certeza es que ellos tienen la capacidad de comprender, cada uno a su manera, según su edad, las pequeñas y grandes cuestiones de la vida. Es una suerte de apuesta por la inteligencia de los niños, por su sensibilidad y su curiosidad.

¿En su caso, qué diferencias hay entre escribir para adultos y escribir para el público infantil?

Hay, por supuesto, una diferencia, pero en mi caso es instintiva. Yo no trato de simplificar cuando escribo para niños. Si hay un término o una palabra difícil, tanto mejor! No es necesario comprender todo. Está bueno crecer y entender más o de otra manera. Yo diría que mi principal preocupación es que algún niño se sienta excluido por uno de mis libros. Eso significaría que ese libro presenta un mundo demasiado perfecto, una familia ideal, un éxito genial. Yo no quiero eso cuando escribo. Otra cosa importante para mí, en la escritura, es un cierto ritmo en las frases, una cierta musicalidad. Los álbumes son leídos en voz alta la mayor parte del tiempo y eso, la escritura, lo debe tener en cuenta.

Publicado en Tiempo argentino, 9/11/2022

domingo, 23 de octubre de 2022

El autotaller de escritura de Mariano Quirós

 Ahora escriba usted

 

            Un taller de escritura donde el que se larga a escribir es el maestro. Así es el nuevo libro del chaqueño Mariano Quirós, elaborado durante la pandemia para el taller “La luz mala”, que acaba de ser publicado con el propósito de animar a los lectores a perderle el miedo a la hoja en blanco.

            Y comienza diciendo que escribir es como hacer un pozo, es construir un lugar donde refugiarse de las inclemencias del tiempo pero sin dejar de lado la incomodidad.

            Si los tres temas de la literatura son la vida, la muerte y el amor, escribimos con sus hilachas, asegura y convoca, desde el imperativo de las consignas, a cavar el propio pozo donde sacarse el disfraz social y explorar las zonas de incomodidad, para escribir desde la impunidad de la niñez o del saber absoluto de la adolescencia. Nos invita a escribir sobre las rutinas y alterarlas, para dar paso a lo inesperado o a narrar la vida de un perro y explorar el poder sobre otro.

            El cuerpo y los oficios, esos trabajos tan alejados de la vida intelectual, es otro de los disparadores, así como el monstruo que nos habita y que nos empeñamos en domesticar y nos insta a aprovechar el terreno que nos ofrece la literatura para hacerlo emerger y explorar el mal en todas sus formas.

            Transformarse en un espía para inmiscuirse en la vida de otro hasta perder la propia es otra de las propuestas ligada al secreto como motor que hace funcionar la historia y propone narrar un suicidio, ese misterio insondable.

            El viaje, la ruta, el automóvil, desde estos tópicos centrales de la literatura del siglo XX, nos invita a pisar el acelerador y llegar hasta donde dé. Caminar la ciudad, poner el corazón y narrar el amor total o violentarse de todas las maneras posibles, así como narrar la espera, la culpa, las obsesiones o las enfermedades hasta encontrar lo que saca lo mejor de uno.

            Pero sobre todo tengamos fe, nos pide el autor. Porque la literatura, esa religión pagana cuyo ritual es escribir, requiere que nos entreguemos en cuerpo y alma.

Publicado en La Gaceta de Tucumán, 23/10/22

           

viernes, 21 de octubre de 2022

Entrevista a Tim Maughan

 

Recién llegado a Buenos Aires para participar del Filba, el autor de uno de los títulos que inauguraron la colección “Efectos colaterales” de la editorial Caja negra, Tim Maughan, es un artista escocés que vive en Canadá trabajando para las empresas y gobiernos que desarrollan proyectos que se encargan de pensar el futuro. Pero además, proviene del riñón de la contracultura inglesa cuyo epicentro fue la ciudad de Bristol, cuando el arte callejero y la música urbana se apropiaron de una ciudad que había reemplazado la conflictividad social por la gentrificación y que sus habitantes, mayoritariamente jóvenes, convirtieron en una caja de resonancia del espíritu contestatario.

Detalle infinito, la novela que vino a presentar, es una ficción especultativa que nos pone frente a un escenario donde las sociedades centrales hipertecnificadas han alcanzado un grado de control sobre sus habitantes mediante el concepto de “ciudad inteligente” que sorprendería al mismo George Orwell y que un ataque de un grupo hacker organizado hace implosionar.

En una larga entrevista, el autor habló con La Capital acerca de las motivaciones que lo llevaron a escribir esta novela en la que un ciberatentado hace colapsar internet de una vez y para siempre, produciendo una revolución en el sentido político e histórico con consecuencias extremas.

- ¿A qué te referís con el oxímoron “detalle infinito”?

Es una expresión que usé en un cuento que escribí en 2012 y siento un gusto personal al encontrar una frase o motivo que me guste y volver a ese grupo de palabras. Algo así pasa en la música, los músicos tienen motivos a los que vuelven recurrentemente, entonces quise hacer algo similar a lo que ellos hacen, pero en la literatura. Y el título, como te decía, originariamente tenía otro nombre: God’s switch, algo así como la tecla de Dios, que era el nombre de un sello discográfico y la idea era que el mundo se apagaba con un botón, pero a mí no me gustaba el tono religioso que tenía. Y aunque por mucho tiempo ese fue el título que iba a tener, volví a esa frase que me parece que captura mejor el sentido de lo que se habla en el libro: que hay cosas que pasan en el mundo de las que no sabemos nada, que son invisibles, como los flujos de datos, y el oxímoron me pareció que expresaba todo esto.


- Esta es una novela retrofuturista que plantea un escenario futuro, una vuelta atrás en el aspecto tecnológico. ¿El futuro sólo es posible pensarlo dialécticamente y no como continuación o evolución?

No me gusta mucho que me consideren un escritor retro-futurista. Yo trabajo para varias empresas y gobiernos en proyectos que se encargan de pensar el futuro, por lo que siempre estoy pensando en la tecnología y en el futuro como dos factores que se entrelazan. Y me gusta transmitir esto en la literatura. Eso que vos captaste acerca del progreso, respecto de lo que el sentido común ve como algo lineal, que evoluciona, estamos viendo que eso puede cambiar, ser interrumpido, ir para atrás o hacerse cíclico y esto es algo que el Norte global ya ve, que ese progreso puede verse interrumpido. Algo que podemos ver en las noticias, con todo lo que está pasando con las mujeres en el mundo, la inflación, la guerra de Ucrania, donde la tecnología se ve muy afectada. En el libro hay cosas que, si bien no han sucedido todavía, es muy probable que sucedan. Y si bien, desde los centros de producción tecnológica siempre se sostuvo que, cada dieciocho meses, las tecnologías se vuelven el doble de poderosas y el doble de baratas, hoy vemos que no es así. Las tecnologías no son baratas, al contrario, son cada vez más caras, cada vez menos gente puede acceder a ellas y esto genera una brecha en la gente. Eso lo vi en las cadenas de suministro que estudié en China cuando estuve viajando durante una semana en un buque porta-contenedores de mercancías y ahí pude ver la fragilidad del comercio mundial.

- Los sucesos de la novela se desarrollan en la ciudad de Bristol, la cuna de un movimiento contracultural que tiene a Bansky entre sus activistas más conocidos y en un barrio en particular, Stokes Croft. ¿Por qué elegiste un contexto tan realista para elaborar un relato de ciencia ficción?

Yo viví en Bristol por más de diez años en la época en la que salía mucho, iba a tomar algo, trabajaba de disc jockey y siempre fue un barrio muy conflictivo, con mucha inmigración china, jamaiquina, pero después vino la gentrificación y recién después la contracultura. Y el graffiti siempre fue muy importante para mí, donde encontraba un fuerte sentido de rebelión, aunque me costaba explicar la relación entre el graffiti y la ciudad de Bristol. Al principio yo estaba en contra pero después me convertí en un defensor y empecé a promocionar hasta festivales de graffiti. En cuanto a Bansky, para muchos puede parecer que su trabajo es inmaduro, básico o hasta obvio, pero en realidad representa bien lo que es el graffiti, que es la inmediatez. Cuando yo iba a trabajar me encontraba con tres obras de Bansky en el camino y hoy sería como ver un Van Gogh y pienso que en cien años su valor va a aumentar. La relación que yo le encontré con la ciencia ficción es su poder de hackear la ciudad. Es una tecnología que permite saquear el espacio de una manera lícita. En mi primer libro, Paintwork, que es una colección de cuentos, de lo que se trata es de hacer un hacking digital y se me ocurrió yendo a trabajar. En esa época había unos carteles publicitarios al costado del camino diseñados para estar muy cerca de la gente. Nosotros pasábamos en colectivo o caminando y estaban tan cerca que podías ver hasta los píxeles. Resultaban, la verdad, opresivos, sofocantes, muy invasivos. Y la gente empezó a rayarlos, a destruirlos, entonces los terminaban bajando y dejando libres las paredes que aparecían todas graffiteadas y terminaban intercalándose con los otros carteles. Es interesante ver el contraste entre las imágenes legales y las ilegales y ese contraste me parecía de ciencia ficción. Me interesa toda manifestación visual contracultural porque me sirve para explicar cuestiones del presente y del futuro.

(N.de R.: En total sintonía con el propósito de la colección, la imagen de la tapa pertenece a Denys Evol, un artista brasilero que hace graffitis digitales, a la que luego se trabajó para transformarla a 3D.)

- Y en medio de ese escenario apocalíptico se desarrolla una hermosa historia de amor. ¿Este es un relato optimista?

Me suelen llamar un escritor distópico por obvias razones, pero ese es un término que no se ajusta demasiado a lo que hago. Como dijimos, el progreso no es el mismo para todos, todo depende de dónde estés parado. Los problemas de suministro, las problemáticas laborales son diferentes para cada realidad. Pero creo que escribir sobre distopías y apocalipsis es un ejercicio optimista, cuando lo hacés por las razones correctas, es decir, para señalar lo que está mal, lo que hay que cambiar. Y en este libro yo no quise preocupar sobre qué pasaría si nos quedáramos sin internet, sino pensar para qué lo usamos y a quién pertenece. Y hay un ida y vuelta entre un antes y un después del apocalipsis (que quizás esté más en el antes que en el después) y el final es deliberadamente conflictivo y violento pero a la vez, optimista. Y si bien el amor es muy importante, para mí es súper importante la música. El amor y la música son cosas que, aunque todo vaya mal, vamos a seguir buscando y disfrutando. Así que, sí, definitivamente el libro tiene una veta de optimismo.

- En un momento de desarrollo tecnológico en el que el mundo virtual está al borde de reemplazar al mundo físico, con el metaverso, la ciencia ficción está poblada de fantasmas. ¿Esto habla de un estado de nuestra sociedad actual, por lo menos en los países centrales?

En mi trabajo estoy muy enfocado en el tema de la realidad virtual pero, a pesar de rechazar todo lo que tiene que ver con el metaverso, me parece que tiene un potencial muy grande, ofrece un espacio ilimitado para trabajar, para explotar y para explorar, lo malo es en manos de quién está. Vivimos en ese sentido en un mundo de fantasmas que son los fantasmas del capitalismo, un dinosuario que está colapsando bajo su propio peso, con el cambio climático y tantas otras cuestiones, pero, en vez de pensar qué está pasando ahí, sólo pensamos en reciclarlo y mandarlo al mundo digital. Y la pandemia, que debería habernos enseñado un montón de cosas, nos encuentra esperando volver a la normalidad. Yo digo, no queremos volver a esa normalidad. Al final, con la pandemia no aprendimos nada porque, en vez de pensar qué es lo normal, qué es el trabajo, qué es la energía y la contaminación, volvimos otra vez a lo mismo. A pesar de que la pandemia expuso toda esa fragilidad del entorno, no supimos cambiar las cosas y terminamos viviendo con esos fantasmas.

- Producimos datos para los dueños de las empresas. No somos robots, como imaginaba cierta ciencia ficción de hace cincuenta años, sino que somos usuarios que no deciden nada, los algoritmos deciden por nosotros. ¿El hacktivismo organizado es el camino para enfrentar esto?

El libro se hace esa pregunta pero no necesariamente la responde. Para mí la respuesta es sí y no. Un poco es el tema del manifiesto del grupo hacktivista, los DRONEGOD$, que puede sonar extremista pero es un poco esta representación. Podemos ver los debates que se dan en las redes y plataformas en donde hay hacktivismo, que dieron sus frutos, como el Black Lives Matter donde yo mismo marché en Nueva York y que me enteré porque se estaba organizando por Twitter. Generamos capital para estas empresas desde el momento que nos logueamos. Hay un conflicto al utilizarlas pero hay una dualidad en esto. Son tanto una herramienta al servicio nuestro como un mecanismo de control y de expoliación de datos.

- ¿Cómo imaginás el postcapitalismo?

He tratado de imaginármelo pero quedo atascado, como todo el mundo, y acá cito la frase que se atribuye a Jameson, a Fisher o a Zizek, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Pienso que es tan difícil imaginar una cosa como la otra, pero el hecho de que estemos haciéndonos esta pregunta significa que podemos imaginar la respuesta. Es una lucha para la imaginación, y el arte y la literatura son el mejor modo de ensayar una respuesta.


Detalle infinito

Narrada en dos tiempos: un antes y un después del crack que acabó con todo lo que sustentaba el capitalismo, el sistema que parecía indestructible, sostenido en las comunicaciones digitales, el flujo de capitales y el comercio exterior, los capítulos se alternan entre estos dos tiempos irreconciliables para describir un mundo que pasó del control hipersofisticado de la vida, el biopoder, a un escenario fantasmal que recuerda a Mad Max, donde un ejército de sobrevivientes se dedica a reciclar los restos de los pocos productos manufacturados que han quedado en pie, ya que los dispositivos, como los autos autónomos y las ciudades inteligentes, han pasado a ser basura inservible.

Y frente a una clase parasitaria que en el tiempo anterior podía triplicar su riqueza con solo un pestañeo, los sobrevivientes de la catástrofe tecnológica resisten la destrucción poniendo a funcionar viejas-nuevas tecnologías y modos de producción comunitaria, mientras rebuscan, entre los escombros de la ciudad donde estalló el conflicto, Bristol, noticias de sus familiares desaparecidos.

Los protagonistas, un grupo de artistas anti-sistema (entre los que asoma un personaje llamado Melody, una velada referencia a la película de Alan Parker, esa gran historia de amor y de rebeldía que sucede en una pequeña ciudad inglesa) transitan los dos tiempos, buscando los restos de una utopía social y recuperando los sonidos de una época trágica y desmesurada a la que parece nos estamos acercando irremediablemente.

Publicado en La Capital de Rosario, 16/10/22

viernes, 7 de octubre de 2022

A la caza de Rodolfo Walsh

Emboscada

La historia oculta de la desaparición de Rodolfo Walsh y el misterio de sus cuentos inéditos

 


Que la investigación que llevaron adelante Rodolfo Walsh y Enriqueta Muñiz que desembocara en Operación masacre es un norte para el periodismo de investigación, no caben dudas. Siguiendo el camino trazado por Walsh, el periodista Facundo Pastor se sumergió en los archivos de la dictadura para desentrañar la cacería que llevó adelante el grupo de tareas 3. 3/2 para dar con el paradero de uno de los cuadros principales de Montoneros, responsable de su Inteligencia gracias a sus conocimientos de criptografía y a sus habilidades detectivescas y de divulgar las atrocidades del régimen militar a las principales agencias de noticias del mundo.

Pero en el camino se encontró con otro corpus desaparecido: sus papeles personales, entre los cuales se encontraba el cuento “Juan se iba por el río”, cartas, escritos políticos, notas sobre el bombardeo del 55 a Plaza de Mayo para el relato “El aviador y la bomba” y bocetos de cuentos que había decidido publicar y que la patota de la ESMA se llevó, junto con su máquina de escribir, cuando allanó su casa de San Vicente. Un corpus del que algunos sobrevivientes dieron testimonio de haber visto y leído con el fin de rememorar y que la Marina clasificó y catalogó con el propósito de preservar, pero que todavía permanece desaparecido. En la búsqueda de esta obra inédita se empeñó el autor de esta investigación, trazando un camino que continúa abierto.

Publicada en El diplo, 4/10/22

 

Alfonsina y Clarice periodistas

 Un libro quemado, de Alfonsina Storni y 

Todas las crónicas, de Clarice Lispector

 



Dos libros periodísticos acaban de publicarse: la reedición de Un libro quemado, de Alfonsina Storni y Todas las crónicas, de Clarice Lispector. Dos autoras con una importante obra literaria que encontraron en el periodismo una fuente de ingresos y el lugar donde desplegar, en el caso de Alfonsina, todas sus preocupaciones por la condición de exclusión de las mujeres en las primeras décadas del siglo pasado y en el de Clarice, una continuación de su proyecto literario por otros medios.

Dos escritoras de una condición de clase diferente que se revela en el modo en el que abordan cuestiones políticas. Mientras que, en los textos de Alfonsina, las urgencias políticas toman la forma de la denuncia, en los de Clarice, tienen la eficacia literaria de un manifiesto.

 

            Todas las crónicas es el resultado de una tarea nada sencilla, la de organizar el conjunto de las columnas que Clarice Lispector escribió para diarios y revistas de Brasil a lo largo de tres décadas. Los textos, de una variación temática y estilística que la palabra “crónica” no da cuenta, pertenecen a una autora que se desentendía del concepto de género y concebía cualquier espacio de escritura como el terreno donde desplegar una obra en proceso, cuyos fragmentos reutilizaba para sus ficciones. “Siempre me ha interesado lo que no sirve” alega cuando justifica la elección de los temas.

            La mayoría de las crónicas pertenecen al periódico Jornal do Brasil, donde colaboró durante más tiempo, entre 1967 y 1973, y el resto de los textos, a O jornal (entre 1946 y 1947), las revistas Senhor (de 1961 a 1962) y Joia (de 1968 a 1969), el diario Ultima hora (de 1977) y otros, sin fecha, reunidos en Para no olvidar. Esta edición agrega a las crónicas ya publicadas por la editorial Adriana Hidalgo, 64 textos inéditos entre los cuales están los únicos dos poemas que escribió.

            El rescate de estos textos permite una comprensión abarcadora del universo clariceano, sus opiniones sobre otros escritores y en algunos casos, sobre la situación política brasilera.

            En él, pequeños relatos sobre cuestiones domésticas conviven con afiladas críticas de arte y con frases que tienen la intensidad de un haiku o de un texto presocrático. Lo que vemos, sencillamente, es la máquina Lispector funcionando: despojada de hechos y maravillada frente a un mundo visto por primera vez, en un mismo movimiento, une la percepción con el pensamiento y la intuición. Los hechos, la peripecia, no son el objeto de su escritura, sino su naturaleza, porque de lo que se trata es de captar su misterio y no de explicarlos. El hechizo, la magia, el trance es el modo de abordar y poseer la cosa misma, pensar dentro de ella, vivir más allá de sí, desarticulando los límites de lo humano como síntesis de su proyecto estético y ético. “Ciertas páginas, vacías de acontecimientos, me dan la sensación de estar tocando en la cosa misma, y eso es de la mayor sinceridad. Es como si esculpiera.” Una imagen con la que Tarkovski definió al cine, que en el caso de esta autora reclama de la lectura una mirada única que capte el instante.

            “No se puede llamar crónica lo que escribo. Pero sé que hoy es un grito” advierte sobre algunos textos fragmentarios que, como una oración laica o pequeños tratados de ontología, parecen escritos en estado de trance.

            Cuando reflexiona sobre el arte o muestra la cocina de algunos de sus cuentos, exhibe su maestría en el arte de expresar ese borde en el que lo íntimo y lo público se tocan, una zona porosa y contradictoria como “un secreto que todos sabemos”. De ahí quizás provenga la profusión de oxímoron (“mi alma florecía como un áspero cactus”) con los que intenta captar el devenir, el proceso de todo lo que vive.

Algunos de estos textos, si se escandieran, podrían transformarse en poemas, ya que su prosa reclama un pacto de lectura poético. De hecho, los músicos Cássia Eller y Cazuza recogieron frases suyas para componer la canción “Que o Deus Venha”: “Soy inquieta y áspera y desesperanzada./ Aunque amor dentro de mí yo tenga./ Sólo que no sé usar amor./ A veces me araña como si fueran agujas. / Corro peligro como toda persona que vive. / Y lo único que me espera es exactamente lo inesperado.”

En sus críticas de arte exhibe una gran erudición y un conocimiento muy cercano del arte de sus contemporáneos, lo que demuestra una posición muy activa en el campo cultural brasilero. Fotógrafos, pintores, escultores, músicos populares, poetas son entrevistados por ella, lo que resulta un diálogo entre pares. Frente a la remanida pregunta sobre el sexo de la literatura, se desmarca de una “literatura femenina” y sostiene que los escritores no tienen sexo o, en todo caso, tienen ambos.

“Estoy en pleno corazón del misterio. A veces mi alma se retuerce por completo.” No para comprenderlo, sino para transportarse, como una iniciada, junto a los lectores, dentro de él.

Crónica de Londres. Rescata al Londres de su memoria para hacer una crónica que sintetiza, en una página, todo el espíritu londinense de comienzos de los 70, cuando la belleza de la fealdad es, en el recuerdo añorado de su estadía en esa ciudad, uno de sus rasgos distintivos.

            Glosarla es traicionarla, por lo tanto, el mejor homenaje es citarla. “Intento mezclar palabras para que el tiempo se haga… enviando una flecha que se clava en el punto tierno y neurálgico de la palabra”.

 

Un libro quemado

            Los comentarios que Teresa de Jesús escribió al Cantar de los Cantares y que fueran quemados por orden de su confesor es lo que le dio nombre a Un libro quemado, la recopilación de las columnas que Alfonsina Storni escribió entre 1919 y 1921 en la revista La Nota y el diario La Nación, donde fustigó, desde las mismas secciones dedicadas a la mujer, los discursos sociales (publicitarios, médicos, legales) que sostenían las diferencias jerárquicas entre los géneros, y que son de una actualidad pavorosa.

            El incipiente movimiento feminista y sufragista -que ya había formulado contundentes demandas civiles y políticas- tiene un lugar destacado en sus intervenciones, así como las huelgas de trabajadoras y la lucha por la modificación del Código Civil en cuanto a las restricciones de la libertad impuestas para las mujeres.

            “Basta de víctimas. Piedad queremos” reclama Alfonsina, cuya maternidad siendo soltera la llevó a sufrir todo tipo de discriminaciones, sobre todo, por parte de muchas mujeres. Pero, lejos de considerarse una víctima pasiva, cuestiona la posición de aquellas que abandonan su independencia y su desarrollo personal y entienden que la única salida es el matrimonio, las mismas que, sostiene, se oponen furiosamente a la ley de divorcio.

            No fue fácil el lugar que le tocó a Alfonsina, podemos imaginar hoy, cuando las reivindicaciones más básicas (como no ser asesinadas por el hecho de ser mujer) todavía son cuestionadas por un gran porcentaje de gente, y la herramienta de la que se valió fue la ironía, esa figura retórica con un mensaje implícito opuesto al pronunciado que puede resultar un arma letal. Como cuando desarma los supuestos de las “incapacidades relativas de la mujer”, reconociendo “el parloteo con que nos aturden las gentiles cabecitas huecas” femeninas obligadas, por la misma sociedad que las condena al ámbito doméstico, a desactivar cualquier intento de desarrollo intelectual o profesional. O el seudónimo que elige para firmar sus columnas del diario La Nación, Tao Lao, que evoca la sabiduría de un filósofo oriental, por supuesto, hombre.

            De la misma manera, deplora el uso de los “encantos” femeninos para sacar ventajas personales que, sostiene, debilitan la lucha de las mujeres por la conquista de sus derechos y descubre, en el ardid femenino la contracara de la autoridad masculina.

            Imagina diferentes tipos de mujeres, “las crepusculares”, “la irreprochable”, “la impersonal”, “la emigrada”, “la madre” y expone la artificialidad de la repetición de gestos y actos en función de los mandatos sociales, adelantándose varias décadas a las formulaciones de Judith Butler en cuanto al género como construcción social y a los planteos de John Berger en relación a la doble mirada de las mujeres sobre sí mismas, habitadas por un supervisor masculino.

            Lee con mucho detalle a las poetas latinoamericanas contemporáneas, Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Delfina Bunge de Gálvez, entre otras, y describe una pequeña sociología de la lectura diferenciada por clases y géneros.

            Alfonsina entendió perfectamente lo que significa el patriarcado y mientras construye el estereotipo de las diferentes mujeres trabajadoras exhibiendo una ironía digna de Niní Marshall (“-Señorita, de una vez por todas: “ocasión” con s de casamiento!”), hace el elogio de la mujer trabajadora y celebra en las numerosas profesoras que dirigían pequeños conservatorios de música, a incontables artistas anónimas.

            Su diatriba contra el amor romántico (que hoy vuelve, disfrazado de novedad) no le impide describir con bastante sarcasmo la figura de la “solterona” (“con un par de lentes montados sobre la nariz, una dulce bolsita de bilis a mano y dedos ágiles para pellizcar sobrinos”) mientras reclama a “los venerables padres y maestros de la Real Academia” borrar del diccionario la misógina palabrita.

Podemos imaginar a Alfonsina naciendo en Londres y formando parte del grupo de Bloomsbury, pero en vida real le tocó un lugar mucho más hostil al que se enfrentó, con mucha valentía e inteligencia, enarbolando la pluma y la palabra.

           

Recuadro 

Ambas escritoras ingresaron al periodismo, pero desde lugares diferentes. Mientras Clarice es la sofisticada esposa de un diplomático (y las referencias a las empleadas domésticas son numerosas), Alfonsina ingresa tempranamente al mercado laboral, primero como “fabriquera”, “empleada de escritorio”, maestra y más tarde, periodista. Algo de esta posición de clase se deja ver en el modo en que abordaron cuestiones ligadas a la perspectiva de género.

En Clarice aparece imbricada en el hecho literario y su proverbial sutileza le permite registrar la trampa que encierran algunos diminutivos como “paseíto” en el que detecta el miedo ancestral de las mujeres frente a una invitación masculina. O cuando imagina un día en la vida de una dama noble del siglo XVI y en un jarrón pintado por ella, una “obra anónima del siglo XVI” de cualquier museo.

Alfonsina, embanderada en el feminismo, llama al género masculino el “sexo rey” y desarma, con argumentos científicos, la supuesta debilidad del sexo femenino. “Ya veis, dulces mujeres, cómo hasta en la ciencia hay política”, señala con lucidez y reconoce en las poquísimas mujeres dedicadas a la medicina (Julieta Lanteri, Cecilia Grierson) el foco de un movimiento emancipatorio y a las responsables de abordar, con mucha valentía, cuestiones extremas como la trata y la prostitución.

Publicado en Tiempo argentino, 3/10/22

lunes, 26 de septiembre de 2022

Entrevista a Guillermo Schavelzon

 Entrevista a Guillermo Schavelzon

 

Los libros que hablan de libros siempre son una hermosa noticia, sobre todo para los fanáticos de la lectura. Y la editorial Ampersand tiene una colección dedicada a ellos, “Scripta manens”, en la que acaba de publicar El Pequeño Chartier Ilustrado. Breve diccionario del libro, la lectura y la cultura escrita, una recopilación de los conceptos más valiosos del mayor historiador del libro y la cultura escrita, reunidos por dos antropólogos chilenos a partir de sus diálogos con este autor.

En sintonía con este trabajó, la misma editorial acaba de publicar El enigma del oficio. Memorias de un agente literario, que lo tiene a Guillermo Schavelzon como protagonista. Medio siglo de praxis editorial evocada por quien quizás sea una de las personas con mayor experiencia en el mundo editorial en nuestro país.

Las memorias de Guillermo Schavelzon

            Cuenta que comenzó su carrera, casi de casualidad, a fines de los 60, en la librería y editorial de Jorge Alvarez, el lugar donde publicaron sus primeros libros Ricardo Piglia, Juan José Saer, Quino, Manuel Puig, Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Germán García, David Viñas, Eliseo Verón, Oscar Masotta y en el que, con un criterio comercial temerario, su fundador construyó una red cultural que incluía a la revista Primera Plana y al Instituto Di Tella, y que encontró en una clase media ilustrada, junto con sectores de la izquierda progresista, a sus naturales interlocutores.

            Fueron los años del boom, que le permitieron ser testigo activo de un momento histórico que tuvo como centro la Cuba revolucionaria, donde conoció a muchos autores que con los años se transformaron en best-seller, de algunos de los cuales se convirtió en amigo y más tarde en agente, como Mario Benedetti, Juan José Saer, Osvaldo Bayer o Quino.

            Tres años después se independizaba para fundar la librería y editorial Galerna, donde continuó dándole lugar a grandes escritores latinoamericanos hasta que la publicación de Los vengadores de la Patagonia trágica y Severino di Giovanni, el idealista de la violencia de Osvaldo Bayer le valió una bomba en la editorial y otra en su casa y el posterior exilio tanto del autor a Alemania como el suyo rumbo a México.

            En ese país fundó la editorial Nueva Imagen, donde, durante una década, abrió el mercado mexicano a los autores de su catálogo.

            Con la democracia, vuelve a la Argentina para integrarse a los grandes sellos que comenzarían el camino de la concentración, en los que vivió momentos bastante bizarros como el premio Planeta que a último momento no le pudieron entregar a Federico Andahazi por la novela El anatomista pero que, gracias a un acertado golpe de timón se convirtió en un best seller internacional.

            Muchas son las anécdotas que relata en sus memorias, donde desfilan personajes rutilantes de la escena literaria a los que vio brillar y apagarse. Hoy continúa tomándole el pulso a las preferencias de los lectores y apostando por el surgimiento de nuevos (cosa que los algoritmos jamás lograrán) desde Barcelona, la ciudad donde vive e instaló su agencia literaria y el lugar donde más le gusta estar: cerca de los autores.     

 

“He acabado viviendo de mis habilidades” dice el epígrafe del libro y habla de un oficio que como tal, sólo se aprende haciéndolo. ¿Qué le dieron a este oficio, casi artesanal, las carreras académicas que existen hoy? ¿Se puede enseñar la intuición, el “olfato”, la experiencia?

No se pueden enseñar, pero sí se pueden aprender. El desarrollo de estos sentidos se adquiere de manera indirecta, leyendo, estudiando cosas que en el colegio nos parecen absurdas, como matemática, geometría, y aprovechando las experiencias de la vida. Cuando hay suerte, teniendo un buen maestro, como lo fue, para la generación de editores en la que me formé, Javier Pradera, el editor de Alianza.

            A fines de los 60, cuando Schavelzon comenzó su carrera, Argentina era el primer exportador de libros en español. Después de décadas de gobiernos militares, crisis económicas, neoliberalismo extremo, la industria editorial argentina, milagrosamente, no fue exterminada. Hoy existen alrededor de 200 editoriales pequeñas o independientes que se alimentan de un público culto y exigente. ¿A qué se debe esto, según tu opinión? ¿La masividad de la educación pública puede ser una explicación?

La masividad y la calidad de la educación pública sin duda, la conciencia de la importancia de leer, la insistencia de los padres en leerle a los hijos. De todos modos, debemos reconocer que el daño ha sido enorme, hace 50 años el tiraje medio de un libro en Argentina era de 10.000 ejemplares, hoy, con las grandes dificultades que las pequeñas editoriales afrontan, es de 1.700.

Publicaste a lo largo de tu vida a muchos autores latinoamericanos y argentinos. Más allá de todo chauvinismo ¿la literatura de este continente no es de una calidad asombrosa?

La literatura latinoamericana es excelente, se renueva, es imaginativa, hay muchísima gente que escribe. Sí, en esto tenemos mucha suerte.

En algún momento del libro contás que fuiste editor de la revista Los libros, que en los 70 dirigían Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia. ¿Cómo fue esta experiencia?

Fue una experiencia extraordinaria, en una época en que la lucha por un mundo más justo estaba muy generalizada. El fundador y principal director de Los Libros, y a quien se deben sus méritos, fue Héctor (Toto) Schmucler, a quien no hay que olvidar.

Vos señalás cómo los intelectuales españoles republicanos exiliados nutrieron la industria editorial, tanto mexicana como argentina. A partir de tu experiencia editorial en Argentina, México y España, ¿se puede decir lo mismo de los intelectuales argentinos exiliados respecto de la industria editorial de aquellos dos países?

Los argentinos hicimos y hacemos aportes en todos los países, no hay editorial en España sin argentinos dentro, pero no es comparable con el aporte del exilio español de hace 80 o 90 años. Nuestra industria no existía, estaba en pañales, con buenas editoriales, pero nada comparable con el saber que nos trajeron brillantes traductores que trabajaban con los mejores autores del mundo como Freud, Marx, Proust, Joyce, todos publicados por primera vez en español en Argentina, de la mano de los españoles. Hasta las novelas de Beatriz Guido y Marta Lynch eran revisadas a fondo por editores españoles. La importancia de los editores republicanos que fundaron las editoriales Sudamericana, Losada o Siglo Veinte, es una muestra.

           

            Una de las tantas anécdotas del libro tiene que ver con la sorpresa que le produjo la falta de interés en el libro de cuentos de Edith Aron, la mujer en quien se habría inspirado Cortázar para construir el personaje de la Maga. Si en los 60, 70 todas las jóvenes querían ser la Maga, hoy parece no despertar el interés de los lectores. ¿Esto tendrá que ver con el envejecimiento de la narrativa de Cortázar?

Yo diría que tiene que ver con el envejecimiento de los lectores, mejor dicho, con la no renovación de buenos lectores, con cambios de valores, con lo difícil que cuesta leer hoy un texto en el que un personaje busca una cabina pública para hacer una llamada.

 

            El último capítulo, el más largo de todos, está dedicado a Ricardo Piglia, del cual fue agente, amigo y, por el tono en el que está contado, gran admirador. A medida que la enfermedad lo iba acorralando, Piglia armó un plan de escritura frenético que lo ocupó en los últimos tiempos, con el fin de dejar terminados aquellos libros que habían quedado pendientes. El plan, que se cumplió prácticamente en su totalidad, incluía: La forma inicial; Diarios 1- Años de formación; Diarios 2 - Los años felices; Diario 3 - Un día en el vida; Las tres vanguardias; Diálogos con Saer (Por un relato futuro); Escenas de la novela moderna; Los casos del Comisario Croce; Cuentos completos; Teoría de la prosa y el “Diario en China, 1973” que no llegó a publicarse. ¿Este libro está pendiente de publicación o no lo terminó de escribir?

No tuve ninguna información sobre este proyecto por parte de Piglia, que dejó este trabajo -y otros- en manos de su colaboradora de estos años, Luisa Fernández, a quien en los Diarios de Emilio Renzi llama “su musa mexicana”. Ella consideró que Piglia no llegó a trabajar este texto como él quería hacerlo, y que por lo tanto no estaba en condiciones de publicarse.

 

Después de medio siglo de trabajo en la industria editorial ¿el oficio de editar sigue siendo un enigma?

En realidad, quise referirme especialmente al oficio de Agente Literario, y sí, sigue siendo un enigma para mí. Las editoras y los editores son quienes deberían decir qué piensan al respecto de su tarea y la verdad, no lo tiene fácil.


Pequeño Chartier ilustrado

            A partir de una visita de Roger Chartier a la Universidad Autral de Chile, dos de sus investigadores le propusieron armar un libro que fuera un manual de los conceptos más gravitantes de este historiador de la cultura que renovó su forma de hacerla, integrando al estudio de los documentos escritos, los modos en que los lectores se apropian de sus materiales, junto con sus condiciones de producción.

            En un homenaje al Pequeño Larousse Ilustrado, armaron un diccionario donde las voces y las imágenes de cada una de las entradas (pequeñas perlitas del diseño gráfico) conviven para transmitir las ideas que su autor viene elaborando acerca del mundo del libro y la lectura.

            El concepto de apropiación, en sintonía con las formulaciones de Michel de Certeau, ilustra la letra A y en la B, el de biblioteca -desde la de Alejandría hasta su mutación en la biblioteca digital- junto a Borges (una de sus referencias centrales que volverá a aparecer en varias de las entradas). La historia de la censura en la C y sus diferentes funciones según las épocas; los cambios históricos en la edición en la E; y en la F, los formatos como identificadores del texto que en el mundo digital han desaparecido, tanto como la idea de fragmento en relación a una totalidad que, de ser inseparables en el ámbito de la cultura escrita, pasaron a ser autónomos en el mundo digital.

            La Ilustración, en la I, ese movimiento cultural surgido junto con la Revolución Francesa, que pensó la distancia entre lo público y lo privado que hoy se reformula en el mundo virtual. Los jóvenes, en la J, denominados wreaders, aquellos que leen para escribir y escriben para ser leídos en la inmediatez de las redes sociales. Una nueva forma de abordar la figura del lector, abordado en la letra L, que ha pasado de relacionarse con los libros en forma lenta y atenta a otra rápida, fragmentada e hipertextual, denominada translectura.

            La memoria, en la M, y aquellos que mejor la ficcionalizaron, como Borges o Cervantes. En la O, el medio a través del cual se lee, para sí mismo y para otros, los ojos. En la N, la narrativa, nuestra forma de conocer el mundo. Otro término de este campo semántico es el concepto de plagio, en la P, que recién apareció en el siglo XVIII cuando se estableció la cuestión de la propiedad, desconocida en tiempos anteriores, donde los textos se escribían a partir de historias ya narradas. En la R la representación, abordada tanto por la filosofía como por la literatura a partir de ese mismo siglo. Y en la S, Shakespeare, cuyas obras fueron publicadas con su nombre siete años después de su muerte. La traducción, en la T, el primer oficio profesionalizado del campo de la edición que recibió un pago y la universidad, en la U, el lugar donde se transformó para siempre la relación con los libros.

            En la V, la voz, el vehículo que une la oralidad con lo escrito, en uno y otro sentido y en la W, la forma contemporánea de apropiación de los textos con el wreader, cuyas consecuencias cognitivas todavía no han sido medidas. La literatura del yo, en la Y, un género ficcional con muchos siglos de vida; la xilografía, en la X, el antecedente de los tipos móviles, para terminar en la Z con la zoología, una rama de la filosofía natural que fue la reina de las publicaciones durante el Renacimiento.

            Un verdadero diccionario de consulta para todos los que aman los libros.

Publicado en La Capital de Rosario, 25/9/2022