Entrevista a Guillermo Schavelzon
Los libros que hablan de libros
siempre son una hermosa noticia, sobre todo para los fanáticos de la lectura. Y
la editorial Ampersand tiene una colección dedicada a ellos, “Scripta manens”,
en la que acaba de publicar El Pequeño Chartier Ilustrado. Breve diccionario
del libro, la lectura y la cultura escrita, una recopilación de los
conceptos más valiosos del mayor historiador del libro y la cultura escrita,
reunidos por dos antropólogos chilenos a partir de sus diálogos con este autor.
En sintonía con este trabajó, la
misma editorial acaba de publicar El enigma del oficio. Memorias de un
agente literario, que lo tiene a Guillermo Schavelzon como protagonista.
Medio siglo de praxis editorial evocada por quien quizás sea una de las
personas con mayor experiencia en el mundo editorial en nuestro país.
Las memorias de Guillermo Schavelzon
Cuenta
que comenzó su carrera, casi de casualidad, a fines de los 60, en la librería y
editorial de Jorge Alvarez, el lugar donde publicaron sus primeros libros
Ricardo Piglia, Juan José Saer, Quino, Manuel Puig, Rodolfo Walsh, Paco Urondo,
Germán García, David Viñas, Eliseo Verón, Oscar Masotta y en el que, con un
criterio comercial temerario, su fundador construyó una red cultural que
incluía a la revista Primera Plana y al Instituto Di Tella, y que
encontró en una clase media ilustrada, junto con sectores de la izquierda
progresista, a sus naturales interlocutores.
Fueron
los años del boom, que le permitieron ser testigo activo de un momento
histórico que tuvo como centro la Cuba revolucionaria, donde conoció a muchos
autores que con los años se transformaron en best-seller, de algunos de los cuales
se convirtió en amigo y más tarde en agente, como Mario Benedetti, Juan José
Saer, Osvaldo Bayer o Quino.
Tres
años después se independizaba para fundar la librería y editorial Galerna,
donde continuó dándole lugar a grandes escritores latinoamericanos hasta que la
publicación de Los vengadores de la Patagonia trágica y Severino di
Giovanni, el idealista de la violencia de Osvaldo Bayer le valió una bomba
en la editorial y otra en su casa y el posterior exilio tanto del autor a
Alemania como el suyo rumbo a México.
En
ese país fundó la editorial Nueva Imagen, donde, durante una década,
abrió el mercado mexicano a los autores de su catálogo.
Con
la democracia, vuelve a la Argentina para integrarse a los grandes sellos que
comenzarían el camino de la concentración, en los que vivió momentos bastante
bizarros como el premio Planeta que a último momento no le pudieron entregar a
Federico Andahazi por la novela El anatomista pero que, gracias a un
acertado golpe de timón se convirtió en un best seller internacional.
Muchas son las anécdotas que relata en sus memorias, donde desfilan personajes rutilantes de la escena literaria a los que vio brillar y apagarse. Hoy continúa tomándole el pulso a las preferencias de los lectores y apostando por el surgimiento de nuevos (cosa que los algoritmos jamás lograrán) desde Barcelona, la ciudad donde vive e instaló su agencia literaria y el lugar donde más le gusta estar: cerca de los autores.
“He acabado viviendo de mis
habilidades” dice el epígrafe del libro y habla de un oficio que como tal, sólo
se aprende haciéndolo. ¿Qué le dieron a este oficio, casi artesanal, las
carreras académicas que existen hoy? ¿Se puede enseñar la intuición, el
“olfato”, la experiencia?
No se pueden enseñar, pero sí se pueden aprender. El desarrollo de estos sentidos se adquiere de manera indirecta, leyendo, estudiando cosas que en el colegio nos parecen absurdas, como matemática, geometría, y aprovechando las experiencias de la vida. Cuando hay suerte, teniendo un buen maestro, como lo fue, para la generación de editores en la que me formé, Javier Pradera, el editor de Alianza.
A
fines de los 60, cuando Schavelzon comenzó su carrera, Argentina era el primer
exportador de libros en español. Después de décadas de gobiernos militares,
crisis económicas, neoliberalismo extremo, la industria editorial argentina,
milagrosamente, no fue exterminada. Hoy existen alrededor de 200 editoriales
pequeñas o independientes que se alimentan de un público culto y exigente. ¿A
qué se debe esto, según tu opinión? ¿La masividad de la educación pública puede
ser una explicación?
La masividad y la calidad de la educación pública sin duda, la conciencia de la importancia de leer, la insistencia de los padres en leerle a los hijos. De todos modos, debemos reconocer que el daño ha sido enorme, hace 50 años el tiraje medio de un libro en Argentina era de 10.000 ejemplares, hoy, con las grandes dificultades que las pequeñas editoriales afrontan, es de 1.700.
Publicaste a lo largo de tu vida a
muchos autores latinoamericanos y argentinos. Más allá de todo chauvinismo ¿la
literatura de este continente no es de una calidad asombrosa?
La literatura latinoamericana es excelente, se renueva, es imaginativa, hay muchísima gente que escribe. Sí, en esto tenemos mucha suerte.
En algún momento del libro contás que
fuiste editor de la revista Los libros,
que en los 70 dirigían Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia. ¿Cómo
fue esta experiencia?
Fue una experiencia extraordinaria, en una época en que la lucha por un mundo más justo estaba muy generalizada. El fundador y principal director de Los Libros, y a quien se deben sus méritos, fue Héctor (Toto) Schmucler, a quien no hay que olvidar.
Vos señalás cómo los intelectuales
españoles republicanos exiliados nutrieron la industria editorial, tanto
mexicana como argentina. A partir de tu experiencia editorial en Argentina,
México y España, ¿se puede decir lo mismo de los intelectuales argentinos
exiliados respecto de la industria editorial de aquellos dos países?
Los argentinos hicimos y hacemos
aportes en todos los países, no hay editorial en España sin argentinos dentro,
pero no es comparable con el aporte del exilio español de hace 80 o 90 años.
Nuestra industria no existía, estaba en pañales, con buenas editoriales, pero
nada comparable con el saber que nos trajeron brillantes traductores que trabajaban
con los mejores autores del mundo como Freud, Marx, Proust, Joyce, todos
publicados por primera vez en español en Argentina, de la mano de los
españoles. Hasta las novelas de Beatriz Guido y Marta Lynch eran revisadas a
fondo por editores españoles. La importancia de los editores republicanos que
fundaron las editoriales Sudamericana, Losada o Siglo Veinte, es una muestra.
Una
de las tantas anécdotas del libro tiene que ver con la sorpresa que le produjo
la falta de interés en el libro de cuentos de Edith Aron, la mujer en quien se
habría inspirado Cortázar para construir el personaje de la Maga. Si en los
60, 70 todas las jóvenes querían ser la Maga, hoy parece no despertar el
interés de los lectores. ¿Esto tendrá que ver con el envejecimiento de la
narrativa de Cortázar?
Yo diría que tiene que ver con el
envejecimiento de los lectores, mejor dicho, con la no renovación de buenos
lectores, con cambios de valores, con lo difícil que cuesta leer hoy un texto
en el que un personaje busca una cabina pública para hacer una llamada.
El
último capítulo, el más largo de todos, está dedicado a Ricardo Piglia, del
cual fue agente, amigo y, por el tono en el que está contado, gran admirador. A
medida que la enfermedad lo iba acorralando, Piglia armó un plan de escritura
frenético que lo ocupó en los últimos tiempos, con el fin de dejar terminados aquellos
libros que habían quedado pendientes. El plan, que se cumplió prácticamente en
su totalidad, incluía: La forma inicial; Diarios 1- Años de formación;
Diarios 2 - Los años felices; Diario 3 - Un día en el vida; Las tres
vanguardias; Diálogos con Saer (Por un relato futuro); Escenas de la
novela moderna; Los casos del Comisario Croce; Cuentos completos; Teoría de la
prosa y el “Diario en China, 1973” que no llegó a publicarse. ¿Este
libro está pendiente de publicación o no lo terminó de escribir?
No tuve ninguna información sobre
este proyecto por parte de Piglia, que dejó este trabajo -y otros- en manos de
su colaboradora de estos años, Luisa Fernández, a quien en los Diarios de Emilio Renzi llama “su musa
mexicana”. Ella consideró que Piglia no llegó a trabajar este texto como él
quería hacerlo, y que por lo tanto no estaba en condiciones de publicarse.
Después de medio siglo de trabajo en
la industria editorial ¿el oficio de editar sigue siendo un enigma?
En realidad, quise referirme especialmente al oficio de Agente Literario, y sí, sigue siendo un enigma para mí. Las editoras y los editores son quienes deberían decir qué piensan al respecto de su tarea y la verdad, no lo tiene fácil.
A
partir de una visita de Roger Chartier a la Universidad Autral de Chile, dos de
sus investigadores le propusieron armar un libro que fuera un manual de los
conceptos más gravitantes de este historiador de la cultura que renovó su forma
de hacerla, integrando al estudio de los documentos escritos, los modos en que
los lectores se apropian de sus materiales, junto con sus condiciones de
producción.
En
un homenaje al Pequeño Larousse Ilustrado, armaron un diccionario donde
las voces y las imágenes de cada una de las entradas (pequeñas perlitas del
diseño gráfico) conviven para transmitir las ideas que su autor viene
elaborando acerca del mundo del libro y la lectura.
El
concepto de apropiación, en sintonía con las formulaciones de Michel de
Certeau, ilustra la letra A y en la B, el de biblioteca -desde la de Alejandría
hasta su mutación en la biblioteca digital- junto a Borges (una de sus
referencias centrales que volverá a aparecer en varias de las entradas). La
historia de la censura en la C y sus diferentes funciones según las épocas; los
cambios históricos en la edición en la E; y en la F, los formatos como
identificadores del texto que en el mundo digital han desaparecido, tanto como
la idea de fragmento en relación a una totalidad que, de ser inseparables en el
ámbito de la cultura escrita, pasaron a ser autónomos en el mundo digital.
La
Ilustración, en la I, ese movimiento cultural surgido junto con la Revolución
Francesa, que pensó la distancia entre lo público y lo privado que hoy se
reformula en el mundo virtual. Los jóvenes, en la J, denominados wreaders,
aquellos que leen para escribir y escriben para ser leídos en la inmediatez de
las redes sociales. Una nueva forma de abordar la figura del lector, abordado
en la letra L, que ha pasado de relacionarse con los libros en forma lenta y
atenta a otra rápida, fragmentada e hipertextual, denominada translectura.
La
memoria, en la M, y aquellos que mejor la ficcionalizaron, como Borges o
Cervantes. En la O, el medio a través del cual se lee, para sí mismo y para
otros, los ojos. En la N, la narrativa, nuestra forma de conocer el mundo. Otro
término de este campo semántico es el concepto de plagio, en la P, que recién
apareció en el siglo XVIII cuando se estableció la cuestión de la propiedad,
desconocida en tiempos anteriores, donde los textos se escribían a partir de
historias ya narradas. En la R la representación, abordada tanto por la
filosofía como por la literatura a partir de ese mismo siglo. Y en la S,
Shakespeare, cuyas obras fueron publicadas con su nombre siete años después de
su muerte. La traducción, en la T, el primer oficio profesionalizado del campo
de la edición que recibió un pago y la universidad, en la U, el lugar donde se
transformó para siempre la relación con los libros.
En
la V, la voz, el vehículo que une la oralidad con lo escrito, en uno y otro
sentido y en la W, la forma contemporánea de apropiación de los textos con el wreader,
cuyas consecuencias cognitivas todavía no han sido medidas. La literatura del
yo, en la Y, un género ficcional con muchos siglos de vida; la xilografía, en
la X, el antecedente de los tipos móviles, para terminar en la Z con la
zoología, una rama de la filosofía natural que fue la reina de las
publicaciones durante el Renacimiento.
Un verdadero diccionario de consulta para todos los que aman los libros.
Publicado en La Capital de Rosario, 25/9/2022
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