martes, 28 de mayo de 2013

La organización vence al tiempo

El caballero, la mujer y el cura


Sólo con la profunda convicción de que un hecho ocurrido hace ocho siglos puede revelarnos algo sobre nuestro presente, cobra sentido el estudio de una época a la cual sólo se puede acceder a través de fragmentos de textos jurídicos, religiosos o morales que hablan más de un deber ser que de lo que efectivamente sucedía en aquel período.
Asumiendo estas limitaciones, Georges Duby se propone en este trabajo de 1981 que hoy se reedita en castellano, encontrar los modos en que se conformó el sistema matrimonial en Occidente (para ser más precisos, en el norte de Francia), como imagen reflectante de la relación de vasallaje, donde el marido ocupa el lugar del señor feudal, la esposa, el del vasallo y el cura, el de ordenador en el plano moral y jurídico de una sociedad que atravesó dos largos siglos de enfrentamientos entre los dueños de la tierra y el clero y que, recién hacia los finales de la Edad Media, encuentra el equilibrio entre estos dos órdenes, producto de haberse amoldado, ambos, a los cambios que la sociedad iba produciendo.
Como instrumento de control, la unión conyugal fue fuente de una cantidad importante de textos normativos (morales, satíricos, de educación mundana, religiosos) en los que se exhibe la acuciante preocupación por excluir al amor erótico (lo ingobernable per se) del matrimonio, basado en el principio sostenido desde el cristianismo primitivo, de que la mujer es el otro peligroso y objeto natural de dominio.

Dice el autor que en su investigación ha tratado de captar el momento de instauración de una poderosa estructura que hoy está a punto de sucumbir. Las distantes variantes que hoy vemos por fuera del matrimonio heterosexual parecen confirmarlo. El tiempo dirá si estas formas son tan diferentes o si no hacen más que reforzarlo.

Publicado en diario Perfil, 26/5/2013

La dama se confiesa

Agatha Christie. Los planes del crimen





Contra las corrientes estructuralistas y los postulados foucaultianos que celebraban la muerte del autor y la supremacía del texto (y por lo tanto de la lectura), la crítica genética recupera la dimensión material de los textos (en una tarea que la emparenta con la arqueología) y que busca en las marcas del autor, las del proceso de creación.
El trabajo con los manuscritos y el acceso a la biblioteca personal de la “reina del crimen” es la materia de este libro que el especialista en su obra, John Curran abordó. Setenta y tres cuadernos con notas de diferentes épocas, con letra ilegible y sin ninguna cronología es el material que este fanático crítico organizó, para felicidad de los miles de seguidores en todo el mundo de una autora que supo congeniar claridad en la exposición con tramas inteligentes y soluciones inesperadas, y que se convirtieron en la marca del sello “El club del crimen”.
Los manuscritos muestran la composición de sus tramas: su método de caos sistematizado, con listas de escenas señaladas con una letra que recortaba y pegaba según fuera la historia elegida para desarrollar, y que le permitiera cumplir con las exigencias de un mercado editorial (“Un Christie por Navidad”) que la tuvo en el primer puesto de ventas durante casi seis décadas en las que publicó novelas, cuentos, textos teatrales y adaptaciones para radio y cine. (Recordar “Testigo de cargo” de Billy Wilder).
Incluye un relato breve inédito, “El hombre que sabía”, las notas donde explica cómo creó a Hércules Poirot y cómo se llevaba con su criatura y la versión original de “El caso de la mujer del portero” donde se luce la anciana detective, la señorita Marple.
Si bien la descripción de los manuscritos resulta tediosa y excesiva, siempre es un placer ver a un escritor en su laboratorio.

Publicado en diario Perfil, 5/5/13