lunes, 13 de febrero de 2017

Librerías de Buenos Aires

Entre la desesperación y la esperanza

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Para las instituciones que representan a la industria editorial, 2016 no fue un año exitoso. Tanto la Cámara Argentina del Libro (CAL) como la de Publicaciones (CAP) coinciden en que la retracción en el consumo de libros acompañó la retracción en la producción y que la importación de títulos se disparó con respecto a la exportación de libros nacionales. Para ambas, la caída registrada en las ventas es del 22% y esperan para este nuevo año que la tendencia se desacelere.
Paradójicamente, según el Foro Mundial de Ciudades Culturales (http://www.worldcitiescultureforum.com), Buenos Aires es la ciudad con más librerías por habitante del mundo (25 por cada 100.000 habitantes) por delante de Londres, París, Amsterdam o Nueva York, un dato que el Sistema de Información Cultural de nuestro Ministerio de Cultura corrobora: el país cuenta con 2251 librerías, de las cuales, 735 se concentran en la ciudad de Buenos Aires.
Su distribución desigual marca, hacia el interior del país, una deuda flagrante en términos de federalización y al interior de la ciudad, la segmentación brutal de una sociedad que convirtió a Buenos Aires en dos, la que se estableció del lado norte de la Avda. Rivadavia y la que quedó al sur. San Nicolas -el barrio que incluye el circuito histórico de la Av. Corrientes- sigue a la cabeza con 48 librerías. En segundo lugar están Recoleta y Palermo con 36 y Belgrano, con 20. La tercera franja la ocupan Almagro, Caballito, Villa Crespo y San Telmo con 10 librerías en promedio y en la otra punta de la pirámide, Boedo, Parque Patricios, Constitución, La Boca y Liniers, con un promedio de 2 librerías, detrás de las 3 que se abrieron en el próspero barrio de Puerto Madero.
La variedad de su oferta habla de un público heterogéneo y cultivado, tras varias décadas de masividad en la educación pública, lo que se expresa en una oferta que va de las tradicionales librerías de pasillo de Corrientes, hasta las pequeñas que proliferan en las calles arboladas de Belgrano, Colegiales o Villa Crespo. Las especializadas en comunicación, arte, feminismo, historia, política, historieta, literatura infantil, temática LGTB, arquitectura, literatura en otros idiomas, de anticuarios y usados se suman a las cadenas que se pueden encontrar hasta en los aeropuertos.
Las viejas librerías de Corrientes que lograron sobrevivir a las cíclicas crisis de nuestra economía sostienen un circuito que, hasta comienzos de la década del 90, constituyó, junto con sus cineclubs, teatros y bares, lo que María Moreno llamó una “universidad laica”. Hoy lo comparten con el progresista barrio de Palermo y con algunas zonas periféricas que apuntan a convertirse en un polo cultural, como sostiene Valentina Rebasa, una de las responsables de la flamante librería Runrún, “una extensión casi natural del proyecto editorial de Bajo la luna y también una manera de responder a un año muy incómodo en el mercado del libro, en una zona, Villa Crespo, que está curiosamente viva en lo que a librerías y editoriales respecta. En 100 metros se encuentran tres: el Libro de arena (de la editorial calibroscopio), posiblemente la mejor librería de ilustrados e infantiles de Buenos Aires; Aristipo, una librería de usados que tiene, en literatura, libros increíbles y Runrún”. Otra que aterrizó en el barrio es Punc, especializada en historietas, libros infantiles y fanzines a cargo de dos jóvenes fanáticas del género que no se achican ante las adversidades (“aunque el local es chiquito, estamos ubicadas en una calle donde es muy cómodo usar la vereda”) y se plantean como objetivo sostener económicamente el proyecto.
Fueron varias las que siguieron la trayectoria que va de la editorial a la librería propia este último año. El Fondo de Cultura Económica inauguró el “Centro Cultural Arnaldo Orfila Reynal” en su espacio de Palermo; lo mismo hizo la distribuidora Waldhuter al comprar la librería de Paidós junto con su fondo editorial de la Av. Santa Fe al 1600, con la idea de armar “un showroom de la distribuidora” nos cuenta uno de los hijos de la familia, esto es: exponer los sellos extranjeros independientes que vienen distribuyendo desde el año 1995, respetando la línea que inauguró Paidós, de libros de Psicología. Ante la pregunta de si la falta de restricciones para importar libros impulsó la decisión de abrir su propia librería, nos responde que no, simplemente se dio la oportunidad y la aprovecharon. Y si bien las restricciones terminaron, la devaluación del 60% que se produjo hace que muchos títulos sean incomprables. Pero el esfuerzo que eligieron hacer como distribuidores les permite acordar un precio con las editoriales que pueda resultar competitivo.
En el mismo sentido, la librería Colastiné del barrio de Belgrano -un claro homenaje a Saer- tiene al frente a Salvador Biedma, que viene del ámbito de la edición de revistas literarias y de libros, en la editorial La compañía. Abierta en noviembre de 2015, lejos de imaginar el resultado de las elecciones presidenciales pero consciente de que los márgenes de ganancia son estrechos para todos los integrantes de la cadena, apuesta a crecer en un contexto que reconoce muy difícil, a fuerza de vocación y de diferenciarse de las demás en los sellos que trabaja: editoriales latinoamericanas chicas y del interior del país con poca presencia en nuestra ciudad con lo que se propone convertirse en la librería del barrio, apuntando a establecer una estrecha relación con los clientes.
Algo que no se puede desligar de la vocación libresca es el deseo de armar un espacio de circulación más amplio donde convivan la venta, la presentación de nuevos títulos, la lectura de poesía, los talleres, los clubes de jazz y blues y hasta las exposiciones de arte o de juguetes antiguos, como en las ya instaladas Eterna Cadencia, Clásica y Moderna, Dain Usina cultural, Crack Up, Libros del Pasaje, Borges 1975, El libro de arena, a las que les siguen las más recientes Runrún, Caburé o Céspedes.
Un año atrás y al borde del cierre, se juntaron los socios de La Libre con sus vendedores y formaron una cooperativa. Si bien hace seis años que están, este último fue el de mayor crecimiento a fuerza de más presencia y compromiso. El campo de las humanidades es su especialidad pero los distingue ser la única librería de Buenos Aires que ofrece libros de temática LGTB. Organizan ciclos de lectura, de cine, performances y talleres, lo que les da una fuerte presencia en el barrio de San Telmo, al que este año se sumó la librería Caburé -un proyecto que incluye la editorial Caterva y la revista Carapachay- con el foco puesto en el ensayo y en los sellos independientes.
Para los responsables de las librerías más tradicionales como Ecequiel Leder Kremer, gerente de Hernández desde 1982 y miembro de la Cámara Argentina del Libro, la caída en las ventas en este último año va de la mano del derrotero del comercio minorista general, aunque reconoce que la industria del libro tiene una especificidad propia. Denuncia un retroceso en la actividad comparable al del año 2000 debido a la inflación, la caída del consumo y al aumento importante de los costos de gestión, diagnóstico con el que coincide con el dueño de la cincuentenaria librería El Lorraine, Pedro Sirera, quien asegura que este último año ha ido a pérdida, mientras que el responsable de una de las 25 sucursales de Cúspide, le pone números a la caída de ventas: un 20%.
Débora Yanover, dueña de la singular librería Norte, cree que la retracción ha sido del 30 o 40%. No encuentra diferencias entre una librería y cualquier otra actividad económica, ya que ante la falta de poder adquisitivo un lector lo resuelve intercambiando libros con sus amigos o bajando contenidos de internet, argumenta. Si bien es consciente de que sus clientes valoran la selección de los títulos que trabaja, no cree que su fidelidad pueda modificar las condiciones de la coyuntura.
En cuanto a las librerías de saldos y usados, Arturo Estanislao, dueño de El Vitral, la librería que conmonoció a los potenciales lectores, como lo demuestran los más de tres millones de “compartido” en facebook cuando anunció la liquidación de sus libros por cierre, las define como “el eslabón más débil de la cadena”. Pero advierte que no fue sólo el tarifazo lo que lo empujó a bajar la cortina y trasladar la venta a internet, sino “los cambios en la dinámica del libro usado que viene arrastrando una crisis desde los últimos diez años, que el tarifazo no hizo más que consumar.” La distorsión en los precios, la especulación de los revendedores, sumado a la fuerte suba de los costos operativos lo empujaron a modificar drásticamente el modo de trabajar. El saldo debería ser, a su criterio, un llamado de atención para una industria editorial que va en camino de volver a producir artículos para pocos. Las largas colas de jóvenes en la puerta de El Vitral venidos de diferentes lugares, reflexiona, hablan de un auténtico interés por la lectura, imposible de satisfacer con los precios actuales.
David De Vita es el responsable de Adán Buenosayres, otra de las librerías de Corrientes que generó un revuelo considerable cuando hace pocos meses anunció que cerraba, a través de su página de facebook. Es una empresa familiar que hoy está tramitando la transformación en una cooperativa de trabajo, un proyecto de larga data que se actualizó a partir del apoyo fervoroso de la gente, gracias al cual decidieron sostener el espacio de su actual ubicación, cuyos costos se elevaron el último año en forma alarmante. Frente a la pregunta de si el Estado respondió de alguna manera, nos dice que “lo único que recibimos del Estado fueron inspecciones. Y nosotros estamos vendiendo menos en pesos de lo que vendíamos en el mismo mes el año pasado, que ya había sido malo.” Cree que los hábitos culturales no han cambiado demasiado y que el problema es netamente económico. “En el Conurbano la lista de librerías que cierran es constante. Nosotros no sé hasta cuándo podremos sostener esto.”
De la gran variedad de librerías especializadas (en el Rayo rojo, por ejemplo, se pueden encontrar libros de “Historieta, Arte, Drogas, Tatuajes, Erotismo, Satanismo, Asesinos Seriales, Performances, Literatura, Moda, Ilustración, Pornografía y Manualidades, entre otros”), las dedicadas a la literatura infantil hablan del crecimiento cuantitativo y cualitativo de un género del que todos los libreros coinciden en que no tiene techo. El libro de Arena, Rodriguitos, El gato con bote, Biblioteca del dragón, Libros del oso o las dedicadas al cómic como la reciente Punc o la más conocida Entelequia, son una expresión de esta tendencia.
En cuanto a las dedicadas a las lenguas extranjeras, Joyce, Proust & Co. es una librería que nació en 1988, que después de años de inestabilidad económica y de ver desaparecer a sus refinados lectores de literatura inglesa y francesa, el italiano y el portugués se impusieron entre sus clientes, en su mayoría estudiantes de todo el país a los que envían los pedidos hechos por internet. Y si bien no es una librería estándar podría configurar una muestra de las trayectorias de la lectura en estos años de capitalismo tardío.

Viejos libreros:
Germán García nos cuenta que su trabajo como librero en Fausto fue el de los años de su verdadera formación intelectual, entre el 65 y el 68. El local, además, vendía discos y era un centro de reunión de la intelectualidad porteña que deambulaba entre el cine Lorraine, el bar La Paz, los teatros y las librerías. Allí conoció a Carlos Astrada que lo guió en sus lecturas filosóficas, a Sebreli, Miguel Briante, Nicolás Casullo y a Héctor Libertella. Deplora de los libreros actuales que digan que un libro está agotado cuando no lo tienen, mientras esboza una teoría sobre los modos de apropiación del conocimiento que cree, el trabajo de librero estimula mucho más que la disciplina escolar.
Luis Gusmán nos cuenta que su primera experiencia fue en 1970 en Astral, “una librería de usados en Corrientes al 1600 en la que, gracias al indio Dávalos, aprendí el oficio. Por Astral pasaba Butti, un corredor de libros que vendía las ediciones clandestinas de Sade, y que en 1971 me llevó a trabajar a la librería Martín Fierro en Corrientes al 1200, al lado del conventillo donde había vivido Gombrowicz. Ahí estaban los mejores libreros que conocí. Las librerías estaban abiertas hasta la una de la mañana. Junto con las carteleras de los teatros, iluminaban la noche. Un día, entró mi ídolo, Roberto Perfumo y le regalé El frasquito. Una tarde, tomé un café con la actriz Elsa Daniel de la que estaba enamorado desde que la vi en La casa del ángel. Por la librería pasaban Puig, Viñas, Masotta, Santana, Zelarayán, el negro Medina, Martini Real, Roa Bastos, y siempre Piglia. Y María Moreno, cuando todavía era una chica llamada Cristina Forero. Era una fiesta.”
Algunos años más tarde, Guillermo Piro, nos cuenta, comenzaba su derrotero laboral como librero. “Empecé en Premier en el 82-83 y luego siguieron Librería Del Dragón, Finnegans, Norte, Los Nuestros, Fausto, Gandhi, Losada, Asunto Impreso, hasta el 96. El circuito de Corrientes en esos años difería mucho del actual en el sentido de que entonces, a diferencia de ahora, Corrientes estaba hiper poblada (ahora, en comparación, me parece desierta). La salida de los cines significaba una afluencia en librerías incontrolable, que se volvían vagones de subte a las 7 de la tarde.” Sin embargo, para incordio de los libreros actuales, observa que algunos hábitos, como el de pedir libros inexistentes, no han cambiado.

La voz oficial:
Sebastián Noejovich, Coordinador de Letras y Libros del Ministerio de Cultura de la Nación reconoce una caída en las ventas de entre el 18% y el 25% y señala algunas medidas futuras para revertir esta tendencia: “Creemos que tenemos el desafío de dar mayor difusión al catálogo de las pequeñas y medianas empresas, que hoy día representan casi el 60% del mercado. Luego, hay que dar mayor impulso a las exportaciones. Para esto trabajamos en un sistema simplificado de exportaciones, pronto a lanzarse, que permitirá abaratar costos y recuperar competitividad en los mercados externos. También se convocó a las instituciones de la industria editorial a integrar una Mesa Sectorial, un canal privilegiado para identificar problemáticas y definir prioridades. Otro gran desafío es la ampliación de la base de lectores. En tal sentido, recuperamos el programa Libros y Casas, creado por el ex ministro José Nun, que entregará 20.000 bibliotecas a beneficiarios de viviendas sociales.”

Frente a la imposibilidad de muchas librerías de sostener los altísimos costos operativos, prefiere analizarla desde otro lado: “Del mismo modo en que Buenos Aires cuenta con una concentración de librerías por habitante que la distingue entre otras ciudades del mundo, muchos pueblos y ciudades en nuestro país no cuentan siquiera con una sola. Si bien no está por ahora en agenda el desarrollo de un programa de apoyo de estas características, considero que esta falta de federalización del canal y su profesionalización deberían ser sus ejes de trabajo.”

Publicado en diario Perfil, 12/2/2017

martes, 7 de febrero de 2017

Para conjugar el futuro anterior

De la estupidez a la locura. 
Crónicas para el futuro que nos espera

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“Cambalache” podría titularse a este conjunto de columnas publicadas en la prensa italiana en los últimos quince años por Umberto Eco y seleccionadas por él, en especial por el texto con el que encabeza la compilación, “La sociedad líquida”, donde, junto con Bauman, deplora, en la muerte de la modernidad, la pérdida de referencias ideológicas y la exaltación del individualismo que encontró su lugar en el mundo en las redes sociales.
Y no es en el análisis político contemporáneo donde Eco brinda sus ideas más luminosas, aunque su exquisita formación humanística lo lleva a confrontar los avances tecnológicos del último siglo con los inventos que nos dejó el siglo XIX y que revolucionaron el funcionamiento social (desde el tren hasta la calculadora, y la lista, por extensa, resulta imposible de citar). Un siglo más tarde, fuera de los antibióticos, los “avances” como el plástico o la fisión nuclear lo llevan a reformular el sentido de la palabra “modernidad” y en una vuelta de tuerca, encontrar en el retorno al pasado, la salida a un capitalismo de masas que descubre análogo a los finales del imperio romano. Como frente a la obsesión por ser mirados, imagina un futuro en que la gente abandone el mundo para transformarse en anacoreta o el momento en que lea en internet que un político ha nombrado senador a su caballo.
El fin de los límites entre lo público y lo privado Eco lo refiere a la caída de la idea de dios como testigo de nuestros actos y su desplazamiento por el reconocimiento social y asimila a Twitter con el bar de un pueblo, en un análisis que cualquier estudiante de semiología podría superar.
Pero su incursión en la red también lo lleva a analizar el poder a través de la industria del porno y concluir que la causa del mal estado de la dentura de las mujeres se debe a su condición de clase como proletarias del sexo, así como descubre en la palabra “veline” la analogía entre los comunicados del Ministerio de Propaganda del régimen fascista y las curvilíneas mujeres de los programas de preguntas y respuestas, un proletariado que no vende su fuerza de trabajo sino de seducción.
Eco deslumbra cuando nos habla de un libro del siglo XVII que refería la existencia de 65 mujeres filósofas, de las que sólo conocíamos a Hipatia o cuando destroza el antiislamismo con bibliografía rigurosa para demostrar que el velo es pre-islámico, que su uso no está prescripto en el Corán, sino en la Primera carta de San Pablo a los Corintios. O cuando imagina una teoría de la lectura de los libros no leídos u olvidados y esboza una trama borgeana sobre las paradojas del lector que inventa los libros que no leyó.
Como portavoz del “justo medio”, aboga por la enseñanza en la escuela de todas las tradiciones religiosas y de todos los dialectos italianos. Progresista y librepensador, confía en la viabilidad de una “República del Conocimiento”, en la idea, profundamente moderna, de Europa como un diálogo entre altas culturas, olvidando la barbarie sobre la que esta idea descansa. Y frente a la disyuntiva entre el humor y la blasfemia, se pronuncia en contra de las caricaturas de Mahoma por considerarlas “descorteses”.
La Cuarta Roma llama al gobierno de Berlusconi y las columnas sobre este personaje merecerían un texto aparte en la línea de Llamada internacional, las contratapas que Osvaldo Soriano publicaba en Página 12 sobre el menemismo, que no hacen más que subrayar las pasmosas coincidencias entre la realidad argentina y la italiana.

Pero una columna sobre “todo lo que me rondara por la cabeza”, como las define su autor, no necesariamente presupone un tratamiento trivial. Algunos de los textos de Daniel Link en este mismo diario, por caso, logran condensar, en la misma cantidad de caracteres, las principales líneas de pensamiento sobre el presente.

Publicado en diario Perfil, 6/2/2017