De la estupidez a la locura.
Crónicas para el futuro que nos espera
“Cambalache”
podría titularse a este conjunto de columnas publicadas en la prensa
italiana en los últimos quince años por Umberto Eco y seleccionadas
por él, en especial por el texto con el que encabeza la compilación,
“La sociedad líquida”, donde, junto con Bauman, deplora, en la
muerte de la modernidad, la pérdida de referencias ideológicas y la
exaltación del individualismo que encontró su lugar en el mundo en
las redes sociales.
Y no es en el
análisis político contemporáneo donde Eco brinda sus ideas más
luminosas, aunque su exquisita formación humanística lo lleva a
confrontar los avances tecnológicos del último siglo con los
inventos que nos dejó el siglo XIX y que revolucionaron el
funcionamiento social (desde el tren hasta la calculadora, y la
lista, por extensa, resulta imposible de citar). Un siglo más tarde,
fuera de los antibióticos, los “avances” como el plástico o la
fisión nuclear lo llevan a reformular el sentido de la palabra
“modernidad” y en una vuelta de tuerca, encontrar en el retorno
al pasado, la salida a un capitalismo de masas que descubre análogo
a los finales del imperio romano. Como frente a la obsesión por ser
mirados, imagina un futuro en que la gente abandone el mundo para
transformarse en anacoreta o el momento en que lea en internet que un
político ha nombrado senador a su caballo.
El fin de los
límites entre lo público y lo privado Eco lo refiere a la caída de
la idea de dios como testigo de nuestros actos y su desplazamiento
por el reconocimiento social y asimila a Twitter con el bar de un
pueblo, en un análisis que cualquier estudiante de semiología
podría superar.
Pero su incursión
en la red también lo lleva a analizar el poder a través de la
industria del porno y concluir que la causa del mal estado de la
dentura de las mujeres se debe a su condición de clase como
proletarias del sexo, así como descubre en la palabra “veline”
la analogía entre los comunicados del Ministerio de Propaganda del
régimen fascista y las curvilíneas mujeres de los programas de
preguntas y respuestas, un proletariado que no vende su fuerza de
trabajo sino de seducción.
Eco deslumbra
cuando nos habla de un libro del siglo XVII que refería la
existencia de 65 mujeres filósofas, de las que sólo conocíamos a
Hipatia o cuando destroza el antiislamismo con bibliografía rigurosa
para demostrar que el velo es pre-islámico, que su uso no está
prescripto en el Corán, sino en la Primera carta de San Pablo
a los Corintios. O cuando imagina una teoría de la lectura de los
libros no leídos u olvidados y esboza una trama borgeana sobre las
paradojas del lector que inventa los libros que no leyó.
Como portavoz del
“justo medio”, aboga por la enseñanza en la escuela de todas las
tradiciones religiosas y de todos los dialectos italianos.
Progresista y librepensador, confía en la viabilidad de una
“República del Conocimiento”, en la idea, profundamente moderna,
de Europa como un diálogo entre altas culturas, olvidando la
barbarie sobre la que esta idea descansa. Y frente a la disyuntiva
entre el humor y la blasfemia, se pronuncia en contra de las
caricaturas de Mahoma por considerarlas “descorteses”.
La Cuarta Roma
llama al gobierno de Berlusconi y las columnas sobre este personaje
merecerían un texto aparte en la línea de Llamada internacional,
las contratapas que Osvaldo Soriano publicaba en Página 12
sobre el menemismo, que no hacen más que subrayar las pasmosas
coincidencias entre la realidad argentina y la italiana.
Pero una columna
sobre “todo lo que me rondara por la cabeza”, como las define su
autor, no necesariamente presupone un tratamiento trivial. Algunos de
los textos de Daniel Link en este mismo diario, por caso, logran
condensar, en la misma cantidad de caracteres, las principales líneas
de pensamiento sobre el presente.
Publicado en diario Perfil, 6/2/2017
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