sábado, 11 de diciembre de 2021

Crónicas del estallido en imágenes y palabras

 A veinte años del “19 y 20 de diciembre de 2001”


"Mano con mano. Darío y Maxi" Florencia Vespignani, 2002


 

            





            Analizar un acontecimiento histórico cuyas consecuencias perviven en el presente requiere de una mirada distanciada. Veinte años puede ser el tiempo necesario para reflexionar sobre aquellos años en que todo el sistema de representación política fue puesto en cuestión y la calle se convirtió en el territorio donde recomponer los lazos sociales.

            Asambleas barriales e interbarriales, fábricas recuperadas, comedores populares, clubes de trueque, calles renombradas por sus vecinos y un largo etcétera fueron el campo de experimentación de una gran cantidad de colectivos artísticos que, interpelados por la urgencia política, produjeron obras donde el límite entre el arte, la vida y la política, una vez más, se volvió poroso. Y por primera vez, muchas de estas expresiones artísticas llegan a una institución oficial.

            Por estos días y hasta el 27 de febrero de 2022, el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti está llevando adelante la muestra “19y20”. Una de sus curadoras, Natalia Revalle, cuenta que fue armada con obras que en muchos casos eran efímeras y que fueron reconstruyendo con archivos que estaban en propiedad de los mismos artistas y organizaciones. “Las obras están organizadas por diferentes ejes temáticos: el capital financiero; el cuestionamiento del trabajo; la memoria; las místicas; los territorios; la violencia institucional y lo que llamamos el hambre cultural, en referencia a todos los tipos de hambre, pero también, a la crisis de representación que sufrieron las instituciones culturales que hizo que el escenario artístico se corriera a la calle.”

            La muestra incluye podcast que el público puede levantar y llevarse, con las voces de muchos de los que participaron: artistas, colectivos y actores sociales, en sintonía con el espíritu de esa época y conviene seguir un recorrido cronológico para captar el proceso que desembocó en las jornadas de diciembre del 2001 y sus alcances posteriores.

            Leer los grandes paneles colgados con los principales acontecimientos que se sucedieron, año a año, es traer a la memoria una década vertiginosa de nuestra historia y entender el acontecimiento entramado en su contexto global, que se podría resumir de este modo:

            Desde el levantamiento del EZLN, el 1º de enero de 1994, el “efecto Tequila” y el Pacto de Olivos; el asesinato de Víctor Choque y Teresa Rodríguez y la fundación de H.I.J.O.S.; el asesinato de José Luis Cabezas y la instalación de la Carpa Blanca Docente; el surgimiento del movimiento piquetero en Tartagal y Mosconi; la quiebra del Banco de Mayo y el Banco Patricios y el suicidio de Alfredo Yabrán; la venta de YPF; la rebelión popular contra la privatización del agua en Bolivia; el escrache a Alfredo Astiz en sede judicial; la renuncia de Chacho Alvarez; el asesinato de Aníbal Verón en un corte de ruta, para desembocar en el 2001, el año donde se concentraron, como en un aleph, el Primer Foro Social Mundial en Porto Alegre, el atentado a las Torres Gemelas y la posterior invasión de EE.UU. a Afganistán; la toma de la Fábrica Zanón; las elecciones legislativas en nuestro país con un 24% de votos en blanco; el default; el corralito; el decreto del estado de sitio, hasta las jornadas del 19 y 20 de diciembre donde, producto de la represión, murieron 39 personas en todo el país.

            A partir de ahí, hubo movilizaciones autoconvocadas cada viernes que confluyeron en la Asamblea Interbarrial de Parque Centenario y los cacerolazos se multiplicaron; se produjeron el golpe de Estado contra Chávez; el desalojo de la fábrica Brukman, el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán y el triunfo de Lula en Brasil. La Guerra de Irak; las elecciones anticipadas donde resultó electo Néstor Kirchner; la anulación de la Ley de Obediencia Debida y Punto Final; la guerra del gas en Bolivia y la consecuente renuncia de Sánchez de Losada; el asesinato de Martín Cisneros, militante de un comedor popular; el incendio de la discoteca Cromañón donde murieron 194 jóvenes; la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad y el triunfo de Evo Morales en Bolivia hasta el 2006, el año de la segunda desaparición de Julio López.

 

A comeeerrr... Natalia Rizzo, 2001

            

            Este es el contexto donde se gestaron las intervenciones político-culturales que integran la muestra, como las novedosas performances que denunciaban las privatizaciones y los ajustes, entre las que se destaca la llevada adelante por “Las chicas del chancho y del corpiño” que instalaron un corpiño gigante en el centro de la ciudad de Córdoba, en respuesta al discurso del gobernador Angeloz, que insistía en que “hay que ponerle el pecho a la crisis”.

            La agrupación H.I.J.O.S., constituida en el cruce de la acción política y la performance, con sus famosos carteles que invierten la señalética oficial, armaron un mapa con las casas de los genocidas y los Centros Clandestinos de Detención. Su aparición en la escena política le permitió al teatro, por primera vez, personificar a genocidas.

            El diseño de remeras, una producción del Taller Popular de Serigrafía, un colectivo nacido de las luchas sindicales, como la de los trabajadores del subte por las seis horas de trabajo, que tuvo consecuencias a la hora de repensar el trabajo. Una de sus integrantes, Karina Granieri, recupera el carácter utópico de estas intervenciones. “Hacíamos manifiestos de las grandes conquistas por venir, testimonios que conformaron una estética de la urgencia muy interesante para pensar ese proceso, no tanto en términos de resultados sino de potencia.”

            La denuncia del hambre, con la instalación, en Córdoba, de una mesa de 50 metros y las marchas con cucharas y tenedores hechos en la fábrica IMPA, como forma de evidenciar las materialidades de las fábricas recuperadas, con el telón de fondo de los incontables comedores populares que se abrieron en esos años.

            En el 2002, el grupo Etcétera llevó a cabo una convocatoria escatológica: el “Mierdazo”, con la instalación de un inodoro gigante frente al Congreso. “Que se vayan a la mierda” podía leerse en alguno de los carteles que, en el contexto de la debacle económica, remitía a su vez a lo que Marx llamaba “la mierda del dinero”.

            Del colectico Arde! es la escultura esférica hecha con alambre tejido recubierto con balas y cartuchos de escopeta vacíos, que el 26 de junio de 2005, cuando se cumplían tres años de la Masacre de Avellaneda, se utilizó como cabeza de la marcha que se hizo en su conmemoración.

            Y el registro audiovisual de las asambleas y las fábricas recuperadas como fue el caso emblemático de Brukman, junto con los festivales en los que se vendían pañuelos fabricados por sus trabajadoras intervenidos por artistas, para sostener el fondo de huelga. Para Nicolás Pousthomis, el autor de algunas de las fotos que integran esta muestra, el registro que tiene de esa época, a pesar de su oficio, es sonoro. Lo que recuerda es el sonido: los golpes contra las cortinas metálicas de los bancos, las murgas, las voces, las consignas. “Fue un momento puramente físico”, sostiene.

            La imagen desoladora, multiplicada en el sténcil, de la foto que salió en todos los diarios de Darío Santillán pidiendo a la policía que pare de disparar, con Maximiliano Kosteki en el piso, durante la represión en la Estación Avellaneda, hecha por Florencia Vespignani, una integrante del movimiento piquetero, tiene, como no podía ser de otro modo, su lugar en esta muestra.

 

"En caso de represión rompa el vidrio",  Arde!, 2002

            Y la literatura, con otros tiempos de elaboración de su material, no fue ajena a este clima de época. Algunos de los títulos publicados los años siguientes dan cuenta de la diversidad de registros con los que se abordó este momento histórico: novela, crónica, poesía, ensayo, relato policial o de ciencia ficción.   

Uno de las mejores novelas sobre el tema fue, sin duda, El grito, de Florencia Abbate, publicada en el 2004, donde la pregunta sobre cómo narrar el estallido social, se resuelve sin apelar a una mirada condescendiente ni al documentalismo y, lejos de agotarse en esta cuestión, ofrece el relato de cuatro historias relacionadas entre sí y dispersas, como cuatro fragmentos de un cuerpo estallado.

Lo que las une, además de la referencia directa al cuadro de Edvard Munch, es la mirada sesgada de sus protagonistas, que pone en escena una subjetividad en carne viva, como las imágenes descarnadas de la pobreza a la que nos vimos enfrentados.

Pedro Mairal, por su parte, en El año del desierto, del 2005, planteaba una hipótesis acerca del destino de la Argentina como un eterno retorno hacia ese tópico de nuestra literatura, el desierto, como pesadilla recurrente.

Claudia Piñeiro, con Las viudas de los jueves, la revelación del año 2005, narró la otra cara de la historia, la caída de una clase enriquecida al amparo de la burbuja financiera.

En La intemperie, de 2008, Gabriela Massuh enhebra el sentimiento de la pérdida amorosa con la fragilidad de una sociedad frente a un contexto social colapsado, y cómo, poco a poco, los sobrevivientes, echando mano a los propios recursos, logran enfrentar la intemperie.

            Desde la poesía, Diana Bellessi, en La rebelión del instante, del 2005, intenta apresar la fugacidad del presente, poniendo a circular la palabra de uso común, en boca de todos, convertida en poesía. Y fue la palabra circulando democrática y horizontalmente (que es el sentido de “parábola”, de la cual proviene), dice Ivonne Bordelois, en Del silencio como porvenir, publicado en el 2010, la que sostuvo a sus ciudadanos mientras el país se quebraba.  

            Pero hubo una consigna que sintetizó este momento-bisagra: “Que se vayan todos”, a la que María Moreno definió como “un haiku, una condensación extrema de sentidos múltiples y de fecundas resonancias” en La comuna de Buenos Aires, el libro donde recopiló las entrevistas que hizo en esos años calientes. Una exigencia radical que es una pregunta por los fundamentos de la representación política, por la participación, por la transformación y una apuesta por la autogestión de la que este mismo diario es uno de sus herederos.

Publicado en Tiempo argentino, 10/12/2021

sábado, 6 de noviembre de 2021

La vuelta del castellano en todo su esplendor.

Los mejores narradores sub 35 en español, según GRANTA

 

            Una revista fundada hace 130 años por estudiantes de una universidad pública inglesa creada a comienzos del siglo XIII, la universidad de Cambridge, se convirtió, a partir de su refundación en la década del 80 del siglo pasado, en la vidriera de la literatura anglosajona y, desde hace diez años, de la escrita en español. 

            Todo el dream team de Anagrama salió de aquella primera selección de escritores británicos con nombres como Kazuo Ishiguro, Ian McEwan, Martin Amis, Julian Barnes y Salman Rushdie. Más tarde le tocaría el turno a la nueva literatura norteamericana y a partir de ahí, GRANTA se convertiría en una cantera de jóvenes promesas de las letras.

            En 2010, realiza la primera selección en español, que da como resultado una lista colmada de escritores argentinos: Oliverio Coelho, Federico Falco, Matías Néspolo, Andrés Neuman, Pola Oloixarac, Patricio Pron, Lucía Puenzo y Samanta Schweblin, quienes, a partir de ahí, comenzaron su carrera internacional.

            Luego de 10 años, la revista ha seleccionado a veinticinco narradores en español menores de treinta y cinco años entre los cuales están los argentinos Martín Felipe Castagnet, Camila Fabbri y Michel Nieva; los españoles Andrea Abreu, David Aliaga, Munir Hachemi, Cristina Morales, Alejandro Morellón e Irene Reyes-Noguerol; los mejicanos Andrea Chapela, Mateo García Elizondo, Aura García-Junco y Aniela Rodríguez; los cubanos Carlos Manuel Alvarez, Dainerys Machado Vento y Eudrys Planches Savón; los chilenos Paulina Flores y Diego Zúñiga; el colombiano José Ardila; el nicaragüense José Adiak Montoya; el uruguayo Gonzalo Baz; la peruana Miluka Benavides; el costarricense Carlos Fonseca; la ecuatoriana Mónica Ojeda y, de Guinea Ecuatorial, Estanislao Medina Huesca, la nueva cantera de escritores en nuestro idioma. El resultado es el libro que acaban de publicar las editoriales Big Sur y Candaya, Los mejores narradores jóvenes en español 2.

            Su editora, Valerie Miles, quien es miembro del comité evaluador de la revista, afirma que el propósito que anima a GRANTA es la producción de “instantáneas generacionales” y sostiene que después del boom, el único escritor que tuvo un lugar de reconocimiento en el viejo continente fue Roberto Bolaño, por lo que era necesario abrir una vía de tránsito entre las literaturas del viejo mundo y las del nuevo. Por supuesto, las leyes del mercado editorial -ávido de nuevas voces en una lengua que es hablada en tres continentes- también hicieron lo suyo.

            La pandemia, el marco en el cual se desarrolló el concurso, fue su tema tabú, ya que no se les permitió a los participantes enviar diarios de la pandemia ni relatos testimoniales. La búsqueda activa del comité evaluador, con plena conciencia de ser la plataforma de lanzamiento de las nuevas literaturas, se dirigió, según ella, a la búsqueda de escritores osados, capaces de dar el salto, alejados de la bastardeada literatura del yo y decididos a construir un mundo propio desconocido para los lectores.

            Y en esta nueva selección, la lengua española, en toda su riqueza y diversidad, en sus tonalidades y usos, en sus mixturas y sonidos encontró veinticinco voces que le dieron cabida.

            El libro (muy bien editado), agrupado por similitudes temáticas y estilísticas, pone en relación la literatura de anticipación con las tradiciones indígenas; las distopías políticas con las reflexiones sobre los usos del lenguaje; la desigualdad endémica de nuestra región con las formas que adopta la magia y la cultura new age, los vínculos poliamorosos con la violencia política y el humor y la ironía (esa fuerza desacralizadora que hace más soportable cualquier escenario apocalíptico), con el universo transgénero del grotesco, cuyos personajes extremos parecen salidos de un cómic.

            Si bien la mayoría de estos escritores no reside en su lugar de origen, es evidente que han elegido renunciar al español neutro o cosmopolita de la generación anterior (cuya escritura deslocalizada pareciera, en algunos casos, una traducción de sí misma) y volver al regionalismo y a la exuberancia lingüística. La sonoridad, propia de los grandes nombres de la tradición como Rulfo o Cabrera Infante, vuelve, sorpresivamente, entre los más jóvenes. Es que “los tiempos ya no están para el castellano estándar de los capítulos de Dragon Ball”, afirma la narradora de uno de los cuentos mientras ofrece a los lectores un diccionario chileno de cronolectos.

            Una suerte de resistencia a la contemporaneidad pareciera mostrar el diálogo que estos escritores establecen con su tradición (en especial, con la tradición indígena) pero para hacer algo propio, como se puede leer en el cuento de la ecuatoriana Mónica Ojeda, donde el mundo campesino, el terror atávico, las fiestas orgiásticas y la crueldad infantil componen un oscuro relato de iniciación.

            Las identidades sexuales como categorías fijas han sufrido, cómo no, un replanteo. El binarismo ha quedado sepultado y comprobamos que el lenguaje inclusivo (un motivo de debate que creíamos, se daba sólo en nuestro exasperado país) atravesó definitivamente la frontera que separa la vida del arte.

            Como la narradora de “Buda Flaite”, de la chilena Paulina Flores, que entra y sale de la narración para ir detrás de su protagonista (quizás una de las pocas palabras de género femenino que engloba a todos) que fluye entre los géneros, y en ese fluir, cuenta una historia de desamparo y de resistencia (hoy diríamos, de empoderamiento), impensable por fuera del proceso político insurreccional chileno de los últimos años, narrada con mucho humor y sin una pizca de condescendencia.

            Pero si hay algo que sus veinticinco integrantes tienen en común es haber encontrado en la dialéctica entre su lugar de origen y el mundo que los cobija, el espacio donde instalar su propia voz.

            En “El color del globo”, la cubana Dainerys Machado Vento construye un relato desde el punto de vista de lo que la izquierda llamó los "gusanos", que a la vez es un grotesco sobre el medio pelo cubano de exiliados, narrado desde el corazón mismo de la “república de Miami”

            Su autora, que vive en esa ciudad desde hace cinco años adonde fue a hacer un doctorado en Lenguas y Literaturas, sostiene que su lugar de residencia es móvil. “Voy y vengo, vivo donde quiero o donde hay trabajo. Sé que la imagen de Cuba es muy política, precisamente por el sistema que ha prevalecido en el país. Pero creo que despolitizar mi relación personal con el lugar donde nací es el interés de buena parte de mi generación, que sabe que solo después de borrar ciertas excepcionalidades grabadas en el imaginario colectivo se podrán producir cambios muy necesarios en Cuba. Por eso también me encanta usar la ficción para reírme un poco de los extremos que tanto nos han asfixiado, especialmente cuando se trata de la isla y su espejo favorito, Miami.”

            Estos nuevos escritores, dueños de una clara conciencia política, histórica y ecológica, ponen en escena el presente de estos países fruto de la colonización española, cuya dependencia económica y pobreza endémica los condena al atraso estructural. “Un caos travestido de destino”, como lo define el chileno Diego Zúñiga en el cuento “Una historia de mar”, donde la ciudad de Iquique resulta la cifra de un pasado que no cesa de pasar.

            Y la ciencia ficción, como sabemos, gran laboratorio de hipótesis sociales, encuentra a muchos de estos escritores proyectando las propias, como es el caso de Andrea Chapela, y su cuento “Anillos de Borromeo”, cuyo escenario es un futuro después del colapso climático y a la vez es un cuento sobre hacer las paces con el pasado y dejar ir, donde las herramientas del género le sirven para hablar del dilema emocional de la protagonista.

            Frente a la inminencia del fin del mundo, sin embargo, la protagonista mantiene la esperanza en otros mundos posibles. “Sin duda, en la literatura hay un lugar para esa esperanza. Particularmente en la ciencia ficción en los últimos años han aparecido nuevas corrientes como el hopepunk o el solarpunk que intentan encontrar esa esperanza incluso en medio de futuros distópicos. Creo que la literatura, sobre todo la especulativa que está tan enraizada en la imaginación, puede ser un espacio donde encontremos ideas sugerentes y esperanzadoras sobre el futuro. Es el primer paso de dar forma a los cambios.”

            En la vereda contraria, el mejicano Mateo García Elizondo, en su cuento “Cápsula”, imagina el modelo superador de todas las torturas posibles: el encierro de un preso en una cápsula espacial en un viaje sin retorno para exponerlo a la experiencia de la eternidad.

            Una nueva generación de escritores hispanohablantes asoma al mercado internacional y por lo que parece, tienen mucho para decir. Vale la pena escucharlos.

 

Ciencia ficción gaucho-punk

            Michel Nieva es uno de los tres argentinos seleccionados por la revista con su cuento “El niño dengue”, una distopía política que se abre con el mapa de la Argentina del 2272, cuyo territorio quedó reducido (como si hubiera sido carcomido) a la mitad, donde el dengue, esa endemia negada, produjo, como el glifosato, mutaciones en los cuerpos de los pobres.

            Y el texto, que evoca a Martínez Estrada y su Radiografía de la pampa, habla de un autor para el cual los ensayos tienen un lugar destacado en su horizonte de lecturas. “Siempre que escribo intento fusionar mundos por venir en un diálogo crítico con la tradición del ensayo y la política fundantes de nuestra nación (la de Sarmiento, Martínez Estrada, Alberdi o Roca)” y que lleva adelante un proyecto de escritura donde explora problemas críticos del presente en la simultaneidad del futuro con el pasado al que bautizó "ciencia ficción gauchopunk".

            Frente al desafío de hacer ciencia ficción hoy, cuando pareciera que el futuro ya llegó, sostiene que “una de las grandes audacias del capitalismo contemporáneo es haber incorporado la estética hollywoodense de ciencia ficción al fetichismo que inviste sus mercancías. Por poner un ejemplo, el diseñador de los trajes espaciales y los cohetes de SpaceX (la compañía de Elon Musk) es José Fernández, el diseñador de la estética de todas las películas de Marvel. Así, el consumo de estas mercancías produce la fantasía de que vivimos en el futuro.” Pero a él, la ciencia ficción que le interesa es la que practica la crítica política, “la que justamente des-estetiza esos imaginarios tecnológicos, dejando así aflorar toda la violencia y el horror que los constituye.”

Publicado en Tiempo argentino, 6/11/21

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Cynan Jones, el galés que enamoró a los lectores argentinos

         Cynan Jones, el narrador galés que llegó a las librerías argentinas con las novelas Tiempo sin lluvia y La tejonera, gracias al buen gusto de la editorial cordobesa Chai (y felizmente, a las traducciones de Esther Cross y Laura Wittner) es un escritor definitivamente instalado en la narrativa rural. Si hubiera que ponerle un título a su obra sería “Los trabajos y los días”.

Con una prosa concentrada que enhebra párrafos aislados, desgrana los temas de los que se va a ocupar delicada y amorosamente: los trabajos rurales, los ciclos de la naturaleza y sus catástrofes, el comportamiento de cada una de las especies, el ritual de los partos y los entierros de los animales, los silencios abrumadores de la vida campesina, la brutalidad y la violencia solapadas, que replican, en su solemnidad, toda su densidad existencial.

            Y en esa isla que es la familia y la vida de granjero (todo el imaginario claustrofóbico de los relatos insulares propios de la literatura británica está funcionando en estos textos) los temas, como nudos, se concentran para expandirse: el tiempo y las marcas que deja en los cuerpos y los cambios que produce en el deseo y en el amor; las pérdidas -el gran tema de su literatura- en los embarazos fallidos, los terneros nonatos y los duelos; la ira contenida en sus silenciosos personajes y la naturaleza como un ser omnipresente.

          Tiempo sin lluvia, publicada en nuestro país el año pasado, narra un día en la vida de su protagonista, un puro presente que se proyecta hacia el pasado en el único libro que, como la Biblia, ilumina sus días: las memorias del padre escritas en galés y al mismo tiempo, hacia el futuro, en los planes de compra de unas tierras que unirán a su descendencia al terruño, ese “espacio significativo” que es el propio lugar.

           En La tejonera, el título recientemente publicado, narra el duelo de su protagonista que acaba de enviudar y esa ausencia cobra una dimensión material, como su íntima relación con la naturaleza, de la que pareciera sólo se puede hablar, a partir del sentido del tacto.

            Invitado al FILBA de este año, este notable autor galés habló con Tiempo argentino de lo que entiende por literatura: un modo de elaborar la experiencia permaneciendo fiel a sí mismo y a su historia.


Los trabajos rurales y la vida de granjero, tan rigurosamente detallados en estas dos novelas ¿forman parte de tu experiencia personal?

Mis abuelos eran granjeros. Los primeros años de mi vida estuvieron definidos por el mundo que la granja me proveía. Era una granja pequeña, pero para mí, siendo un niño, era como un territorio sin fin. Tenía un bosque, un terreno rústico y campos que llegaban hasta el mar. Tenía todo el campo de juego que podría querer. Cuando yo nací criaban sólo a un puñado de vacas lecheras.

Aparte de esto, crecí y fui a la escuela con niños de distintas granjas; y la familia de mi esposa son productores de ovejas. Los procesos agricultores siempre han sido parte de mi vida, parte del ritmo del año.


La relación con el tiempo y los ciclos naturales, propia de la vida rural, es un tema central en estas dos novelas. Un tiempo que no está vinculado a la memoria sino al cuerpo. ¿Qué es lo que más te interesa explorar en esta relación?

Estos ciclos y ritmos tienen una directiva innata con cualquiera que esté conectado con los procesos de la granja. Ya sea el parto de las ovejas, la henificación (el proceso de conservación del forraje) o la rutina diaria de ordeñe del ganado. Las demandas que estos ritmos requieren traen consigo una estructura y una restricción a los involucrados. Eso, creo, puede crear una relación compleja con temas como el cuidado y la responsabilidad.


Dentro de tu tradición literaria ¿a quiénes considerarías tus referentes?

Todo lo que leo me influencia, de una manera u otra. Pero es el mundo a mi alrededor el que me moviliza a contar historias, en vez de la inspiración que me proveen los libros. Lo que obtengo de los libros es la inspiración técnica. Todo lo que sé sobre escribir lo aprendí de los grandes escritores. Pero, cuando tiene que ver con mis historias, trato de mantener mi vista en la realidad, no en la literatura. Una historia tiene que ser fiel a sí misma, no debe ser similar a otra situación ya escrita anteriormente.


El terruño cobra un protagonismo tal en estas dos novelas, al punto que, en La Tejonera, Daniel considera que el lugar al que se pertenece también posee una memoria de los que vivieron en él. ¿Se trataría no de vivir en un lugar sino de pertenecerse mutuamente?

Creo que sí. Ya mencioné anteriormente la relación de la estructura y la obligación con la recompensa. Siento que soy un producto de este paisaje y, como consecuencia, también lo son mis historias. Cada vez más y más personas viven su vida en movimiento. Aquellos que siguen conectados con el lugar que los formó tienen quizás una relación diferente con el mundo que aquellos que se establecen de forma transitoria. Como resultado, la relevancia de un lugar es o profundizada o disminuida y creo que la tierra en sí misma puede albergar eso. (¿Por qué las áreas más castigadas -o duras- de la ciudad en donde las familias tienden a quedarse tienen más alma que las áreas exclusivas donde las personas vienen y van?).


En esta novela, el contraste entre la ternura del trabajo del duelo del protagonista y la crueldad y violencia de algunas escenas es muy marcada. ¿Cómo narrar la brutalidad, el salvajismo, la ferocidad sin convertirlo en un “otro” del “mundo civilizado”?

Intenté duramente ser un testigo, no un voyeur. Espero que mis textos reflejen eso. La violencia no está modificada. Sólo intento escribir lo que pasa. El presente es algo que el lector debe juzgar por sí mismo, en vez de yo decirles cómo deberían reaccionar.

En esta novela casi no hay diálogos entre los personajes. ¿El diálogo es con la materia a través de los sentidos, sobre todo, del tacto?

Gran parte de las tareas de un granjero son llevadas a cabo de forma solitaria. Una vez más, esto es una espada de doble filo. Por un lado, hay tiempo para la reflexión, no hay un requerimiento de portarse de cierta manera delante de nadie o lidiar con el humor de nadie; pero por el otro lado, hay aislamiento. La salud mental de los granjeros se ha convertido en una preocupación seria. Pero creo que el consuelo, la compañía, y la conversación pueden encontrase en los procesos físicos que deben ser hechos, y en las cosas físicas que rodean a esos procesos.


Los espacios en blanco entre párrafos subrayan la concentración de tu prosa y le dan un tono religioso o místico a los textos. ¿Es un efecto buscado?

Absolutamente.


¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo? ¿Podés contarnos algo?

Usualmente, soy muy monógamo con lo que respecta a un nuevo proyecto. Una historia determina que quiere ser escrita y yo me comprometo. Recientemente, por un gran número de razones, ese no ha sido el caso. He estado trabajando en una variedad de cosas. Historias cortas, varias como borrador. Una “reedición” de una historia anterior. Tengo “algo” nuevo en progreso -no estoy seguro de qué es todavía. Quizás una historia larga-corta más experimental. Y durante la cuarentena escribí una novela de aventuras de 50.000 palabras. El tipo de historia que me atrajo a los libros cuando era más joven, como La isla del tesoro, Los contrabandistas de Moonfleet, 20.000 leguas de viaje submarino. Me atraparon, a todo el mundo a mi alrededor lo atraparon. ¡Así que decidí irme a un viaje extraordinario!

Publicado en Tiempo argentino, 31/10/21

domingo, 31 de octubre de 2021

Del homo sapiens a Jack Reacher

 El héroe

    Esta vez Lee Child, el exitoso autor de la saga de Jack Reacher, quiso rendirle homenaje a ese personaje que nació junto con el homo sapiens y atravesó los siglos hasta convertirse en la estrella de la cultura de masas: el héroe. 

Porque, si hay algo que conjuga esta figura (que, por sobre todas las cosas, es una función dentro del relato) es haber servido a las necesidades tanto de las clases dirigentes como de las populares. Y es este último el que a él le interesa, aquel capaz de convertirse en “el protagonista de un libro popular”. 

Pero Child, conocedor de la cultura clásica y atento a las derivas de la filología, encuentra en la palabra inglesa “hero” los restos sonoros de la voz griega gyro, moldeada en la cosmovisión de la Antigüedad (es decir, en sus necesidades, en sus miedos, deseos y aspiraciones) y elabora su hipótesis acerca del origen de esta figura, cuando los pocos sobrevivientes de la glaciación (“unos locos, armados, con una voluntad de vivir feroz”), gracias a haber desarrollado un lenguaje articulado, pudieron imaginar situaciones más allá de su realidad inmediata y lo forjaron a su imagen y semejanza.

Lo cierto es que esos personajes que con el tiempo se volvieron epónimos -ejemplo de comportamiento ideal y honorable- cumplieron, desde siempre, la función de dar compensación y consuelo frente a una realidad salvaje y hostil en la que muy pocos lograban sobrevivir.

Y toda esta larga introducción le sirve para enmarcar al personaje que apareció por primera vez en 1997 en EE.UU., Jack Reacher, y que hoy es leído en cincuenta idiomas. Un personaje forjado en el imaginario norteamericano, mezcla de cow-boy y caballero andante, con el que su autor siguió la premisa dickensiana de escribir no lo que el público quiere, sino querer lo mismo que él. Y lo que él quería era construir un personaje intimidante, capaz de darle su merecido a los que en la vida real siempre quedan impunes. Millones de lectores parecen haberle dado la razón.


Publicado en La gaceta literaria, 31/10/2021


viernes, 29 de octubre de 2021

Juan Forn, un editor de rara avis

 


No hay dudas de que la colección Rara Avis que Juan Forn dirigió para Tusquets fue una de las mejores noticias que nos dio la industria editorial en mucho tiempo.

Y la elección de los títulos parecía estar en sintonía con su propia concepción de la escritura, ligada a la oralidad, donde las historias de vida tienen un lugar central tanto como la performance del narrador. Es que la vida de los escritores, el contexto histórico del que surgieron, es un plus de lectura que siempre lo fascinó, lo que se pone de manifiesto en la atención sobre esa zona donde termina la vida y empieza el arte: la cocina del escritor.

Los autores elegidos para esta “colección de autor” son todos escritores excéntricos (hay un ex-critor, una joven descendiendo en paracaídas del cielo moscovita, un viaje a los confines del mundo, otro a la ciudad prohibida y uno al interior del cerebro del autor) y sus libros resultan difíciles de clasificar en una categoría, en un momento de la industria editorial donde la segmentación -por géneros, por edades, por sexo- es cada vez más excluyente.

Y Forn, lector omnívoro y conocedor del fanatismo que las colecciones han despertado en los lectores argentinos -como la del Séptimo Círculo, los breviarios del Fondo de Cultura, los amarillos de Anagrama y tantas otras- se propuso ofrecer estos títulos a los lectores cómplices, como una suerte de regalo.

Paola Lucantis, editora de Tusquets, quien trabajó codo a codo con Forn en el armado de la colección, habló con La capital de esta hermosa experiencia editorial.

 

¿Cómo surgió esta colección?

La idea original fue de Ignacio Iraola (director editorial de Planeta) que me preguntó a mí qué me parecía, se lo propusimos a Juan y él se tiró de cabeza, porque para él significó algo así como encontrar un lugar para sus caprichos, con esa marca suya importantísima de editor, con un altísimo criterio. La colección es una joya porque tiene todo un trabajo que se nota en el diseño de tapa, en la tipografía moderna, en las traducciones y, por supuesto, en los prólogos.

 

¿Las contratapas que él escribía para Página 12 construyeron al lector ideal para esta colección?

¡Claro! Y en paralelo, también fueron saliendo los tomos de los viernes y todo eso se retroalimentó. En sus columnas hablaba de libros que no estaban disponibles en el mercado y Rara Avis apuntaba a ese llamado de atención que proponía Juan sobre algunos nombres, ya que la idea era alimentar ese interés sobre estos autores. Para las traducciones fueron convocados escritores argentinos como Alejandro González que es el mejor traductor argentino del ruso.


Estos rescates, estos hallazgos ¿dónde los buscaba, en su biblioteca mental?

Algunos salieron de nuestro fondo editorial, como el de Leonardo Sciascia y el de Vasco Pratolini, que había sido publicado por Emecé. Pero la cabeza de él era un fondo editorial en sí misma. El era absolutamente autodidacta y además leía muchísimo, estaba al tanto de todo lo que circulaba por el mundo. Era una persona dedicada a leer con una vida muy curiosa, ya que, muchos años fuera de las corporaciones le dieron una libertad de lectura importante. Y en ese momento de su carrera, tener un techo para sus caprichos, desligado de las cuestiones administrativas que eran tan engorrosas para él fue, como dijo en alguna entrevista, como haberle dado un juguete.

 ¿La elección de los títulos era consensuada con los editores o él tenía libertad absoluta?

No, él los proponía y con Ignacio Iraola lo consensuábamos. Por ejemplo, Las malas fue un título muy discutido porque no teníamos pensado publicar escritores argentinos, salvo Adriana Lestido, una fotógrafa que, por ese motivo, entraba como rara avis. Pero Juan conoció a Camila en un festival y se interesó mucho en ese libro que ella estaba escribiendo en ese momento que, en verdad, es una bomba, y lo quiso incluir.

Pero ya había una tendencia en el mercado a traer autores de unas décadas atrás y no marearse tanto con las novedades, a poder rescatar autores muy valiosos que por esa cosa de las modas literarias terminan quedando invisibles. Algunos libros en esa sintonía, pero de otras editoriales, como Prohibido morir aquí o Stoner son perlitas que empezaron a dar vueltas a partir del 2014 y que permiten una relectura importante. Lo mismo pasó con la obra de Aurora Venturini. La revalorización de los buenos escritores es la apuesta. Ir en contra de los algoritmos, de los seguidores, pienso que ahí está el desafío.

Vos nombraste dos editoriales independientes. Es notorio cómo las grandes empresas editoriales miran a las chiquitas.

Sí. De alguna manera, fue como traer ese aire fresco a Tusquets, con autores consagrados que habían quedado olvidados.

 Las colecciones son como un objeto en sí y esta, en particular, lo es en cuanto al cuidado de las tapas. ¿El también intervenía en el diseño, en la elección de la imagen?

Siempre proponía fotos imposibles, lo cual era una pelea. El tenía una concepción global del libro, además de ser el autor de los prólogos.

En cuanto a las traducciones, recuerdo que cuando se presentó la colección fue anunciado que se iban a hacer con los mejores traductores de acá. ¿Esto fue así finalmente?

Sí. El de Hunter Thompson lo tradujo Elvio Gandolfo, El forastero misterioso lo tradujo Esther Cross, René Leys lo tradujo Marcelo Cohen, Moscú Feliz y Mundos etéreos, Alejandro González y Trimalción lo tradujo Juan.

¿La colección va a continuar o Forn es irremplazable?

El llegó a editar once títulos. Quedó pendiente Mundos etéreos que va a salir en noviembre, sin prólogo, con la contratapa que escribió en su momento, pero la decisión es no continuarla, la colección termina acá. Vamos a respetar el último libro que teníamos contratado que estaba por entrar en corrección. Y con este terminamos esta hermosa experiencia.

Su muerte fue un golpazo en el medio de todo esto. Pensá que hasta el último día habíamos estado buscando un libro, discutiendo, trabajando.

Y la colección es una obrita de arte que no tiene sentido seguir para que se convierta en una mala imitación. Cuando falleció Juan, después de acusar el golpe que nos dejó a todos devastados, hablamos mucho sobre qué íbamos a hacer y decidimos cerrar la colección con el último libro que él editó.

 

La colección Rara Avis

 

            Promediaba el año 2017 y el grupo Planeta anunciaba la salida de la colección con la que Forn dio rienda suelta a su ars legendi, donde, además de su amor por las literaturas eslavas, exhibió su predilección por aquellos autores olvidados, secretos, fuera del canon y por los textos que convirtieron a sus autores en seres solitarios y obsesivos, en una especie de búsqueda de lo absoluto, así como de narradores afiebrados que involucran al lector en su vida.          

            Los dos primeros títulos fueron Crónica de mi familia, de Vasco Pratolini (el autor del guión de Rocco y sus hermanos), “un libro único, inclasificable, inmortal, y que, por esas tres razones inicia esta colección” como anunciaba su editor. Escrito a espaldas del fervor popular por la caída de Mussolini, cuenta la historia de su familia y al mismo tiempo logra hablar del fascismo sin nombrarlo y Anticonferencias, de Isidoro Blaisten, un autor diferente a todos, con una prosa dispersa y un humor desopilante, que siguió la suerte de muchos grandes escritores argentinos cuyos libros quedaron descatalogados y que el joven Forn, cuando trabajaba en Emecé, ya había intentado publicar, a pesar de su autor.

            Le siguió Antártida negra, de la fotógrafa Adriana Lestido (una rara avis venida del campo de las imágenes) que escribió el diario del accidentado viaje que emprendió en busca del blanco absoluto (iba a instalarse en la Base Esperanza, pero terminó en Bahía Decepción, toda una metáfora) para recalar en una zona volcánica y peligrosa donde todo el paisaje era negro y su trabajo se tornó casi imposible.

            Luego vino 44. El forastero misterioso, una novela de terror de Mark Twain que su autor no llegó a publicar por motivos bastante misteriosos, cuyo mismo tema, la llegada del diablo a un pueblo remoto, enfatizó el halo de misterio que la envolvió.  

            Viaje alrededor de mi cráneo, de Frigyes Karinthy, el libro que decidió a Oliver Sacks a estudiar Neurología, fue escrito por un personaje notable de la movida miteleuropea quien relata, en primerísima primera persona (desde adentro de su cerebro) la operación a la que se sometió para extirparle un tumor maligno, mientras mandaba cada semana, al diario de Budapest en el que era su periodista estrella (una suerte de Roberto Arlt húngaro), la crónica de esta riesgosa aventura que lo tuvo como protagonista.

            Hunter, de E. Jean Caroll, es la mejor biografía escrita sobre el creador del periodismo gonzo, Hunter Thompson, hecha por su amiga personal y una de las mejores plumas que pasaron por el periodismo norteamericano, Elizabeth Jean Carroll, que en este caso inventa a una biógrafa-amante-secuestrada por su biografiado y arma un contrapunto impecable con los testimonios de muchos de los que compartieron su desquiciada y salvaje vida para terminar haciendo una auténtica “biografía gonza”.

            Las malas, de Camila Sosa Villada, es el libro con el que su autora pasó a las ligas mayores y que, fuera de la línea que se había impuesto el propio Forn, decidió publicar, cuando escuchó hablar a su autora y se encontró con una historia tan poderosa y contradictoria como “la furia y la fiesta de ser travesti”. Un verdadero cross a la mandíbula, pero quizás sea el único título que desentone un poco del conjunto. 

            La desaparición de Majorana, de Leonardo Sciascia, es el relato de una tragedia personal y colectiva, la que llevó al físico italiano Ettore Majorana, una de las mentes científicas más brillantes de su época, quien había anticipado el desarrollo de la bomba atómica, a desaparecer, en el año 1938, sin dejar rastros y que encontró en la pluma exquisita de Sciascia (“unas páginas tan bien escritas, tan llenas de inteligencia y belleza y verdad”) al interlocutor perfecto para intentar dilucidar este enigma ético.

            Moscú Feliz, de Andréi Platónov, un libro que circuló en forma clandestina en su país hasta la llegada de la Perestroika, porque su autor, uno de los tantos que cayó en desgracia a los ojos de Stalin, jamás pudo publicar un solo texto, ya que no pudo doblegar la potencia de una prosa que quiso ensalzar la nueva realidad soviética, pero desbordaba anarquía en la construcción de sus personajes, según las palabras de su protector Máximo Gorki.

            Trimalción, de F. Scott Fitzgerald, la primera versión de lo que terminó siendo, gracias a la muñeca de su editor, Maxwell Perkins, El gran Gatsby, tal como le hubiera gustado a su autor y a los fanáticos de Fitzgerald, quienes añoraron más información sobre el protagonista, la misma que encontrarán en Trimalción, junto con ese toque de genialidad propio de este autor y traducida por el mismo Forn.

            René Leys, de Víctor Segalen. es el relato alucinado de la pasión de su autor, un médico francés, por el enigma que para los occidentales representa China y la relación que estableció con su maestro belga René Leys, quien le fue develando los secretos que encerraba la Ciudad Prohibida de Pekín, para descubrir, en ese viaje a las antípodas, que China no es más que el otro esencial de Occidente.

            El último libro de la serie, Mundos etéreos, de Tatiana Tostaya, que ya se encontraba listo al momento de morir su editor y que la editorial piensa sacarlo en el mes de noviembre, completa este conjunto de títulos pensados como el mejor regalo que un lector apasionado puede hacerle a la cofradía de lectores.

            Y la decisión de los editores de no continuar con la colección resulta el mejor epílogo para unos prólogos geniales. Dentro de algunos años, los lectores ávidos estaremos recorriendo las librerías de usados en busca de los libros de Rara Avis. Un destino que sólo alcanzan los clásicos.


Publicado en La capital de Rosario, 24/10/2021