Y
la elección de los títulos parecía estar en sintonía con su propia concepción
de la escritura, ligada a la oralidad, donde las historias de vida tienen un
lugar central tanto como la performance del narrador. Es que la vida de los
escritores, el contexto histórico del que surgieron, es un plus de lectura que
siempre lo fascinó, lo que se pone de manifiesto en la atención sobre esa zona
donde termina la vida y empieza el arte: la cocina del escritor.
Los
autores elegidos para esta “colección de autor” son todos escritores
excéntricos (hay un ex-critor, una joven descendiendo en paracaídas del cielo
moscovita, un viaje a los confines del mundo, otro a la ciudad prohibida y uno
al interior del cerebro del autor) y sus libros resultan difíciles de
clasificar en una categoría, en un momento de la industria editorial donde la
segmentación -por géneros, por edades, por sexo- es cada vez más excluyente.
Y
Forn, lector omnívoro y conocedor del fanatismo que las colecciones han
despertado en los lectores argentinos -como la del Séptimo Círculo, los
breviarios del Fondo de Cultura, los amarillos de Anagrama y tantas otras- se
propuso ofrecer estos títulos a los lectores cómplices, como una suerte de
regalo.
Paola Lucantis, editora de Tusquets, quien trabajó
codo a codo con Forn en el armado de la colección, habló con La capital de esta hermosa experiencia
editorial.
¿Cómo surgió esta colección?
La idea original
fue de Ignacio Iraola (director editorial de Planeta) que me preguntó a mí qué
me parecía, se lo propusimos a Juan y él se tiró de cabeza, porque para él
significó algo así como encontrar un lugar para sus caprichos, con esa marca
suya importantísima de editor, con un altísimo criterio. La colección es una
joya porque tiene todo un trabajo que se nota en el diseño de tapa, en la
tipografía moderna, en las traducciones y, por supuesto, en los prólogos.
¿Las contratapas que él escribía para Página 12
construyeron al lector ideal para esta colección?
¡Claro! Y en
paralelo, también fueron saliendo los tomos de los viernes y todo eso se
retroalimentó. En sus columnas hablaba de libros que no estaban disponibles en
el mercado y Rara Avis apuntaba a ese llamado de atención que proponía Juan
sobre algunos nombres, ya que la idea era alimentar ese interés sobre estos
autores. Para las traducciones fueron convocados escritores argentinos como
Alejandro González que es el mejor traductor argentino del ruso.
Estos rescates, estos hallazgos ¿dónde los buscaba, en su biblioteca mental?
Algunos salieron de nuestro fondo editorial, como el de Leonardo Sciascia y el de Vasco Pratolini, que había sido publicado por Emecé. Pero la cabeza de él era un fondo editorial en sí misma. El era absolutamente autodidacta y además leía muchísimo, estaba al tanto de todo lo que circulaba por el mundo. Era una persona dedicada a leer con una vida muy curiosa, ya que, muchos años fuera de las corporaciones le dieron una libertad de lectura importante. Y en ese momento de su carrera, tener un techo para sus caprichos, desligado de las cuestiones administrativas que eran tan engorrosas para él fue, como dijo en alguna entrevista, como haberle dado un juguete.
No, él los proponía y con Ignacio Iraola lo consensuábamos. Por ejemplo, Las malas fue un título muy discutido porque no teníamos pensado publicar escritores argentinos, salvo Adriana Lestido, una fotógrafa que, por ese motivo, entraba como rara avis. Pero Juan conoció a Camila en un festival y se interesó mucho en ese libro que ella estaba escribiendo en ese momento que, en verdad, es una bomba, y lo quiso incluir.
Pero ya había una tendencia en el mercado a traer
autores de unas décadas atrás y no marearse tanto con las novedades, a poder
rescatar autores muy valiosos que por esa cosa de las modas literarias terminan
quedando invisibles. Algunos libros en esa sintonía, pero de otras editoriales,
como Prohibido morir aquí o Stoner son perlitas que empezaron a dar
vueltas a partir del 2014 y que permiten una relectura importante. Lo mismo
pasó con la obra de Aurora Venturini. La revalorización de los buenos
escritores es la apuesta. Ir en contra de los algoritmos, de los seguidores,
pienso que ahí está el desafío.
Vos nombraste dos editoriales independientes. Es notorio cómo las grandes empresas editoriales miran a las chiquitas.
Sí. De alguna manera, fue como traer ese aire fresco a Tusquets, con autores consagrados que habían quedado olvidados.
Siempre proponía fotos imposibles, lo cual era una pelea. El tenía una concepción global del libro, además de ser el autor de los prólogos.
En cuanto a las traducciones, recuerdo que cuando se presentó la colección fue anunciado que se iban a hacer con los mejores traductores de acá. ¿Esto fue así finalmente?
Sí. El de Hunter Thompson lo tradujo Elvio Gandolfo, El forastero misterioso lo tradujo Esther Cross, René Leys lo tradujo Marcelo Cohen, Moscú Feliz y Mundos etéreos, Alejandro González y Trimalción lo tradujo Juan.
¿La colección va a continuar o Forn es irremplazable?
El llegó a editar once títulos. Quedó pendiente Mundos etéreos que va a salir en noviembre, sin prólogo, con la contratapa que escribió en su momento, pero la decisión es no continuarla, la colección termina acá. Vamos a respetar el último libro que teníamos contratado que estaba por entrar en corrección. Y con este terminamos esta hermosa experiencia.
Su muerte fue un golpazo en el medio de todo esto.
Pensá que hasta el último día habíamos estado buscando un libro, discutiendo,
trabajando.
Y la colección es una obrita de arte que no tiene sentido seguir para que se convierta en una mala imitación. Cuando falleció Juan, después de acusar el golpe que nos dejó a todos devastados, hablamos mucho sobre qué íbamos a hacer y decidimos cerrar la colección con el último libro que él editó.
La colección Rara Avis
Promediaba el año 2017 y el grupo
Planeta anunciaba la salida de la colección con la que Forn dio rienda suelta a
su ars legendi, donde, además de su amor
por las literaturas eslavas, exhibió su predilección por aquellos autores
olvidados, secretos, fuera del canon y por los textos que convirtieron a sus
autores en seres solitarios y obsesivos, en una especie de búsqueda de lo
absoluto, así como de narradores afiebrados que involucran al lector en su
vida.
Los dos primeros títulos fueron Crónica de mi familia, de Vasco
Pratolini (el autor del guión
de Rocco y sus hermanos), “un libro único, inclasificable, inmortal, y que, por esas tres
razones inicia esta colección” como anunciaba su editor. Escrito a espaldas del
fervor popular por la caída de Mussolini, cuenta la historia de su familia y al
mismo tiempo logra hablar del fascismo sin nombrarlo y Anticonferencias, de Isidoro Blaisten, un autor diferente a todos, con
una prosa dispersa y un humor desopilante, que siguió la suerte de muchos
grandes escritores argentinos cuyos libros quedaron descatalogados y que el
joven Forn, cuando trabajaba en Emecé, ya había intentado publicar, a pesar de
su autor.
Le siguió Antártida negra, de la fotógrafa Adriana Lestido (una rara avis
venida del campo de las imágenes) que escribió el diario
del accidentado viaje que emprendió en busca del blanco absoluto (iba a
instalarse en la Base Esperanza, pero terminó en Bahía Decepción, toda una
metáfora) para recalar en una zona volcánica y peligrosa donde todo el paisaje
era negro y su trabajo se tornó casi imposible.
Luego vino 44. El forastero misterioso, una novela de terror de Mark Twain que
su autor no llegó a publicar por motivos bastante misteriosos, cuyo mismo tema, la llegada del diablo a un
pueblo remoto, enfatizó el halo de misterio que la envolvió.
Viaje
alrededor de mi cráneo, de Frigyes Karinthy, el libro que decidió a Oliver Sacks
a estudiar Neurología, fue escrito por un personaje notable de la movida
miteleuropea quien relata, en primerísima primera persona (desde adentro de su
cerebro) la operación a la que se sometió para extirparle un tumor maligno, mientras
mandaba cada semana, al diario de Budapest en el que era su periodista estrella
(una suerte de Roberto Arlt húngaro), la crónica de esta riesgosa aventura que
lo tuvo como protagonista.
Hunter,
de E. Jean Caroll, es la mejor biografía escrita sobre el
creador del periodismo gonzo, Hunter Thompson, hecha por su amiga personal y
una de las mejores plumas que pasaron por el periodismo norteamericano,
Elizabeth Jean Carroll, que en este caso inventa a una biógrafa-amante-secuestrada
por su biografiado y arma un contrapunto impecable con los
testimonios de muchos de los que compartieron su desquiciada y salvaje vida
para terminar haciendo una auténtica “biografía gonza”.
Las
malas, de Camila Sosa
Villada, es el libro con el que su autora pasó a las ligas mayores y que, fuera
de la línea que se había impuesto el propio Forn, decidió publicar, cuando
escuchó hablar a su autora y se encontró con una historia tan poderosa y
contradictoria como “la furia y la fiesta de ser travesti”. Un verdadero cross
a la mandíbula, pero quizás sea el único título que desentone un poco del
conjunto.
La
desaparición de Majorana, de Leonardo Sciascia, es el relato
de una tragedia personal y colectiva, la que llevó al físico
italiano Ettore Majorana, una de las mentes científicas más brillantes de su
época, quien había anticipado el desarrollo de la bomba atómica, a desaparecer,
en el año 1938, sin dejar rastros y que encontró en la pluma exquisita
de Sciascia (“unas páginas tan bien escritas, tan llenas de inteligencia y
belleza y verdad”) al interlocutor perfecto para intentar dilucidar este enigma
ético.
Moscú
Feliz, de Andréi Platónov, un libro que circuló en forma clandestina en su
país hasta la llegada de la Perestroika, porque su autor, uno de los tantos que
cayó en desgracia a los ojos de Stalin, jamás pudo publicar un solo texto, ya
que no pudo doblegar la potencia de una prosa que quiso ensalzar la nueva
realidad soviética, pero desbordaba anarquía en la construcción de sus personajes,
según las palabras de su protector Máximo Gorki.
Trimalción,
de F. Scott Fitzgerald, la primera versión de lo que terminó siendo, gracias a
la muñeca de su editor, Maxwell Perkins, El
gran Gatsby, tal como le hubiera gustado a su autor y a los fanáticos de
Fitzgerald, quienes añoraron más información sobre el protagonista, la misma
que encontrarán en Trimalción, junto con ese toque de genialidad propio
de este autor y traducida por el mismo Forn.
René
Leys, de Víctor Segalen. es el relato alucinado
de la pasión de su autor, un médico francés, por el enigma que para los
occidentales representa China y la relación que estableció con su maestro belga
René Leys, quien le fue develando los secretos que encerraba la Ciudad
Prohibida de Pekín, para descubrir, en ese viaje a las antípodas, que China
no es más que el otro esencial de Occidente.
El último libro de la serie, Mundos etéreos, de Tatiana Tostaya, que
ya se encontraba listo al momento de morir su editor y que la editorial piensa
sacarlo en el mes de noviembre, completa este conjunto de títulos pensados como
el mejor regalo que un lector apasionado puede hacerle a la cofradía de
lectores.
Y la decisión de los editores de no
continuar con la colección resulta el mejor epílogo para unos prólogos
geniales. Dentro de algunos años, los lectores ávidos estaremos recorriendo las
librerías de usados en busca de los libros de Rara Avis. Un destino que sólo alcanzan
los clásicos.
Publicado en La capital de Rosario, 24/10/2021
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