Pequeños combatientes
Entre los textos
literarios y cinematográficos sobre la última dictadura narrados
desde el punto de vista de los hijos, quizás sea éste el único en
el que, en lugar de testigos, se construyen como protagonistas de la
Historia. Miembros de un autoconvocado “Ejército Infantil de
Resistencia”, el límite entre realidad y juego aparece lábil y
difuso -tanto como el lugar donde ubicar a los desaparecido- y por
ese motivo, el relato que a primera vista se muestra transparente,
provoca la perturbadora sensación que sólo la mirada infantil,
capaz de descubrir lo que los adultos ocultan -como en aquel cuento
tradicional donde un rey se pasea desnudo- puede producir. “Nadie
me lo dijo, pero yo lo entendí muy pronto: […] Ser comunista era
parecido en algunas cosas a ser peronista, aunque un poco más serio,
más ordenado.”
La trágica
historia política de los años 70 es narrada desde la mirada
desautomatizada de una pequeña que se ha impuesto la misión de
resistir mientras sus padres han sido secuestrados, que entrena a su
hermano menor, “único compañero en la lucha popular prolongada de
mi infancia”, practicando técnicas de simulación frente al
espejo, que nombra el duro mundo que le tocó vivir con la gravedad
de las mayúsculas (la Operación, el Enemigo, lo Peor, el Proceso
Revolucionario) y que, tomando a sus padres como modelo, consagra su
pequeña vida a la voluntariosa tarea de camuflarse entre los civiles
y esperar el momento glorioso en que la revolución le traerá de
vuelta a sus padres.
Si la esencia del
juego,como nos enseñaron Piaget y Benjamin, no es “hacer de cuenta
que” sino un “hacer una y otra vez”, transformando las
vivencias más emocionantes en hábito, y asimilar lo real a las
necesidades del yo, “¡piedra libre para mí y para todos mis
compañeros!” en boca de esta niña permeada de toda la retórica
política setentista, ya no se lee de la misma manera, pero provoca
el mismo efecto liberador que el juego infantil, aún en el peor de
los escenarios posibles.
Publicado en diario Perfil, 23/6/13