lunes, 24 de junio de 2013

La Historia, en miniatura

Pequeños combatientes


Entre los textos literarios y cinematográficos sobre la última dictadura narrados desde el punto de vista de los hijos, quizás sea éste el único en el que, en lugar de testigos, se construyen como protagonistas de la Historia. Miembros de un autoconvocado “Ejército Infantil de Resistencia”, el límite entre realidad y juego aparece lábil y difuso -tanto como el lugar donde ubicar a los desaparecido- y por ese motivo, el relato que a primera vista se muestra transparente, provoca la perturbadora sensación que sólo la mirada infantil, capaz de descubrir lo que los adultos ocultan -como en aquel cuento tradicional donde un rey se pasea desnudo- puede producir. “Nadie me lo dijo, pero yo lo entendí muy pronto: […] Ser comunista era parecido en algunas cosas a ser peronista, aunque un poco más serio, más ordenado.”
La trágica historia política de los años 70 es narrada desde la mirada desautomatizada de una pequeña que se ha impuesto la misión de resistir mientras sus padres han sido secuestrados, que entrena a su hermano menor, “único compañero en la lucha popular prolongada de mi infancia”, practicando técnicas de simulación frente al espejo, que nombra el duro mundo que le tocó vivir con la gravedad de las mayúsculas (la Operación, el Enemigo, lo Peor, el Proceso Revolucionario) y que, tomando a sus padres como modelo, consagra su pequeña vida a la voluntariosa tarea de camuflarse entre los civiles y esperar el momento glorioso en que la revolución le traerá de vuelta a sus padres.
Si la esencia del juego,como nos enseñaron Piaget y Benjamin, no es “hacer de cuenta que” sino un “hacer una y otra vez”, transformando las vivencias más emocionantes en hábito, y asimilar lo real a las necesidades del yo, “¡piedra libre para mí y para todos mis compañeros!” en boca de esta niña permeada de toda la retórica política setentista, ya no se lee de la misma manera, pero provoca el mismo efecto liberador que el juego infantil, aún en el peor de los escenarios posibles.


Publicado en diario Perfil, 23/6/13

martes, 18 de junio de 2013

El mundo según Arlt

Aguafuertes cariocas


Dos grandes tradiciones trazaron en la Argentina el mapa literario del siglo XX: la del escritor que lee, desde su bliblioteca, la literatura universal -el modelo Borges- y la del escritor que lee los signos de la calle y desde allí escribe -el modelo Arlt-. En el centro y conjugando a ambas, podríamos ubicar a Walsh.
Escritor de lo excéntrico, espacial, temática y lingüísticamente, la “zona” literaria de Arlt es el margen: el barrio, el café cercano a la redacción, el prostíbulo, un espacio habitado por personajes desclasados, pícaros y delirantes que tanto en sus ficciones como en sus crónicas aparecen narrados por un personaje solitario y en tránsito, que fustiga a las instituciones -en especial la familia- y que adopta su punto de vista, mientras que los adaptados son mordazmente atacados.
1930, el año de desplome de la economía mundial, Arlt salió por primera vez del país, enviado por el diario El Mundo a Río de Janeiro, para registrarla con su particular mirada, que tanto éxito tenía entre sus lectores.
Ansioso por descubrir la novedad, la antigua capital brasilera se convierte en el contrapunto de una Buenos Aires plenamente moderna que sólo él percibe con una mirada que adelanta, y que tanta sorpresa causó a los lectores de sus novelas.
Dicotómica es su visión: si en los primeros textos que envía, la ciudad carioca es una fiesta de color, paisajes increíbles y buena educación, pocas semanas después, este mundo idílico se convertirá en la contracara de todo lo que Buenos Aires le ofrece y que en Río no encuentra, como la vida nocturna y sus modos de sociabilidad plebeya. Exasperado por la atmósfera provinciana y asfixiante, “rabiosamente triste”, envía crónicas que parecen pedidos de S.O.S., en las que despacha, sin filtro, opiniones racistas, prejuiciosas y sexistas, generalizando (otra cara de la discriminación) en forma franca y con un uso exagerado del lenguaje coloquial, quizás un modo posible de reafirmación de la identidad.
Definiendo desde el comienzo a su lector: aquellos que lo leen volviendo de la oficina o la fábrica, demarca su propio lugar de enunciación: la redacción del diario, que, como el barco para el marinero, es la casa en que habita, donde describe, en uno de los momentos más luminosos del libro, la figura del redactor que escribe “a todo vapor” como un engranaje de ese instrumento de la modernidad que es la máquina de escribir.
Arlt se propone viajar sin mapas ni saberes previos para conocer “los rincones más sombríos donde habita la gente más desesperada”. Nada de esto consigue. Busca lo exótico que leyó en Salgari, y encuentra lo multicolor en lugar de lo sombrío y gente pacífica donde buscaba los desesperados que había aprendido en Dostoievski.
Los relatos de las trapizondas de un amigo porteño, malandrín y estafador, infatigable inventor de modos de enriquecerse a costa ajena, tiene momentos coloridos, así como denosta el enriquecimiento del dueño de restaurante donde come, por explotador y amarrete.

Y si percibe con lucidez las diferencias en el desarrollo de las fuerzas productivas entre ambos países: la conciencia política de los obreros argentinos, alimentada en las bibliotecas populares fundadas por Ingenieros, frente a la ausencia de problematización de la sociedad carioca manifestada en la parsimonia de sus habitantes, no analiza las causas. Pero se queja, y mucho, de esa ciudad donde faltan los “sucesos misteriosos”, donde no hay crímenes ni notas policiales, donde se trabaja hasta el agotamiento. “¿Qué hago yo en esta ciudad virtuosa, quieren decirme? […] ¿qué es lo que se puede escribir sobre el Brasil? ¿El elogio del laburo?”. A su vuelta, lo esperan la ciudad canalla y dos mil pesos del 3er. Premio Municipal de Literatura por Los siente locos. Una postal del paraíso arltiano.

Publicado en diario Perfil el 16/6/13

miércoles, 5 de junio de 2013

Aventuras en el país de Dickens

El misterio del Cheshire


“Era el mejor de los gatos. Era el peor de los gatos.” Parafraseando Historia de dos ciudades comienza este relato para chicos ambientado en la Londres victoriana, donde un gato tan misterioso como el que se le presenta a la Alicia de Caroll, junto con un ratón escritor, amante de las sutilezas del lenguaje y del queso artesanal, se enfrenta al gato callejero más sanguinario del barrio.
Dickensiana es la historia, su atmósfera, sus personajes -donde no faltan los huérfanos y los huraños que se vuelven generosos- y sobre todo su ambiente: una taberna de una calle donde la vida de las clases bajas de la ciudad industrial inglesa bulle, se huele y se escucha como en las novelas de este autor que además aparece como personaje, componiendo la novela de la que hablamos al comienzo y las notas que toma, muestran su mirada atenta sobre estos personajes urbanos y su dificultad para encontrarle un comienzo digno.
Pero volviendo a los protagonistas, otro escritor inglés -mejor dicho, galés- Roald Dahl, sobrevuela esta novela, con sus deliciosas historias donde la crueldad de los adultos pone a prueba las estrategias de los débiles, ayudados por personajes benefactores, bibliotecarios y maestras como en Matilda, o tiernos abuelos contadores de historias como en Las brujas. Otro punto fuerte, la ilustración, que recuerda al ilustrador de Dahl, Quentin Blake, utiliza la escritura en su dimensión material y pone en primer plano al otro protagonista de esta historia, el lenguaje.
Y gracias a esta valiosa arma, como el diario, que de papel para envolver el pescado se transforma en fuente de información indispensable, los pequeños se imponen a la prepotencia de los grandes.

No hay mejor regalo que se pueda recibir que el de aprender a leer. Así lo entiende el ratón que descubrió junto a su amiga el milagro que se produce cada vez que una marca en el papel se une a un sonido dotándolo de sentido, en una novela que homenajea a todos los que le han hecho este regalo a un niño alguna vez.

Publicado en diario Perfil el 2/6/2013