domingo, 17 de noviembre de 2019

Carne trémula


Compendium. Amélie Nothomb

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            La autora de este compendio no necesita presentación. Con una escritura afilada y por momentos gélida, cercana a la de los cuentos de hadas y un humor que desdramatiza y aligera la fascinación que la muerte provoca en sus criaturas, construyó una obra voluminosa (lleva publicadas veintiocho novelas desde su debut en 1992) cuyo centro gravita alrededor de sí misma como figura literaria, un personaje que por momentos bordea el caso psiquiátrico.
            Ionesco, para el cual el lenguaje es todo menos inocente y que constituye uno de los lugares por donde transita la escritura de Nothomb, aseguraba que “La filología lleva al crimen.” Y el lenguaje, en su capacidad de nombrar (y por lo tanto de inaugurar mundos), ocupa el primer plano en la obra de esta autora belga y es el espacio del sufrimiento y del mandato, pero también de la experimentación y el goce. Todo el imaginario infantil se juega en este abordaje que elige la invención y la construcción de escenarios donde una bicicleta no será el como si de un caballo, sino un caballo a secas.
            Y aunque su obra tenga un carácter autorreflexivo subrayado en las tapas de todos sus libros, este compendio incluye los cinco textos autobiográficos en los que el pulso narrativo se mantiene intacto, donde describe su vida itinerante desde un comienzo de excepción como niña-monstruo, pasando por la adolescencia en guerra con el hambre, la entrada en la juventud como amante fugitiva y la vuelta al país de la infancia, Japón, como escritora exitosa.
            Habitante de un exilio permanente, encuentra en la pulsión filológica el lugar donde explorar  el impacto que las palabras provocan en su cuerpo, un cuerpo que sufre de “exagerada porosidad ante el exceso de esplendor”, deslumbrándose ante el “monstruoso refinamiento” de la milenaria cultura china, los relatos de “horrorosa dulzura” que le contaba su aya japonesa, la “belleza desgarradora” de los paisajes nipones, el espectáculo de la nieve como “sublime perfume de frialdad” o el cuerpo perfecto de las niñas que no ha sido deformado por el desarrollo, y que se ofrece en sacrificio seducido por los cantos de sirena de la anorexia, ante la perspectiva de convertirse en cadáver.
            En El sabotaje amoroso, revive su niñez en la China de “la banda de los 4”, en el gueto donde los hijos de los diplomáticos de todo el mundo replicaban, gozosamente, el mapa bélico de Europa. En Estupor y temblores exhibe todo de lo que es capaz el capitalismo nipón para el cual “siempre existe un modo de obedecer” y cuyas mujeres resisten la suma de todas las coacciones imaginables. En Metafísica de los tubos ficcionaliza los primeros años de su vida en Japón -un país donde la primera infancia es considerada la edad sagrada- en el que vivió las peripecias que en su relato devienen legendarias, y el paraíso del que fue expulsada cuando el trabajo de diplomático del padre trasladó la familia a China. Biografía del hambre es el relato del hambre de absoluto que la habitó como un doble de sí misma, de la búsqueda insaciable de la belleza, mientras devora literatura como una poseída hasta el día exacto (el de Santa Amelia) en que decide dejar de comer, hasta que el contacto con su país de origen, Bélgica, le permite reconstruir, en la propia escritura, el cuerpo lastimado. En Ni de Eva ni de Adán, asistimos al encuentro fortuito, casi surrealista, de dos hablantes de diferentes lenguas que apenas se entienden y que se transforma en amor. Y La nostalgia feliz, finalmente, cuenta el retorno al espacio mítico de la infancia para filmar un documental sobre su vida y el tsunami emocional que el reencuentro con su vieja aya le provoca.
Un compendio de belleza trágica es este libro, una figura hiperbólica que define con bastante exactitud su prolífica y concentrada escritura.

Publicado en diario Perfil, 17/11/19