martes, 22 de marzo de 2016

Argonautas de la Historia

Correspondencia Erich Auerbach - Walter Benjamin

Resultado de imagen para Correspondencia entre Erich Auerbach y Walter Benjamin

Dedicado “al emperador Claudio, que inventó el diccionario de idiomas” está este trabajo en el que azarosamente, su compilador, en el camino de la investigación literaria, se encontró con algunas de las cartas que intercambiaron ambos pensadores durante su exilio y que dan cuenta de la existencia de una relación intelectual profunda, casi desconocida por la crítica especializada.
Seis son las que se traducen en esta ocasión: cinco escritas por Auerbach y una por Benjamin entre 1935 y 1937. El primero, instalado en Estambul, el lugar donde la filología europea y la romanística encontraron un sorpresivo interés cuando la reforma cultural encarada por Mustafá Kemal Atatürk (el mismo que en 1915 había decidido asesinar a un millón y medio de armenios, cosa que Auerbach parece desconocer) convirtió estas disciplinas en una cuestión de estado. Benjamin, por lo mismos motivos que Auerbach -la cancelación de todos los derechos cívicos de los judíos en 1935 en su país de origen- se hallaba por entonces en París y esta diáspora, severamente vigilada por los servicios secretos nazis, no impidió el intercambio y la lectura de sus trabajos.
Y es en las cartas donde se puede vislumbrar la influencia de uno sobre otro y sobre todo, el paralelismo entre el trabajo que Benjamin acababa de publicar, Alemanes, y los textos en los que Auerbach estaba trabajando y que conformarían su monumental Mímesis, ambos, una crítica y una confirmación del derrumbe, en tiempos del nazismo, de “una sociedad cuya sobrevivencia solo sería posible en la memoria que habita sus libros”. Ambos, una respuesta política desde una rigurosa erudición, a la barbarie que percibían como el verdadero fin de la historia.

Publicado en diario Perfil, 20/3/2016



lunes, 14 de marzo de 2016

Esclavas del amor

Mágico, sombrío, impenetrable

Resultado de imagen para magico sombrio impenetrable

Perfilada desde hace tiempo a ganar el Nobel, esta escritora neoyorquina y septuagenaria parece pertenecer a un club selecto: el de los escritores profesionales de países centrales con un campo literario consolidado y estable que les permite vivir holgadamente de sus libros y sus cátedras universitarias de escritura. La exigencia, sin embargo, pareciera venir de las editoriales, ya que no parece haber otra explicación para la desmesurada cantidad de páginas que esta autora lleva publicadas desde que empezó. Cincuenta novelas -largas-, cuatrocientos relatos breves, una docena de libros de no ficción, ocho de poesía y otros tanto de teatro (y después hablan de Aira), conforman el cuerpo de una obra con la que construyó una voz muy singular y donde desplegó ese oído que, en sus mejores novelas, le dan una dimensión material a los discursos, acentuando, en los subrayados y las diferencias de tono, todo el espesor del entramado social norteamericano atravesado por tensiones raciales que no son más que conflictos de clase.
Los relatos incluidos en este volumen, si bien carecen de esta muestra de pericia, exponen, una vez más, su capacidad para hacer foco en la percepción de personajes femeninos acechados por el desencanto de encontrar en el hombre con el que se ha compartido la vida a un desconocido, de los estragos de la dependencia emocional -como el amor incondicional por un padre perverso, o la inestabilidad psíquica de una jovencita anoréxica-, de la impostura que habita en los círculos intelectuales (como en el relato en el que ajusta cuentas con el poeta norteamericano más popular, Robert Frost) o simplemente, del desamor que percibe la protagonista de uno de los cuentos mejor logrados en el vínculo que mantiene con su pareja y al que pone en cuestión frente a la experiencia -muy bien narrada- de un aborto consensuado.

La tragedia, en los cuentos de esta autora, habita en los detalles y crece hasta revelarnos la extrañeza que en definitiva significa el otro.

Publicado en diario Perfil, 13/3/2016

jueves, 10 de marzo de 2016

Clásicos para lectores latinoamericanos

Colección de Clásicos Penguin


Clásicos. Algunos títulos de la Penguin Clásicos, que desde hace poco se distribuye en el país.



A 70 años del lanzamiento de Penguin Classics (famosa colección de clásicos en ediciones de bolsillo y a precios accesibles) el grupo Penguin Random House estrena el mismo sello, en nuestro idioma, con un catálogo nutrido de autores mayoritariamente anglosajones y españoles que hoy llega a 65 títulos pero que prometen ser muchos más.
Para Violeta Noetinger, una de sus editoras argentinas, “Penguin Clásicos tiene una línea muy definida y una marca y garantía de contenido que se fue construyendo a lo largo de las décadas. Por supuesto que la definición de clásicos hispanoamericanos se amplía con respecto a los anglosajones, pero se trabaja intensamente con Penguin UK porque ellos revisan que todos los contenidos estén en línea con el sello original y su esencia.”
- ¿Cómo está compuesto el catálogo? (La lista completa se puede ver en: http://www.megustaleer.com.ar/editoriales/penguin-clasicos/147/)
- Fuimos muy cuidadosos de que hubiera, al menos en la oferta argentina, un equilibrio de clásicos de todas partes del mundo y de todas las épocas. Por supuesto que hay una especial atención en incluir a la literatura española porque es lo que distingue, además del idioma, a Penguin Classics de Penguin Clásicos.
- En el caso de la literatura española medieval y del siglo de oro, las ediciones están a cargo de especialistas en ecdótica. ¿Están pensadas sin embargo con un criterio de divulgación?
- Desde sus orígenes, esta colección busca llevar contenidos de calidad y ediciones de nivel académico al público general. Es muy importante que los estudios preliminares, glosarios e introducciones, más allá de ser escritos por especialistas, sean accesibles a cualquiera. Porque detrás de esta colección está, por sobre todo, el objetivo de hacer que los clásicos sean de lectura popular.
El cuidado puesto en las versiones (en el caso de la Odisea, la traducción en verso intenta acercarnos al hexámetro homérico), algunas de ellas canónicas como la de Moby Dick de Enrique Pezzoni, parece ser una marca con la que esperan, según su editora, distinguir la colección. “También cuidamos en Argentina de adaptar algunas de ellas para que no resulten demasiado “españolas” para el público latinoamericano. Este es un trabajo que se realiza prestando atención siempre a la edición en lengua original, para que los cambios sean pocos pero claves al facilitar el acceso de un lector latinoamericano.”
- El arte de tapa (aunque el nombre del autor no aparece) merece una mención aparte. ¿Es una manera de realzar el libro como objeto?
- Claro, ese es uno de los focos de Penguin. El diseño siempre estuvo a la vanguardia en esta colección y de hecho lleva un largo y cuidadoso proceso de aprobación por parte de ellos, para asegurarse de que está en línea con este objetivo fundamental que es dar actualidad y atractivo a los clásicos de siempre.

Frente a la pregunta acerca de qué es un clásico, elige una cita de Saint Beuve donde intenta responderla: “Un hombre inteligente me lo sugiere e intento resolverlo, al menos para examinarlo y discutirlo cara a cara con mis lectores, sólo para persuadirlos de responder por ellos mismos, y, si puedo, hacer que su opinión y la mía se esclarezcan.”

Publicado en diario Perfil, 5/3/2016

En el desierto de los símbolos

Caracteres blancos

Resultado de imagen para caracteres blancos


La página en blanco, sabemos, es el otro monstruoso de los que escriben. Pero un cuaderno escrito con caracteres blancos lleva a la literatura -entendida como un campo que incluye no sólo al texto, sino a la lectura y la escritura crítica- a su límite. Y es en busca de esta experiencia que un hombre y una mujer abandonan su ciudad huyendo hacia “un desierto sin nombre” con dos botellas de agua y un cuaderno escrito con tinta blanca. Durante siete días de ayuno y despojados de toda referencia simbólica, en una suerte de paraíso bíblico desértico, comienzan la lectura del cuaderno con los episodios que uno al otro, en silencio y bajo la luz de un sol que ciega y convierte el paisaje en la misma nada, se cuentan.
En el primero, un padre viaja con su hija adolescente al lugar donde comenzó la historia de amor con su mujer que la indolencia transformó, como en un cuento de hadas, en seres de diferente especie.
Y es en el espacio de la literatura (universal pero sobre todo latinoamericana) donde estos relatos surgen, cuyos personajes, escritores y lectores, discuten sobre libros y autores y como en una puesta en abismo, viven las historias tomadas de los universos de Onetti, de Hawthorne, de Perec, de Melville, del Dhammapada budista o de la literatura maravillosa y las reescriben.
En otro de los relatos, un poeta adolescente sueña con la escritura de una novela obsesionado con el nombre de Oliverio Girondo, que, como en la estructura de los sueños, se autonomiza y desplaza para reaparecer en la dedicatoria de La vida breve de Onetti, la novela que soñó como propia. La playa de Mar del Plata es el lugar donde el joven poeta le contará su sueño a un escritor chileno que reproduce los diálogos con sus amigos argentinos poniendo en evidencia cuánto le debe al compás del tango el habla de los porteños.
Y la “imagen de nieve” podrá ser tanto el título de un cuento de Hawthorne como el término técnico para nombrar una imagen distorsionada en las pantallas, las dos líneas que arman el relato de la paranoia de un escritor agobiado por el peso de las novelas imaginadas.
En la ciudad de Santiago, un escritor, siguiendo a Perec en su “tentativa de agotar un lugar parisino”, logra convertirse en sospechoso para la policía cuando, buscando el alma de su ciudad, la recorre temporal y espacialmente intentando averiguar porqué “todos quieren estar en otra parte sin irse de ella” y descubre en lo blanco de la nieve la figura que la explica.
Y el terror clásico -que en Latinoamérica, no puede sino tener una dimensión política- encuentra en la figura del autómata el signo de la distopía. En una de las “nueve fábulas automáticas” (en la que quizás sea la de mejor factura) Pinocho, el instructivo muñeco de madera, se descubre como un monstruo construido con partes de la historia trágica de la dictadura pinochetista; la cabeza de un aséptico filósofo alemán admirador de Heidegger resultará el lugar donde vive y muere su dueño; o la “máquina medidora de almas” el instrumento de tortura más aterrador utilizado por el estalinismo.

Poco importa si los relatos tienen autonomía y ya fueron publicados, si desde la contratapa se anuncia que “el primer libro de cuentos del joven escritor chileno (…) es también una novela hecha de relatos”, acentuando la inestabilidad genérica de un texto que cuenta y se cuenta, una y otra vez, contra el lenguaje, el intento de asir el acto de la creación, una lucha que -como una imagen en la nieve que se deshace- convierte al escritor en un capitán Ahab enceguecido, persiguiendo en la página en blanco, ese “silencio sin marcos”, lo absoluto hasta transformarse en el objeto de una búsqueda imposible: la de “construir con las palabras que no digas una fortaleza”.

Publicado en diario Perfil, 6/3/2016