domingo, 26 de julio de 2020

Todo lo que vive es santo


Somos luces abismales

SANÍN, CAROLINA - Somos luces abismales

Mucho se escribió y dijo sobre la literatura del yo, la autoficción y el género autobiográfico. La autora de este conjunto de textos -un todo fluido y homogéneo en el que, como un río, desembocan todos los relatos- vino a dinamitar estas categorías para construir una obra en la que, quien escribe de sí concibe la propia escritura como una dimensión espacial, una suerte de hogar o el lugar adonde llegar. Un tópico que comparte con el colectivo de escritores latinoamericanos que escriben desde los países centrales y que ella interroga desde sus cimientos, en una larga disquisición sobre el legado del español latinoamericano. Frente a la idea de territorio, más cercana a la de literatura regional que el boom puso en primer plano -junto a su compatriota García Márquez-, prefiere la inestabilidad de no saber dónde se está y de escribir para descubrirlo.
Y si de escritores latinoamericanos se trata, comparte con Clarice Lispector la idea de literatura como un modo de habitar el lenguaje, construyendo una prosa que exhibe, en cada relato, su modo de acercamiento a la experiencia y que la convierte, como a la Lispector, en una voz singular.
Sus relatos ponen en escena constelaciones de temas que se desmarcan del lugar común -la guerra, el problema de la tierra, la muerte, sin más- y encadenan todo lo que nombran construyendo analogías y juegos de palabras que convierten su prosa en una suerte de filología en acción, con sinónimos que no producen el efecto de duplicar los conceptos sino que suman capas de sentido a una trama que conjuga experiencia, relato y lectura con una profunda interrogación sobre el ser de las cosas.
El duelo por la muerte de una joven amiga la llevará a pensar en las marcas del tiempo en el lenguaje y a encontrar en la conjugación precisa la forma de despedirla. El ritual amoroso del entierro de una paloma la incitará a intentar volverse cobijo y nido. Frente a la imagen de un potro perdido llamando a su madre en medio del camino, concluirá, como una fotógrafa exquisita: “Los animales nos hacemos visibles en el desamparo”.
Un viaje por la montaña en busca de sí le revelará la sospecha de que la vida es un camino siempre insuficiente. Su propio nombre encontrado en el crucigrama de un diario la llevará a reconstruir la historia de la relación fallida con su abuelo y a recuperarla en un recorrido por el río que él amó. Una mala película de terror vista en la TV la llevará a imaginar una historia turbia y maravillosa, mientras que la doble vida del migrante se verá reflejada en una experiencia de desdoblamiento producto de un terror nocturno que tendrá momentos de horror extremo. Y en el final, la descripción de sus dolencias le hará descubrir la similitud entre los virus y el dinero, como aquello que produce pero no crea y que, como el capitalismo, invade y no hospeda.
Exquisitez y delicadeza rezuman estos textos y de esa manera, las cosas, desde su mirada, se vuelven únicas. Dueña de una percepción ampliada, hay un cuidado amoroso en el acercamiento a los temas, ya que para esta autora escribir y amar resultan sinónimos. Y si escribir es encontrar un lugar, amar será el modo de ocupar un lugar en el corazón del otro.
Hay mucha reflexión en su escritura y altas dosis de erudición. El diálogo que entabla con los textos y autores que fundaron la literatura occidental (la mayoría, traducidos por ella, hay que decirlo): la Biblia, El Corán, Petrarca, Dante, Las mil y una noches, San Agustín, Whitman, Madame Bovary, el Quijote, la Odisea o las fábulas medievales serán el espejo en el que esta autora se mirará para ensamblar definitivamente su escritura, su tradición, su lengua y su vida. “Pues todo lo que vive es santo” dijo William Blake y ella cita, ofreciéndonos una muestra de su arte poética: la vida que merece ser vivida y escrita.       


Publicado en diario Perfil, 26/7/2020