Entevista a Antonio
Ventura Fernández
Editor con varias décadas de oficio,
inauguró, en ese renacimiento de la vida cultural española que fue
el “destape”, con las colecciones de libros infantiles y las
publicaciones especializadas que dirigió, un modo de entender la
lectura de fuerte impacto en el ámbito escolar en su país. Invitado
este año al Filbita, compartirá su experiencia como editor de
libros ilustrados de poesía y dará diferentes talleres invitado por
la editorial El pequeño editor.
En el comienzo de su carrera están
la docencia y la animación a la lectura. ¿Qué le enseñaron sus
alumnos a su futuro oficio de editor?
Mucho más de lo que yo imaginé. En
aquella época nunca pensé que iba a ser editor, pero lo que sí me
encontré enseguida fue que los materiales escolares (y estoy
hablando del año 77, acababa de morir el dictador) no valen y los
libros de literatura están obsoletos. Entonces me digo que hay que
buscar materiales nuevos para que los muchachos se acerquen a la
lectura como algo placentero. Y ahí tuve la suerte de que fueron los
años donde se publicó todo lo que durante años había estado
prohibido y además la enorme curiosidad que tenían aquellos
chavales fue maravillosa al punto que según ellos aprendían, iba yo
aprendiendo la didáctica de la promoción de la lectura. Y quizás
el ejemplo más evidente de esto fue la creación de la revista Babar
que nace como una publicación escolar de un trabajo con dos grupos
de alumnos y ellos mismos al acabar lo que en aquel momento era la
primaria, dijeron ¿qué va a pasar ahora con Babar? Eso
realmente me sorprendió.
¿Cuáles eran sus criterios a la
hora de asesorar a editoriales como Alfaguara o Anaya? ¿Cómo
conviven el objetivo comercial con el pedagógico y el literario?
En aquella época había una cierta, yo
diría, ingenuidad desde la perspectiva de cómo funcionan las
oficinas de marketing hoy. Mi trabajo con Alfaguara por un lado era
el de lector de confianza de la editora y por otro lado estaban las
políticas de promoción sobre todo el catálogo que tenía Alfaguara
que era inmenso y llegó a ser el mejor que hubo en España de
literatura infantil y juvenil. Estoy hablando de una colección,
entre la naranja y la roja de unos cuatrocientos títulos, donde
estaba lo mejor de la literatura occidental, una cosa impresionante.
Los materiales que hice de apoyo brindaban al profesor herramientas
didácticas para el aprendizaje de la lectura literaria. Por ejemplo
recuerdo un libro maravilloso de Christine Nöstlinger que se llama
Filo entra en acción, y la guía didáctica que yo preparé
para ese libro nació de la experiencia mía en el aula. Yo recuerdo
que cuando tomaba un grupo nuevo de muchachos que llegaban al curso
ya conocían el libro a través de sus hermanos mayores o de oídas.
Y preguntaban ¿vamos a leer “Filo en acción”? Porque es una
cantidad de propuestas en una forma honesta que la Nöstlinger pone
sobre la mesa... Esto ha evolucionado para mal, desde mi punto de
vista, fundamentalmente porque la mayoría de la literatura juvenil
que se publica hoy es mala.
¿Qué diferencias encuentra entre
los libros que se leían cuando Ud. era chico y los que se editan
hoy?
Bueno, cuando yo era chico, en España
no había libros. Yo nazco con la dictadura, en el 54, en un país
donde se pasa hambre, pero cuando yo termino el magisterio, todavía
no había muerto el dictador pero ya empieza a haber publicaciones
intermitentes de cierta calidad en literatura infantil, estoy
hablando de editoriales pioneras en España donde descubrimos los
primeros textos de Gianni Rodari. En mi infancia, por el contrario,
nada.
Revisando el catálogo de la
editorial que Ud. dirige, El jinete azul, se
advierte un “maridaje” entre la poesía y las artes plásticas.
¿Lo estético le ganó a lo didáctico?
Siempre. Lo didáctico fue central en
mi trabajo como maestro y como asesor, pero cuando tuve la
oportunidad de crear mi pequeña editorial era evidente que solamente
podía hacer una oferta estética. A mí me parece que ese objeto que
llamamos libro-álbum es un soporte privilegiado para el desarrollo
de la sensibilidad, porque por un lado está ofreciendo un discurso
gráfico y por otro lado está dando una historia que los niños más
pequeños, a partir de esas imágenes, aunque no sepan leer, la
pueden construir de la mano de su mamá o de su abuela.
¿Cómo ve el panorama
latinoamericano?
Creo que hay un segundo escenario que
abrieron en su momento personajes como Graciela Montes o María
Teresa Andruetto y pensando en el portugués, Lygia Bojunga Nunes o
Ana María Machado, serían el equivalente. Entonces, creo que es un
territorio muy fértil y además hay algo que a mí siempre me ha
dado envidia y es que los españoles tenemos una mirada nacional.
Ustedes en cambio tienen una mirada trasnacional y eso es una riqueza
que se está notando ahora no sólo en la literatura sino también en
la ilustración.
Publicado en diario Perfil, 16/11/2014