Riplay. Historias para no creer
El año 1929, el de la primera gran
crisis que el capitalismo produjo en el siglo pasado, fue el año de
la primera edición de Aunque Ud. no lo crea, el libro donde
Robert Ripley le presentaba a sus lectores, reunidos, los hechos y
los personajes más inverosímiles que sus doscientos viajes
alrededor del mundo y el equipo de lectores diseminados por las
bibliotecas públicas de su país habían registrado (más los que
les enviaban sus fieles lectores a pedido suyo) con la aclaración de
que, aunque costara creerlo, eran verdaderos y estaban documentados.
Para ese entonces, su autor, un self
made man hijo de su época, después de haber sido el inventor de
un nuevo género periodístico, se había convertido en el
multimillonario más extravagante que la prensa amarillista -el lugar
de nacimiento de sus columnas diarias- tuvo entre sus filas.
Pero como bien lo supo Pierre Menard,
la lectura anacrónica cambia por completo el texto de origen y esa
es la operación de traducción que sus editores hicieron sobre un
texto que encontraron hoy al borde de lo ilegible por ridículo o
ingenuo, convocando a más de cuarenta escritores e ilustradores a
que versionaran libremente (y la distorsión del nombre del autor en
el título del libro -Riplay- subraya esta idea de juego) cada uno de
los textos ilustrados que formaron parte de esa suerte de cotolengo
que llegó a ser el “Créase o no”.
El prólogo, al que los editores
titularon “A través de los espejos”, nos introduce en el mundo
ambiguo de una lectura intervenida por fragmentos de textos de los
autores convocados con los que arman un collage de citas e
información biográfica del personaje en cuestión y con el que
exhiben su propia mirada sobre la cultura de masas. Lejos de
considerarla en las antípodas del mundo literario, abogan por la
contaminación y el desdibujamiento de sus límites, porque reconocen
la fascinación que ejerce la narración de sucesos marcados por la
rareza, la crueldad, de todo aquello que se sale de la norma -de la
prosaica rutina- y cómo el rito de narrarlos atrapa al racional
lector hasta transformarlo en un caso digno de Ripley: “soy todo
oídos”.
Con la consigna de respetar los
títulos de los textos de origen y siguiendo con la idea de anonimato
de los sucesos narrados, cada una de estas nuevas versiones aparece
sin título ni autor, en una serie que acentúa lo que tienen de
carrousel, de feria de variedades, de espectáculo circense y hasta
de enciclopedia borgeana.
Los textos de Ripley, de unas pocas
líneas, finalmente, funcionan como disparadores de los relatos que
en algunos casos tomarán el camino de la ciencia ficción, en otros,
del realismo mágico, en otros, de la parodia, pero que no dejan de
dialogar con su contexto histórico y literario, con el tiempo que
los produjo, y para algunos escritores –sobre todo los españoles-
este tiempo reduplica la crisis que en los años 30 lo tuvo a Ripley
de protagonista.
Las metamorfosis
de las criaturas de la naturaleza a las que Ripley era tan adepto,
podrán ser consecuencia del cambio climático o de las costumbres
desenfrenadas de un grupo de aristócratas. Algunos hehos asombrosos
-otro sello de este autor- los veremos reaparecer en las
publicaciones de divulgación actuales o en los miles de casos
policiales, psiquiátricos o científicos que pueblan los medios en
los que nos informamos. Lo cierto que es en la monstruosidad donde la
literatura y la cultura del entretenimiento encuentran los modos más
eficaces de convocar a la sociedad que la produjo a mirarse en su
espejo y, como nos invitan desde el prólogo, a atravesarlo.
Las historias que
nos cuenta Ripley cuesta creerlas, pero la suspensión de la
incredulidad, nos recuerdan los inventores de este “anómalo
artefacto”, es una profesión de fe poética.
Publicado en diario Perfil, 8/2/15