lunes, 9 de febrero de 2015

En el límite de lo posible

Riplay. Historias para no creer


El año 1929, el de la primera gran crisis que el capitalismo produjo en el siglo pasado, fue el año de la primera edición de Aunque Ud. no lo crea, el libro donde Robert Ripley le presentaba a sus lectores, reunidos, los hechos y los personajes más inverosímiles que sus doscientos viajes alrededor del mundo y el equipo de lectores diseminados por las bibliotecas públicas de su país habían registrado (más los que les enviaban sus fieles lectores a pedido suyo) con la aclaración de que, aunque costara creerlo, eran verdaderos y estaban documentados.
Para ese entonces, su autor, un self made man hijo de su época, después de haber sido el inventor de un nuevo género periodístico, se había convertido en el multimillonario más extravagante que la prensa amarillista -el lugar de nacimiento de sus columnas diarias- tuvo entre sus filas.
Pero como bien lo supo Pierre Menard, la lectura anacrónica cambia por completo el texto de origen y esa es la operación de traducción que sus editores hicieron sobre un texto que encontraron hoy al borde de lo ilegible por ridículo o ingenuo, convocando a más de cuarenta escritores e ilustradores a que versionaran libremente (y la distorsión del nombre del autor en el título del libro -Riplay- subraya esta idea de juego) cada uno de los textos ilustrados que formaron parte de esa suerte de cotolengo que llegó a ser el “Créase o no”.
El prólogo, al que los editores titularon “A través de los espejos”, nos introduce en el mundo ambiguo de una lectura intervenida por fragmentos de textos de los autores convocados con los que arman un collage de citas e información biográfica del personaje en cuestión y con el que exhiben su propia mirada sobre la cultura de masas. Lejos de considerarla en las antípodas del mundo literario, abogan por la contaminación y el desdibujamiento de sus límites, porque reconocen la fascinación que ejerce la narración de sucesos marcados por la rareza, la crueldad, de todo aquello que se sale de la norma -de la prosaica rutina- y cómo el rito de narrarlos atrapa al racional lector hasta transformarlo en un caso digno de Ripley: “soy todo oídos”.
Con la consigna de respetar los títulos de los textos de origen y siguiendo con la idea de anonimato de los sucesos narrados, cada una de estas nuevas versiones aparece sin título ni autor, en una serie que acentúa lo que tienen de carrousel, de feria de variedades, de espectáculo circense y hasta de enciclopedia borgeana.
Los textos de Ripley, de unas pocas líneas, finalmente, funcionan como disparadores de los relatos que en algunos casos tomarán el camino de la ciencia ficción, en otros, del realismo mágico, en otros, de la parodia, pero que no dejan de dialogar con su contexto histórico y literario, con el tiempo que los produjo, y para algunos escritores –sobre todo los españoles- este tiempo reduplica la crisis que en los años 30 lo tuvo a Ripley de protagonista.
Las metamorfosis de las criaturas de la naturaleza a las que Ripley era tan adepto, podrán ser consecuencia del cambio climático o de las costumbres desenfrenadas de un grupo de aristócratas. Algunos hehos asombrosos -otro sello de este autor- los veremos reaparecer en las publicaciones de divulgación actuales o en los miles de casos policiales, psiquiátricos o científicos que pueblan los medios en los que nos informamos. Lo cierto que es en la monstruosidad donde la literatura y la cultura del entretenimiento encuentran los modos más eficaces de convocar a la sociedad que la produjo a mirarse en su espejo y, como nos invitan desde el prólogo, a atravesarlo.

Las historias que nos cuenta Ripley cuesta creerlas, pero la suspensión de la incredulidad, nos recuerdan los inventores de este “anómalo artefacto”, es una profesión de fe poética.

Publicado en diario Perfil, 8/2/15

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