domingo, 23 de mayo de 2021

Cuentos completos de Ricardo Piglia, un compendio de su ficción paranoica


 

            Ricardo Piglia, quizás, sea el último intelectual moderno que haya dado nuestro país, si por esto se entiende a aquella figura atravesada por dos grandes ethos: la política y la escritura literaria, un modelo de intelectual que encuentra su antecedente en aquellos que enarbolaron “la espada, la pluma y la palabra”. Con una importante participación política en el espacio de la izquierda maoísta durante las décadas del 60 y 70, fue en el campo cultural y literario donde desgranó sus reflexiones sobre los destinos de nuestro país, en especial, a partir del quiebre que la última dictadura produjo en las expectativas de cambio dentro del espacio de la militancia política de izquierda sobreviviente del desastre.

            La Historia -la disciplina en la que se formó en la Universidad de La Plata- y en particular, la historia argentina, fue una de sus preocupaciones centrales y que jamás lo abandonó. Mientras comenzaba a publicar sus primeros cuentos en La invasión, de 1967, la militancia política lo llevaba a organizar revistas en las que la política cultural tenía un lugar central. “Nosotros pensamos la política cultural como una política específica que parte del debate sobre las tradiciones propias”, dirá en uno de los tantos reportajes que dio. Así, dirigió Literatura y Sociedad, en 1965; más tarde, desde 1969 a 1975, junto a Héctor Schmucler y Carlos Altamirano, la revista Los libros y en 1978, junto a Altamirano y Beatriz Sarlo, la reconocida Punto de Vista hasta el año 1982, cuando decidió alejarse del comité editorial por diferencias políticas.

            El trabajo editorial, de la mano del editor Jorge Alvarez, lo llevó a dirigir algunos de sus sellos y a idear la mítica “Serie Negra”, la colección de literatura policial norteamericana, el lugar donde encontró las respuestas a qué es hacer literatura siendo de izquierda o cómo hacer literatura comprometida (un debate central en los 60), y que le permitió desarrollar sus hipótesis sobre el policial como modelo de funcionamiento de lo social desde el corazón mismo de un género popular.

            El movimiento de resistencia cultural a la última dictadura también lo tuvo entre sus filas y la historia de cómo se gestó la revista Punto de Vista está directamente ligada a aquél. Así lo cuenta Beatriz Sarlo: “Quienes trabajábamos en la revista Los Libros nos vemos obligados a pasar a la clandestinidad, cosa bastante común después del 76 en la Argentina. Surgen entonces reuniones donde nos juntábamos unos pocos a hablar de literatura, en una salita del Centro Editor de América Latina, lugar de resistencia por excelencia a la dictadura militar. Fruto de ese ateneo fue la primera edición de Punto de Vista que sale en marzo de 1978. La idea que estuvo muy presente cuando organizamos esas charlas era: muchos de nosotros veníamos de la política y dedicarse a la política era imposible; veamos qué podemos hacer para ver algunas claves políticas en el pasado argentino. El primer número sale financiado por una organización política con la que simpatizaba Ricardo Piglia (Vanguardia Comunista), con un director que presta su nombre para que no fuera ninguno de nosotros.”

            Ese mismo año comienza a escribir Respiración artificial (que saldría publicado en 1980), la novela que hizo de la lectura del siglo XIX argentino una clave de la coyuntura dictatorial. Lo cierto es que el nuevo mapa político lo encontró reflexionando sobre la historia argentina en el interior del juego literario, en la idea, tomada del historiador de la literatura Jean Pierre Vernant, de que “la forma es la historia misma” (de la que esta novela es una muestra acabada), llevando al ámbito de lo privado, la escritura, lo que hasta unos años antes debatía públicamente desde las revistas literarias.

 

Piglia profesor

 

            La docencia, dentro y fuera de la universidad, fue otro de los laboratorios donde Piglia desgranó sus hipótesis literarias. A comienzos de la dictadura, en la Universidad de California, invitado junto a Josefina Ludmer (“en enero del 77 me voy un semestre a enseñar a San Diego, un poco para descomprimir”) y en Buenos Aires, en los grupos de estudio que algunos docentes universitarios cesanteados organizaron en sus casas particulares, lo que se conoció como “universidad de las catacumbas”.  Estos grupos de estudio fueron un espacio importante de resistencia al régimen, el lugar donde se refugiaron el desconcierto y la reflexión sobre lo que estaba ocurriendo, así como el esfuerzo por preservar la propia identidad y revisar la propia tradición política, en un momento en que la vida pública había desaparecido. “En fin, que los profesores que tendrían que estar en la Universidad formábamos a la gente fuera de la Universidad, y la gente que venía a los grupos nuestros son ahora los que están en la Universidad. Y ese modo de enseñar, en mi caso, definió el campo de trabajo y la perspectiva crítica.”

            El ethos que guiaba su trabajo pedagógico era enseñar el modo de leer propio de los escritores, como una forma de desvío con respecto a la crítica académica, que tiene su antecedente en “el más extraordinario lector de vanguardia”, Borges, y que habla de un modo de posicionarse frente a la tradición y de reordenar el canon.

            Unos años más tarde, la enseñanza continuaba en las universidades de Princeton, Harvard y en la de Buenos Aires. En sus seminarios se agolpaban los alumnos para escucharlo discurrir sobre escritores que, en buena medida, pasaron a integrar el canon de lo que no podía dejar de leerse desde este lejano sur: Sarmiento, Macedonio Fernández, Borges, “el mejor escritor argentino del siglo XIX”, y Juan Carlos Onetti, al que sumó lo que consideraba el núcleo de la vanguardia literaria argentina: Saer, Puig y Walsh. Gran parte de su obra ensayística reúne las clases que les dedicó a todos ellos enFormas breves (1999); Diccionario de la novela de Macedonio Fernández (2000); La forma inicial (2015); Por un relato futuro. Conversaciones con Juan José Saer (2015); Las tres vanguardias (2016) y Teoría de la prosa (2019).

             

Crítica y ficción

 

            Mientras tanto, sus textos narrativos y críticos: las novelas La ciudad ausente (1992); Plata quemada (1997); Blanco nocturno (2010) y El camino de Ida (2013); los

relatos, cuentos, ensayos, prólogos y el Diario personal que fue escribiendo a lo largo de su vida y que publicó en tres tomos, Los diarios de Emilio Renzi (Años de formación, de 2015;

Los años felices, de 2016 y Un día en la vida de 2017) iban sumándose hasta conformar una obra construida en paralelo en la que, en muchos casos, ficcionaliza sus hipótesis teóricas.

            Piglia concebía la crítica como una hermenéutica, válida si construye conceptos a partir del análisis de los textos que sirvan para entender el funcionamiento de lo social. Es en esos términos en que plantea su análisis de la novela corta, ligando esta forma narrativa, la nouvelle, al secreto, al que vincula con la máquina estatal y el poder político, como aquel que sabe y oculta y a la vez hace hablar.

            La lectura, en todas sus formas, fue uno de sus grandes nudos teóricos, que desarrolla en El último lector (2005), un ensayo sobre las distintas figuras de lector que aparecen en la literatura. Comienza con un relato sobre un fotógrafo que en el altillo de su casa ha hecho una réplica de la ciudad de Buenos Aires, para él, más real que la real, tan reducida que sólo es posible verla de una vez y de una persona por vez y en esa visión, se cifra, para Piglia, el acto de leer.

            Como lector, asumió desde el comienzo una postura crítica de vanguardia (aunque no lo fuera como escritor), ya que “los momentos de corte, de cambio de velocidad de los conflictos políticos es algo que me permite pensar. El concepto de revolución, que es un concepto que ligo al concepto de vanguardia en el sentido de corte es el contexto en el cual yo he leído desde los años sesenta.”

            Si hay algo que le confiere el carácter de obra a toda su producción literaria es la continuidad de ciertos rasgos, la repetición de temas y la recurrencia de personajes y preocupaciones teóricas que lo llevaron al encuentro de un estilo personal con el que elaboró uno de los trabajos más sólidos de nuestro ecosistema literario y que él sintetiza de este modo: “Yo rompía un poco el esquema del político que se dedica sólo a la política, o del escritor que se dedica sólo a la literatura, o del tipo que se dedica a la historia. Y cuando pude mezclar todo eso, ahí le encontré la vuelta.”

 

La edición de los Cuentos completos

 

               La recopilación de todos sus libros de cuentos en un solo volumen que acaba de publicar la editorial Anagrama responde al deseo personal de su autor quien, los últimos años de su vida, sabiendo que se enfrentaba a una enfermedad -la esclerosis lateral amiotrófica- que le impediría seguir trabajando, quiso reunir toda su narrativa breve, dentro de un plan que él fijó con respecto a la totalidad de su obra. Para eso trabajó junto a un grupo de colaboradores y, gracias a los cuidados de su mujer, Beba Eguía, que le facilitó todos los medios para que su plan se llevara a cabo, aprendió a usar un programa de escritura con la mirada, el Tobii, y dejó muy precisas instrucciones sobre el futuro de su prolífica obra.

            Empieza con La invasión, de 1967, al que le agregó cinco cuentos que en la edición original no estaban y si decidió publicarlos fue al comprobar que no eran muy diferentes a su cuentística posterior. Escrito bajo la sombra de Roberto Arlt, todo el universo prostibulario, “malandrín y estafador” de este venerado escritor y la descripción de los trabajos artesanales como metáforas del oficio de escribir se conjugan para contar historias de personajes desesperados, obsesivos y desdoblados en diferentes identidades, propios del mundo carcelario pero también de la militancia clandestina y del espionaje, en muchos de los cuales resuenan los ecos del universo onettiano.

            La historia argentina, pasada y presente, bajo la forma del testimonio -actas, grabaciones transcriptas- encuentra el espacio donde narrar todo el horror de una historia política cuya literatura comenzó, para David Viñas, en Amalia de Echeverría, con una violación.

            Ya desde este primer título lo vemos aparecer a Emilio Renzi, figura de escritor o alter ego que atraviesa todos los espacios sociales: desde pensiones baratas con sus personajes marginales hasta infinitos bares de ciudades vacías, mientras reflexiona sobre literatura y elabora categorías críticas.

            Nombre falso, de 1975, que incluye el relato ganador de un concurso presidido por Borges, Roa Bastos y Denevi, fue el libro con el que sintió por primera vez que “había logrado percibir lo que realmente se veía del otro lado de la ventana”, es decir, hacer literatura. Y donde conjuga las historias narradas con las entradas de su Diario, en un juego de espejos que hace de la figura del doble la cifra de una vida duplicada en la literatura. Una vieja gloria del canto lírico, un boxeador derrotado por la vida, prostitutas, tahúres y jugadores son el espejo invertido de Emilio Renzi que, deplorando su aburrida vida de crítico literario, lo atraviesa en ambas direcciones.

            Prisión perpetua, de 1988, reúne dos largos relatos, el primero de los cuales le dio nombre al libro, donde cuenta el suceso trágico que le dio origen al Diario que lo acompañó toda su vida: la fuga de la familia de su lugar de nacimiento, Adrogué, a la ciudad de Mar del Plata, después de la caída de Perón, en el 55, que le había valido un año de cárcel a su padre. “También los paranoicos tienen enemigos” fue la frase paterna que guió su vida en la convulsionada Argentina de siempre y que abre este relato de iniciación y texto enmarcado del que salen infinidad de microrrelatos y citas perfectas sobre el arte de narrar.

            Cuentos morales, de 1993, reúne una serie de relatos heterogéneos, donde conviven gauchos y paisanos con historias donde la reflexión sobre el lenguaje adopta la forma de la ciencia ficción. Y un encuentro con Ezequiel Martínez Estrada minado por la enfermedad y la furia, con la réplica a escala de la ciudad de Buenos Aires que un fotógrafo ha construido en el altillo de su casa, y que lo lleva a formular la idea del arte como “una forma sintética del universo.”

            Los casos del comisario Croce, (protagonista de la novela Blanco nocturno, de 2010), se abre con una hermosa cita de Marx donde afirma que el origen de las artes y ciencias se encuentra en el delito. Su héroe es un comisario retirado, mezcla de filósofo y paisano rastreador, metido a investigar los casos más disímiles como un enigma histórico del siglo XIX encerrado en un poema o un mito urbano que circulaba durante los años de la “revolución libertadora” que la tenía a Eva Perón como protagonista; a perseguir al “personaje más importante de la literatura”, el Astrólogo de Arlt, y hasta imaginar un diálogo con un Borges anciano y pícaro donde resuelven a dúo un caso real después de escucharlo dar una conferencia sobre literatura policial.

            Y por último, los relatos de Historias personales (2015-2017) donde recupera, en la voz de Emilio Renzi, los recuerdos de su infancia en Adrogué -uno de los territorios de la literatura borgeana- para imaginar una escena donde un Renzi de tres años, sentado en el umbral de su casa, hace que lee un libro mientras la sombra de Borges le advierte que tiene agarrado el libro al revés. Quizás sea la forma en cómo se pensó a sí mismo en relación a la historia grande de la literatura argentina o la última foto que eligió para despedirse de sus lectores.

Publicado en La capital de Rosario, 23/5/2021

             

           

domingo, 16 de mayo de 2021

Anatomía de un animal bifronte

 Despojos

 


 

            Cómo representar la experiencia -lo subjetivo per se- fue la pregunta fundacional de las vanguardias clásicas. Cien años más tarde, la escritora británica por adopción, Rachel Cusk, dándole una vuelta de tuerca al mismo interrogante, elige la autoficción para narrar el proceso que desembocó en su divorcio, cuando entendió que la novela no le ofrecía los recursos formales para hacerlo. El resultado es un texto de una factura exquisita, que a partir de la imagen con la que se abre, de un puzzle desarmado, reflexiona a lo largo de sus páginas sobre ese constructo que es el matrimonio y la familia.

            Descubre en el interior la pareja, como en su propio texto, una relación entre relato y verdad y que, a pesar de los siglos de civilización transcurridos, el fundamento de su existencia -absorber el desorden y transformarlo en un orden- pervive.

            Como una cirujana experta, disecciona el cuerpo de ese animal bifronte que es la pareja heterosexual y observa, en forma ampliada, ese lugar donde el yo se encuentra con otro yo hasta convertirlos a ambos en travestis, y en la idea cristiana de la sagrada familia, el origen de una maternidad sin fisuras, de un tributo a la adoración infantil y de la impotencia paterna.

            En el dolor provocado por la extracción de una muela concentra la imagen de la separación como una mutilación, y en la tragedia clásica encuentra la cifra de una configuración familiar nacida de la guerra y la constatación de que la paz no engendra nada.

            Y es en la imagen doméstica de una mujer donde descubre lo que “la secta de la maternidad” hace con ella, al transformarla en un ser esquizofrénico que “habla de cosas que no existen, pero lo que quiere en este momento no resulta tan evidente.” Dueña de una mirada capaz de recortar el espacio de la institución familiar, la define, magistralmente, como una fuente de luz que absorbe la oscuridad exterior y al mismo tiempo, impide ver lo que hay afuera, y nos hace esperar fervorosamente la publicación de toda su obra.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 16/5/21

sábado, 8 de mayo de 2021

Feminismo de la forma

 El gran despertar

 


Pocas veces un debut literario exhibe las marcas de madurez en la escritura y la formulación de ideas literarias sólidas. Es el caso de El gran despertar, un conjunto de cuentos con el que su autora ganó en su país el reconocimiento inmediato de la crítica.

Sus relatos transitan ese borde donde el realismo se enturbia hasta fundirse en una atmósfera fantástica en la que los personajes podrán devenir en zombis, fantasmas, muertos-vivos, mujeres-lobo o monstruos marinos. Criaturas de la noche como adolescentes en fuga, cuyos cuerpos son el territorio de una guerra popular y prolongada. Como la que lleva adelante un grupo de colegialas católicas contra esa “doble falla” que es la propia imagen, y que el despertar sexual potencia hasta hacer de la experiencia de un beso un tsunami de piel desbordada y del crecimiento, un relato ovidiano de metamorfosis.

En el cuento que le da título al libro -una reformulación en clave contemporánea de las historias de zombis- los sueños se desprenden de unos personajes insomnes que deambulan por una ciudad fantasmal y, como mimos molestos, los ponen frente a un espejo donde anidan todos los malestares de la cultura, minando la vieja ilusión de la unidad del yo.

Una “fogata de novia” con los recuerdos de un novio traidor es el disparador de un experimento que una joven despechada lleva adelante para construir al Hombre Perfecto, y que, en forma aterradora, va convirtiéndolo en una suerte de Frankenstein. Y algo que pareciera formar parte del ADN de la cultura inglesa, la referencia paródica a la monarquía, desde Lewis Carroll, Martin Amis hasta la música progresiva y a la que esta autora -gran lectora de su tradición- también le dedica un pequeño homenaje.  

Toda la literatura maravillosa y su monstruosidad están funcionando en estos relatos, como aquel en el que una loba domesticada resulta la compañera fraterna de una niña que ha quedado separada de su refinada hermana, una “grieta” de la que elige el lado material y salvaje, frente al artificio de la civilización. O aquel en que la gira de una banda pop de mujeres desata la furia de sus fans que, como una horda de lobas aullando a la luna, atacan a los hombres en una escena de utopía violenta. O el cuento donde una perturbadora vecina, como una vieja bruja, lanza un maleficio que transformará al amado en piedra.

Literatura maravillosa en tiempos de Lastesis o Pussy Riot y de puesta en cuestión total de las formas que adoptan los lazos amorosos mientras las teorías sobre el amor inundan las charlas entre mujeres como salidas de un libro de autoayuda.

Hay una pregunta por el cuerpo en estos textos que se responde desde el arte: los cuerpos femeninos, sangrantes, exasperados y al límite de la destrucción no serán imagen, sino volumen, forma significativa. Quizás en esto resida su potencia feminista y no en el mensaje, tal como reclaman hoy quienes reescriben los cuentos de hadas en clave antipatriarcal.

Publicado en Otraparte, 6/5/2021